jueves, diciembre 22, 2005

Personajes VI - Superwaiter

Superwaiter es un camarero de esos que no quedan. Tiene un minúsculo bar a dos pasos del quiosco, de esos que vistos desde fuera te echan para atrás, te quitan las ganas de entrar y te preguntas cómo puede sobrevivir un negocio así. Sobrevivir, no sé si sobrevive, pero el bar del Superwaiter está siempre lleno. Allí se juntan sus amiguetes, lo más granado del barrio, para comer a dos carrillos (cierto ex-ministro teledivulgativo asegura que allí se sirven los mejores garbanzos de Barcelona), ponerse a parir los unos a los otros, los otros a los unos y todos al gobierno y quien se ponga por delante, discutir del sexo de los ángeles y sobre todo de los no ángeles y... en fin. Que eso hay que vivirlo. Tanto más, cuando allí se reúne el comité de sabios, con el Catedrático (personaje del que pronto hablaremos en profundidad) a la cabeza. Para acabar de arreglarlo, el Superwaiter nos obsequia cada sábada con el más opíparo de los almuerzos, dos huevos fritos con lacón (o bacón en su defecto) y papas fritas. Y qué papas. Porque debe ser uno de los pocos sitios que quedan donde no entran las patatas congeladas.

El otro día estaba yo disfrutando de tan suculento desayuno cuando entraron dos mochileros despistados. Tras pedir sendos cafés con leche y cruasanes el aroma de mi plato les advirtió de mi presencia. Al instante cambiaron el pedido y acabaron encasquetándose un desayuno como Dios manda y alabando el extraordinario gusto de esas patatas que parecían no haber probado en su vida. "Me las acaban de traer del McDonalds", les dijo Superwaiter muy serio. Y ellos ni se inmutaron porque estaban disfrutando como nunca, olvidando que cinco minutos atrás querían cruasanes y que cinco minutos después se cargarían las mochilas a la espalda para reiniciar su excursión. Qué momento...

Pero lo mejor de Superwaiter, aparte de su adicción a los Halls de Vita-C, es su punto psichokiller. Con su cara de trozo de pan, sus formas amables, su delicada atención al cliente.., en cuanto aparecen en la conversación determinados temas se transforma y empieza a largar con una lengua afilada que no deja títere con cabeza. Si no lo conociera me asustaría. Así que recomiendo a todo el mundo que se pase por su bar y le nombre a determinada consellera a la que aprecia especialmente, o deje caer algún comentario sobre la ley antitabaco (de la que vamos a tener que hablar pronto) o simplemente pida un café con hielo, afrenta que asume como el chef al que le pides ketchup para aderezar el fillet mignon a les finnes herbes... Ya estoy deseando que llegue el sábado para cascarme mi plato de huevos fritos con papas, charlar con él de música de cuando yo no había nacido y practicar el deporte nacional: criticar con saña al gobierno, que para eso están.

Cantad, cantad, malditos

Mientras escucho los taladrantes cánticos de los niños de San Hildefonso con la vana esperanza de que me hagan millonario, no puedo quitarme de la cabeza el capítulo que les dedicó Cálico Electrónico (Capítulo IV. Temporada I). Esto me recuerda que el otro día vino un tío al quiosco y me preguntó si sabía dónde estaba Electrónica Web. El hecho es que a mi eso me sonaba y al caer le dije tímidamente... "Esos no son los del Cálico?" Y el muchacho me confesó que efectivamente, que estaba de paso en Barcelona, que sabía que aquí estaba la tienda y que le hacía mucha ilusión pasarse por allí, supongo que para fardar un rato con los colegas. Está claro que debo ponerme al día en temas de reclamos turísticos. Tiembla, Sagrada Familia!

En fin, que ya que parece que millonarios no nos vamos a hacer y que habrá que seguir dando en el callo en el puto quiosco, disfrutemos al menos de la principal atracción turística de la ciudad. Mucho Cálico, feliz gordo de Navidad y que 2006 os traiga todo lo que os ha negado 2005. Hay que joderse con esto de las navidades...

CALICO ELECTRONICO