sábado, febrero 25, 2006

Millonetis

El quiosco no es el Banco de España pero actúa como si lo fuera: aquí se acercan todos los comercios del barrio a buscar cambio, los automovilistas que necesitan monedas para pagar el Área Verde, las amas de casa faltas de calderilla y los señores a los que su señora le acaba de asignar la correspondiente “semanada”. Y eso que enfrente hay tres sucursales de las cajas de ahorros.
Eso sí, reconozco que la mayoría paga su comisión correspondiente. Cuando necesitan cambio te compran, al menos, un chicle de 5 cts.

Como decía mi, a menudo, recordado taxista sevillano “esto es la Universidad de la Vida”. Por la forma de manejar el monedero ya sabes como te van a pagar. Aunque hay diferencias sexológicas.
Las mujeres abren el monedero y buscan y rebuscan “intentando” juntar el importe exacto. Desde lo alto de la tarima ves asomar la puntita de un billete de 20 o 50 euros y empiezas a tomarle cariño: “Billetito ven con papá” y abres el cajón para preparar el cambio. Al fin, la señora hace un mohín de disgusto y te alarga el billete despacito, como disculpándose.
Los varones son más directos. Mano al bolsillo, lo agitan y con las mismas sacan la cartera, normalmente del bolsillo izquierdo de la chaqueta, agarran billete y extienden el brazo con decisión, como el torero cuando entra a matar. ¡Que se vea que tienen pasta!

Cada mañana solemos empezar con el mismo cambio pero hay días, lunes y principios de mes, que podemos pasarlo francamente mal. Son los días en que tres o cuatro clientes seguidos te pagan el diario con un billete de 50 y te dejan el cajón temblando. Menos mal que Murphy aprieta pero no ahoga y poco a poco consigues recuperarte.

El record Guinness lo tiene el señor Millonetis. Millonetis es un caballero maduro tirando a la jubilación, sonriente y, casi se puede decir, simpático pero cuando lo veo venir un cosquilleo me recorre el duodeno, el yeyuno y me salta hasta el ciego, o sea, se me nubla la vista. Aparece puntualmente los lunes y, puede ser, el viernes. Pide CANVI (es el único que vendo a la semana), a cuyo consejo de administración perteneció, y te larga un billete verde gallinaza de 100 euros.
Mientras le doy el cambio intercambiamos unas cuantas frases:
- ¿Qué CD sale con la Vanguardia?, pregunta
- Me parece que el jueves toca Chopín
- Shopan, se dice Shopan. Es francés –y dibuja una sonrisa conmiserativa.
- ¡Ah, sí! Ese que era maricón y estaba liado en Mallorca con George Sand.
- No, hombre, no. George Sand era el pseudónimo de una mujer.
Le podría haber dicho que era Aurora Dupín pero no quise oir: “Se dice Dipan”.
Y se va. Supongo que a tomarse un café porque media hora más tarde vuelve a acercarse al quiosco y ahora compra TRIANGLE. Sin ningún disimulo te endiña los 50 euros que hace media hora le diste y con su sempiterna media sonrisa te dice: “Así se saca usted calderilla de encima”.

He pensado en preparar bolsitas de 97 y 47 euros en moneditas de céntimo para “sacarme calderilla de encima” pero… ¿y si no vuelve?

jueves, febrero 23, 2006

El panaero salido

El panaero es otro de esos personajes, digámosle, peculiares. Viene casi todos los días a comprar el As y llama la atención por su sonrisa perdida y su planta. Tendrá unos sesenta años y es bastante desgarbado. Cabeza grande y redonda con enormes entradas que disimula con un flequillo quilométrico. Mostacho poblado. Panza cervecera. Ropa, si no siempre la misma, bastante similar. Desaliñado. Tanto como su vetusta panadería.

Pero lo que hace peculiar al panaero son sus gustos literarios. Y es que el As, más que una lectura, yo diría que es la excusa. Lo que le gusta realmente al panaero es pegarle un repasito a las revistas para hombres. No porno. Sus favoritas son FHM, Siete, Man, Interviu... que desgraciadamente están en el mostrador contrario al de la prensa deportiva.

Sin embargo el panaero se las arregla para llegarse al otro mostrador y pasar su mirada clínica sobre las revistas. No rebusca. No toca. Parece que no mira. Pero encuentra. Siempre encuentra alguna portada desde la que una voluptuosa jovencita lo llama con sus cantos de sirena. Y si la revista está a mano. Si puede hacerse con ella con un gesto natural. Como el que no quiere la cosa. Entonces, sólo entonces, atrapa su presa y la coloca sobre el diario con una mirada que dice "ah, y ya que estamos puestos, ponme esto también que no es que me interese pero esta tarde tengo que hacer un trayecto largo en metro y para no aburrirme pues le echaré un vistacillo a este artículo que parece interesante".

FHMEl artículo en cuestión suele ser una morenaza de pechos relucientes, una rubia de mirada angelical y curvas asesinas. Pero su gesto de circunstancias sigue imperturbable. Tanto, que cuando coge el mismo FHM por segunda vez, no nos vemos con fuerzas de recordarle que ya se lo llevó la semana pasada. Seguro que se lo dejó en el metro olvidado y no tuvo tiempo de acabar el artículo de marras. O que, como va distraído y tampoco se fija mucho, le da igual la revista que sea y como por casualidad era la que estaba más a mano ya le va bien. En fin. Que entre pitos y flautas, no hay semana que falte a su cita con el Siete, rara es la semana que se salta el Interviu y el FHM si un mes no se lo lleva una vez es porque se lo lleva dos. Porque los hombres de verdad se las llevan a pares. Con dos cojones. Eso sí. Siempre que estén a mano, que no tenemos edad de andar rebuscando entre las revistas ni estirando más el brazo que la manga. Que una cosa es que te gusten las tías y otra que haya que esforzarse para conseguirlas. Aunque sea impresas.

viernes, febrero 17, 2006

Imbéciles II

Lo que me jode de los políticos no es que piensen que todos somos imbéciles. Lo que me jode de los políticos es que llevan razón al pensarlo. Tres ejemplos:
• OTAN de entrada NO. ¡Bien! Y de salida tampoco. ¡Ah!
• Bajaremos los impuestos. ¡Bien! Suben los impuestos de gasolina, tabaco y alcohol. No son impuestos, son tasas. ¡Ah!
• Apoyaré el Estatut tal como salga del Parlament. ¡Bien! Yo jamás dije eso. ¡Ah!

El donde dije digo, digo Diego lo practican con tal asiduidad que de la mentira hacen norma. Y los ciudadanos de a pie –ellos van en coche- nos tragamos lo que nos echen sin rechistar y, si el político pertenece a un partido que goza de nuestra simpatía, entendemos que esa es la única manera de sacar al país adelante.

Hablemos de la ley del tabaco. Sólo puede venderse en expendedurías y locales autorizados. En estos últimos se venderá en máquinas situadas dentro del recinto y donde los encargados puedan vigilar para impedir el acceso de los menores a la misma. Muchos quioscos basan buena parte de sus ingresos en la venta de tabaco y, mal y tarde, diversas asociaciones de vendedores de prensa convocan huelga para el día 30 de enero con manifestación en Madrid incluida. Consiguen una entrevista con las autoridades y la ministra del ramo afirma que la ley no va a sufrir ninguna modificación.

Días después, 10 de febrero, el Consejo de Ministros aprueba un ligero cambio de la ley: “De acuerdo con el artículo 4.b de la Ley de Medidas Sanitarias frente al tabaquismo y reguladora de la venta, el suministro, el consumo y la publicidad de los productos del tabaco, los quioscos que cuenten con las autorizaciones administrativas pertinentes están autorizados para la venta del tabaco. Esta venta deberá, en todo caso, realizarse a través de máquinas expendedoras situadas siempre en el interior de los quioscos”. Y las asociaciones de vendedores de prensa jalean el triunfo conseguido. ¡Imbéciles!

Si alguno de los lectores ha tenido o tiene posibilidad de echar un vistazo al interior de un quiosco, podrá comprobar la amplitud del salón: 70 cm. de mostrador a repisa posterior. En este espacio descomunal ¿dónde conho pongo yo una máquina de tabaco? Se están diseñando unas pensadas ex profeso para quioscos, me dicen… ¿y mientras tanto…?

Supongamos que la máquina es un hecho y ya la tengo ubicada en el interior de mi quiosco. Hay dos posibilidades:
• El usuario entra en el quiosco, pone las moneditas y saca su paquete de cigarrillos. Como sea en un momento en que me acaben de traer género y lo tenga esparcido por el suelo oiré el chasquido de los dvdeses rompiéndose bajo los zapatos del ominoso fumador. O tendré que quitar de en medio a botijín y no volverá a cargar sus móviles. O tendré que salirme yo a la calle. O… ¡Imbéciles!
• El usuario me da las monedas, yo le saco el paquete de tabaco y se lo doy. En este caso, ¿qué diferencia hay entre sacar el paquete de una máquina o sacarlo de una caja de zapatos? ¿Qué cargo ostenta el pariente del que fabrica las máquinas homologadas para quioscos?

Se habla, además, de que el precio de la dichosa maquinita no ascenderá más allá de los 1200 euros. Eso significa que, a 15 cts. por paquete, habré de vender 8.000 cajetillas sólo para pagarla. Si a ello le sumo licencia, impuestos y tasas estaré más de un año vendiendo tabaco para el Diablo. Pero la jornada de huelga habrá sido un éxito.

¡Imbéciles!

Suscripción

Coincidiendo con la cartoná ya expliqué la política de las editoriales de utilizarnos para conseguir suscriptores utilizando como argumento nuestra ineficacia para gestionar una colección. Entonces yo reivindicaba las ventajas del quiosco frente a la suscrpción directa. Como podría parecer una opinión interesada hice un pequeño experimento que procedo a comentar.

En septiembre salió una de esas colecciones que tanta rabia me dan. Se trata de colecciones interesantísimas por su contenido pero que, por su formato y precio, sabes que no te van a traer más que problemas. Se trataba de "Grandes autores de la lengua española", una colección con las obras completas de literatos de la altura de Borges, Unamuno o Cortázar. ¿Por qué dan problemas estas colecciones? Pues para empezar porque el número uno, un tocharro de Pablo Neruda a 2 €, pesa como un muerto, ocupa muchísimo espacio y te lo arrancan de las manos. Nunca hay suficientes. Todo el mundo te los pide y acaban cabreándose porque jamás llegan los ejemplares que necesitas. El número dos viene también a buen precio y se acaba vendiendo, aunque con dificultad porque muchos clientes no están dispuestos a llevarse el número dos sin una garantía de que recibirán el número uno (número que nunca llega porque agotan la edición sin reservar nada para clientes realmente interesados). El número tres ya viene al precio real de 12,95€ y de ése ya no vendes ni uno. ¿Por qué? Primero porque la gente está dispuesta a pagar 21 euros por una película nefasta que en dos meses pondrán por la tele, pero ni de coña paga 13 por las obras completas de un genio de la literatura universal perfectamente encuadernadas. El precio, para un libro, está bien. Pero para un elemento decorativo en la biblioteca es excesivo. Segundo, porque los pocos interesados reciben con los números uno y dos un bombardeo de información sobre las ventajas de la suscripción, que incluyen la advertencia de que en el quiosco no podrán acabar la colección. Efectivamente, a partir del número 5 ya no recibes más libros.

Así que, ni corto ni perezoso, decidí suscribirme a la colección. Los objetivos estaban claros: ver si era cierto que recibir la colección directamente en casa resultaba más barato, cómodo, eficaz y seguro que en el quiosco. Recordemos las ventajas de la suscripción:

- Mejor precio: los dos o tres primeros ejemplares son más baratos y después te ahorras ¡un euro! por cada tomo
- Regularidad: "usted recibirá puntualmente todos los ejemplares de la colección"
- Comodidad: "en su casa"

Pues bien. Para empezar me fui a la web de RBA, abarrotada de anuncios para suscribirme, y seguí los pasos. El sistema se colgó justo en el momento final en el que introducía los datos de mi cuenta bancaria. Ole con el servidor superseguro.

Esperé y ¡tres semanas más tarde! recibí una llamada de una señorita muy preocupada porque tenían todos mis datos menos los de facturación. Se los di por teléfono y me dijo que pronto recibiría el primer envío.

Un mes más tarde recibo, en mi casa, una notificación de que ya ha llegado el primer envío. La notificación la recibo en casa, pero para recoger los libros tengo que ir a una oficina de correos que está unas veinte veces más lejos de casa que el quiosco. Busco el modo de organizarme los horarios para poder llegar y finalmente voy a recoger mis libros. Son cuatro. Cuatro volúmenes de un par de kilos cada uno perfectamente envueltos en un paquetón de 2 por 2 que no cabe en ninguna bolsa que pueda arrastrar hasta casa.

Mientras tanto, la colección ya me lleva una ventaja de dos volúmenes. Precisamente los dos que más me interesan. Y yo ansioso por recibirlos... Los cuatro que me han llegado están bien, pero claro. Hay dos que no me interesan un carajo, pero como son los de la oferta, me los como.

Pasan las semanas. Ya no sé por donde debe ir la colección pero no recibo nada. De repente, una nueva notita. Llego a correos y allí me esperan mis dos volúmenes (pensé que ya serían cuatro...) pero, oh sorpresa, son los números 8 y 9. El 6 y el 7 se los han saltado. Y son los que más me interesan.

MaquiaveloPensando un poquito llego a una maquiavélica conclusión. Los dos ejemplares que no llegan son los más interesantes, y los últimos que tienen un precio especial. Mandando primero los volúmenes caros se aseguran aumentar la facturación de los listillos que sólo quieren comprar los ejemplares en promoción.

Está bien. Lo asumo y sigo esperando. 15 días después llega por fin la notita y voy a correos. ¿Serán los ejemplares que yo esperaba? Pues más o menos. Son las entregas 6 y 7, sí. Pero uno de los títulos lo han cambiado. Me han sustituido uno de mis autores preferidos por otro que no soporto. Cabreado como una mona voy a buscar las facturas para llamarlos y ponerlos a caldo. Encuentro dos cartas de RBA pero no son las facturas. Son dos notificaciones del mismo día en que me vuelven a pedir los datos de mi cuenta corriente.

Rubén DaríoCon una sonrisa maliciosa me voy al ordenador y me conecto al banco para ver si me han cobrado. Cuál será mi sorpresa cuando vea que, pese a no tener mis datos bancarios, me han cobrado... ¡dos veces!. Yo he recibido sólo un ejemplar de cada, pero las facturas han venido por duplicado. Una a mi nombre y otra a nombre de un tal Rubén Dario, lo que me ha dejado un mal rollo en el cuerpo considerable (¿casualidad, o timo organizado?)

Llamo a atención al cliente y me atienden enseguida. Les explico el caso y reconocen su error: "se conoce que el otro cliente, que por cierto se ha dado ya de baja, tenía unos números de cuenta similares y..." Sí claro. El señor Rubén Darío, que tiene mis mismos gustos literarios, tiene una cuenta en mi misma oficina, con unos números tan parecidos que coincide hasta el dígito de control, y se ha dado de baja de una colección que no le cobran. Estupendo. Me explica que debo ir al banco a pedir que retrocedan esos pagos. Extrañado le pregunto si no son ellos quienes deben hacerlo y me explica una milonga sobre que tardarán dos meses en devolver ese dinero. Sin embargo, me comenta que el siguiente envío me llegará en seguida y que éste, y el anterior, me los cobrarán prestamente.

Cobrador del fracYo, que ya no puedo dar crédito a lo que oigo, lo propongo otra cosa. Ellos gestionan la devolución. Si debe tardar dos meses, dos meses. Pero mientras tanto, me dan de baja de la colección y si eso, cuando ya esté todo resuelto, ya me vuelvo a apuntar. El muchacho no me pone pegas, pero me dice que ya no puede echar para atrás el envío que voy a recibir. Cuando le digo que no lo quiero, me dice que cuando lo reciba no vaya a buscarlo y que dé orden al banco de que no paguen la factura cuando llegue. Y que en un par de meses tendré la devolución de mi dinero. Dos meses en los que, estoy convencido, me seguirán mandando libros que mi banco, si no lo evito personalmente, les pagará con solicitud. Pero bueno. Al menos me quedo más tranquilo porque me estoy ahorrando un euro por cada libro que no quiero y no corro el riesgo de que el cabrón del quiosquero me deje sin servicio a media colección. Es preferible que te manden lo que les da la gana y te vayan cobrando dos veces. En fin. Espero que esta historia para no dormir haya arrojado un poco de luz sobre el tema de las suscripciones.

Señores editores. No le den más vueltas y acepten nuestra ayuda. Les irá mejor. Ustedes cobran la suscripción pero el cliente viene a buscarla a nuestro quiosco. Con los mismos márgenes, por supuesto. Ya verán como venderán más y los clientes estarán más contentos. Pregúntenle a La Vanguardia cómo le va esta técnica. Y al menos dejen de injuriarnos en las hojitas de suscripción que nosotros, NOSOTROS, le colocamos a sus clientes.



Epílogo


Al llegar a casa me he encontrado una maravillosa sorpresa. Me esperaba la notificación de correos para ir a recoger una nueva entrega de dos ejemplares. Casi dos meses en blanco, y en quince días tres envíos. Realmente estos señores se dan mucha prisa cuando saben que se acaba la promoción de turno. ¿Significará eso que son conscientes de que la gente está dispuesta a comprar sus libros pero no a esos precios? Misterios de las ciencias económicas... Y yo, obedientemente, haré caso omiso de la notita y avisaré a mi banco de que no acepten más cobros de estos señores. Y probablemente, acabaré en una lista de morosos. Misterios del mercado.

El calderillas

El Quiosquero ha pillado la directa y me está desbancando totalmente. Si me descuido, pronto tendrá él más posts que yo. Así que me pongo las pilas y continúo con mi repaso a los "personajes" más impactantes del vecindario. (El Quiosquero ya ha hablado del Catedrático y de Mr. Diamond, a quien les dedicaremos en breve un post personalizado, para que los conozcáis mejor).

Hoy es el turno del "calderillas". Apenas sabemos nada de él, porque jamás ha abierto la boca. Ni buenos días, ni gracias, ni me cagoentó... NADA. No habla. No sonríe. No expresa ninguna emoción. Alguno podrá pensar que "el calderillas" es uno de esos jóvenes maleducados de los que habla el Quiosquero... Pues hombre... Yo creo que los sesenta ya no los cumple... y aunque jamás nos ha pedido la tarjeta rosa, tiene pinta de llevar ya un tiempecito jubilado. Vamos, que su mala follá es genuina e indeleble.

"El calderillas" llega cada mañana a eso de las ocho y media. Agarra el as. Paga, casi siempre con la cantidad exacta y sin decir esta boca es mía, y con las mismas se larga.

¿Y qué tiene eso de particular?, se preguntará el lector ávido de morbo y rarezas... Pues que "el calderillas" se llama así por algo. Y es que el joío rara vez deja menos de 10 monedas para pagar un puto periódico. En el mejor de los casos paga con monedas de veinte céntimos (muy de vez en cuando). Normlmente utiliza una tremenda combinación de monedas de 5 y 10 céntimos. Y ahí nos tienes al Quiosquero y a mi, mientras se acumula la gente pidiendo la película del País, o el mapa de la Vanguardia, contando moneditas. Nunca falla. Siempre es un Euro justo.

Creo que en sus ratos libres "el calderillas", en vez de visitar obras, se dedica a reventar cabinas de teléfonos. Es imposible que ninguna otra actividad genere tanto céntimo suelto. De todos modos es posible que de vez en cuando la cosecha no sea provechosa porque esta mañana el buen hombre se ha presentado ¡con un billete de 10 euros! He estado tentado de darle el cambio en monedas de 1 y 2 céntimos, pero después he pensado que luego me las iba a tener que comer con patatas durante las próximas dos semanas, así que me he portado bien. En cualquier caso, si algún día nos falta cambio, sabemos que "el calderillas" estará ahí para echarnos una mano. Borde, maleducado, pero útil al fin y al cabo.

martes, febrero 14, 2006

Urbanidad

En can Superwaiter se montan tertulias de muy alto nivel. Obviamente los temas preferidos son la politica y el fútbol.

En política, los tertulianos se confiesan simpatizantes de diversos grupos políticos que van desde CiU hasta ERC. Por raro que parezca nadie reconoce simpatizar con el PP aunque determinadas posiciones los delaten. Superwaiter y yo, sin acuerdo previo, andamos conchabados y cuando la discusión se calienta Superwaiter levanta el brazo al cielo y grita un ¡Viva Franco! al que yo, desde la otra esquina, respondo ¡Arriba España!. La discusión se corta en seco hasta que los tertulianos advierten que estamos de cachondeo... o no.

Pero el tema preferido del Catedrático es la juventud y su poca educación.
Le suelo recordar que, a fin de cuentas, a los jóvenes de hoy los hemos educado nosotros. No se da por aludido. En cierta ocasión en que Darl era testigo de la tertulia, el Catedrático le preguntó si había escuchado alguna vez algo de zarzuela. "No sólo he escuchado zarzuela sino que he visto Luisa Fernanda, La Tabernera del Puerto, Los Gavilanes,... Tengo abono en el Liceo y he asistido a óperas como Carmen, La Traviata, La Bohème...". "Bueno -siguió en sus trece el Catedrático-, todos los jóvenes menos éste son unos incultos y unos maleducados".

Puede que el Catedrático tuviera una cierta razón.
A los niños de la postguerra nos educaron. A bofetadas, pero nos educaron. Nos machacaban continuamente con las normas de urbanidad que conocían: No hay que hacer ruido al masticar; antes de beber se limpia uno el hocico; está feo regoldar delante de los demás; no se habla con la boca llena; los mocos no se limpian en la manga; cuando uno entra en una casa se quita el sombrero y se dan los buenos días; no hay que sacar burla a los viejos; no se debe apedrear a los mendigos; cuando mees contra la pared te la agarras tal que así para que no te la vean los que pasan... Y crecían niños obedientes y apocados. Dicen.

Con el tardofranquismo llegaron aires de libertad y cambiaron las mentalidades. Los niños habían de crecer felices y sin complejos y se los educaba en colegios de enseñanza activa. Se enterró el protocolo, se redujo a un mínimo la urbanidad, se tuteaba a todo el mundo... Y crecieron cafres.

Vayamos por partes.

Mi madre, como muestra de respeto, trataba de usted a sus padres y a sus abuelos. Yo trataba de usted a mis abuelos y tuteaba a mis padres. Mi hijo tutea a sus padres y a sus abuelos. Y no por ello se ha perdido el respeto.
Los jóvenes de hoy vociferan, destrozan el lenguaje y dicen un taco tras otro. Los jóvenes de los años 60 hablaban a gritos, utilizaban un lenguaje bastante vulgar y, si bien los tacos eran más suaves, soltaban un ¡leche! que para sí lo quisiera Ruiz Mateos. O sea, que en todas épocas se cuecen habas.


Vengo a referir que, aunque las formas hayan cambiado, los jóvenes siguen siendo jóvenes, alegres y despreocupados como los de antes y vociferan para hacerse notar, sobre todo, si hay alguna jóvena por los andurriales.

Al quiosco se acercan personas de todas las edades: niños, mozalbetes, jóvenes, maduros, mayores y ancianos; exquisitamente educados, educados, ni fu ni fa, maleducados y groseros, Revuelvan ustedes y comprueben la cantidad de combinaciones que salen. Hay niños o jovencitos que te sueltan “Tío, dame un chicle de menta que la boca me huele a mierda”. Le das el chicle, te tira los 5 cts. y se va por donde había venido. Otros, si embargo, te dicen “Me da un chicle de menta, por favor”. Te da los 5 cts. en la mano y se despide con un “Gracias” que parece que yo le hubiera regalado el chicle. Eso sí, ni uno te da los buenos días.
Entre las personas mayores, los que pasan de los 60 suelen mostrar mejor educación. Saludan al llegar, cogen su periódico mientras intercambiamos un par de frases, te pagan, se despiden y se van. Otros, simplemente cogen la prensa, te alargan el euro y desaparecen. Tengo un cliente que cada día compra Sport.
Lo coge y te pone dos monedas de 50 cts. en la mano. En 10 meses aún no sé cual es su tono de voz.
La “buena educación” se masca cuando acaba de pasar el metro. Llegan diez o doce a la vez, se sirven y diez o doce manos se levantan a la vez. Hay alguno que espera su turno pero la mayoría, si no le coges rápidamente el euro, lo dejan donde les pilla.

La palma se la lleva Mr. Diamond.
Llega, pone dos euros encima de Cinemanía, coge un Avui y El Punt o Marca y desaparece. Ni una vez me ha pagado en mano. Hasta que un día llegó como siempre, puso un billete de 5 sobre Cinemanía y fue a recoger la prensa. ¡Ahora caíste, compadre! Me encontraba enormemente cansado; arrastrando los pies me acerqué a los 5 euros y los cogí. Continuaba estando cansado. Como pude llegué al portamonedas y empecé a reunir el cambio. Además estaba torpe y las monedas se me resbalaban. Mr. Diamond contemplaba impaciente mi torpeza. Al fin pude reunir los 3 euros y, arrastrando los pies, me acerqué a tiro de devolución. ¡Sufre, mamón!
Mr. Diamond no había dicho su última palabra. Tomo el cambio, destripó los periódicos sacando de su interior propagandas y cuadernillos y los desparramó sobre el mostrador cubriendo las revistas.

Mr. Diamond cumple los estándares de urbanidad que el Catedrático atribuye a los “jóvenes de ahora”.

jueves, febrero 09, 2006

¡Imbéciles!

Cuando inicié los estudios de bachillerato había dos editoriales que se imponían sobre las otras: S.M. y Textos Anaya (textos Canalla les decíamos nosotros). Por entonces los maestros te exigían aprender la letra grande y la chica (siempre hacían el mismo chiste: “la letra chica también la ha pagado tu padre) pero nos podíamos saltar el nombre de los autores. A mí, sin embargo, se me quedaron grabados los nombres de los autores de Gramática de la Lengua Española de Ediciones Anaya: E. Correa Calderón y F. Lázaro Carreter, Después supe que F. era Fernando.
Don Fernando Lázaro llego a ser presidente de la Real Academia Española. No sé si lo vi o me lo contaron pero, cuando se jubiló, en una entrevista le preguntaron si había alguna palabra en el diccionario que le gustase de forma especial. Sí -contestó-, “imbécil” porque es una palabra que no necesita explicación. Y es cierto. Pronuncien: imm… bécil. Se llena la boca.

Viene esto a cuento porque da la sensación de que todos los expertos en marketing de las editoriales han estudiado en la misma universidad y se han doctorado, cum laude, en Imbecilidad. Apuntan siempre en la misma dirección: cuanto más grande es el cartón, más se ve; cuanto más se ve un producto, más se vende. ¡Imbéciles!
Los quiosqueros disponemos sólo de un cacho de pared para poner los cartones y, como no caben todos, ponemos los más grandes detrás, los medianos delante y los más pequeños en primera fila. Así que los que mejor se ven y, por añadido, los que más se venden son los pequeños. ¡Imbéciles!

Cuando se trata de revistas, de vez en cuando Hola, Lecturas o cualquier otra vienen encartonaditas y 12 centímetros más largas. Las castigo y no las pongo a la vista porque casi me ocupan el espacio de dos. El cliente habitual, si no la ve, te la pide y, como mucho, en vez de vender 40 Hola vendo 32. Por contra vendo 9 Jueves y 10 Interviú más. Más revistas y más precio. ¡Imbéciles!
Un ejemplo claro lo constituyen Descobrir Catalunya y Descobrir Cuina. Cuando me hice cargo del quiosco venían encartonadas. Vendía un ejemplar de cada una. Ahora llegan en formato normal y las vendo casi todas.

Hoy El País “regala” la película “Al sur de Granada” por el módico precio de 2,95 euros. Habitualmente vendo unos 40 Paises.
Me suelen traer 45. Hoy han llegado 70 y, a lo sumo, venderé 47 ó 48. El resto, paquetazo y a devolución.

Gracias don Fernando. Simplemente son imbéciles.

miércoles, febrero 08, 2006

Hay que exigir carné

Ahora que tanto se habla del carné por puntos se me ocurre que el gobierno debería exigir que nos sacásemos el carné para cualquier cosa que necesite de la mínima destreza o capacidad intelectual. ¿Qué por qué digo esto? Porque estoy hasta un palmo más abajo del ombligo de que la gente me pregunte memeces o desconfíe de los demás debido a su propia imbecilidad. Sí, estoy cabreado.

¿Cómo estarían ustedes si dos o tres veces al día le preguntasen por el número 357?
- Está tres calles más atrás
Te miran con desconfianza y ponen cara de estar pensando “El gilipollas este me quiere tomar el pelo”. Después de 15 segundos de duda se arrancan.
- Es que, verá usted, en la otra esquina está el número 356 y en esta el 358 y yo busco el 357.
¡Tonto o tonta del culo! En Barcelona, Madrid, París, Pekín y Buenos Aires los números pares están a un lado y los impares a otro.
- No, mire, en esta calle los pares están a la derecha y los impares a la izquierda y, encima, no coinciden, de modo que el número 357 no está enfrente del 358 ¿entiende? Usted busca el Consulado de … ¿verdad? Pues tres calles más atrás.
Y dan la vuelta despacito sin estar muy seguros de si he dicho la verdad o no.

Esta tarde ya ha sido la leche.
Estaba enganchado a Internet buscando alguna fotito del Barça para decorar Fatalidad Culé cuando se me acerca un señor bajito y un poco rechoncho.
- Veeeeinte euros a Movistaaaaar.
Le hago la recarga, le cobro, le doy el recibo y me pongo a atender a otros clientes. ¿Que estaba sólo? Acuérdense de Murphy. Te puedes pasar media mañana en que no se pare ni un alma delante del quiosco pero basta con que una persona decida comprarse un chupa chups para que acudan todos como moscas a un estercolero.
Cuando se despeja el panorama veo que el señor bajo y rechoncho sigue por allí manoseando el móvil.
- ¿Quería algo más?
- Es que no me llega la recaaaarga.
- Es raro porque Movistar suele mandar el mensaje de confirmación antes que emitir el recibo.
- Pues no me lleeeega.
Como lo veo desconfiado le propongo anular la recarga y hacerla de nuevo. Idéntico resultado.
-Es que cuando lo caaargo, enseguidita el teléfono se pone a temblaaaar.
¿A que te juegas que a este tío le pasa lo mismo que al del otro día que puso 50 euros 50 a un número y, como no le llegaba el aviso, me dio el móvil para que confirmara el número y entre el número del móvil y el número que me había dado no coincidía ni un número?
- ¡Coño! Le había dado el número del móvil que me robaron el otro día.
¡Oooolé, encima échale 50 euros al mangante!


Entre cargas y anulaciones se formó una cola de mil demonios. ¿Qué digo cola? Barahúnta. Catorce tíos/as frente al quiosco y cien manos levantadas:
- Un orbit.
- El Periódico.
- Kinder bueno.
- Hola.
- Qué tal.
-Atieeenda a los señoooores.

Al fin consigo quedarme a solas con el del móvil. Marco su número y lo llamo.
- Tirolirotiroliro, buuuuuh, buuuuh, buuuuh.
- ¿Ha viiiisto?. Ahorita si llegó el mensaaaaje.
- No, hombre, no. Yo lo he llamado para comprobar que el número era correcto.
Manipulo el móvil. Flechita parriba, flechita pabajo. Ciento veinticinco mensajes, lo juro por estas, acumulados. Sin querer –je, je, je-, borro todos. Dos minutos borrando: 1/125, 2/125, 3/125… 125/125. ¡Eureka!
- ¿Probamos otra vez?
Recarga móviles.
Movistar.
Introduzca número.
Vuelva a introducir número.
Introduzca importe.
Confirme datos,
Conectando…
RECARGA ACEPTADA

- Tiroliroliroliro, buuuuuh, buuuuh, buuuuh.
- Tiroliroliroliro, buuuuuh, buuuuh, buuuuh.
- Tiroliroliroliro, buuuuuh, buuuuh, buuuuh.
- Tiroliroliroliro, buuuuuh, buuuuh, buuuuh.
- Tiroliroliroliro, buuuuuh, buuuuh, buuuuh.

¡Veintiocho veces! Dos por cada intento de recarga y anulación.
- ¡Ahorita siiiiií!

Lo dicho, antes de entregar un móvil el futuro usuario debería recitar de memoria el manual adjunto. Y si no, que no le den el carné.

Fatalismo culé


Mis primeras nociones de fútbol, aparte el Club Juventud Mediterráneo del que mi padre era presidente, se remontan a finales de los cincuenta. Por entonces en mi pueblo la gente se repartía entre tres equipos: Atlético de Bilbao -Carmelo; Orúe, Etura, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Uribe, Arieta, Merodio y Gainza- (cito de memoria y pudiera ser que este equipo fuese algo posterior, lo que es seguro es que Iriondo, Venancio, Zarra y Panizo ya no formaban parte de él), Real Madrid –Domínguez; Marquitos, Santamaría, Pachín; Santisteban, Zárraga; Canario, Del Sol, Di Stéfano, Puskas y Gento- y Barcelona –Ramallets; Olivella, Rodri, Gracia; Segarra, Gensana; Tejada, Kubala, Evaristo o Martínez, Suárez y Czibor-. Algunos años después un grupito de aficionados se hizo seguidor de Zaragoza de los magníficos –Yarza; Cortizo (luego Irusquieta), Santamaría, Reija; Endériz (luego Pais), Violeta; Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra-.

Había diferencias de talante entre los distintos grupos:
Seguidores del Atlético de Bilbao: No le iban demasiado bien las cosas por entonces y rememoraban las 20 copas de España que llevaban a las espaldas. Resignados.
Seguidores del Real Madrid. Iban de güays con sus copas de Europa y el hecho de ser el equipo más cotizado de la liga. Optimistas.
Seguidores del Barcelona. Contaban con la delantera más técnica de Europa. Decían de Di Stéfano que su fama le venía de haber metido un par de goles de tacón cuando no había portero y de Gento que corría como un pollo sin cabeza pero cuando tocaba jugar contra el Madrid estaban toda la semana escagarruciados y el día del partido se pegaban en solitario a Carrusel Deportivo. Si el Barça ganaba, aparecían en manada eufóricos y contaban las maravillas de Kubala con el balón en los pies. En cambio, si perdía, no se les veía el pelo hasta el otro día.
Mis tíos me habían enseñado que “un hombre no llora aunque lleve las tripas arrastrando”. La primera vez que vi a un hombre llorar fue el día que el Barça perdió la copa de Europa frente al Benfica. Los culés son así: apasionados y fatalistas.

Dando un salto en el tiempo, a principios de los 80 y a falta de seis jornadas para el final el Barça necesitaba ganar 4 puntos para ser campeón y eso si la Real Sociedad lo ganaba todo. No recuerdo bien el orden pero parece que fue en Valencia donde perdió el primer partido. Era una campo donde, lógicamente, se podía perder. Al día siguiente, sin embargo, todos los periódicos deportivos barceloneses y los culés en general recitaban la misma canción: “No, si al final… ya veremos”. Los jugadores son humanos y se dejan influir por el ambiente, así que el siguiente partido se perdió en casa contra el Espanyol (menos lógico) y el siguiente en Madrid contra el Real (lógico). Quedaba jugar contra Atlético de Bilbao y Málaga, en casa, y contra Osasuna fuera. Lo lógico era ganar los dos partidos de casa y arrancar, al menos, un empate en el Sadar pero el fatalismo llegó al paroxismo y sólo se pudo empatar con el Bilbao y ganar al Málaga. La Real Sociedad de Arconada, Alonso, Zamora y López Ufarte volvió a ser campeón.

Ahora la situación no es la misma pero vuelve a surgir el fatalismo. El Barça tenía 12 puntos de ventaja sobre el Valencia y 13 sobre el Real Madrid, una plantilla equilibrada y un juego vistoso. Además, el Madrid estaba jugando de espanto, con un Zidane que se había hecho mayor y un Raúl acabado.
Ha bastado un tropiezo y una ligera mejora en el juego del Madrid para que vuelvan a surgir las dudas. “El domingo vamos a Valencia y nos ganarán”, “Raúl ya está recuperado”, “Eto’o lleva varios sin jugar y Ronaldinho sancionado”, “No, si al final…”
Amigos culés, tienen ustedes un equipo magnífico que juega de maravilla y que, aún perdiendo en Valencia, lleva una buena ventaja a sus perseguidores. Disfruten del juego y al final se será campeón o no pero, mientras tanto, disfruten.

Yo, por si acaso, Viva’r Betih manque pierda.

lunes, febrero 06, 2006

Va de monjas: Sor República

MonjitaYa que estamos con el tema monjil, vamos a redondearlo con mi muy querida Sor República.
Sor República, o Sor Leonor si lo que queremos es hacerla pareada, es una monja menuda y rechoncheta, con cara de trozo de pan, sonrisa imperturbable y mirada siempre en las alturas. Al contrario que Sor Paciencia, no tiene fecha fija de aparición. Al menos sus apariciones no responden a periodos fijos. Más bien es una periodicidad temática. Y es que Sor República sólo aparece cuando se produce una extraña conjunción planetaria y todas, repito, TODAS las revistas del corazón traen en portada a la principita Leonor.
LeonorCuando nació, cuando fue presentada en sociedad, cuando la bautizaron y, espero el día que le salga el primer diente, cuando dé su primer paso, diga su primera palabra, rompa su primer corazón o sancione su primera ley, ahí tenemos a Sor República hojeando y ojeando todas las revistas, comparando las fotos (que son todas iguales) y mirando titulares embelesada. En esas levanta la cabeza y dice tímidamente: "qué bonita es...". Y yo, que entiendo que parte de mi trabajo consiste en hacer que los clientes se vayan contentos y satisfechos, me pongo mi máscara más monarquica/portera y le digo que sí, que preciosa, como su padre de pequeño. Y ella asiente y elevando las manos pide "el señor nos la conserve muchos años" a lo que respondo "y usted que lo vea, hermana". Y ella se va más contenta que unas pascuas con su Lecturas bajo el brazo y yo echo cuentas de lo rentable que nos sale la chiquilla. Qué digo yo... ya que toda la familianos cuesta un ojo de la cara, no está mal que algunos podamos recuperar parte de la inversión, ¿no? Ay, qué ganitas de que la nena empiece a ir a la "guarde", estrene su primer vestidito de volantes, haga la primera comunión...

Sor Paciencia

La mayoría de personas que han estudiado en colegios de curas, frailes o monjas, suelen salir con tal hartazgo que no vuelven a pisar una iglesia salvo para asistir a una boda o funeral y se declaran abiertamente anticlericales.
Yo me mamé 5 años 5 interno en un colegio de curas donde la primera hostia te la daban a las 6 y media de la mañana en la capilla y el resto se iba repartiendo a lo largo del día en clases y pasillos o allá donde el cura te pillara haciendo el ganso y, aunque he renunciado a la hostia matutina, no soy anticlerical. Bien es cierto que yo era un chavea modosito (algo apabullado) y tuve la suerte de no comulgar nunca ni en clases ni pasillos.
En cuanto a las monjas sólo las conozco de las veces que iba a visitar a mi hermana a su internado y me pareció correcto el dicho de que "las monjas son unas mujeres que se casan con Dios porque que no hay dios que se case con ellas".
Dicho esto concluyo que los curas me caen más o menos bien salvo cuando se ponen místicos y a las monjas les tengo un cierto recelo.

A Sor Paciencia la conocí el viernes 6 de mayo. ´Habíamos debutado como quiosqueros el lunes anterior y me encontraba atendiendo a Luís, el chico que me provee de pilas, mecheros y tarjetas de teléfono. Sor Paciencia hizo su entrada en escena por la izquierda. Cara larga y huesuda, rictus de practicar poco la sonrisa, hábito gris hasta media espinilla. "Déme lo de la semana", escupió más que dijo. Darl, solícito, le tendió un ejemplar de Semana. Sor Paciencia pareció haber visto a Belcebú. "No, no, no, ESO no" y las monedas tintineaban en su mano, tal era el temblor. Darl le fue enseñando distintas revistas: Hola, Qué me dices, Lecturas... La monja ya no ´veía a Satanás sino a toda una legión de diablos: "Lo que ese señor me guarda todas las semanas". Silencio. "Lo de las palabras que hay que poner en cuadritos". ¡Pasatiempos! Cuando dimos con el que buscaba, Quiz, soltó el 1,65 y se volvió refunfuñando. Levanté la cabeza y espeté: "Qué mal le ha sentado el matrimonio a esta señora". Luís empezó a hacerme señas con los ojos. Redios, la monja se había parado detrás de Luís y éste me la tapaba. No me percaté hasta que echó a andar de nuevo y salió de detrás del parapeto. ¡Primer cliente que me cargo!

No volví a pensar en Sor Paciencia durante toda la semana pero al viernes siguiente sentí un cierto regomeyo por si la pobre se había sentido ofendida. "Déme lo de la semana". Me levanté como un tiro con la mejor de mis sonrisas y le tendí el Quiz. Mientras rebuscaba en el bolsillo me pareció prudente hacerme un poco el agradable y le pregunté ¿Le gusta hacer crucigramas? "No es para mí. Es para una hermana..." Vaya, dos hermanas en el convento. "... en el Señor. Está impedida la pobre". Bien. Hablamos de la caridad cristiana, de las dificultades que nos pone la vida... al menos cuatro o cinco minutos de cháchara y Sor Paciencia hizo mutis por el foro sonriendo.

Han pasado varios meses y Sor Paciencia acude puntualmente cada viernes a su cita con Quiz. Aparece por la esquina con paso cansino y cara seria que va suavizando a medida que se acerca al quiosco hasta dibujar una amplia sonrisa. Nuestras charlas son breves pero agradables y ella sonríe cada vez más. Incluso se atreve a picardías como el día que me dijo que la había atendido un joven muy agradable.
- Es mi hijo.
- Eso es algo que los hombres no pueden afirmar con seguridad.
- En mi caso sí. Tanto mi libro de familia como su partida de nacimiento atestiguan que es hijo mío.
Y se marcha riendo abiertamente.

Sor Paciencia me gusta.