viernes, septiembre 29, 2006

El anillo mágico

El putiferio sigue viento en popa. El Ejecutivo acude puntualmente a su cita de la mañana, aunque no todos los días, y pregunta por si llegó ganado nuevo. Salva le tiene cogida la medida y, a veces, hasta le endosa dos revistas de una tacada. Y ahora que el vigilante del parking se ha comprado un reproductor de DVD empieza a reclamar películas X. Como dice el Ejecutivo “le va a salir más caro que un hijo tonto”.
De todos modos el número de clientes permanece. Algún que otro insolvente (que se quiere gastar poco, vamos) que lee Clima o Las Cartas Privadas de Pen y los típicos de Playboy y Penthouse.

El mariconeo está bajo cero y eso que las portadas vienen adornadas con jóvenes soldados rusos que comparten uniforme y que aguanto bien el rollo y absuelvo de sus pecados a los dos o tres clientes que tenía, pero algo debo de estar haciendo mal cuando han dejado de visitarme. El más asiduo de estos últimos solía venir a media tarde cuando apenas hay movimiento y se me enrollaba. Luego, unas veces compraba y otras no. Estaba muy preocupado por la opinión de la gente y lo que le pudiesen decir.
- Es que, cuando hago alguna travesura, me siento mal.
- Vamos a ver. ¿Usted le hace daño a alguien?
- No pero es que, además soy católico y el Papa…
- ¿Ha leído los Evangelios?
- No, todo no. Algún pasaje…
- Pues léaselos, coño. Que yo sepa, Jesucristo no habló nunca de los maricones y si perdonó a las putas ¿por qué os va a condenar a vosotros que ni cobráis ni nada?

Después de un año de contacto con el público todavía impera el disimulo. Uno de mis parroquianos hace casi siempre la misma jugada: se acerca a las revistas que hay sobre el mostrador, las repasa con calma y de pronto dice:
- Esta misma, 1,35.
Y extiende el brazo para echarle mano a Clima, que está en el otro extremo, se la mete en el bolsillo, paga y se larga. A mí no me da tiempo ni a saber que revista se llevó pero para las estadísticas está claro: 1,35 Clima, 1,50 Cartas de Pen. Lo que pasa es que ahora lo tienen más complicado. En abril, la Generalidad resucitó una vieja ley según la cual no se pueden exponer revistas que puedan herir la sensibilidad de los menores. En la mayoría de quioscos no han hecho puñetero caso y siguen exponiendo el putiferio pero yo soy respetuoso de las leyes, mientras puedo, y lo he escondido un poco. En definitiva, me lo tienen que pedir. También funciona.

Las películas tienen menos éxito y lo entiendo. Aflojar 15 € tiene su miga y hasta que el Yayo no vuelva a cobrar su paga extra… De todas formas alguna cae.
Hace unos meses me ofrecieron unas películas 2X1 (2 películas por 9,95) y probé. Éstas me las dejan en depósito, es decir, no tengo que pagarlas hasta que las he vendido y, además, cada 15 días me las cambian. Primero me trajeron 12: 3 del oeste, 3 de chinos y 6 puteferios. Nada. Alguna del oeste que me compraba un mejicano. Hubo cambio de tercio: 6 del oeste, 4 de chinos y sólo 2 putiferios. Y empezó a moverse el cotarro. El mejicano siguió con sus películas de oeste, un oriental (vaya usted a saber de dónde) se apuntó a Jackie Chan y muy de cuando en cuando caía un puteferio. Hasta que llego… Iba a bautizarlo como el Indeciso o el Apocado pero ahora ya no sé…
El primer día que vino se plantó delante de la caja de las películas (obviamente las X están detrás para que no se vean mucho) y, después de mirarse con detenimiento las portadas de las revistas adyacentes, empezó a trastear las películas. Cuando parecía que iba a coger una, llegaron unos clientes y se marchó. Volvió al cabo de unos minutos y repitió la misma operación. Como el buen hombre no se decidía dio tiempo a que llegaran más clientes. Tenía una película en la mano, la pagó y se fue. Me pareció que era de chinos. Al cabo de un par de horas volvió a aparecer. Esta vez entró a matar al volapié. Cogió el pack y con un rápido movimiento lo partió en dos. Se metió una película en el bolsillo de la chaqueta y me dio la otra:
- Eso para usted.
Y salió pitando.

Cuando pude miré la portada: “Anillo vibrador”. El no va más del placer. Resulta que al tío le gusta ver las pelis a pelo y me había regalado el anillo por si yo pudiera darle mejor utilidad.
Ahora pasa regularmente por el quiosco, coge su pack, lo parte en dos y se mete una película en cada bolsillo. Tiene una práctica que da gusto verlo. En una fracción de segundo realiza toda la operación.

La noche que me regaló el anillo mágico, estaba metiéndome en la cama cuando me acordé. Fui a buscarlo y se lo di a Quiosquera.
- A nuestros años no querrás que veamos guarradas ¿verdad?
- ¡Pssssh…!
- ¡Anda, no es una película!
- ¡Mmmmm!
- ¿No estarás pensando en utilizarlo?
- ¡Pssssh…!
- ¿Quién te ha dado esto?
- ¿Quieres leerte de una puñetera vez las instrucciones?
- ¿Para qué?
- ¡Por si acaso, coño!
- No me llamo coño. Me llamo Quiosquera.
Empezó a leer las instrucciones mientras yo buscaba en qué cadena daban los mejores anuncios.
Antena 3.
- Dice que se puede usar con preservativo o sin él.
Tele 5.
- Dice que es la leche.
La cuatro.
- Aquí dice que la pila sólo dura 25 minutos.
- ¡Calla tonta, con eso tenemos nosotros para 10 ó 12 años!

miércoles, septiembre 27, 2006

Cuentos para no dormir

Estoy tocado. Tengo la moral tan baja que me da miedo caminar por temor a pisarla. Quiosquera dice que es cosa del tiempo. Yo creo que la cartoná me está pudiendo. Eso de no tener espacio para moverte dentro del quiosco agota bastante. Si le añadimos que llevamos varios días de lluvia y no se pueden sacar los cartones a la calle, el quiosco parece más bien el almacén de un trapero. Salva hace cuanto puede por aliviarme pero me pone los pelos de punta no alcanzar a coger un determinado cartón o perder una venta porque no sé por donde anda el género. Apenas hay tiempo para comprobar el contenido de los paquetes o repasar las facturas y sé que por ahí se van los euros a espuertas.
Para colmo, esta mañana, al cruzar un semáforo, se me ha acercado una chica pidiendo un donativo para no sé qué ONG. Le he dicho que no.
- Es usted un insolidario.
Me he vuelvo para contestar pero lo que iba a decir era muy gordo. Me he mordido la lengua y he seguido mi camino.
En el bachiller coseché un único suspenso: la F.E.N. (Formación del Espíritu Nacional) de 2º. Una de las preguntas era hablar de la solidaridad. Creo que fue la primera vez que oí esta palabra pero en la universidad de la vida me he doctorado en solidaridad e insolidaridad y acepto que se me tilde de gilipollas, cabronazo o hijoputa pero no tolero que me llamen insolidario.

Cuando, como ahora, me encuentro depresivo me suelo narrar un cuento que, a base de insistir, muchas veces hace su efecto.

Hace mucho, muchísimo tiempo, en una pequeña aldea ubicada en los confines del Reino de España, en el seno de una familia de campesinos, nació Andarín. Sus padres generaban los recursos necesarios para vivir con una cierta holgura pero no los suficientes para permitirse gastos superfluos. Por eso no celebraron ni el nacimiento ni el bautizo de su hijo. El hada malvada, amante de los fastos, montó en cólera y pronunció una maldición: “Antes de que pasen dos años, la desgracia caerá sobre esta familia”.
En efecto, no bien Andarín cumplió dos años, una mañana amaneció con el cuerpo paralizado de cintura para abajo. Por consejo del hada madrina sus padres lo llevaron a los mejores magos que pudieron pagar pero fue en vano. El poder del hada malvada era superior al de los magos. Aún así, Andarín recuperó parte de la movilidad de una pierna y, apoyado en un artilugio que le prepararon los magos, volvió a andar.

Andarín fue un niño triste a pesar de los cuidados que le proporcionaban sus padres, los chascarrillos que le contaba su abuela y el cariño que emanaba de su hermana. De forma obsesiva repetía continuamente la misma pregunta: “¿Cuándo podré correr?”
Al incorporarse a la escuela las cosas cambiaron un poco. Mientras estaba sentado en su pupitre Andarín era uno más pero, durante el recreo y al finalizar las clases, los otros niños echaban a correr y él se quedaba de nuevo solo y triste. Hasta que un día, el hada madrina lo llevó a un cañaveral y le mostró una caña recia y derecha como un mástil. Andarín la cortó y, utilizándola a modo de pértiga, aprendió a correr con ella. Llegaba el último pero corría. Los niños de su edad no sólo lo aceptaron en sus juegos sino que lo convirtieron en su líder y no porque tuviese madera para ello sino porque lo admiraban. Y Andarín aprendió de golpe que, con esfuerzo, podría llevar una vida parecida a lo normal. No era Miguel Indurain pero montaba en bicicleta. No era David Meca pero era capaz de nadar tres kilómetros seguidos y bucear a pulmón en busca de pulpos. No era Pérez de Tudela pero escalaba los cerros cercanos en busca de nidos. No era Íker Casillas pero fue el portero titular del equipo infantil (jugar de extremo izquierdo hubiera sido desafiar en demasía al hada malvada) y los mayores comentaban que, de media altura hacia abajo, era el mejor portero del contorno. Y no es que tuviese agilidad o unas dotes extraordinarias. Era, sencillamente, que si no paraba no jugaba y Andarín se tiraba por cada pelota como si le fuera la vida en ello.

Buscando una nueva forma de vida sus padres pusieron un negocio de compra-venta de hortalizas con dos almacenes: uno en la propia aldea y el otro en un pueblo vecino. En este último había un empleado que ayudaba en el negocio pero su padre no se fiaba. Y no porque lo fuese a engañar sino porque temía que no lo llevase bien. Por eso, cuando Andarín salía de la escuela, hacía el relevo a su padre que se iba a comprobar cómo andaban las cosas en el otro almacén. Y Andarín estaba contento porque se sentía útil.

Pero Andarín no era estudioso. A pesar de ello, lo internaron en un colegio por ver si, al menos, era capaz de sacar el bachiller. Y de nuevo intervino el hada malvada, esta vez disfrazada de director del colegio. El primer día de su estancia en el internado, al acabar la cena tocaba dirigirse a la capilla para rezar el rosario. Los alumnos iban en dos filas. Pasando por el patio, el director lo vio y lo llamó.
- ¿Cómo te llamas?
- Andarín.
- ¿Y cómo es que estás aquí?
- Mi padre me apuntó y esta tarde me trajo.
- En este colegio no puedes seguir. Ya hay instituciones para gente como tú. Llama a tu padre y que venga a recogerte.
- En mi pueblo no hay teléfono.
- Pues escríbele y dile que se dé prisa en venir porque con tu forma de andar rompes la estética de la fila.
Andarín escribió a su padre quien, por consejo del hada madrina, retrasó el viaje cuanto pudo. Mientras tanto la tristeza volvió al chico que, durante semanas, no tuvo más apoyo que un joven sacerdote que pasaba los recreos con él intentando animarlo. Andarín estudió como antes nunca lo había hecho y cuando su padre se presentó en el colegio ya habían salido las notas del primer mes. Eran excelentes y el director aceptó que acabase el curso allí. Andarín aprendió esta vez que no bastaba esforzarse. Si quería llevar la vida normal que ansiaba debía ser mejor que los demás. Por su capacidad intelectual, debiera haber sido un alumno de aprobado alto o notable bajo pero fue alumno de sobresaliente y matrícula de honor, sólo por el hecho de que, mientras los otros alumnos estudiaban dos horas, él estudiaba tres. Y nunca más se habló de la estética de las filas.
Volvió a ser el líder de los alumnos internos, encargándose de negociar con los curas mejoras para sus compañeros de clase. Y a pesar de vivir en un internado donde la disciplina se imponía a bofetadas, fue feliz.

El hada malvada no descansaba. A pesar de que los miembros inferiores no le respondían bien, algunos funcionaban menos peor que otros. A Andarín empezaron a gustarle las chicas. Como entonces se decía, ligaba menos que los gases nobles. Tenía bastantes y muy buenas amigas pero sólo eran eso: amigas que recurrían a él para contarle si les gustaba este chico o el otro o qué problemas tenían con su novio.
Nuevamente el hada madrina intervino y le presentó a Princesa que, en un principio, pareció una amiga más. Acabaron enamorándose. Se casaron y se instalaron en un palacio de 65 metros cuadrados en un pueblo cercano a una gran ciudad. Y, cuando sus posibilidades se lo permitieron, empezaron a viajar. Primero por su país y más tarde por el extranjero. Andarín subió a la cúpula de la Basílica de San Pedro, allá donde Isabel II se quedó atascada y tuvieron que sacarla entre dos cardenales, uno tirándole de los brazos y el otro empujándola por el culo. Entró en el corazón de las pirámides, anduvo por los escarpados caminos de Zelve y Göreme, bajó a las profundidades de Kaimakli y a los túneles de Acre, cruzó el desfiladero de El Siq y ascendió hasta el Monasterio (Ed-Deir), entre otras cosas. Alguna vez utilizó ayuda pero la mayoría de sus aventuras las corrió a pelo. Sólo en una ocasión pareció rajarse.
Estaban al pie de Uchisar, montaña no muy alta pero empinada, rematada por un pinganillo que servía de soporte a una bandera, cuando le dijo a Princesa:
- Subid vosotros que esto es mucho para mi cuerpo.
- En el lavabo de señoras –empezó diciendo Princesa- algunas mujeres apostaban si serías capaz de subir.
Andarín se hizo la foto agarrado al mástil de la bandera y luego bajó.

En cuestiones laborales, el hada malvada no intervino durante mucho tiempo y Andarín pudo desarrollar su trabajo. Ascendió hasta alcanzar el límite de su propia incapacidad. Como siempre, a base de hacer más horas que un reloj. Algo debió llegar a oídos de la bruja porque después de muchos años volvió a las andadas. Andarín empezó a tener leves desvanecimientos y recurrió a los magos de la Seguridad Social. Tras varias sesiones, el diagnóstico fue concluyente: “Llevas demasiado tiempo viviendo por encima de tus posibilidades físicas y mentales. Tienes que cambiar”.
Pero el que tonto va a la guerra, tonto vuelve de ella. Andarín cambio de empresa y siguió haciendo lo mismo. Tres veces consecutivas se repitió la misma historia. Las leyes del Reino subvencionaban con reducción de cuotas a los empresarios que empleaban a personas con dificultades físicas o mentales, amén de cantidades a fondo perdido para adaptación del puesto de trabajo. La única condición era que debían mantener al inútil en su puesto un tiempo mínimo de tres años. Era tiempo más que suficiente para que Andarín afinara el funcionamiento de las aplicaciones de la empresa. Ni que decir tiene que ningún empresario empleó un solo duro en mejorar sus condiciones laborales. Cumplidos los tres años, un poco más para justificarse, Andarín se vio en la calle.
A la tercera fue la vencida., Después de varios meses buscando trabajo infructuosamente, decidió montarse por su cuenta. Antes, en el sindicato lo animaron a solicitar la invalidez. Durante el juicio, viendo que los tiros no apuntaban en buena dirección, Andarín pidió al juez que le permitiera hacer una pregunta a los técnicos del estado:
- Si una persona “normal” hubiese tenido la mala fortuna de quedarse como yo ¿estaríamos celebrando este juicio o se le habría concedido la invalidez por vía administrativa?
- Aquí la única que pregunta soy yo –dijo el hada malvada, disfrazada de abogada del estado-.
La sentencia era para enmarcar. De siete considerandos, seis eran favorables a la concesión pero el séptimo decía que, a pesar de todo, el demandante podría trabajar sentado. No hubo invalidez.
Durante los trámites para darse de alta como trabajador autónomo, Andarín descubrió que las leyes del Reino no amparaban al trabajador minusválido. A los empresarios que los contratasen sí pero a ellos directamente no. “Para evitar el fraude”, dijeron. Podría solicitar una pensión no contributiva pero como ya había cotizado no se la darían. Dicho de otro modo: un minusválido puede vivir de la “caridad” del estado pero si desafía al sistema está condenado a ser “normal” toda la vida. Por chulo.

En todo caso, Andarín está contento con su suerte y medianamente satisfecho de lo que ha hecho a lo largo de su vida aunque, de vez en cuando, sufra un bajón moral. Sabe que el hada madrina no lo abandona y le insuflará el ánimo que necesita para seguir echándole valor a la vida y mostrarse tan optimista y de buen humor como siempre.

Y colorín, colorado, este cuento NO ha acabado.

viernes, septiembre 22, 2006

Aventuras y desventuras…: Moscú II.

Amaneció un día estupendo: el termómetro marcaba cero grados; ni frío ni calor.
En el autocar, Galina tomó el micrófono y empezó a darnos el desayuno.
- Según el programa, el autocar debe recogernos en la Plaza Roja a la una menos cuarto pero el conductor tiene programado otro viaje y hemos de salir a las doce.
Murmullos de desaprobación. Cuchichea con el conductor.
- Dice que si pagan 2 dólares cada uno intentará convencer a un compañero para que nos recoja a la una.
Los murmullos aumentan. Galina cuchichea más.
- ¡Lo que me ha costado convencerlo! Lo arreglará para poder venir él mismo a la hora convenida.

El Kremlin

Parece que fue Yuri Dolgoruky quien empezó su construcción a mediados del siglo XII. A medida que se deterioraba por los ataques enemigos, se reconstruía con mejores materiales (pasando por madera, piedra y ladrillo) y dominando un recinto cada vez más amplio. La muralla actual (reformada) data de la época de Colón.
La visita era por libre, así que nos fuimos a la kacca, levanté dos dedos, me dispensaron dos entradas y nos encaminamos al interior del Kremlin por la Puerta de la Trinidad. Pasamos sin problemas. No tuvieron tanta suerte Roberto Con O y su esposa. Roberto había ido a conocer Rusia y a una tía suya que mandaron a Moscú finalizando la Guerra Civil española. Iban acompañados de su primo ruso que fue el encargado de sacar las entradas. Al llegar a la puerta, el ruso que picaba los boletos le dijo algo en cirílico a lo que Roberto contestó encogiendo los hombros.
- ¡Kassa! – le gritó el ruso.
Su primo tradujo.
- Ha preguntado de qué parte Rusia sois y como os ha calado tenéis que sacar entrada de turista.
Y es que en Rusia hay dos precios: el que se les cobra a los rusos (más o menos moderado) y el que se les cobra a los extranjeros, que es el mismo multiplicado por X. X es la incógnita y una incógnita.

La muralla tiene unas 20 torres, siendo la Spassky la más importante. Antes de 1918, las torres estaban coronadas por la cruz. Después de la revolución de octubre (que fue en noviembre), se sustituyó la cruz por la estrella comunista y así sigue.
Rodeando la muralla hacia la Puerta de la Trinidad se pasa por la Tumba al Soldado Desconocido. Éste debe estar en las listas de caídos por la patria porque es de la II Guerra Mundial (la Gran Guerra Patria para los rusos). Nos sorprendió ver una pareja de recien casados, todavía con el traje de novios, delante de la tumba ofreciéndole el ramo de novia al soldado. Parece que es costumbre en Moscú. No es probable que el novio tome celos al muerto.

Dentro del recinto hay lo que dicen las guías turísticas: el Palacio del Kremlin, el Palacio de Congresos, el Arsenal (ahora museo) y la Armería. En la Plaza de las Catedrales hemos podido ver una parada militar. La foto típica: un montón de cabezones en primer plano y, al fondo, la diminuta figura de un soldado a lomos de un caballo sin patas. Las catedrales principales son tres, a saber, San Miguel Arcángel, la Anunciación y la Asunción. En una los zares oían misa y oraban, en otra eran coronados y el la última, sepultados. No asigno catedral a cada uno de los actos de los zares porque me podía pasar lo que a aquel turista que, en sus vacaciones, visitó el Acueducto de Toledo, el Alcázar de Granada y la Alhambra de Segovia. En la que acoge en su seno a los zares está la tumba de Iván el Terrible que, según la guía, no lo fue tanto dado que, después de acuchillar a su hijo, al hombre le dio tanta pena que murió de ídem.
En todo caso, dentro del Kremlin los monumentos que más turistas aglomeran son dos:
• El Cañón Zar: un monstruito de bronce que nunca fue disparado, ¡menos mal!, porque para ser del siglo XVI, sólo con el estampido el ejército enemigo es probable que saliera en estampida. Guerra psicológica, dicen.

• La Campana Zarina: ¿Campana? ¡La madre de las campanas! Cuentan que fue construida para avisar de los ataque de los tártaros y que la primera vez que sonó fue tal el castañazo que le dio el badajo que le arrancó un cacho. Otra versión, mas extendida y verosímil, dice que estaba en una de las catedrales. Se produjo un incendio en el Kremlin y los bomberos, en su intento de apagarla, echaron sobre ella agua fría. La campana se resquebrajó y se le cayó u pequeño trozo de 11 toneladas.

Nacho

Llegamos al hotel y Quiosquera fue a visitar la mezquita de Benimea por lo que entramos un poco tarde al comedor. Nos encontramos a nuestro grupo dando abrazos a un chico sentado a nuestra mesa.
- ¡Que casualidad! Deben haber encontrado a un conocido.
Pues resulta que no. El “conocido” era Nacho. El que teóricamente debía ser el quinto pasajero del vuelo en que llegamos nosotros. Galina lo tenía mal anotado y Nacho llegó a medio día procedente de Madrid. Como no lo esperaban a esa hora Galina se lo dejó en el aeropuerto. Nacho, como nosotros, había elegido la opción Ukrania y, al llegar al hotel, se encontró con que allí no había españoles. Tuvo que aguardar hasta el lunes para averiguar que todos estábamos instalados en el Cosmos. Pero no tenía la “tarjeta pasaporte” y no lo dejaron entrar hasta que una guía, amiga de Galina, que la había oído comentar que “le faltaba uno”, habló con los guardias del hotel y se hizo responsable del chico.

Calle Arbat

Es la calle peatonal y comercial de Moscú. Era primera hora de la tarde y estaba vacía (a última hora, también). Para ser el centro comercial no se veía un puñetero escaparate. Mujeres, con el pañuelo a la cabeza, entraban y salían de los portales. Quiosquera es curiosa y entramos nosotros también. Allí estaban los comercios, la mayoría de alimentación. Cálculo del kilo de tomates: 5 dólares. Galina nos explicaría después que las mujeres se recorren todas las tiendas apuntando precios y luego vuelven a comprar donde lo han visto más barato. Y 5 dólares un tomate, no un kilo.
En 2006 las cosas han cambiado. Arbat se asemeja, es un decir, a las Ramblas de Barcelona. Tenderetes por todos lados, bullicio y ¡escaparates! Lo mismo se puede comprar caviar, vodka, souvenir, tabaco, condones… o fotografiarse junto a un doble de Lenin o Putin.

Bolshoi

Si estás en Moscú y no se piensa volver ¿quién se pierde un ballet en Bolshoi? A mí la música, sobre todo la melódica, me entra por un oído y me sale por el otro pero a Quiosquera le hacía ilusión. Así que nos apuntamos. Cinco mil quinientas por barba. La entrada que nos tocó marcaba 400 pyb. Al cambio, 40 pts. ¡La madre que parió a estos rusos! Nacho, que ya se había integrado en el grupo, nos explicó que él había ido la noche anterior y había sacado su entrada en taquilla: 5000 pts. Protestó a la taquillera porque su entrada marcaba mucho menos.
- ¿Cuánto pagan en España por un espectáculo así? –le preguntó-.
- Más o menos.
- ¿Entonces?
Llegamos a la conclusión de que Inturist se queda con todas las entradas y las que sobran son las que salen a taquilla. Pero si no hablas ruso, en Inturist o en taquilla son 5000 pts.
Nos tocó un palco lateral desde el que se divisaba como un cuarto de escenario y, sacando medio cuerpo fuera, se llegaba a ver casi tres cuartas partes. Representaban Giselle. Con la musiquilla de fondo y los tutús dando vueltas por el escenario empezó a darme sueño. Me arrellané en la butaca y dije a Quiosquera:
- Si ves que toco el bajo me despiertas.
Mientras buscaba la posición me fijé en unos espejos que tenía en diagonal. Pantalla panorámica. Los bailarines daban vueltas al revés pero se dominaba todo el escenario. Me arrellané en el asiento y me dispuse a disfrutar del espectáculo. A mi derecha había dos salchicheras de Frankfurt. La que estaba a mi lado empezó a mirarme de reojo. ¿Qué coño mirará este tío? –sospecho que se preguntó-. Fue siguiendo mi mirada hasta que dio con los espejos. Casi al unísono soltó una carcajada y me dio una “palmadita” en hombro. Tuve el brazo dormido el resto de la tarde.

En el intermedio teníamos sed y salimos a tomar un refresco. Preguntamos a la del ropero.
- ¿Bar?
- ¿Mandé? (en cirílico).
- Trinkin.
- ¡Ah! Secon flor.
- Ha dicho que en el jardín.
- Tira palante, payaso, que siempre estás igual.
En el segundo piso no había nada, bueno sí: una mesita en mitad del pasillo. Nos acercamos. Sobre la mesa, canapés de caviar y unas cuantas botellas de champán. Nada más. Intenté razonar:
- La entrada a 5000 pts. Dos copas de champán ¿…?
Unos turistas se acercaron y tomaron sendas copas, canapé incluido. No vi la cantidad que pagaron pero no me pareció mucho, así que atacamos. Dos copas de champán caliente y dos canapés: 1600 pyb (160 pts). Era lógico. El doble de lo que valía una entrada, sólo que el precio del bar era único.

Próximamente: ¡El Transiberiano!

miércoles, septiembre 20, 2006

El retorno de la chica del cine clásico

Ha vuelto. Casi cuatro meses después, la chica del cine clásico ha vuelto a pasar por nuestro quiosco. Ya no está triste. Tampoco está contenta. Evidentemente, ya no es la chica del cine clásico. Ha llegado junto a un chico y no ha abierto la boca. Él ha comprado el periódico y, mientras le daba el cambio, la he visto. Me ha sonado su cara. Por un momento he creído que era una vieja amiga, de esas que a veces pasan ante el quiosco y se quedan atónitas al ver que quien les sirve el paquete de tabaco o la revista es aquel compañero de clase del que hacía tanto que no sabía nada. Por un momento no te ubican. Es el último sitio donde esperaban verte (si esperaban verte) y acto seguido empiezan los rápidos intercambios de información para resumir en dos minutos los años que nos han llevado a cada uno de los dos extremos del paquete de Camel. No, aquella no era una vieja amiga. Había sido la chica del cine clásico. Y ahora sólo es la chica callada que acompaña al chico que compra el periódico.

No he podido retener mi emoción y la he saludado efusivamente. Ella ha esbozado un tímida sonrisa. Le he preguntado si ya se solucionó todo y me ha dicho que sí. No me considero excesivamente perspicaz, pero los años de tratar con gente me han enseñado que una débil sonrisa y un monosílabo no son, ni mucho menos, una invitación a una animada charla. Le he dicho que me alegro y me he despedido del chico del periódico con amabilidad. Él ha devuelto el saludo y ambos se han marchado tan silenciosamente como llegaron.

Ahora no tengo muy claro qué significa que ya se solucionó todo. He querido interpretar que encontró un nuevo trabajo, que está feliz y ya no necesita acordarse de sus ancianitos ni del quiosquero que le vendía 8 películas clásicas por 15 euros. Tal vez ella se pregunta a qué diablos me refería yo con la pregunta. Tal vez aquel instante hace unos meses en el que me emocionaron sus lágrimas dejó más huella en mí que en ella. Es evidente que tenía más cosas de las que preocuparse que yo...

De cualquier modo, el quisco también tiene estas cosas. En ocasiones se crea un momento mágico con un cliente. Por las circunstancias que sea depositan en ese señor que siempre está ahí una confianza inusitada y vuelcan en tus espaldas ensanchadas por la carga de cartones y las horas al raso sus frustraciones, alegrías, pequeñas tragedias. Y a las doce, con la última campanada, el confidente se transforma de nuevo en quiosquero. Supongo que es mejor así. Pero espero que el dios de los quiosqueros me perdone por preferir a una chica del cine clásico que no compra nada pero hace especial un día cualquiera, que a mil chicas colgadas del chico que compra periódicos que te hacen preguntarte qué coño has hecho tres meses preocupado por alguien que no sabe que existes.

martes, septiembre 19, 2006

357, Rue del Palurdo

Creo haberme referido con anterioridad a este, para mí, diabólico edificio que nadie encuentra. Rue del Palurdo 356, cruzo la calle, 358 y ¿dónde pusieron el 357? El edificio debe albergar algún consulado u oficina de inmigración porque la mayoría de personas que me preguntan suelen tener acento iberoamericano (español y portugués)

Le pregunto a Salva:
- En tu país ¿cómo conseguís dar con las tiendas en que viven vuestros amigos?
- Usted se confunde, señor Quiosquero. Los que vivían en tiendas eran los apaches y los comanches. Desde Méjico para abajo siempre hemos vivido en ciudades y pueblos. Los aztecas de Moctezuma estaban más avanzados que ustedes los europeos, al menos en el plano urbanístico. Sólo que no conocían la pólvora. Si hubiesen tenido escopetas el Hernán Cortés tiene que salir de allí cagando leches.
- ¡Es verdad! Como sólo ponen películas del oeste y reportajes de indios perdidos en el Amazonas pensé que todo el mundo vivía igual. Y entonces, ¿las casas cómo se numeran?
- Hoy se levantó usted más atontado que de costumbre, señor Quiosquero. ¿Cómo se van a numerar? Pues como en todo el mundo: los pares a un lado y los impares a otro.
- Ya. O sea que los que no encuentran el 357 de la Rue del Palurdo no es porque vengan de allá. No la encuentran porque son palurdos.
- Pos claaaro.

Pero no son sólo los de allá quienes preguntan. Los de acá también.
- Disculpe señooor, ¿sería usted tan amable de indicarme donde se encuentra el 357 de la Rue del Paluuurdo?
- Hefe, ¿pa onde cae er trezientoh zincuenta y ziete?
- Perdoni, vostè sap on es troba el tres-cents cinquanta-set?
- Caballero, ¿tendría la amabilidad de decirme la ubicación del 357 de la Gui du Paligd?

Reproduzco las dos últimas conversaciones sobre el tema.

- Perdoni. No trobo el tres-cents cinquanta-set.
- Está tres manzanas más atrás. En la acera de montaña.
- (Cambiando de idioma) Es que en esa esquina está el 356 y en ésta el 358.
- (Cabreado) Es que cuando aplicaron el plan Cerdá la echaron abajo para abrir esta calle y la cambiaron de sitio.
- No ho entenc.
Y se va desconfiada.

- Ehte… Buhco el trehsientos sincuenta y siete de la Rue del Palurdo y no doy con echa.
- Está en la acera de enfrente Tres cuadras más atrás.
- ¿Siiií?
- Si.
- Eh raro, ¿vihte? Si vah hasia la derecha loh númeroh pareh suben y si vah hasia la ihquierda, loh impareh bahan.
- Claro.
- O sea, que cho solo no la hubiera encontrado.
- No, usted solo no.

lunes, septiembre 18, 2006

Madurez ciudadana

De pequeño era dubitativo. Ahora también. De pequeño admiraba a las personas que tenían siempre una solución a los problemas que se les presentaban a ellos y a los demás. Ahora también. De pequeño me preocupaba ser dubitativo. Ahora no.
Cuando preguntaba si yo alguna vez sabría qué tendría que hacer, siempre me decían lo mismo:
- Cuando te hagas mayor y madures.
Y yo me miraba el culo, que es por donde empiezan a madurar los tomates, y me lo veía blanquito, salvo que mi madre me lo hubiese madurado a golpe de alpargata. Pero yo necesitaba otro tipo de maduración; la manual no valía.

A lo largo de la vida uno ha tenido que afrontar bastantes problemas y a ninguno le he visto una solución. He encontrado salidas, a veces varias para un mismo problema, pero todas tenían pegas. Al final uno elige y que sea lo que Dios quiera. He acertado en ocasiones pero creo que los errores han superado a los aciertos. Ahora lo sé y por eso ya no me preocupa: no maduraré nunca y tengo la certeza de que moriré verde.

Me consuelo siempre que hay votaciones políticas. Siempre, siempre, siempre, el partido ganador declara: “Una vez más ha quedado demostrada la madurez del pueblo español”.
Dado que, en la mayoría de ocasiones, el partido ganador no ha superado el 50% de los votos y que casi nunca gana el partido al que yo he votado, he de concluir que formo parte de la mayoría inmadura de los españoles.

El otro día hojeaba un periódico gratuito (manda güevos que un quiosquero lea prensa de la competencia) y leí un articulillo que hablaba de las repercusiones de carné por puntos. Al final, el artículo hacía referencia a una entrevista que le habían hecho en Antena 3 a Pere Navarro, director general de tráfico, y resaltaba tres frases:

1ª.- … en los primeros meses de la entrada en vigor del Código Penal “es posible que haya conductores que vayan a la cárcel”.
En su momento leí la ley pero ya no me acuerdo. Creo que se podía ir a la cárcel por ir bebido. Nada que objetar si no fuera porque uno lee noticias como “Mató a su mujer de 24 puñaladas. Según fuentes policiales, el presunto parricida había amenazado de muerte a su esposa en repetidas ocasiones pero no se le detuvo porque no había cometido delito”. El conductor ebrio, que todavía no ha matado a nadie, sí irá a la cárcel.

2ª.- … Navarro confía que “en seis meses nadie conduzca a más de 200 km por hora”.
¡Andalahostia! ¡Y yo que creí que el objetivo es que nadie conduzca a más de 120 km por hora!

3ª.- (Para poner en el cuadro de honor). “Afirmó que no piensa prohibir fumar y conducir debido a la madurez de la ciudadanía”.
O sea, los conductores somos maduros en el caso volante-tabaco pero no lo somos para beber y no coger el coche, respetar los límites de velocidad o ponerse el cinturón de seguridad. Analicemos este último caso:
Si yo, conductor, no me pongo el cinturón, en caso de accidente seré el único perjudicado porque me clavaré el volante en el pecho o reventaré el parabrisas con la sesera. Nadie más saldría perjudicado pero si me guipa un agente de tráfico me pega una denuncia que me parte.
Si yo, conductor, fumo mientras conduzco podría pasar que se me cayera el cigarrillo, se me colara por la bragueta y, cuando notase el calorcillo en semejante sitio, soltase el volante y me llevase por delante todo lo que tuviese a tiro. Pero, como soy maduro, eso no pasará.

En mi inmadurez, no lo entiendo.

viernes, septiembre 15, 2006

Aventuras y desventuras…: Moscú I.

En los viajes programados suelen llamarte a la habitación una hora antes de la salida: media hora de higiene y otra media de desayuno. Quiosquera es pulcra y aseada y, nieve o truene, vaya bien o mal de tiempo, siempre se acicala de la cabeza a los pies. Yo soy más adán y bastante más guarrete por lo que me afeito, me cepillo los dientes, me lavo la cara y los sobacos y me enchufo un par de chiflotazos de Macho Dandy para retardar los efluvios de Eau d’Été que vendrán cuando llevemos un par de horas caminando (¡A ver! Algunas veces me ducho pero lo hago por la noche). Por eso ponemos el despertador media hora antes de que toquen diana.
Nuestra primera mañana en Moscú fue calcada a cualquier otra mañana viajera. Mientras Quiosquera acababa de pulirse, me asomé a la ventana. Enfrente se levantaban los bloques de cemento grises que Stalin hizo construir para los obreros y delante del hotel se extendía una plazoleta o avenida ancha cubierta de nieve helada y sucia. A mi derecha me pareció observar un movimiento y volví la cabeza: sobre el alféizar de la ventana vecina unas palomas picoteaban. Me parecieron raras. Regresé a la mesita de noche, me encasqueté las gafas, volví a la ventana, enfoqué la vista y grite:
- ¡Quiosquera, mira. En este país no hay palomas. Hay grajos!
En efecto, eran grajos grises que, después, vimos por todo Moscú. No llegamos a descubrir ninguna paloma

En el comedor conocimos al resto del grupo. Estaba Galina, Montserrat, Robert (que a partir de ahora sería Robert Sin O) y Roberto Con O y Socorro, su esposa, que venían de Zaragoza. El grupo lo completaban dos matrimonios castellonenses de cuyo nombre no me acuerdo y que, para entendernos, llamaremos Arquitecto y Abogado. Desayuno continental: una rebanada de pan con mantequilla, café americano y una jarrita de leche. ¡Ah! Y un frutero lleno de manzanas.
Quiosquera no se lleva bien con el café, así que pidió té a la camarera.
-¡Niet!
Haciendo de tripas corazón se sirvió media taza de café americano y cogió la jarrita de la leche. Estaba vacía. Volvió a requerir a la camarera para pedir más leche.
- ¿Moloká?
- ¡Niet!
- ¿Y un yogurt?
- ¡Niet, niet!
Después supimos que Arquitecto sólo bebía leche. Madrugaba un poco más que los otros y se la jalaba el solito.
No habíamos tocado las manzanas. Galina abrió el bolso y las volcó dentro.
- Son para mis hijos; los pobres hace tiempo que no prueban la fruta. Soy viuda y aquí es muy difícil ganarse la vida.

En el mismo hotel cambiamos unos cuantos dólares en rublos. En todos sitios, y preferían, se podía pagar en dólares pero había que llevar algo por si comprábamos en tiendas pequeñas. El rublo estaba a 10 cts de peseta: un rublo, una perra gorda. Nos extrañó que el tío de la caja se manejara con una pequeña calculadora de pilas.

La panorámica

Iniciamos nuestra andadura a las 9. Yo me había preparado un poco el viaje y esperaba llegar al Bulevar Ajardinado. Seguíamos viendo las moles de cemento. Los coches que pasaban por nuestro lado parecían apedazados; una puerta de cada color y, allá donde se hubieran dado un golpe, los bollos estaban enderezados a martillazos y protegidos por una capa de minio. El pestazo a gasolina mal quemada se filtraba por las ventanas del autocar. Galina explicó.
- Cuando mandaban los comunistas, la mayoría de gente no tenía coche. Tras la Perestroika se puede adquirir un coche de segunda mano o nuevo pero no hay repuestos y la gente se espabila como puede. ¡Ah! Si necesitan desplazarse a algún sitio no hace falta que esperen un taxi. Le sacan la mano al primer coche que no vaya lleno, tratan el precio y los llevará donde deseen.
El Bulevar Ajardinado seguía sin aparecer. Daba la sensación de que todo Moscú estaba ocupado por “las afueras”. De pronto el autocar paró.
- Estamos en la Plaza Roja –dijo Galina-.
- ¿Y Bulevar Ajardinado?
- Ya pasamos por él. Era esa gran avenida que hemos cruzado pero los jardines no arrancan hasta que empiece el verano.


Bajamos. Un enjambre de vendedores ambulantes nos atacó. Hacía un frío que pelaba (-3) y lo primero que hicimos fue procurarnos un gorro. Todo el mundo se compró el típico de piel de conejo (el turístico) pero a mí no me hacía gracia. Así que merqué uno de paño gris con una estrellita y la hoz y el martillo en el frontal. Nos pateamos los 700 m. de adoquines que forman el suelo de la plaza y, llegados al Mausoleo de Lenin, contemplamos 10 o 15 militares que custodiaban la cola de la gente que aguardaba para ver la momia del bolchevique.
Me fijé en el gorro. Iba de sorpresa en sorpresa.
- Mira, Quiosquera. Igualito que el mío.

Y así era, sólo que el gorro que llevaban los militares era de piel. Vamos, algo así como si en España los turistas, en vez de comprar el sombrero cordobés típico, se pasearan con el tricornio de la Guardia Civil.
Galina nos mostró (por fuera) la Catedral de San Basilio, las murallas del Kremlin y la Torre Spassky (hoy, San Salvador), los nichos de los gobernantes rusos, empotrados en las murallas y, sobre todo, los Almacenes Gum.

Camino de la Universidad pasamos por el estadio del C.S.K.A. (Cheska para ellos) y un complejo de esparcimiento.
- Los comunistas quisieron levantar aquí el edificio más alto de Moscú y para ello derribaron la Catedral de la Sangre. Dios los castigó porque debido a su peso y que el lugar está muy cerca del río, el edificio empezó a hundirse. Entonces hicieron esto que ustedes ven. Pero sigue maldito porque en esta piscina se ahoga mucha gente. Se dice que volverán a levantar la antigua catedral.

Hicimos una parada junto al Convento de Novodevichy pero no fue para verlo sino para entrar en una tienda de souvenir. A la entrada nos obsequiaron con un canapé de caviar de salmón y un vasito de vodka. Roberto Con O me dijo que los rusos se lo toman al tirón.
Agarré mi vasito y me lo tragué de un golpe. Sensaciones: alcohol puro de farmacia que cuando llegó al estómago reaccionó con los jugos y explosionó como el pistón de un motor. Un calorcillo “infierno” empezó a subir por el esófago y al llegar a la garganta se expandió soltando una llamarada de fuego por boca y nariz. Yo tengo un oído perforado, así que mi oreja derecha también participó del fogonazo. Hicimos otra parada más con vodka incluido pero, aunque la sensación de calor fue idéntica, ya no noté el sabor a alcohol de farmacia.
Poca gente compró en la tienda pero alguna matrioska que otra sí cayó. A la hora de hacer las cuentas, la empleada sacó un artilugio que yo sólo había visto en fotos.
- ¡Quiosquera, mira! ¡Utilizan un ábaco para calcular!

Delante de la Universidad se extiende una explanada que, a primeros de abril, estaba cubierta de nieve. Quiosquera es curiosa y le gusta explorar pero esta vez hizo espeleología porque mientras caminaba por la explanada desapareció. Había abandonado el camino y se hundió en la nieve que cubría lo que, en 2006, hemos comprobado que era una piscina que recoge el agua de las fuentes que adornan la Universidad.

Por las calles la gente andaba con la mirada al frente y cara de resabio. No hablaban. Sólo caminaban. Las mujeres, jóvenes y viejas, vestían como las de mi pueblo en los años cincuenta: falda hasta la pantorrilla, jersey de punto y pañuelo a la cabeza. Encima de las medias, calcetines de lana.

Diferencias 2006
• Moscú, en verano, es un jardín inmenso. Tanto los Cinturones Ajardinados como las avenidas y plazas presentan una vegetación que las hace muy agradable. Árboles recortados con gusto y mosaicos de flores sobre césped de un verde chillón alegran la vista de los viandantes.
• No hay coches apedazados. Nuevos o viejos presentan un aspecto impecable. Y si levantas la mano a un coche particular te manda a freír monas (en cirílico, claro).
• Apenas hay grajos en Moscú. Ahora las cagadas que cubren las estatuas son de paloma verdadera.
• El vodka no sabe a alcohol de farmacia ni agujerea el estómago.
• No existe el complejo de la piscina maldita. La Catedral de la Sangre ha sido reconstruida (hecha de nuevo) en su antigua ubicación.
• Las mujeres han abandonado el pañuelo y la falda a media pierna y, las más jóvenes, lucen sus minifaldas y sus ombliguitos al aire.
• Ya no hay ábacos en Moscú sino calculadoras como mandan los cánones.

El metro de Moscú

Todas las guías de viajes coinciden en definir el metro de Moscú como un museo. Y no están exentas de razón. Primero porque está bien pensado. Hay una línea circular que enlaza con todas las demás de modo que para ir de un sitio a otro de Moscú se necesitan como máximo dos transbordos y siempre en dirección al destino. Segundo porque hay diez o doce estaciones que merece la pena visitar con calma.
Lo primero que choca es que la boca está en el interior de un edificio de pisos. Lo segundo, el mercadillo. En la acera hay dos filas de señoras ofreciendo sus productos a los viajeros: bragas, medias, hogazas de pan, zapatillas, pañuelos… Galina nos explicó la realidad.
- En Rusia el rublo (pyb)
se devalúa de un día para otro y los trabajadores, cuando cobran, emplean todo su sueldo en productos que luego van vendiendo o cambiando según sus necesidades.
En 1994 el billete de metro costaba 10 pyb (aproximadamente 1 pts.). No hay torno en la entrada pero ¡ay, si no pasas por la kacca! En vez de billete, en la kacca se compra una ficha similar a las de teléfono (de antes) y el resto funciona como aquí: se echa la ficha en la ranura y se entra por el hueco de la izquierda. Roberto Con O se equivocó. Introdujo su ficha e intentó pasar por la derecha. En ese instante dos barras de acero salieron de una barrera y se empotraron en la otra dejándolo en medio. De una caseta lateral salió un mastodonte con cara de estar doliéndole el estómago y se fue en busca del turista. Como pudo, Roberto explicó lo sucedido, el vigilante lo liberó de su atadura y lo dejó pasar. Por su sitio, faltaría más.
Quiosquera estaba en la kacca comprando las fichas y yo me arrimé a observar el artilugio no fuera a engancharnos también a nosotros. Como siempre que tengo que andar mucho, llevaba mis bastoncillos. El vigilante volvió a salir de la caseta, se acercó, manipuló el mecanismo y me dejo pasar gratis. Cuando conté a Quiosquera lo que había pasado, dijo:
- ¡Que detalle! Se ve que el comunismo ha concienciado bien a esta gente.
- ¡Anda ya! –contesté-. Un tío con dos bastones, chaqueta de cuero y gorro militar: el fulano me ha tomado por un mutilado de la guerra de Afganistán, no te jode.

Casi todas las escaleras del metro son mecánicas, menos mal, porque pueden tener una longitud de 100 ó 120 m. Bajan a velocidad de Fernando Alonso persiguiendo a Schumacher. Hay normas de circulación: el viajero que se deja llevar por la escalera debe permanecer, en fila de a uno, pegado a la derecha para no interrumpir a los que bajan a más velocidad por el segundo carril.
El andén se sitúa en el centro y a ambos lados las vías. En el metro, antes vendían unos mapillas de la era de la guerra fría pero no se podía fiar uno de ellos porque faltaban estaciones. De todos modos es muy fácil circular por el metro de Moscú. En el andén hay un cartel con todas las estaciones de la línea. Basta con dibujar en un papel las tres o cuatro primeras letras de cada una de ellas hasta la que vayamos a bajar. Desde los vagones es muy difícil ver el nombre de la estación a la que el tren está entrando porque está grabado en la pared del túnel pero, cuando se para, se lee en el túnel de enfrente y ya está. Si no hay otro parado, claro. Aunque lo mejor es preguntar al ruso de al lado. En la calle, los moscovitas no te atienden pero en locales cerrados son amabilísimos.

El número de estaciones “museo” que enseñan a los turistas depende. Si la excursión se paga aparte veremos 4 ó 5. Si entra en el precio global, con 3 vas que te matas. Las que enseñan son preciosas: vidrieras, mosaicos, estatuas, columnas… Imperan los temas post-revolución y el cromo más repetido es Lenin. En esta ocasión las hemos visitado por nuestra cuenta y vimos 10 u 11. El problema de ver tantas es que, si se ven primero las mejores, las otras ya no impresionan.
Incluyo plano del metro con las mejores estaciones remarcadas.

Diferencias 2006

• Han desaparecido las fichas y hay máquinas expendedoras de billetes.• El billete ha pasado a costar 15 pyb pero de los nuevos. El pyb nuevo vale un duro, o sea que, para hacer un viaje en metro, hay que desembolsar la cifra de 75 pts.
• Los planos del metro coinciden con la realidad (más o menos).

CONTINUARÁ