La miopía de las gafas de Lecturas
Hoy no tengo el día. La limpieza del quiosco ha acabado conmigo. Si ayer el dolor me recorría toda la raspa, hoy se ha localizado a capricho: en el cóccix mientras estoy de pie y en la cintura cuando me siento. Como no sé cómo ponerme, me pongo a escribir; a lo mejor se me olvida.
Ayer me visitó un viejo amigo, gerente de una de las empresas donde trabajé, y me alegró el día: le “encolomé” un ejemplar de cada una de las tres temporadas de Pies para quiosquero, que para eso están los amigos, digo yo.
Es curioso el paralelismo entre mi vida laboral y las empresas donde desarrollé mi trabajo. Que recuerde, he estado en nómina de seis empresas; cinco de ellas ya no existen: cayeron a poco de irme yo. La empresa que dirigía mi amigo aguantó unos años (me puso en la calle cuando las cosas empezaron a ir mal) pero al final cedió y también hubo de echar el cerrojo. Por lo que tengo oído, la sexta empresa aguanta pero las está pasando más putas que Caín. Con este panorama está claro cuál es el futuro de los quioscos.
Como estoy de mala follá me voy entreteniendo como puedo; sólo para subir el ánimo.
Me pone nervioso la gente que se pasa cinco minutos rebuscando en el monedero para dar el importe exacto y, cuando comprueban que no pueden cubrir el precio con la calderilla, te endosan un billete y le entran las prisas. Se quedan entonces con la mano tiesa y la palma encarada al cielo esperando el cambio; en cuanto echo el primer paso para acercarme arrancan a andar y debo estirarme para depositar las monedas en su mano. Hoy no. Hoy, cuando inician la retirada, dejo caer las monedas.
- ¡Uy, perdón! Estoy torpe esta mañana.
Y hago intención de bajar a la acera para ayudarlos a deshacer el esturreo. Hago intención…
O la otra que le gustan las chanclas que “regala” Clara.
- ¿De qué número son?
- Ni idea –a ojo de buen cubero diría que la chica necesita dos o tres números por encima de la talla del modelo-.
- ¿Y son todas iguales?
- Sí.
- ¿Me las puedo probar?
- No.
- ¿Cómo lo hago entonces?
- Es cuestión de ir a una zapatería.
No la había visto nunca y nunca la volveré a ver. En el quiosco, al menos.
La mención de honor de la semana corresponde a Lecturas y sus “gafas de las estrellas” que, como es de suponer, viene envuelta en papel de celofán con alta tendencia a reventar y esparcir su contenido por el suelo del quiosco. Se presenta en dos versiones: con gafas o sin gafas. Como también es de suponer, la versión “con gafas” está estratégicamente metida en una caja de cartón oculta a la vista del público. Pero deben hacer algún tipo de publicidad televisiva porque algunos clientes me preguntan por el regalo.
- No hay regalo.
- Creo que sí; lleva unas gafas.
- Pero no son regaladas. Hay que pagar 2,15 € adicionales.
Y ahí se acaba la historia.
Esta mañana, sin embargo, ha llegado un señor al que no tenía visto pero que últimamente viene pasando por el quiosco. Seguramente su quiosquero habitual está de vacaciones. Se ha ido directo a las revistas del corazón y se ha quedado contemplándolas un buen rato. Por fin se ha decidido a hojearlas sin soltar las llaves que llevaba en una mano. El ojeo ha seguido un orden de izquierda a derecha: primero Hola, después Lecturas. En el trasiego una luz cegadora me ha dado de lleno en la cara: la linterna halógena que le sirve de llavero se ha encendido. El posible cliente se ha detenido en la segunda hoja; Amaia Salamanca, Elsa Pataky, Carla Bruni y Eva Longoria lucen las gafas que “regalará” Lecturas en éste y en los próximos números.
- ¿Me cobra Lecturas?
- Uno ochenta.
- Déme las gafas.
- Van aparte.
- ¿Cómo que van aparte?
- Que Lecturas con gafas es más caro.
- Aquí dice “consigue con Lecturas las gafas de las estrellas”.
- Pase la página.
- ¡Ah! “Revista más gafas, tres noventa y cinco”. Pues me la llevo sin gafas y si la familia las quiere los mandaré a buscarlas.
- Entonces no estropee la revista para que se la pueda cambiar.
- ¿Las gafas ya llevan la revista?
- No, algunas de las revistas llevan gafas.
- Bueno, entonces me la llevo con gafas.
Le hago el cambio, me paga, se mete las llaves en el bolsillo y se aleja. La linterna sigue emitiendo destellos a través de la tela del pantalón.
Ayer me visitó un viejo amigo, gerente de una de las empresas donde trabajé, y me alegró el día: le “encolomé” un ejemplar de cada una de las tres temporadas de Pies para quiosquero, que para eso están los amigos, digo yo.
Es curioso el paralelismo entre mi vida laboral y las empresas donde desarrollé mi trabajo. Que recuerde, he estado en nómina de seis empresas; cinco de ellas ya no existen: cayeron a poco de irme yo. La empresa que dirigía mi amigo aguantó unos años (me puso en la calle cuando las cosas empezaron a ir mal) pero al final cedió y también hubo de echar el cerrojo. Por lo que tengo oído, la sexta empresa aguanta pero las está pasando más putas que Caín. Con este panorama está claro cuál es el futuro de los quioscos.
Como estoy de mala follá me voy entreteniendo como puedo; sólo para subir el ánimo.
Me pone nervioso la gente que se pasa cinco minutos rebuscando en el monedero para dar el importe exacto y, cuando comprueban que no pueden cubrir el precio con la calderilla, te endosan un billete y le entran las prisas. Se quedan entonces con la mano tiesa y la palma encarada al cielo esperando el cambio; en cuanto echo el primer paso para acercarme arrancan a andar y debo estirarme para depositar las monedas en su mano. Hoy no. Hoy, cuando inician la retirada, dejo caer las monedas.
- ¡Uy, perdón! Estoy torpe esta mañana.
Y hago intención de bajar a la acera para ayudarlos a deshacer el esturreo. Hago intención…
O la otra que le gustan las chanclas que “regala” Clara.
- ¿De qué número son?
- Ni idea –a ojo de buen cubero diría que la chica necesita dos o tres números por encima de la talla del modelo-.
- ¿Y son todas iguales?
- Sí.
- ¿Me las puedo probar?
- No.
- ¿Cómo lo hago entonces?
- Es cuestión de ir a una zapatería.
No la había visto nunca y nunca la volveré a ver. En el quiosco, al menos.
La mención de honor de la semana corresponde a Lecturas y sus “gafas de las estrellas” que, como es de suponer, viene envuelta en papel de celofán con alta tendencia a reventar y esparcir su contenido por el suelo del quiosco. Se presenta en dos versiones: con gafas o sin gafas. Como también es de suponer, la versión “con gafas” está estratégicamente metida en una caja de cartón oculta a la vista del público. Pero deben hacer algún tipo de publicidad televisiva porque algunos clientes me preguntan por el regalo.
- No hay regalo.
- Creo que sí; lleva unas gafas.
- Pero no son regaladas. Hay que pagar 2,15 € adicionales.
Y ahí se acaba la historia.
Esta mañana, sin embargo, ha llegado un señor al que no tenía visto pero que últimamente viene pasando por el quiosco. Seguramente su quiosquero habitual está de vacaciones. Se ha ido directo a las revistas del corazón y se ha quedado contemplándolas un buen rato. Por fin se ha decidido a hojearlas sin soltar las llaves que llevaba en una mano. El ojeo ha seguido un orden de izquierda a derecha: primero Hola, después Lecturas. En el trasiego una luz cegadora me ha dado de lleno en la cara: la linterna halógena que le sirve de llavero se ha encendido. El posible cliente se ha detenido en la segunda hoja; Amaia Salamanca, Elsa Pataky, Carla Bruni y Eva Longoria lucen las gafas que “regalará” Lecturas en éste y en los próximos números.
- ¿Me cobra Lecturas?
- Uno ochenta.
- Déme las gafas.
- Van aparte.
- ¿Cómo que van aparte?
- Que Lecturas con gafas es más caro.
- Aquí dice “consigue con Lecturas las gafas de las estrellas”.
- Pase la página.
- ¡Ah! “Revista más gafas, tres noventa y cinco”. Pues me la llevo sin gafas y si la familia las quiere los mandaré a buscarlas.
- Entonces no estropee la revista para que se la pueda cambiar.
- ¿Las gafas ya llevan la revista?
- No, algunas de las revistas llevan gafas.
- Bueno, entonces me la llevo con gafas.
Le hago el cambio, me paga, se mete las llaves en el bolsillo y se aleja. La linterna sigue emitiendo destellos a través de la tela del pantalón.
2 Comments:
Siempre me digo que el que ha nacido para vendedor, vende. Y yo he nacido para vendedor. Vendedor de aire, vendedor de nubes, en mi caso tuve que bajar el liston, y vendo semáforos.
Porque hay quien cree que los semaforos crecen en las esquinas de las ciudades, como los robles en los montes, los perrechicos en los bosques, y las margaritas en el corazón de los enamorados dubitativos. Y no, existen vendedores de semáforos, soy una prueba viva de ello.
Pero siempre me digo que, siendo vendedor, me divertiria vender al gran publico. Que me contratase un comerciante, me es igual de qué, de calcetines, de sombreros, de capas españolas, o, incluso, de libros y revistas.
Y juro que no se me escapaba ni un paseante por la orbita de mi comercio sin las chanclas del Dunia, las gafas del Telva, el consolador multiarmonico de Sexologies, y hasta el muestrario de blisters emblistados del Packaging Today.
Pero siempre me ha frenado el miedo al código penal, y, sobre todo, a la pérdida de clientes por haberlos asesinado.
Porque al cliente que busca la monedita (las diez moneditas de 1 centimo, para descubrir que solo tiene 9), el que le pide al comerciante que le enseñe a usar su compra, sean estas unas zapatillas o un cinturon (¿Vd. sabe cómo se regula?, porque, verá, yo, cuando llega el verano, es que me hincho, ¿sabusté?, y claro, yo le contestaria que la regulacion buena de verdad no es tanto la del cinturón como la de su estómago, y que le recomiendo Bifidus Supermegaextra Activissimus, y ya la teniamos liada), yo es que le arreo con la plancha esa que usa(ba)n los quiosqueros de pisapapeles en toda la cabeza.
Asi que seguiré con mis semáforos, recomendando, eso si, a todo comerciante, la tenencia de una gran cámara congeladora, por si de Pronto les da el pronto.
- ¿Me cambia cincuenta euros?
- Se los cambio por revistas. Elija, elija.
- No, que si me los cambia por billetes pequeños.
- Ah, no, el banco es dos calles más abajo, esto es un quiosco.
- Bueno, pues deme una tableta de chicles.
La señora no se da por vencida y está empeñada en salir de aquí con el cambio. De momento ya he conseguido que compre algo. Le doy los chicles y me da los cincuenta euros de marras. Yo, que tampoco soy tonto y no estoy dispuesto a quedarme sin cambio, le devuelvo cuarenta y nueve monedas de un euro.
- ¿¡Me va a dar todo el cambio en monedas!? ¡No hay derecho!
- Lo que no hay derecho, señora, es que pretenda pagarme una tableta de chicles que vale veinte duros con un billete de ochomil pesetas.
Estoy seguro de que la próxima vez va a cambiar el billete al banco.
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