
Diada de Sant Jordi
Desde que nos hicimos cargo del quiosco teníamos el proyecto de vender libros. Situados en una zona acomodada pensamos que la gente estaría más interesada en la lectura de un buen libro que en las revistas de cotilleo. Por eso, una vez que adquirimos un cierto dominio de la venta de diarios y revistas, pusimos un expositor de libros de bolsillo. Lleno de libros, claro. En seis meses no hemos vendido más de 20. El libro se ha convertido en “una espinita que llevo clavada en el corazón”.
A tres meses vista del día de Sant Jordi ya teníamos encargados los libros que queríamos vender. Dalr, que es más optimista que yo, hubiera traído la Biblia en pastas. Como soy prudente (acongojado) sólo pedimos 4 packs y algunos libros sueltos.

El lunes 17 habilitamos uno de los mostradores y expusimos nuestros libros. Al verlos pensé que Dalr tenía razón y que había tirado corto. Más aún cuando a las primeras de cambio agotamos un par ejemplares. A lo largo de la semana el goteo fue lento pero constante y, al fin, llegó el gran día. Montamos una parada anexa al quiosco y Darl hizo acopio de toda su sabiduría para aconsejar a los posibles clientes. A las 12 no habíamos vendido una escoba. A las 15 las ventas se habían reducido a 6 ó 7 ejemplares. Fracaso total.
Y aquí se acaba la historia.
Como me da un poco de vergüenza colgar un artículo tan brillante, hablaré de los tres elementos que confluyen el 23 de abril: Sant Jordi, la rosa y el libro.
Sant Jordi es el patrón de un cuarto de los países europeos, cada uno de los cuales ha fabricado su propia leyenda respecto al caballero medieval. Vayamos a la nuestra. A finales del siglo XI apareció en las inmediaciones de Montblanc un dragón que exigía a sus habitantes que le diesen cada día dos ovejas para su manutención a cambio de permitirles seguir viviendo. Cuando las ovejas se hubieron acabado, el dragón exigió que le alimentasen con carne humana.

Durante la Renaixença, época romántica y de fuerte tendencia nacionalista, se reivindicó la figura de Sant Jordi y se unió a una antigua tradicción según la cual, durante una misa solemne que se celebraba ese día, los enamorados regalaban una rosa a su moza.
Lo del libro es harina de otro costal. Por coincidencias de la vida, el día 23 de abril de 1616 mueren tres escritores célebres: William Shakespere, Miguel de Cervantes y el Inca Gracilazo. En 1926 se declara este día como Día del Libro. Para los países de habla hispana, conmemorando la muerte de Cervantes. Para los países de habla inglesa, conmemorando la de Shakespeare.

En Roma un año constaba de 365 días, hasta que los científicos de Julio César determinaron que un año solar eran exactamente 365 días y 6 horas, motivo por el que las estaciones se iban desplazando en el calendario. César instituyó el año bisiesto de 366 días de modo que, a partir del año 47 a.d.c., todos los años tendrían 365 días salvo los múltiplos de 4 que tendrían 366. Muchos años más tarde, los científicos del Papa Gregorio XIII recalcularon el año solar estableciéndolo en 365 días, 5 horas y 48 minutos, lo que significaba que cada 400 años se hubiesen contado 3 años bisiestos de más. Se estableció el calendario gregoriano en el que serían bisiestos todos los múltiplos de 4 salvo los años que acabados en 00 no fuesen múltiplos de 400. Así 2000 fue bisiesto pero no lo será 2100.

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