Fatalismo culé
Mis primeras nociones de fútbol, aparte el Club Juventud Mediterráneo del que mi padre era presidente, se remontan a finales de los cincuenta. Por entonces en mi pueblo la gente se repartía entre tres equipos: Atlético de Bilbao -Carmelo; Orúe, Etura, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Uribe, Arieta, Merodio y Gainza- (cito de memoria y pudiera ser que este equipo fuese algo posterior, lo que es seguro es que Iriondo, Venancio, Zarra y Panizo ya no formaban parte de él), Real Madrid –Domínguez; Marquitos, Santamaría, Pachín; Santisteban, Zárraga; Canario, Del Sol, Di Stéfano, Puskas y Gento- y Barcelona –Ramallets; Olivella, Rodri, Gracia; Segarra, Gensana; Tejada, Kubala, Evaristo o Martínez, Suárez y Czibor-. Algunos años después un grupito de aficionados se hizo seguidor de Zaragoza de los magníficos –Yarza; Cortizo (luego Irusquieta), Santamaría, Reija; Endériz (luego Pais), Violeta; Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra-.
Había diferencias de talante entre los distintos grupos:
Seguidores del Atlético de Bilbao: No le iban demasiado bien las cosas por entonces y rememoraban las 20 copas de España que llevaban a las espaldas. Resignados.
Seguidores del Real Madrid. Iban de güays con sus copas de Europa y el hecho de ser el equipo más cotizado de la liga. Optimistas.
Seguidores del Barcelona. Contaban con la delantera más técnica de Europa. Decían de Di Stéfano que su fama le venía de haber metido un par de goles de tacón cuando no había portero y de Gento que corría como un pollo sin cabeza pero cuando tocaba jugar contra el Madrid estaban toda la semana escagarruciados y el día del partido se pegaban en solitario a Carrusel Deportivo. Si el Barça ganaba, aparecían en manada eufóricos y contaban las maravillas de Kubala con el balón en los pies. En cambio, si perdía, no se les veía el pelo hasta el otro día.
Mis tíos me habían enseñado que “un hombre no llora aunque lleve las tripas arrastrando”. La primera vez que vi a un hombre llorar fue el día que el Barça perdió la copa de Europa frente al Benfica. Los culés son así: apasionados y fatalistas.
Dando un salto en el tiempo, a principios de los 80 y a falta de seis jornadas para el final el Barça necesitaba ganar 4 puntos para ser campeón y eso si la Real Sociedad lo ganaba todo. No recuerdo bien el orden pero parece que fue en Valencia donde perdió el primer partido. Era una campo donde, lógicamente, se podía perder. Al día siguiente, sin embargo, todos los periódicos deportivos barceloneses y los culés en general recitaban la misma canción: “No, si al final… ya veremos”. Los jugadores son humanos y se dejan influir por el ambiente, así que el siguiente partido se perdió en casa contra el Espanyol (menos lógico) y el siguiente en Madrid contra el Real (lógico). Quedaba jugar contra Atlético de Bilbao y Málaga, en casa, y contra Osasuna fuera. Lo lógico era ganar los dos partidos de casa y arrancar, al menos, un empate en el Sadar pero el fatalismo llegó al paroxismo y sólo se pudo empatar con el Bilbao y ganar al Málaga. La Real Sociedad de Arconada, Alonso, Zamora y López Ufarte volvió a ser campeón.
Ahora la situación no es la misma pero vuelve a surgir el fatalismo. El Barça tenía 12 puntos de ventaja sobre el Valencia y 13 sobre el Real Madrid, una plantilla equilibrada y un juego vistoso. Además, el Madrid estaba jugando de espanto, con un Zidane que se había hecho mayor y un Raúl acabado.
Ha bastado un tropiezo y una ligera mejora en el juego del Madrid para que vuelvan a surgir las dudas. “El domingo vamos a Valencia y nos ganarán”, “Raúl ya está recuperado”, “Eto’o lleva varios sin jugar y Ronaldinho sancionado”, “No, si al final…”
Amigos culés, tienen ustedes un equipo magnífico que juega de maravilla y que, aún perdiendo en Valencia, lleva una buena ventaja a sus perseguidores. Disfruten del juego y al final se será campeón o no pero, mientras tanto, disfruten.
Yo, por si acaso, Viva’r Betih manque pierda.
2 Comments:
No es que el fútbol sea lo que más me llame la atención de este blog, pero es que el beticismo es algo que está por encima de todas las cosas.
Ole!
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