Dominus dei... (2 de 2)
Viene de aquí
Domingo. Seis de la mañana. La ciudad duerme tranquila, consciente de que un grupo de hombres y mujeres excepcionales velan por ellos, se encargan de dejarlo todo listo para cuando, hacia las doce, decidan salir a la calle, tendrán preparado su cafelito con leche, su cruasán y, sobre todo, su periódico.
Los quiosqueros han tomado posiciones. El chiringuito está abierto. Los expositores presentan alegres un sinfín de revistas que están diciendo "léeme". Los cartones perfectamente ordenados se alinean a lo largo del chaflán en un recorrido mágico donde caben las grandes obras de la literatura universal, imprescindibles libros de crecimiento personal, adrenalina concentrada en los DVD's más impactantes o un sinfín de coches de radiocontrol para montar de tornillito a tornillito. Todo está preparado. Todo en su sitio. ¿Todo? No. Un mostrador sigue vacío. ¡El de los periódicos!
De repente una furgoneta hace su aparición. Abre sus puertas y de ella desciende un fornido repartidor cargado con tres paquetazos de periódicos. Concretamente 33 ejemplares de El Periódico en castellano, 32 en catalán, 2 El Punt, 5 La Razón, 2 Gaceta de los negocios (no hay manera de vender una, oiga) y 14 Sport. Una de las distribuidoras ha cumplido. ¿Y la otra?
Los minutos van corriendo. Llega el primer cliente y pide... ¡La Vanguardia! Pues no, señor. No ha llegado todavía. Sí ya sé que hoy trae no sé qué suplemento y la caja de no sé qué más. Pero es que no ha llegado. Lo entiendo perfectamente. Hasta luego... La cosa se pone chunga. Son casi las ocho y nada. Una furgoneta pone el intermitente, se dirige hacia nosotros y... en el último momento gira a la derecha y se aleja a toda prisa. Un camión... no, pasa de largo. Tres clientes después una furgoneta pasa junto al quiosco y cuando parece que se larga, clava frenos. Baja El morenito, un repartidor que habitualmente hace la ruta de Logística y nos deja... tres ejemplares de Le Monde. De El País, La Vanguardia, el Mundo Deportivo... NADA. Ni siquiera los ejemplares que nos prometía el albarán del sábado.
Pensando cosas preciosas de las santas madres de los responsables de la distribuidora y cagándonos en los hijosdeputa de sus hijos nos dirigimos a un quiosco amigo a comprar lo mínimo necesario para atender a las reservas. El resto de la mañana será un sinfín de explicaciones sobre por qué no nos queda prensa. Llamadas inútiles al contestador automático de la distribuidora (toda la prensa se ha repartido sin incidencias ¡Beeeep!) y viajes a reponer algún que otro diario, pagando nosotros, por supuesto.
La buena noticia del día ha sido que han pasado muy poquitos clientes. La imagen dada a los que sí nos han visto ha sido penosa. Eso sí. Para los clientes habituales que nos pidieron el número uno de la colección, hemos quedado de puta madre. Económicamente, es el primer día que no sólo no ganamos ni un duro sino que perdemos los beneficios del anterior. Está claro que el domingo hay que pasárselo en casa durmiendo hasta las mil, viendo la tele y leyendo los suplementos de los periód... Viendo la tele.
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