La Gallega
Hoy tocaba hablar del debut dominical pero, aparte de que dalr ya lo ha hecho de forma magistral, vale más no mentar la soga en casa del ahorcado... así que intentaré relatar alguna de las anecdotillas que por aquí acaecen y que a mí me alegra recordar.
Agosto de 1991. Visitábamos la Sevilla pre-Expo con un termómetro empeñado en no bajar de los 42º cuando se nos ocurrió tomar un taxi que nos acercara a la Isla de la Cartuja por aquello de ver como iban las obras y, sobre todo, por ver si teníamos suerte y el taxi iba provisto de aire acondicionado. No recuerdo si acertamos o no. Lo que no se me borra de la memoria es que al pasar por la plazoleta que hay junto a la Giralda vimos que unas extranjeras (o lo parecían) se refrescaban en la fuente del centro echándose garfás de agua por el escote. "La curpa eh del'Arcarde, casique, cabrón, hioputa", oímos que decía el conductor. "Mirenuhtedeh, si cuarquieh ehpañola hisiera lo mihmo qu'esah guarrah la murtaban loh munisipales perol'arcarde a las ehtranjerah se lo permite to. Yo no tengo ehtudioh pero ehto -y aporreba el volante- eh l'universidá de la vida. Lo qu'aquí s'aprende no s'ehtudia en ningún sitio".
Muchas veces hemos referido en casa las palabras del taxista y ahora, en contacto diario con la gente, he comprobado que el buen hombre tenía razón: los que trabajan de cara al público (taxistas, camareros, empleados de vetanilla, quiosqueros...) tienen, tenemos, una filosofía de la vida algo diferente a los demás. Aprendemos a catalogar a la gente y olerles el pan bajo el sobaco con relativa facilidad. Conoces al simpático por naturaleza, al que quiere hacerse el simpático, al tostón, al que va a lo suyo, al malafollá...
De los personajes que pasan por este quiosco no hay ninguno tan entrañable para mí como la Gallega. La Gallega destroza el tópico de persona que pasa desapercibida y que no sabes si sube o baja atribuido a las gentes de su tierra. La Gallega es un terremoto que habla tan deprisa como camina y empalma frases ingeniosas e hilarantes una detrás de otra. La oyes doblar la esquina con paso recio, da igual que calce zapatos de medio tacón, chilucas o babuchas, y la ves pasar escopeteada por delante del quiosco con sus pantalones ajustados (de los que llevan la tira cogida a la planta del pie), su camisa que puede ser bordada o, simplemente, la chaqueta del pijama, sus gafas de sol y el pelo un poco escardado y recogido en un moñete alto: "Hasta luego, jefe" y se pierde por la esquina siguiente con la misma celeridad con que ha aparecido.
Pero la Gallega es mi Gallega cuando se planta delante del quiosco, pone un pie sobre el escaloncillo que me hice fabricar para no tener que saltar cuando bajo a la calle, y apoya el codo en la rodilla cual Le Penseur (pónganse morritos al pronunciar).
- Hijo, no se puede llegar a vieja (léase a velocidad de TGV).
- Pero si está usted como una flor.
- Eso es la cascarilla, hijo. Tengo los huesos jodíos y los puñeteros duelen como un demonio. El tarugo aquel (el marido) dice que me observo mucho pero cuando a él le duele algo se acojona el tío. Antes tenía una dotora que me atiborraba de pastillas y no me servían de nada y luego, ella misma, me mandó a un dotor por si podía hacer algo. Me mandó hacer una radiografía de la coluna y cuando se la llevé, el tío, la madre que lo parió, la tiró así por la mesa y se fue casi hasta la papelera. Me dijo que tenía que hacer recuperación pero que de todos modos en dos o tres años lo único que funcionaría sería el tres en uno. Claro, y si en tres años la palmo ya no me hace falta nada; no pesqué lo del tres en uno pero al cruzar la Diagonal eché a andar la maquinilla y entonces caí, el tío jodío, la madre que lo parió que hay que tener güevos pa engrasarme a mí.
Una amiga me habló de un japonés que está aquí mismo y hace acupuntura y como no tenía nada que perder me fui a que hiciera una sesión. Mientras estaba en la sala de espera se oía una tía dando unos guarridos que hacían temblar el edificio; coño, ¿qué le estará haciendo el dotor a la tía esa? Como no me toque pronto yo me piro. Y cuando me tocó me puso boca abajo en una camilla y me llenó de agujas la coluna desdel pescuezo hasta el culo. El dotor iba moviendo así las agujas y me daba un cosquilleo... ¿por qué gritaría tanto la tonta el higo? Pero luego no sé que hizo el sudamericamo, yo creo que prendió fuego a las agujas, que aquello empezó a escocerme como si me hubieran echado alcohol en carne viva. Llorando me abracé a su cintura y empecé a chillar; "Asople, dotor, asople...". Mire, mire, que no lo engaño.
Sube el peldaño que nos separa. Se sube la camisa con una mano y se baja los pantalones con la otra. La raspa es un rosario de agujeros que me dejan en la duda si el dotor japones/sudamericano le está haciendo acupuntura o abriendo los orificios necesarios para dentro de dos o tres años ponerle el tres en uno.
- Lo que he chillado yo en estas sesiones pero ahora apenas me duele y cuando empiece a doler de nuevo me voy a que el japonés me ponga las agujas. Es que no se puede llegar a vieja. Bueno, jefe, no lo entretengo más que tiene trabajo y yo tengo que prepararle la cena a aquel.
¡Esta es mi Gallega!
1 Comments:
Ooooole! Te leo y la estoy oyendo. Qué grande es la Gallega.
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