lunes, agosto 11, 2008

El cielo puede esperar

No tengo claro si estoy convaleciente o de vacaciones. Lo que es trabajar, no trabajo pero tampoco me parece estar de vacaciones porque la familia no me deja ir de tapeo y eso, estando en Almería, es pecado. Menos mal que no he perdido del todo el contacto con el quiosco que siempre da vidilla. Sobre todo cuando pregunto cómo van las cuentas. Se me encoge el muelle (el que llevo inserto en las coronarias).

Antes de dejarme caer por Almería, me pasé dos o tres veces por el chiringuito. Más que nada para saludar y recuperar ánimos. Siempre viene bien que la gente te diga que se alegra de verte (los que no se alegran no suelen decir nada), aunque, a veces, las palabras hagan el efecto contrario.
Vinieron a saludarme Geppetto y su familia. Les conté el divertido fin de semana que había pasado en urgencias, el apaño que me habían hecho en Sant Jordi y la cantidad de medicamentos que debía tomar en adelante.
- Algo similar le pasó a mi padre –me dijo la señora Geppetto- y vivió la mar de bien. Lo malo es el tostón de los medicamentos para mantener la sangre líquida y el cuidado que hay que tener con las hemorragias. Mi padre al final murió de eso: una hemorragia interna y cuando fuimos a darnos cuenta no había nada que hacer.

Debió ver cómo mi cara cambiaba de color. De paliducho a pajizo; de pajizo a cerúleo; de cerúleo directamente a morado.
- No me hagas caso. Mi padre tomaba Sintrom.

Me vino a la memoria una anécdota ocurrida 27 años atrás.
Acababan de avisar a mi padre para ingresar en el hospital. Estaba pendiente de una operación a corazón abierto para cambiarle la válvula mitral (o la tricúspide, vaya usted a saber) y, aquella tarde, los amigos pasaron en procesión dándole ánimos. Uno de ellos, después de un rato de charla donde no se mencionó ni el hospital ni la operación, se despidió de esta guisa.
- Bueno, Antoñico, que vaya bien. Y si no, tú tranquilo que eres de bueno como tu madre e irás derechico al cielo con ella.

Que me esperen sentados.