Móviles a la romana
Mi amiga la Gallega ha dado un bajón. Físico, porque de moral anda más alta que el Alcoyano. Ahora pasa apoyada en un bastoncillo; camina despacio pero la sonrisa le sigue iluminando la cara.
- ¡Jefe, qué calor hace! Está usté que parece que los caníbares lo están pasando por la parrilla. Voy a buscar un móvil que mañana salgo de viaje y estoy sin aparato.
- ¡No me dirá que lo ha perdido!
- ¿Perdido? No, hijo. Iba bajando las escaleras del metro cuando se me acercó: “¿la ayudo, señora?”, me dijo. “No hace falta, gracias”. Tres escalones me faltaban para llegar y la tía, que hablaba muy bien español aunque yo creo que era romana, me cogió el carro de la compra. En brazos lo llevaba como si fuera un crío. Cuando la gente empezó a meterse con ella, había llegado al andén y allí lo soltó pero le había dado tiempo de soplarme el móvil y la cartera, ¡la madre que la parió! Sesenta y dos fotos tenía grabadas del nieto y seicientos setenta y ocho euros que costó. Que yo con uno de cincuenta euros tengo bastante porque sólo hablo; no sé leer mensajes ni nada pero para llevar las fotos del nietecillo y enseñarlas a aquél… Y lo que llevaba en la cartera, las tarjetas y el carné de conducir que tenía caducao y ahora no sé si me lo renovarán. Bueno me voy no sea que cierren y me quede sin móvil.
Ha seguido acera abajo con paso cansino y arrastrando los pies. La gente o está de vacaciones o metida bajo un ladrillo porque apenas hay nadie en la calle y los pocos que hay pasan de largo. Intento entretenerme haciendo la devolución de Marina BCN Distribucions. En ello estoy cuando llegan las promociones de la susodicha.
- Vienes a traerme las putas –le digo al repartidor, que me mira de forma rara-.
- ¿Qué putas?
- Las de García Márquez.
- No sé qué es.
- Esta mañana, a primera hora, me has dejado un albarán pero no me has dado el libro “Memoria de mis putas tristes” de Gabriel García Márquez.
- ¿Me deja el albarán? –lo tengo colgado del gancho “falta reclamar”; lo cojo y se lo doy-.
- ¡Ah, es el libro que va con Público! Ahora mismo se lo traigo.
- ¡Si puede ser, que las putas sean alegres!
Para la, relativamente, poca cantidad de género que me ha traído Marina, me sale una devolución que pesa como un muerto. Más que nada por los libros de Avui, que ni siquiera a 2€ tienen salida.
- ¡Ya está, jefe! El modelo que yo quería no lo tienen hasta mañana así que me he cogido uno de cuarentinueve euros y cuando llegue el que he encargado y éste se me gaste lo tiro.
- ¿Cuál tira? ¿Éste o el otro?
- Ya está usté otra vez de cachondeo. Oiga, ¿no le vendría bien un gazpacho fresquito? Yo lo compro hecho porque no me quedan ganas de hacer frangollos, que hay algunas marcas que lo hacen bueno pero otras… Esa tan famosa… la más cara; me pone el estómago que me echa fuego. Compro esa marca… la del supermercado Lid o Lid-ele o cómo puñetas se diga. Esa sí me gusta. Al tarugo le da igual; ése se lo come todo, le echa unos cuscurros de pan refrito en aceite y se pone morao. ¿De verdad que no quiere que le traiga un cuenco?
- No, gracias. Estoy muy sudado y el gazpacho frío lo mismo me sienta mal -¡y una leche! Me sentaría fenómeno pero me da fatiga que la buena señora tenga que volver a salir-.
- ¡Frío dice! Se lo mando con el tarugo y, al paso que va ahora, cuando llegue aquí ya está caliente.
- ¡Qué, paisana! ¿Cómo estás? –Superwaiter se acerca al quiosco en busca de su ración diaria de droga para alimentar el cáncer de pulmón-.
- ¡Vaya, el que faltaba! Que me quitaron el móvil bajando las escaleras del metro.
- ¿Que te quitaron el móvil? ¿A ti? No me lo creo.
- Sí. Me faltaban tres escalones para llegar al andén cuando la tía me pregunto si quería que me ayudara. Una romana de esas… Me cogió el carro de la compra… así… cómo si fuera un chiquillo y echó a correr.
- Ya me extrañaba. ¿Nadie te echó una mano?
- Cuando la gente me oyó chillar quisieron pararla, entonces la tía dejó el carro y subió en el metro. Pero me llevó el móvil que me había costado seicientos setenta y ocho, y la cartera con las tarjetas de crédito y el carné de conducir, que lo tenía caducao y, ahora, ¡a ver si no me lo quieren renovar!
- Sí, mujer –la anima el Súper-. Haces la prueba esa del médico y ya está.
- Es que si me tengo que examinar otra vez… Desde el sesentiséis que lo tengo; no me acuerdo ya ni de las señales…
- No te preocupes. Pasas el reconocimiento médico y ya está.
- ¡Menos mal! Porque lo tengo caducao de hace un mes. ¡La madre que la parió! Llevaba en el carro más de trecientos euros: cincuentinueve en pescao, un fuet, jamón ibérico, un pollo, cincuentinueve euros en pescao… Eso ya lo he dicho…
- ¿También te llevaron el carro?
- No, el carro no, pero imagina…
- ¡Jefe, qué calor hace! Está usté que parece que los caníbares lo están pasando por la parrilla. Voy a buscar un móvil que mañana salgo de viaje y estoy sin aparato.
- ¡No me dirá que lo ha perdido!
- ¿Perdido? No, hijo. Iba bajando las escaleras del metro cuando se me acercó: “¿la ayudo, señora?”, me dijo. “No hace falta, gracias”. Tres escalones me faltaban para llegar y la tía, que hablaba muy bien español aunque yo creo que era romana, me cogió el carro de la compra. En brazos lo llevaba como si fuera un crío. Cuando la gente empezó a meterse con ella, había llegado al andén y allí lo soltó pero le había dado tiempo de soplarme el móvil y la cartera, ¡la madre que la parió! Sesenta y dos fotos tenía grabadas del nieto y seicientos setenta y ocho euros que costó. Que yo con uno de cincuenta euros tengo bastante porque sólo hablo; no sé leer mensajes ni nada pero para llevar las fotos del nietecillo y enseñarlas a aquél… Y lo que llevaba en la cartera, las tarjetas y el carné de conducir que tenía caducao y ahora no sé si me lo renovarán. Bueno me voy no sea que cierren y me quede sin móvil.
Ha seguido acera abajo con paso cansino y arrastrando los pies. La gente o está de vacaciones o metida bajo un ladrillo porque apenas hay nadie en la calle y los pocos que hay pasan de largo. Intento entretenerme haciendo la devolución de Marina BCN Distribucions. En ello estoy cuando llegan las promociones de la susodicha.
- Vienes a traerme las putas –le digo al repartidor, que me mira de forma rara-.
- ¿Qué putas?
- Las de García Márquez.
- No sé qué es.
- Esta mañana, a primera hora, me has dejado un albarán pero no me has dado el libro “Memoria de mis putas tristes” de Gabriel García Márquez.
- ¿Me deja el albarán? –lo tengo colgado del gancho “falta reclamar”; lo cojo y se lo doy-.
- ¡Ah, es el libro que va con Público! Ahora mismo se lo traigo.
- ¡Si puede ser, que las putas sean alegres!
Para la, relativamente, poca cantidad de género que me ha traído Marina, me sale una devolución que pesa como un muerto. Más que nada por los libros de Avui, que ni siquiera a 2€ tienen salida.
- ¡Ya está, jefe! El modelo que yo quería no lo tienen hasta mañana así que me he cogido uno de cuarentinueve euros y cuando llegue el que he encargado y éste se me gaste lo tiro.
- ¿Cuál tira? ¿Éste o el otro?
- Ya está usté otra vez de cachondeo. Oiga, ¿no le vendría bien un gazpacho fresquito? Yo lo compro hecho porque no me quedan ganas de hacer frangollos, que hay algunas marcas que lo hacen bueno pero otras… Esa tan famosa… la más cara; me pone el estómago que me echa fuego. Compro esa marca… la del supermercado Lid o Lid-ele o cómo puñetas se diga. Esa sí me gusta. Al tarugo le da igual; ése se lo come todo, le echa unos cuscurros de pan refrito en aceite y se pone morao. ¿De verdad que no quiere que le traiga un cuenco?
- No, gracias. Estoy muy sudado y el gazpacho frío lo mismo me sienta mal -¡y una leche! Me sentaría fenómeno pero me da fatiga que la buena señora tenga que volver a salir-.
- ¡Frío dice! Se lo mando con el tarugo y, al paso que va ahora, cuando llegue aquí ya está caliente.
- ¡Qué, paisana! ¿Cómo estás? –Superwaiter se acerca al quiosco en busca de su ración diaria de droga para alimentar el cáncer de pulmón-.
- ¡Vaya, el que faltaba! Que me quitaron el móvil bajando las escaleras del metro.
- ¿Que te quitaron el móvil? ¿A ti? No me lo creo.
- Sí. Me faltaban tres escalones para llegar al andén cuando la tía me pregunto si quería que me ayudara. Una romana de esas… Me cogió el carro de la compra… así… cómo si fuera un chiquillo y echó a correr.
- Ya me extrañaba. ¿Nadie te echó una mano?
- Cuando la gente me oyó chillar quisieron pararla, entonces la tía dejó el carro y subió en el metro. Pero me llevó el móvil que me había costado seicientos setenta y ocho, y la cartera con las tarjetas de crédito y el carné de conducir, que lo tenía caducao y, ahora, ¡a ver si no me lo quieren renovar!
- Sí, mujer –la anima el Súper-. Haces la prueba esa del médico y ya está.
- Es que si me tengo que examinar otra vez… Desde el sesentiséis que lo tengo; no me acuerdo ya ni de las señales…
- No te preocupes. Pasas el reconocimiento médico y ya está.
- ¡Menos mal! Porque lo tengo caducao de hace un mes. ¡La madre que la parió! Llevaba en el carro más de trecientos euros: cincuentinueve en pescao, un fuet, jamón ibérico, un pollo, cincuentinueve euros en pescao… Eso ya lo he dicho…
- ¿También te llevaron el carro?
- No, el carro no, pero imagina…
1 Comments:
Bueeeenas... muy buen blog! Felicitaciones!!!
Te invito a que visites nuestro blog y que luego consideres darnos tu voto en la sección SOLIDARIOS.
Damos de comer a los jóvenes que viven en la calle y el premio redundaría en beneficio de ellos.
Gracias por tu valioso tiempo!!!
Que tengas buena semana!
Paula y Manuel
www.elmacarronsolidario.blogspot.com
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