Visto y no visto (en Granada)
Tenía la sensación de no haber estado en Granada desde hace siglos; llegué con unos amigos con la excusa de mostrarles la ciudad auténtica, si bien acabé enseñándoles lo que todo el mundo ve, excepción hecha de la Alhambra.
Aparqué en Avenida de
El
pasado tira y aproveché la inspección para echar una parrafada con el
quiosquero que hay en la esquina San Juan de Dios/Gran Vía, enfrente del
Zeluán. “Todo es posible en Granada” dice el eslogan y, como casi todos los
eslóganes, está equivocado: en Granada tampoco es posible que los quiosqueros
vivan decentemente y las están pasando tan putas como en el resto del país (a
España me refiero). Me valió para enterarme que Reme libraba ese día y que no
podría hacerle una visita rápida; al menos le dejé recuerdos que, seguramente,
le habrán llegado, y me quedo con la obligación de volver para presentarle mis
respetos en directo.
Por
lo demás, Granada sigue siendo Granada: siempre está igual y, aun así, siempre
se ve distinta y el viajante descubre algo que no vio en sus anteriores
visitas. Castañeda continúa sirviendo una buena tabla de ibéricos, en Plaza
Nueva hace un frío que pela, Sierra Nevada constituye un magnífico fondo para la Alhambra … y la mayoría de
comercios aledaños a Plaza Nueva están regentados por andalusíes que, llegados
en ferry o patera, han sentado sus reales a la espera que la ONU ordene la descolonización del
reino nazarí.
Hace
tiempo escribí que recordaba dos quioscos de obra en la Placeta de la Trinidad ; Reme me
confirmó que todavía estaban en pie; lo que no me dijo es que no eran dos los
quioscos de la plaza tal como yo creí recordar: hay, por lo menos, cinco o
seis. Seguramente en ellos se vendían diarios y otros productos que, a los dos
años, a mí no me interesaban.
¡Y
los Manueles ya no están en el sitio donde estaban los Manueles!
En
mi época de estudiante, la estatua de Carlos I (de España y V de Alemania), que
preside la Plaza
de la Universidad ,
era objeto de atenciones especiales cada vez que se celebraba alguna fiesta
oficial de estudiantes, sobre todo cuando la fiesta era en honor del patrón de
alguna de las Facultades: San Alberto Magno (Ciencias), San Raimundo de
Peñafort (Derecho), San Frasquito de Sales (Farmacia)… Lo normal es que, al día
siguiente, D. Carlos apareciese con la bufanda de la Facultad al cuello y una
botella de vino o coñac en la mano. Para la bufanda no había problema; se le enrollaba
al pescuezo y ya está. La botella hubiera ofrecido más problema a no ser porque
el escultor lo había tenido en cuenta e hizo apoyar la mano derecha sobre la
empuñadura de la espada; así, bastaba con agujerear el culo de la botella y
apoyarla en la empuñadura. Me apenó ver que ya no es posible invitar al
emperador a las fiestas estudiantiles: en alguna juerga ha perdido el brazo
derecho y, por tanto, el punto de apoyo de la botella; tengo entendido que
ahora se le llama el “manco de Pavía”.
Pasando
por el Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago pedí permiso para visitar el
patio. Por los indicadores vi que han cambiado la ubicación de los lugares de
esparcimiento, (bar y salón-teatro). Quien permanece impasible al paso del
tiempo es Anacleto, el león de mármol que descansa sobre el pasamanos de la escalera principal y al que debíamos porculizar antes de perder nuestra
condición de novatos.
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