lunes, febrero 11, 2013

Visto y no visto (en Granada)


Tenía la sensación de no haber estado en Granada desde hace siglos; llegué con unos amigos con la excusa de mostrarles la ciudad auténtica, si bien acabé enseñándoles lo que todo el mundo ve, excepción hecha de la Alhambra.

Aparqué en Avenida de la Constitución/Triunfo y me acerqué a fotografiar el fruto de los 90€ que me costó ponerme un poco chulo con el ayuntamiento hace un par de años. La verdad es que el cartel ha quedado bonito y clarificador: quien ahora se meta en Gran Vía por el carril bus no podrá justificarse diciendo que había señales trampa. Me alegra saber que el Ayuntamiento de Granada ha leído mis alegaciones y ha empleado bien el importe de la multa que me endilgó por imbécil.

El pasado tira y aproveché la inspección para echar una parrafada con el quiosquero que hay en la esquina San Juan de Dios/Gran Vía, enfrente del Zeluán. “Todo es posible en Granada” dice el eslogan y, como casi todos los eslóganes, está equivocado: en Granada tampoco es posible que los quiosqueros vivan decentemente y las están pasando tan putas como en el resto del país (a España me refiero). Me valió para enterarme que Reme libraba ese día y que no podría hacerle una visita rápida; al menos le dejé recuerdos que, seguramente, le habrán llegado, y me quedo con la obligación de volver para presentarle mis respetos en directo.

Por lo demás, Granada sigue siendo Granada: siempre está igual y, aun así, siempre se ve distinta y el viajante descubre algo que no vio en sus anteriores visitas. Castañeda continúa sirviendo una buena tabla de ibéricos, en Plaza Nueva hace un frío que pela, Sierra Nevada constituye un magnífico fondo para la Alhambra… y la mayoría de comercios aledaños a Plaza Nueva están regentados por andalusíes que, llegados en ferry o patera, han sentado sus reales a la espera que la ONU ordene la descolonización del reino nazarí.

Hace tiempo escribí que recordaba dos quioscos de obra en la Placeta de la Trinidad; Reme me confirmó que todavía estaban en pie; lo que no me dijo es que no eran dos los quioscos de la plaza tal como yo creí recordar: hay, por lo menos, cinco o seis. Seguramente en ellos se vendían diarios y otros productos que, a los dos años, a mí no me interesaban.
¡Y los Manueles ya no están en el sitio donde estaban los Manueles!

En mi época de estudiante, la estatua de Carlos I (de España y V de Alemania), que preside la Plaza de la Universidad, era objeto de atenciones especiales cada vez que se celebraba alguna fiesta oficial de estudiantes, sobre todo cuando la fiesta era en honor del patrón de alguna de las Facultades: San Alberto Magno (Ciencias), San Raimundo de Peñafort (Derecho), San Frasquito de Sales (Farmacia)… Lo normal es que, al día siguiente, D. Carlos apareciese con la bufanda de la Facultad al cuello y una botella de vino o coñac en la mano. Para la bufanda no había problema; se le enrollaba al pescuezo y ya está. La botella hubiera ofrecido más problema a no ser porque el escultor lo había tenido en cuenta e hizo apoyar la mano derecha sobre la empuñadura de la espada; así, bastaba con agujerear el culo de la botella y apoyarla en la empuñadura. Me apenó ver que ya no es posible invitar al emperador a las fiestas estudiantiles: en alguna juerga ha perdido el brazo derecho y, por tanto, el punto de apoyo de la botella; tengo entendido que ahora se le llama el “manco de Pavía”.

Pasando por el Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago pedí permiso para visitar el patio. Por los indicadores vi que han cambiado la ubicación de los lugares de esparcimiento, (bar y salón-teatro). Quien permanece impasible al paso del tiempo es Anacleto, el león de mármol que descansa sobre el pasamanos de la escalera principal y al que debíamos porculizar antes de perder nuestra condición de novatos.


Volví a salir de Granada sin haber entrado en la Iglesia de San Jerónimo. No se me olvidó, sin embargo, invitar a mis amigos a un café con leche acompañado de unos piononos.
¡Volveré!