Señor Clos, ¡esto es un quiosco!
Hoy escribo desde la tristeza que supone haber finalizado las vacaciones pero, al mismo tiempo, desde la alegría de haberlas gastado bien. Para la mayoría de los que trabajamos, el único defecto que tienen las vacaciones es que se acaban. Para un gran empresario como yo, las vacaciones suponen además que no se ingresa un euro, mientras que los gastos son casi los mismos. Para un quiosquero el fin de las vacaciones indica el inicio de la cartoná. Pero eso ya es otra historia.
Es conocida mi poca simpatía por nuestra clase política. Me lo han explicado muchas veces pero sigo sin entender que el Ministro de Sanidad sea, por ejemplo, arquitecto, el de Fomento abogado, el de Justicia economista, el de Defensa antimilitarista o que la Ministra de Medio Ambiente se vista con pieles de foca. Por eso cuando veo que un alcalde, al margen del partido al que pertenezca, conoce el tema por el que le pagan e impulsa cambios importantes en la estructura de su municipio, me reafirmo en la idea de que lo que vale son las personas y no los partidos, aunque entienda que estas personas necesitan de la cobertura de un partido.
La primera reivindicación política que vi en mi vida estaba escrita en las paredes recortadas del Cañarete, carretera de acceso a Almería por el oeste. ¡FRANCO, FRANCO, FRANCO, MÁS AGUA! Y en la siguiente curva ¡FRANCO, FRANCO, FRANCO, MÁS ÁRBOLES!
Por supuesto, Franco no trajo más árboles ni más agua. Digo mal. Hubo un intento de repoblación forestal a base de pino mediterráneo que feneció a la primera sequía. Por entonces Almería se disputaba las tres últimas plazas del ranking nacional de “renta per capita” con Jaén y Badajoz, creo.
Algún palurdo lugareño debió despertarse un día y encendérsele la bombilla: Si en invierno las montañas de enfrente estaban cubiertas de nieve, en verano estaban peladas y la nieve cuando se derrite se transforma en agua… ¡Verde y con asas, cubo! No hacía falta que Franco trajera agua. El agua ya estaba allí.
Desde Adra hasta Almería se extendían unos 40 km. de desierto. A los lados de la carretera que, más derecha que una estaca, se perdía en la distancia, sólo crecían bolinas y pendejos. Se encontró el agua, se metió la tierra en labor, vinieron los invernaderos, los abejorros que sólo pican una vez cada flor y no hay ninguna que se escape de ser polinizada, los cultivos controlados por ordenador…
El desierto de tierra se transformó en desierto de plástico, más feo si cabe que el natural pero productivo, muy productivo. Hoy, Almería ha subido mucho en el ranking y continúa. Además de su horticultura floreciente (nunca mejor dicho) tiene un turismo no excesivamente masificado pero de calidad, mantiene la producción de uva de mesa, elabora unos vinos que, encima de que están buenos, empiezan a ser competitivos, está sacando aceite del Desierto de Tabernas, tiene una industria incipiente… Y todo ello gracias a la iniciativa privada. Es de justicia dar su parte de mérito a los alcaldes y políticos de la zona que, cuanto menos, no han estorbado estas iniciativas y eso ya es importante.
Algún día hablaremos de El Ejido, Roquetas de Mar, Aguadulce, Carboneras… incluso de la propia ciudad de Almería. Hoy sólo quiero referirme a lo que me duele: los quioscos almerienses.
Al final de las vacaciones de 2005, Dalr hizo referencia a Kioskator, un quiosco del Paseo de Almería que nos hizo sentir una envidia insanísima pero que entendíamos que, por sus dimensiones, no era factible ubicarlo en el chaflán que nosotros ocupamos. El propietario disponía, hasta entonces, de un quiosco de los años de María Castaña y, con motivo de los Juegos del Mediterráneo de 2005, el Ayuntamiento lo obligó a cambiarlo.
Al buen hombre se le ocurrió diseñar el quiosco de sus sueños y, convencido de que no colaría, lo presento al Ayuntamiento para su homologación. Tuvo suerte. El concejal responsable o había sido quiosquero, o tenía conocimiento del tema o simplemente pensó que el quiosquero sabía lo que quería. Sea como fuere, el proyecto se aprobó y ha servido de base para futuros quioscos. Este verano hemos podido ver varios con el mismo formato. No son Kioskator. Son hermanos menores pero ¡qué hermanos!
La planta mide, aproximadamente, 5 metros de anchura por 3 de profundidad. Mi quiosquito, donde apenas puedo moverme, mide 4,80 X 2,85 (con las puertas laterales abiertas), con dos mordiscos de 1 metro cuadrado cada uno a ambos lados de la parte posterior y que sólo sirven para que los trasnochadores se meen a gusto aprovechando el rincón. El modelo del que hablo tiene un despachito lateral acristalado, aire acondicionado incluido, y espacio para ubicar golosinas, chicles, cromos y gilipolleces varias. Mostrador para teclado de ordenador, máquina de loto, recarga de móviles y todos esos aparatitos que nos van colocando a los quiosqueros para rellenar espacio. Sin olvidar el buzón donde los repartidores dejan la prensa a primera hora sin miedo a que cuando uno llegue a la empresa se encuentre con que algún alma caritativa se haya llevado prensa para él y sus amigos por aquello de aliviar el peso de los paquetes. Y en medio del mostrador, una ventanita comunica al quiosquero, cómodamente sentado, con el público y el supermercado. Porque eso es la sala donde se exponen prensa y revistas: un supermercado totalmente abierto a la calle. El posible cliente dispone de un espacio diáfano con los únicos obstáculos que suponen la máquina de tabaco, los expositores de chicles y el congelador (en los quioscos de Almería ustedes pueden degustar un mágnum, un apolo o cualquier cosa fresca-helada que les ayude a combatir el calor). Las dos paredes libres disponen de hasta 7 pestaches donde exponer revistas y un amplio cajón para “cartones”, prensa y sobrantes. Algún quiosco ha montado una mesa para la prensa pero no es necesario. Todavía queda lugar para marcarse un tango, un pasodoble o unas sevillanas. Incluso se podría intentar bailar una sardana con una colla de 4 o 5 parejas.
Y eso no es todo. El quiosco queda rematado por una cúpula típica a la que se accede mediante una escalerilla extensible. Queda así una buhardilla, 1,5 metros por el sitio más alto, donde se pueden almacenar los paquetes listos para devolver y otros productos de reposición.
Me imagino al sufrido quiosquero almeriense llegando a su lugar de trabajo. Abre la puerta de entrada a la oficinilla, pulsa el botón que hace que se alce la puerta metálica, coloca la prensa y a vender. Lo propio cuando llegan las revistas. Los clientes se sirven y se acercan a pagar a la ventanilla guardando cola rigurosa. Nadie deja el euro encima de las revistas ni se alzan varias manos a la vez. ¡Jo!
Y a mediodía la operación contraria pero más fácil: bajada de la puerta metálica, cierre de la oficina y a casa a comer y pegarse una siestecilla. Otro ratito más por la tarde y, cuando se harta, cerrojazo y a preparar tranquilamente las devoluciones sin nadie que te pida el fascículo que acabas de empaquetar.
Señor Clos, me gustaría tener un quiosco así. Mis callos, mi espalda y yo se lo agradeceríamos.
8 Comments:
me alegro de q esteis de vuelta.
la espera ha sido larga....
una lectora en la sombra
Querida usuaria en la sombra: El mismo tiempo a mí se me ha pasado volando pero ha sido provechoso.
También me gustaría estar en la sombra con un botijo de agua fresquita al lado.
Saludos
Esto es lo que yo llamo empezar guerrero... Se ve que te han sentado bien las vacaciones. Creo que habrá tiempo para ampliar este tema con calma. De momento, me gustaría invitar a los quiosqueros que nos leen a que expresen su punto de vista sobre el modelo kioskator.
Por cierto lectora en la sombra, te aseguro que el duro golpe del retorno vacacional se hace mucho más dulce cuando se sabe que alguien te está esperando. Un besazo.
cola rigurosa, sin manos alzadas, y no dejan dinero sobre la prensa, aire acondicionado¡¿¡¿¡ es un sueño.
Me he identificado y divertido mucho con vosotros, trabajo en un kiosko de la Rambla (todo es muy exagerado allí), es grande y ya hay más cartones de los que caben.
Un repartidor me dijo que en Madrid solo traen uno para exposición y el resto de cositas diminutas encartadas como los fasciculos que no son los primeros. Yo creo que Clos tiene una fábrica de cartón.
Buf! En la Rambla... Allí sí que debéis estar agobiados... Lo del cartón de muestra nos lo han hecho alguna vez. Creo que Distribarna. Pero habitualmente (sobre todo en esta época) nos entierran en cartones. Conocí a un directivo de Planeta de Agostini hace bastantes años y me dijo que en el número uno de las colecciones a veces es más caro el embalaje que el coleccionable. Si lo hicieran como en Madrid, se ahorrarían dinero y nosotros muchos problemas. Mi propuesta a este respecto es bastante más radical. Que nos traigan lo que quieran, pero todo lo que exceda del tamaño, forma o peso estándar, que se pague aparte (se venda o no). Como el exceso de equipaje en los aviones. Así, a lo mejor se lo pensaban.
Gracias por leernos y ojalá nos veamos más por aquí.
Como almeriense me siento orgulloso de que se hable así de mi tierra, y sólo quiero añadir que se habrían hecho muchas más cosas si no nos hubiesen negado ese agua que tanta falta nos hace.
Un saludo.
Quizá mis comentarios elogiosos sobre Almería no sean todo lo imparciales que debieran ya que soy un enamorado de esa zona. Pero lo que es innegable es que lo que digo es verdad. La zona litoral, desde Adra hasta Vera, no tiene nada que ver con las aldeas pobres que se asomaban al Mediterráneo hace 30 años y ese gran avance os lo habéis trabajado los almerienses.
Saludos.
Buenos días.
Soy Blanca, estudiante de Periodismo en la UAB. Verá... necesitaría saber cuántos quioscos hay en Catalunya. ¿Existe algúna web que me permita saber el número? Estaría muy agradecida de que me contestara. Mi e-mail: bs88addicted@hotmail.com
¡GRACIAS!
Un saludo.
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