Desmariconando gueis
He dicho muchas veces que en mi pueblo éramos muy borricos. Borricos y palurdos. Nos lo creíamos todo y lo exagerábamos hasta llegar al límite de lo que la razón podía soportar. Los críos no éramos menos y, en nuestras tertulias, también hacíamos de las nuestras.
Recuerdo que un atardecer de otoño, cuando el frío empezaba a notarse en el rebalaje, nos refugiamos tras la casa de Dulcica y acabamos hablando de maricones. No sé si Juanillo era el que más sabía o el más embustero, el caso es que tomó la palabra y nos aclaró cómo los comunistas (rojos) trataban sicológicamente a sus afeminados.
- Los ponen en una sala oscura en pelota viva y les enganchan un cable en la punta, vamos en el capullo, y entonces les pasan una película. En una escena sale un tío en pelota y cuando el marica empieza a empalmarse, ¡zas! le pegan un calambrazo. Entonces sale una tía buena y por el cable le pasan una corriente suavita que le da gustirrinín. Y así lo tienen hasta que el tío asocia inconscientemente macho con descarga eléctrica y hembra con gustirrinín.
Y todos coincidíamos en que los rojos eran la hostia.
Ni estamos en mi pueblo ni los tiempos son los mismos pero hace unos días asistí a una lección similar. Me visitaba Anyelina, una chica que intenta suministrarme chicles, maní y caramelos con escasa suerte pero que debe haberme tomado cariño porque cada dos meses aparece montando su bicicleta, descabalga y toma posesión del quiosco. Anyelina no es Marilín Monroe pero resulta. Un poco apretadita de ropa, consigue que los bultos sobresalgan lo suficiente para llamar la atención. Atacaba ella (comercialmente, se entiende) cuando un cliente nómada me compró un chicle. Lo vio de refilón cuando ya había emprendido la retirada.
- ¡Hostia que tío más bueno! –de un salto se plantó en la calle al tiempo que se le salían las bolillas de los ojos-.
- Tranquila, es maricón –le solté con mala leche-.
- ¿Maricón? No puede ser con lo bueno que está.
- Todo lo bueno que quieras pero es maricón –insistí-.
Al tío es la segunda vez que lo veo y nada me indica, hasta ahora, que sea de la otra acera; es sólo por tocarle las narices a Marilín. Pone los brazos en jarras, sube la pechera y sentencia.
- Es igual. A este lo agarro yo un rato y lo arreglo.
Y es que la democracia utiliza medios menos traumáticos pero igualmente expeditivos.
Recuerdo que un atardecer de otoño, cuando el frío empezaba a notarse en el rebalaje, nos refugiamos tras la casa de Dulcica y acabamos hablando de maricones. No sé si Juanillo era el que más sabía o el más embustero, el caso es que tomó la palabra y nos aclaró cómo los comunistas (rojos) trataban sicológicamente a sus afeminados.
- Los ponen en una sala oscura en pelota viva y les enganchan un cable en la punta, vamos en el capullo, y entonces les pasan una película. En una escena sale un tío en pelota y cuando el marica empieza a empalmarse, ¡zas! le pegan un calambrazo. Entonces sale una tía buena y por el cable le pasan una corriente suavita que le da gustirrinín. Y así lo tienen hasta que el tío asocia inconscientemente macho con descarga eléctrica y hembra con gustirrinín.
Y todos coincidíamos en que los rojos eran la hostia.
Ni estamos en mi pueblo ni los tiempos son los mismos pero hace unos días asistí a una lección similar. Me visitaba Anyelina, una chica que intenta suministrarme chicles, maní y caramelos con escasa suerte pero que debe haberme tomado cariño porque cada dos meses aparece montando su bicicleta, descabalga y toma posesión del quiosco. Anyelina no es Marilín Monroe pero resulta. Un poco apretadita de ropa, consigue que los bultos sobresalgan lo suficiente para llamar la atención. Atacaba ella (comercialmente, se entiende) cuando un cliente nómada me compró un chicle. Lo vio de refilón cuando ya había emprendido la retirada.
- ¡Hostia que tío más bueno! –de un salto se plantó en la calle al tiempo que se le salían las bolillas de los ojos-.
- Tranquila, es maricón –le solté con mala leche-.
- ¿Maricón? No puede ser con lo bueno que está.
- Todo lo bueno que quieras pero es maricón –insistí-.
Al tío es la segunda vez que lo veo y nada me indica, hasta ahora, que sea de la otra acera; es sólo por tocarle las narices a Marilín. Pone los brazos en jarras, sube la pechera y sentencia.
- Es igual. A este lo agarro yo un rato y lo arreglo.
Y es que la democracia utiliza medios menos traumáticos pero igualmente expeditivos.
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Pedro Jota ha reaccionado con rapidez y anuncia que el diario del domingo 7 se facturará al precio que aparecía en portada, es decir, a 2€ en lugar de los 2,20 del albarán.
4 Comments:
Aquí en Sevilla pasó igual, venía facturado a 2,20 y en la cabecera a 2. Pero yo los vendí todos a 2,20, y el que protestaba (que los hubo) le enseñé el albarán y pagaban. Menos mal!
Hola a todos.
La verdad es que estoy un poco agotada con tanta devolución y ando algo despistada. Si que me di cuenta del precio y al que no pagaba no se lo llevaba.
Quiosquero te mande copia de la carta del ayuntamiento pero no sé si las recibido.
Cris
Tengo la carta, Cris, y no tiene desperdicio. La comentaremos con calma.
A mí Boreal en el albarán del día 10 me los abona a 2,20 y me los cobra a 2,00.
¡Güay del Paragüay!
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