Un libro, una rosa
Frasco Gómez era convecino mío; quiero decir que ambos nacimos y crecimos en el mismo pueblo aunque él creció mucho más que yo. A Frasco Gómez le gustaba el trabajo como a mí; quiero decir que ambos nos las ingeniábamos para trabajar lo menos posible aunque, muchas veces, el trabajo que conllevaba desarrollar el ingenio era más costoso que el trabajo que tratábamos de ahorrar. Frasco Gómez se mercó un tractorcillo volquete y se pasaba el invierno sacando arena de la playa que luego vendía a los agricultores para rehacer sus enarenados. Para el verano construyó, también en la playa, una choza de cañas y montó un chiringuito de bebidas, si bien, o al menos eso dicen, Frasco Gómez se unía a alguno de los grupos que se estaban convidando y pagaba la mayoría de las rondas. Alguien acabó por preguntarle si con aquello se ganaba la vida.
- ¡Hombre! Ganar, lo que se dice ganar, no se gana; pero se trapichea.
Y eso mismo es lo que me sucede a mí con Sant Jordi y el libro: vender, lo que es vender, vendo poco, pero trapicheo. Y, además, me lo paso bomba.
El del ojo clínico es dalr y, por tanto, el encargado de seleccionar los libros que hemos de pedir. Este año dalr veía borroso porque ha pedido lo que no está en los escritos y nos hemos juntado con una cantidad enorme de libros. Además, yo estoy en excedencia laboral y Quiosquera ha debido tomarse un día de vacaciones para dedicarlo a Sant Jordi. Salva la ayudó a montar la parada y trasladó el material vendible desde el almamóvil hasta el quiosco. Yo me fui a aparcar en casa porque las esquinas ya estaban ocupadas. Quiosquera tuvo suerte: dos compañeras de trabajo, bibliotecarias para más señas, aprovecharon sus 20 minutos de desayuno para pasarse por el quiosco y adquirir el correspondiente ejemplar de Pies para quiosquero. No sólo eso. Ayudaron a quiosquera a distribuir los libros sobre el tablero concediendo los mejores lugares a aquellas publicaciones que se suponían estarían más solicitadas.
El día empezó bien. Mientras montaban la parada, la gente se agolpó y se vendieron varios libros seguidos. Ahí se acabó la historia. Quiosquera desplegó sus buenas dotes de comerciante pero los posibles compradores sólo iban, de momento, en misión de reconocimiento. Cuando llegó dalr, poco después de las 2, cundía el desánimo. Yo pronostiqué que los años impares no se nos daban bien y que acabaríamos como en 2007: hundidos en la miseria. Pero a medida que la tarde fue avanzando, los mismos que habían completado su vuelo visual se dejaron caer por nuestra esquina. Incluso un rato que dalr faltó (había abandonado el negocio propio para acudir a la firma de libros de nuestra amiga Kahlo) no decayó la fiesta. Al final el día resultó algo mejor que el año pasado y hoy he podido limpiar las telarañas que habían aparecido en la libreta después de pagar los módulos.
Una año más, la estrella del día fue Pies para quiosquero. Victoria destacada de la tercera temporada y empate en el segundo puesto entre Pies para quiosquero primera temporada y Los hombres que no amaban a las mujeres de Larsson (sumando edición en castellano y en catalán). El cuarto puesto lo ocupó Pies para quiosquero segunda temporada, seguido muy de cerca otra vez por Larsson y su Chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. A destacar que la segunda temporada de Pies para quiosquero, para mí la mejor, sigue sin conseguir el triunfo en ninguno de los dos años que lleva compitiendo.
Como siempre no faltaron anécdotas. Reproduzco dos.
A primera hora de la tarde, mientras contemplábamos cómo las cáncanas tejían sus telas entre los libros, aparcó en el chaflán un coche con matrícula extranjera. Mientras el conductor vigilaba al guardia que se entretenía extendiendo recetas en los alrededores, la copiloto se aproximó a dalr (a mí, por razones obvias, no me hizo puñetero caso) y desplegó un mapa de Barcelona para que le indicase dónde se encontraba. Dalr marcó la posición en el plano y preguntó la dirección a que se dirigían.
- Paseó de Ggasia, Ggan Vía.
Francés… En mis tiempos yo sabía algo de eso y me metí en la conversación para ver que tal se me daba hablar extranjero sin señas.
- Veg le bà, pgemieg gui a druat… gui Diputasió. U es que vusalé.
- Hotel Avení Palas. Ggan Vía, sisan senq.
- Alors, Diputasió tu dguat, trua guì, Paseó de Ggasia (a la izquierda, ¡mierda!, ¿cómo se dice izquierda?... goch divin) a goch. Pgochen gui en peti pe a dguat e ¡vuala!
¡Joder! Me entendió. He de decir que dalr me fue ayudando pero, aun así, quedé contento de mi locuacidad en idioma gabacho.
- Megsí bocú –se despidió la francesa-. A biantó.
- A tuta leg.
Habíamos visto que llevaba la ruta impresa desde Montpellier hasta el hotel. Incluso se podía leer lo que iba a pagar en cada peaje de autopista. Lo gracioso es que para el cálculo de la ruta debió de utilizar el mismo programa que mi Mari Pili (GPS) ya que, al llegar a Barcelona, indicaba que siguiera por la calle Aragón hasta Paseo de Gracia; allí torcer a la izquierda hasta Consell de Cent, nuevamente a la izquierda, luego a la derecha en Bruc, a la derecha en Diputación para llegar hasta el mismo Paseo de Gracia que acababan de abandonar pero dos calles más abajo. La culpa es de los satélites americanos, supongo.
Eran algo más de las seis cuando me pasé por Superwaiter a cambiarle el agua al canario. Mientras abría la luz del cuartucho que está al fondo, a la derecha, pedí la consumición.
- Un desgraciao.
- ¿Y eso qué es? –preguntó el Súper-.
- Café descafeinado, leche desnatada y sacarina.
- Yo no sirvo mariconadas de esas.
- No te he pedido que me lo sirvas. El médico me ha dicho que me mantenga alejado de la cafeína y de la nata, lo de sacarina es para adornar, y yo le hago caso al pedir. Luego tú me pones lo que te dé la gana porque yo, lo que es cumplir, ya he cumplido.
Me puso un cortado normal y mi cuerpo que, últimamente no está acostumbrado a tales exquisiteces, relinchó de alegría apenas di el primer sorbo.
En estas aterrizaron un par de parejas con cara de extranjeros (por lo pajizo de su piel, deduje) que tomaron posesión de una de las mesas de la terraza. Una de las señoras se desplazó al interior para hacer el pedido.
- Biar and… guain.
El Súper llenó una copa grande de cerveza y rebuscó entre las botellas de la repisa. Tomó una y se la enseñó a la extranjera.
- Rioja… crianza.
- Nau. No red guain.
- ¡Ah! Lo quieres blanco.
Por lo que colegí que “no red” significaba blanco.
Sirvió un par de vasitos de otro vino (Viña Nosequé) y los puso en una bandeja junto a la cerveza.
- Biar tú –dijo la inglesa-.
El Súper empezó a llenar otra copa.
- Que no, Súper –intervine-, que dice que la cerveza te la bebas tú.
- Analfabeto. Tú, son dos.
- Bueno, hombre, no te enfades. ¿Qué te debo?
- Uno diez.
- Te lo pago en inglés. Guan ten o sea ten guan y vas que te matas.
- ¡Que faltan diez céntimos!
- Ten guan ¿no?
No hubo manera. Tuve que pagarle en español y añadirle los diez céntimos de la discordia.
- ¡Hombre! Ganar, lo que se dice ganar, no se gana; pero se trapichea.
Y eso mismo es lo que me sucede a mí con Sant Jordi y el libro: vender, lo que es vender, vendo poco, pero trapicheo. Y, además, me lo paso bomba.
El del ojo clínico es dalr y, por tanto, el encargado de seleccionar los libros que hemos de pedir. Este año dalr veía borroso porque ha pedido lo que no está en los escritos y nos hemos juntado con una cantidad enorme de libros. Además, yo estoy en excedencia laboral y Quiosquera ha debido tomarse un día de vacaciones para dedicarlo a Sant Jordi. Salva la ayudó a montar la parada y trasladó el material vendible desde el almamóvil hasta el quiosco. Yo me fui a aparcar en casa porque las esquinas ya estaban ocupadas. Quiosquera tuvo suerte: dos compañeras de trabajo, bibliotecarias para más señas, aprovecharon sus 20 minutos de desayuno para pasarse por el quiosco y adquirir el correspondiente ejemplar de Pies para quiosquero. No sólo eso. Ayudaron a quiosquera a distribuir los libros sobre el tablero concediendo los mejores lugares a aquellas publicaciones que se suponían estarían más solicitadas.
El día empezó bien. Mientras montaban la parada, la gente se agolpó y se vendieron varios libros seguidos. Ahí se acabó la historia. Quiosquera desplegó sus buenas dotes de comerciante pero los posibles compradores sólo iban, de momento, en misión de reconocimiento. Cuando llegó dalr, poco después de las 2, cundía el desánimo. Yo pronostiqué que los años impares no se nos daban bien y que acabaríamos como en 2007: hundidos en la miseria. Pero a medida que la tarde fue avanzando, los mismos que habían completado su vuelo visual se dejaron caer por nuestra esquina. Incluso un rato que dalr faltó (había abandonado el negocio propio para acudir a la firma de libros de nuestra amiga Kahlo) no decayó la fiesta. Al final el día resultó algo mejor que el año pasado y hoy he podido limpiar las telarañas que habían aparecido en la libreta después de pagar los módulos.
Una año más, la estrella del día fue Pies para quiosquero. Victoria destacada de la tercera temporada y empate en el segundo puesto entre Pies para quiosquero primera temporada y Los hombres que no amaban a las mujeres de Larsson (sumando edición en castellano y en catalán). El cuarto puesto lo ocupó Pies para quiosquero segunda temporada, seguido muy de cerca otra vez por Larsson y su Chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. A destacar que la segunda temporada de Pies para quiosquero, para mí la mejor, sigue sin conseguir el triunfo en ninguno de los dos años que lleva compitiendo.
Como siempre no faltaron anécdotas. Reproduzco dos.
A primera hora de la tarde, mientras contemplábamos cómo las cáncanas tejían sus telas entre los libros, aparcó en el chaflán un coche con matrícula extranjera. Mientras el conductor vigilaba al guardia que se entretenía extendiendo recetas en los alrededores, la copiloto se aproximó a dalr (a mí, por razones obvias, no me hizo puñetero caso) y desplegó un mapa de Barcelona para que le indicase dónde se encontraba. Dalr marcó la posición en el plano y preguntó la dirección a que se dirigían.
- Paseó de Ggasia, Ggan Vía.
Francés… En mis tiempos yo sabía algo de eso y me metí en la conversación para ver que tal se me daba hablar extranjero sin señas.
- Veg le bà, pgemieg gui a druat… gui Diputasió. U es que vusalé.
- Hotel Avení Palas. Ggan Vía, sisan senq.
- Alors, Diputasió tu dguat, trua guì, Paseó de Ggasia (a la izquierda, ¡mierda!, ¿cómo se dice izquierda?... goch divin) a goch. Pgochen gui en peti pe a dguat e ¡vuala!
¡Joder! Me entendió. He de decir que dalr me fue ayudando pero, aun así, quedé contento de mi locuacidad en idioma gabacho.
- Megsí bocú –se despidió la francesa-. A biantó.
- A tuta leg.
Habíamos visto que llevaba la ruta impresa desde Montpellier hasta el hotel. Incluso se podía leer lo que iba a pagar en cada peaje de autopista. Lo gracioso es que para el cálculo de la ruta debió de utilizar el mismo programa que mi Mari Pili (GPS) ya que, al llegar a Barcelona, indicaba que siguiera por la calle Aragón hasta Paseo de Gracia; allí torcer a la izquierda hasta Consell de Cent, nuevamente a la izquierda, luego a la derecha en Bruc, a la derecha en Diputación para llegar hasta el mismo Paseo de Gracia que acababan de abandonar pero dos calles más abajo. La culpa es de los satélites americanos, supongo.
Eran algo más de las seis cuando me pasé por Superwaiter a cambiarle el agua al canario. Mientras abría la luz del cuartucho que está al fondo, a la derecha, pedí la consumición.
- Un desgraciao.
- ¿Y eso qué es? –preguntó el Súper-.
- Café descafeinado, leche desnatada y sacarina.
- Yo no sirvo mariconadas de esas.
- No te he pedido que me lo sirvas. El médico me ha dicho que me mantenga alejado de la cafeína y de la nata, lo de sacarina es para adornar, y yo le hago caso al pedir. Luego tú me pones lo que te dé la gana porque yo, lo que es cumplir, ya he cumplido.
Me puso un cortado normal y mi cuerpo que, últimamente no está acostumbrado a tales exquisiteces, relinchó de alegría apenas di el primer sorbo.
En estas aterrizaron un par de parejas con cara de extranjeros (por lo pajizo de su piel, deduje) que tomaron posesión de una de las mesas de la terraza. Una de las señoras se desplazó al interior para hacer el pedido.
- Biar and… guain.
El Súper llenó una copa grande de cerveza y rebuscó entre las botellas de la repisa. Tomó una y se la enseñó a la extranjera.
- Rioja… crianza.
- Nau. No red guain.
- ¡Ah! Lo quieres blanco.
Por lo que colegí que “no red” significaba blanco.
Sirvió un par de vasitos de otro vino (Viña Nosequé) y los puso en una bandeja junto a la cerveza.
- Biar tú –dijo la inglesa-.
El Súper empezó a llenar otra copa.
- Que no, Súper –intervine-, que dice que la cerveza te la bebas tú.
- Analfabeto. Tú, son dos.
- Bueno, hombre, no te enfades. ¿Qué te debo?
- Uno diez.
- Te lo pago en inglés. Guan ten o sea ten guan y vas que te matas.
- ¡Que faltan diez céntimos!
- Ten guan ¿no?
No hubo manera. Tuve que pagarle en español y añadirle los diez céntimos de la discordia.
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