Hacienda semos todos y donde menos se espera salta la liebre

Mis relaciones con Hacienda han sido siempre fluidas y constantes: los impuestos han fluido constantemente en la misma dirección. Y, encima que he pagado, no puedo decir que haya tenido grandes problemas; sólo recuerdo dos.

Mi primera discrepancia con el fisco fue en los inicios de la primera reforma fiscal. Aquel año los impuestos habían fluido con excesiva alegría y la declaración, que entonces se calculaba de forma manual, registraba 914 pesetas a mi favor. Hacienda me envió la declaración paralela, según la cual el resultado no era de 914 pesetas a mi favor sino de 913. No existía aún el programa PADRE pero los impresos de Hacienda se notaban informatizados; probablemente ellos utilizaban el programa MADRE o el programa ABUELO, ¡quién sabe! Lo cierto es que calculé muchas veces la base imponible y la cuota íntegra haciendo todas las combinaciones posibles con los redondeos. Conseguí obtener una devolución de 915 pesetas redondeando a mi favor pero ninguna combinación arrojó un resultado de 913. Creo que esa peseta de diferencia todavía la tengo grabada en mitad de los sesos.

La segunda discrepancia ya la conté en su día. Fue cuando supe que Hacienda no tenía previsto que un trabajador autónomo fuese minusválido y, por tanto, pudiera deducirse lo que está estipulado para los lisiados que trabajan por cuenta ajena. La diferencia era de 2100€. Lo que no he contado nunca es que, meses más tarde de ponerme al corriente y devolver el dinero defraudado, quedé profundamente defraudado porque como no había habido mala fe en la defraudación, Hacienda me “premiaba” con 1200€ que fluyeron de mi cuenta corriente a su cuenta extraordinaria.

Ayer llegué al quiosco y lo encontré vacío; quiero decir que Salva había ido a echar una meadita aprovechando que nuestro amigo, el señor Jaume Picapedra, se había quedado de vigilante. Había una señora con un cartón en la mano y el Jaume la entretenía. Cuando asomé por la esquina vio el cielo abierto.
- Mire, aquí está el dueño.
- Ya iba a irme -dijo la señora-.
- Mujer, en otra ocasión le paga a Jaume; la comisión que me cobra es pequeña y encima no la declaro. Aunque bien mirado, ha hecho usted bien. Me meto el dinero en el bolsillo y lo cobro todo en negro.
- ¡Uh yu yuiii! Porque ahora no estoy trabajando que si no… Haré como si no hubiese oído nada aunque no le prometo olvidarlo cuando llegue a la Plaza Letamendi.

Sólo a un imbécil como yo se le ocurre alardear de delito fiscal delante de una inspectora de Hacienda.