jueves, marzo 16, 2006

El catedrático

Un post en Dadanoias me ha permitido recordar uno de los mejores gags de una de mis películas preferidas. Mientras reía, me ha venido a la cabeza uno de los personajes más emblemáticos de los que pasan por el Quiosco: El Catedrático.

El Catedrático no es en realidad un cliente, pero forma parte de la fauna local. El Quiosquero ya os ha hablado de él en alguna ocasión cuando hacía referencia a lo que se cuece en el bar de Superwaiter. La cuestión es que el Catedrático sabe de todo. Bueno. Eso no es cierto. Lo más correcto sería decir que el Catedrático tiene y da opinión sobre todo.

Cualquier tema que salga, cualquier comentario inocente da pie a una encendida disertación. Y si nadie se arranca, él tiene temas a mano para dar y vender. Un día estaba obsesionado con un anuncio de cierta marca de aceite cuyas ventas, en su opinión, no justificaban una campaña de televisión. El hecho es que el amigo no tiene puta idea de lo que cuesta un anuncio, de las ventas de esa marca, de la incidencia de la publicidad en ventas, ni mucho menos de lo que significa imagen de marca, pero eso daba igual. El anuncio era una excusa para blanquear dinero. Hay que reconocerle al Catedrático que las teorías conspirativas tienen su gracia y que, cuando uno acusa a una multinacional de blanqueo de dinero tiene un 90% de probabilidades de acertar, pero la explicación no se aguantaba por ninguna parte como en vano pretendían hacerle ver los contertulios.

Cuando la conversación alcanzaba su tono más elevado, unos 300 decibelios, el Superwaiter soltó: "lo que dices es una idiotez, y si no pregúntale a ESE -ante mi sorpesa, me estaba señalando- que es profesor de marketing en la universidad".

Se hizo un silencio. Todos me miraban. Yo tragué como pude la media albóndiga que se me había atravesado en el gaznate y, con cara muy seria, empecé a explicar por encima y en lenguaje llano las ventajas de identificar una marca con un producto de calidad y su repercusión en las ventas de toda la gama de productos de la compañ... El Catedrático hizo caso omiso a lo que decía, se giró hacia otro tío y le preguntó que si había visto no sé qué anuncio. El otro, que aún no se había repuesto del repentino cambio de tema, apenas había abierto la boca para preguntarle que a qué venía eso ahora cuando el Catedrático ya había asimilado la respuesta y gritaba: "no, ¿verdad? pues entonces dejaos de profesores y leches porque ¡ni tú, ni ESTE -volvió a señalarme- tenéis ni puta idea de nada"!. Y se marchó.

Sigo sin entender muy bien que había pasado, pero estaba claro que el Catedrático se pasaba por el forrillo no sólo mis explicaciones sino mis supuestas referencias. Continuaron pasando los días y las discusiones peregrinas. Yo, como siempre, intervenía poco y casi siempre a petición del Superwaiter, pero mis palabras causaban en el Catedrático el mismo efecto que un rayo gamma en una hoja de papel. Lo traspasaban sin alterarlo.

Hasta aquel día. La conversación había empezado con un comentario cualquiera sobre la música que ponían en la radio. Consciente de que la música es la debilidad del Superwaiter, el Catedrático atacaba criticando "esta música moderna que no es música ni es nada". Creo recordar que decían no sé qué sobre la camisa negra de unos tíos que se llaman Juan cuando vi mi oportunidad. El Catedrático alzó la voz para reclamar atención y soltó:

- Ahora os voy a demostrar que no tenéis ni idea de música. Hay una música muy bonita, y además española, que seguro que no conocéis ninguno y es realmente buena. A ver, vosotros que tanto habláis... ¿Alguno ha escuchado alguna vez Zarzuela?

Como el que no quiere la cosa, dejé el tenedor y tras dar un lento sorbo a la cerveza le respondí.

- ¿Has visto Luisa Fernanda? La verdad es que el montaje que hizo José María Damunt en el Apolo hace un par de años era bastante flojo, pero hay una grabación con Plácido Domingo y Ainoha Arteta que es genial.

Y ataqué las patatas fritas.

El Catedrático se quedó unos segundos callado. Inmediatamente se repuso y dijo:

- Pero aparte de este señor, que es muy culto y debe ser una excepción, ninguno más ¿verdád? Pues no tenéis ni puta idea.

Y volvió a marcharse. Desde aquel día, nada ha sido lo mismo. Ahora el Catedrático me respeta. Cuando cualquiera hace un comentario, contraataca de inmediato. Pero mientras grita, busca mi aprobación con la mirada. Si ve que voy a intervenir, calla y escucha. Si el Suerwaiter quiere hacerlo callar, me pide la opinión. Yo, unas veces contesto y otras me escaqueo y los dejo discutir. Eso de ser tratado como una eminencia me resulta demasiado atractivo como para jugarme la fama apretando más de la cuenta. Y la gran lección que saco de todo esto es que la fama, la de verdad, llega cuando uno menos la busca y del modo más inesperado. Cuando se creía que era profesor de marketing en la universidad, pasaba de mi. Por el hecho de haber escuchado un par de discos, soy un genio. Curiosos principios los del Catedrático. Cada día me cae mejor.

1 Comments:

At 17/3/06 14:18, Blogger quiosquera said...

Hay gente que cree saber de TODO. Piensan que dominan más que nadie los temas más dispares y hacen alarde de ello. El "Catedrático" es un claro ejemplo pero, desgraciadamente, no es el único. Hay muchas personas que "dan clases magistrales" sobre cosas de las que no tienen ni idea. Esa conducta se ha permitido hasta el punto en que ya parece que lo importante no es saber sino aparentarlo. En mi opinión, la cultura occidental es por excelencia la cultura de "los sabiondos". Aquí no vale la voz de la experiencia ni la sabiduría de lo natural: aquí sólo se escucha al que más grita y siemppre gozan de credibilidad aquellos que van de "sobrados". Por ello, desde aquí, quiero mandar un mensaje a esos ejecutivos agresivos, comerciales insolentes, conductores peligrosos, jefes incompetentes, necios engreídos, ignorantes con pedigrí y otros muchos que me dejo en el tintero. ¡¡Practicad la humildad de vez en cuando, porque no permaneceréis siempre en la cresta de la ola!!

 

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