martes, agosto 29, 2006

Cartoná 2006. El inicio.

Aterrizamos el lunes 21. El quiosco estaba completamente vacío ya que, cada verano, aprovechamos las vacaciones para hacer limpieza a fondo y, de paso, asegurarnos que no se nos ha quedado género despistado por devolver. Salva parecía descorazonado viendo peladas las estanterías. Ha pasado una semana y ya empezamos a tener problemas de espacio: ¡La cartoná ha iniciado su andadura!

Colecciones nuevas (al menos para mí): Verano azul, Construye tu robot, El origen del hombre, Ajedrez Harry Potter, Abanicos, Damas de época. Citröen 2CV, Narnia, Campeones hacia el mundial, Talgo…. Y la repetición de otras: Casa de muñecas, Palacio de muñecas, Scalextric de Carlos Sainz, San Felipe, Heidi y Marco….
Tengo entendido que Dalr quiere montar un referéndum sobre la colección tonta de la temporada. Pero eso ya lo contará él. También hará un breve estudio de cada una de las colecciones más llamativas. Tiempo al tiempo.

El tema de hoy no es la cartoná en sí sino el cartón como individuo.
Hay colecciones montadas sobre un cartoncito delgado, como dice el Sevilla de los Mojinos Escocíos, más grande que el techo del quiosco que cuando se pone en exposición se dobla sobre sí mismo e interrumpe el paso de los peatones. Otras van montadas sobre un cartonazo de 2 mm de grosor para sostener un artefacto de no más de 15 x15.
Lo que el cliente compra realmente puede venir sujeto al cartón de dos formas:
a) Autoadherido. Por lo general, en estos casos, la pieza suele ser grande y pesada. O bien, a la primera que mueves el cartón, se despega sola, o bien el primer niño que pasa le larga un puntapié y lo manda a Can Superwaiter.
b) Pegado a mala leche. Instrumento completo y frágil. Cuando te piden si te puedes quedar con el cartón se te ponen los pelos de punta porque es fácil que, al intentar despegarlo, el contenido se rompa y, entonces ya se sabe, “devolución rehusada por desperfectos en el género”.

No soy precisamente un ecologista pero, si puedo, colaboro. No lejos de este quiosco hay un contenedor para reciclaje de cartones y, cada día, Salva se encarga de llevarlos al contenedor correcto. Estoy cansado, sin embargo, de ver como los cartones se amontonan en las papeleras y contenedores de basura cercanos a los quioscos. ¿Despilfarro? Los clientes así lo entienden y, de vez en cuando, me sueltan una filípica sobre la tala de bosques, la capa de ozono o la carencia de recursos en general. Como si los cartones los fabricase yo.
Pero tienen razón. Se ha pedido a las editoras que envíen una unidad encartonada para exposición y el resto en tamaño normal. Me consta que en algunas comunidades funciona así. De hecho hay veces que se pide la reposición de un primer número y llega en un tamaño adecuado. Es decir que hacerlo, lo hacen. Que poder, pueden.. Que saber, saben. Pero la tentación de joder es más fuerte. Y joden al quiosquero, al cliente y a los recursos naturales.

No acabo de entender que estos gobernantes o los otros, empeñados en prohibir y sancionar, no tomen cartas en el asunto y normalicen los tamaños. Sí sospecho que, cualquiera de estos días, empiecen a aplicar la normativa vigente y nos multen a los quiosqueros por tener inundada la pared de enfrente con los cartones que recibimos y entonces nos los colgaremos de allí.
Tampoco entiendo que las asociaciones que nos representan no exijan y logren una distribución racional y se limiten a decir año tras año que el tema está sobre la mesa.

Con todo, Salva está acojonado.
- Señor Quiosquero, usted me hablaba de los cartones pero yo no imaginé que sería tanto.
- Tranquilo que esto acaba de empezar. Espera a que pasen 15 días y verás.
- Pues yo dimito.
- ¡Y una leche! Tú aguantas aquí hasta mediados de octubre por lo menos o te atizo un garrotazo que te dan la invalidez permanente.

Se ríe y sigue poniendo cartones.