Aventuras y desventuras…: Moscú II.
Amaneció un día estupendo: el termómetro marcaba cero grados; ni frío ni calor.
En el autocar, Galina tomó el micrófono y empezó a darnos el desayuno.
- Según el programa, el autocar debe recogernos en la Plaza Roja a la una menos cuarto pero el conductor tiene programado otro viaje y hemos de salir a las doce.
Murmullos de desaprobación. Cuchichea con el conductor.
- Dice que si pagan 2 dólares cada uno intentará convencer a un compañero para que nos recoja a la una.
Los murmullos aumentan. Galina cuchichea más.
- ¡Lo que me ha costado convencerlo! Lo arreglará para poder venir él mismo a la hora convenida.
El Kremlin
Parece que fue Yuri Dolgoruky quien empezó su construcción a mediados del siglo XII. A medida que se deterioraba por los ataques enemigos, se reconstruía con mejores materiales (pasando por madera, piedra y ladrillo) y dominando un recinto cada vez más amplio. La muralla actual (reformada) data de la época de Colón.
La visita era por libre, así que nos fuimos a la kacca, levanté dos dedos, me dispensaron dos entradas y nos encaminamos al interior del Kremlin por la Puerta de la Trinidad. Pasamos sin problemas. No tuvieron tanta suerte Roberto Con O y su esposa. Roberto había ido a conocer Rusia y a una tía suya que mandaron a Moscú finalizando la Guerra Civil española. Iban acompañados de su primo ruso que fue el encargado de sacar las entradas. Al llegar a la puerta, el ruso que picaba los boletos le dijo algo en cirílico a lo que Roberto contestó encogiendo los hombros.
- ¡Kassa! – le gritó el ruso.
Su primo tradujo.
- Ha preguntado de qué parte Rusia sois y como os ha calado tenéis que sacar entrada de turista.
Y es que en Rusia hay dos precios: el que se les cobra a los rusos (más o menos moderado) y el que se les cobra a los extranjeros, que es el mismo multiplicado por X. X es la incógnita y una incógnita.
La muralla tiene unas 20 torres, siendo la Spassky la más importante. Antes de 1918, las torres estaban coronadas por la cruz. Después de la revolución de octubre (que fue en noviembre), se sustituyó la cruz por la estrella comunista y así sigue.
Rodeando la muralla hacia la Puerta de la Trinidad se pasa por la Tumba al Soldado Desconocido. Éste debe estar en las listas de caídos por la patria porque es de la II Guerra Mundial (la Gran Guerra Patria para los rusos). Nos sorprendió ver una pareja de recien casados, todavía con el traje de novios, delante de la tumba ofreciéndole el ramo de novia al soldado. Parece que es costumbre en Moscú. No es probable que el novio tome celos al muerto.
Dentro del recinto hay lo que dicen las guías turísticas: el Palacio del Kremlin, el Palacio de Congresos, el Arsenal (ahora museo) y la Armería. En la Plaza de las Catedrales hemos podido ver una parada militar. La foto típica: un montón de cabezones en primer plano y, al fondo, la diminuta figura de un soldado a lomos de un caballo sin patas. Las catedrales principales son tres, a saber, San Miguel Arcángel, la Anunciación y la Asunción. En una los zares oían misa y oraban, en otra eran coronados y el la última, sepultados. No asigno catedral a cada uno de los actos de los zares porque me podía pasar lo que a aquel turista que, en sus vacaciones, visitó el Acueducto de Toledo, el Alcázar de Granada y la Alhambra de Segovia. En la que acoge en su seno a los zares está la tumba de Iván el Terrible que, según la guía, no lo fue tanto dado que, después de acuchillar a su hijo, al hombre le dio tanta pena que murió de ídem.
En todo caso, dentro del Kremlin los monumentos que más turistas aglomeran son dos:
• El Cañón Zar: un monstruito de bronce que nunca fue disparado, ¡menos mal!, porque para ser del siglo XVI, sólo con el estampido el ejército enemigo es probable que saliera en estampida. Guerra psicológica, dicen.
• La Campana Zarina: ¿Campana? ¡La madre de las campanas! Cuentan que fue construida para avisar de los ataque de los tártaros y que la primera vez que sonó fue tal el castañazo que le dio el badajo que le arrancó un cacho. Otra versión, mas extendida y verosímil, dice que estaba en una de las catedrales. Se produjo un incendio en el Kremlin y los bomberos, en su intento de apagarla, echaron sobre ella agua fría. La campana se resquebrajó y se le cayó u pequeño trozo de 11 toneladas.
Nacho
Llegamos al hotel y Quiosquera fue a visitar la mezquita de Benimea por lo que entramos un poco tarde al comedor. Nos encontramos a nuestro grupo dando abrazos a un chico sentado a nuestra mesa.
- ¡Que casualidad! Deben haber encontrado a un conocido.
Pues resulta que no. El “conocido” era Nacho. El que teóricamente debía ser el quinto pasajero del vuelo en que llegamos nosotros. Galina lo tenía mal anotado y Nacho llegó a medio día procedente de Madrid. Como no lo esperaban a esa hora Galina se lo dejó en el aeropuerto. Nacho, como nosotros, había elegido la opción Ukrania y, al llegar al hotel, se encontró con que allí no había españoles. Tuvo que aguardar hasta el lunes para averiguar que todos estábamos instalados en el Cosmos. Pero no tenía la “tarjeta pasaporte” y no lo dejaron entrar hasta que una guía, amiga de Galina, que la había oído comentar que “le faltaba uno”, habló con los guardias del hotel y se hizo responsable del chico.
Calle Arbat
Es la calle peatonal y comercial de Moscú. Era primera hora de la tarde y estaba vacía (a última hora, también). Para ser el centro comercial no se veía un puñetero escaparate. Mujeres, con el pañuelo a la cabeza, entraban y salían de los portales. Quiosquera es curiosa y entramos nosotros también. Allí estaban los comercios, la mayoría de alimentación. Cálculo del kilo de tomates: 5 dólares. Galina nos explicaría después que las mujeres se recorren todas las tiendas apuntando precios y luego vuelven a comprar donde lo han visto más barato. Y 5 dólares un tomate, no un kilo.
En 2006 las cosas han cambiado. Arbat se asemeja, es un decir, a las Ramblas de Barcelona. Tenderetes por todos lados, bullicio y ¡escaparates! Lo mismo se puede comprar caviar, vodka, souvenir, tabaco, condones… o fotografiarse junto a un doble de Lenin o Putin.
Bolshoi
Si estás en Moscú y no se piensa volver ¿quién se pierde un ballet en Bolshoi? A mí la música, sobre todo la melódica, me entra por un oído y me sale por el otro pero a Quiosquera le hacía ilusión. Así que nos apuntamos. Cinco mil quinientas por barba. La entrada que nos tocó marcaba 400 pyb. Al cambio, 40 pts. ¡La madre que parió a estos rusos! Nacho, que ya se había integrado en el grupo, nos explicó que él había ido la noche anterior y había sacado su entrada en taquilla: 5000 pts. Protestó a la taquillera porque su entrada marcaba mucho menos.
- ¿Cuánto pagan en España por un espectáculo así? –le preguntó-.
- Más o menos.
- ¿Entonces?
Llegamos a la conclusión de que Inturist se queda con todas las entradas y las que sobran son las que salen a taquilla. Pero si no hablas ruso, en Inturist o en taquilla son 5000 pts.
Nos tocó un palco lateral desde el que se divisaba como un cuarto de escenario y, sacando medio cuerpo fuera, se llegaba a ver casi tres cuartas partes. Representaban Giselle. Con la musiquilla de fondo y los tutús dando vueltas por el escenario empezó a darme sueño. Me arrellané en la butaca y dije a Quiosquera:
- Si ves que toco el bajo me despiertas.
Mientras buscaba la posición me fijé en unos espejos que tenía en diagonal. Pantalla panorámica. Los bailarines daban vueltas al revés pero se dominaba todo el escenario. Me arrellané en el asiento y me dispuse a disfrutar del espectáculo. A mi derecha había dos salchicheras de Frankfurt. La que estaba a mi lado empezó a mirarme de reojo. ¿Qué coño mirará este tío? –sospecho que se preguntó-. Fue siguiendo mi mirada hasta que dio con los espejos. Casi al unísono soltó una carcajada y me dio una “palmadita” en hombro. Tuve el brazo dormido el resto de la tarde.
En el intermedio teníamos sed y salimos a tomar un refresco. Preguntamos a la del ropero.
- ¿Bar?
- ¿Mandé? (en cirílico).
- Trinkin.
- ¡Ah! Secon flor.
- Ha dicho que en el jardín.
- Tira palante, payaso, que siempre estás igual.
En el segundo piso no había nada, bueno sí: una mesita en mitad del pasillo. Nos acercamos. Sobre la mesa, canapés de caviar y unas cuantas botellas de champán. Nada más. Intenté razonar:
- La entrada a 5000 pts. Dos copas de champán ¿…?
Unos turistas se acercaron y tomaron sendas copas, canapé incluido. No vi la cantidad que pagaron pero no me pareció mucho, así que atacamos. Dos copas de champán caliente y dos canapés: 1600 pyb (160 pts). Era lógico. El doble de lo que valía una entrada, sólo que el precio del bar era único.
Próximamente: ¡El Transiberiano!
4 Comments:
Estoy empezando a cogerte tirria ¿también has hecho el Transiberiano!? Grrrrr....
;-)
Ya te digo!, yo creo que quiosquero va a ser De la Cuadra Salcedo que tiene un quiosco para los ratos libres.
Como siempre, muy bueno. Queremos más.
Un saludo
Lástima que por aquella época no había Internet, si no seguro que podríamos rastrear los viajes de quiosquero y sus secuaces por la Grran Madrre Rrusia justo antes de la revolución bolchevique. ¿Casualidad? No creo... ;)
Salu2!
Vayamos por partes:
1. No se deben poner las tinajas antes que el vino, Aberron. En este blog no se dicen mentiras pero está permitida la metáfora.
2. Ya he pensado en ponerle ruedas al quiosco, Alvarhillo. Pero De la Cuadra busca la aventura y yo me encuentro metido en harina sin querer.
3. Por mi edad, Abandonalia, no pude estar en la revolución rusa pero me temo que mi espíritu o una reercanación anterior fuese quien sopló el primer cañonazo desde el Aurora.
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