Como decíamos ayer...
Tal vez debería empezar mi comentario con la archisabida frase de “como decíamos ayer…”, pero ni soy Fray Luís de León ni he estado callado durante este tiempo. De todos modos han sido siete meses y dieciséis días alejado de los centros de toma de decisiones del quiosco y, ahora que Salva acaba de dejarme sólo, me encuentro como gallo en corral ajeno.
Lo cierto es que arranqué con buen pie. Ayer, a última hora, la impresora dijo basta y se declaró en huelga de cartuchos caídos. Dalr volvió a la prehistoria e hizo a mano la nota de devolución. Mi primera misión, por tanto, ha sido llevar herramienta tan necesaria al médico. No contaba con las colas de espera de la Seguridad Social.
- Por lo menos tardaremos una semana en mirarla.
Y eso me lo dice Víctor, cuyo hermano fue durante 18 años mi jefe y amigo.
- ¡Joder, tío! Sin impresora me dejas vendido.
- Tengo una Brother MFC-290C que imprime, escanea, fotocopia y manda faxes, que, por ser tú, te la puedes llevar por 75 euros.
He mandado a Salva por ella, la hemos desembalado (siguiendo las instrucciones) y la he enchufado a ojo. Al tercer intento se ha dado cuenta de que le habíamos puesto los cartuchos de inyección y nos ha deleitado con una demostración de lo que es capaz de hacer. El mes que viene, si vamos holgados de tiempo, aprenderé a trabajar con el resto de funciones; o quizás espere a que tenga la necesidad de utilizarlas.
Para ser mi primer día de trabajo he considerado que me convenía descansar un rato y he ido a tomar café. Superwaiter discutía con Himmler.
- ¡La culpa de la derrota de España la tuvo el negro!
- ¿Obama? –pregunto inocentemente-.
- ¡No, coño! ¡El negro que nos metió el primer gol!
Al menos compruebo que los ánimos continúan como siempre. Pero no me da tiempo a acabar el café. Salva asoma la cabeza con expresión de angustia.
- Jefe, el ordenador se paró.
- ¡Y parió la abuela!
Me trago lo que queda de café y me introduzco en el quiosco. No tengo ni puñetera idea de por qué puede dejar de funcionar un ordenador, pero como tengo un destornillador a mano, lo abro (el ordenador). Hay cables y pelusa; sobre todo, pelusa. Me paso por un comercio cercano y compro un bote de aire comprimido. La polvareda es de aúpa pero, cuando conecto el ordenador, uno de los ventiladores apenas gira. Paso media hora sacando pelusa apelotonada en las rendijas del difusor; nuevo golpe de aire comprimido y el ventilador arranca con más fuerza que las aspas de un molino. Parece que, de momento, hemos salvado la rebelión de la tecnología.
Parece…
Las 12,15 es mi hora. Es la hora en que dejo el quiosco y me acerco a casa a comer algo. Como no tengo que volver hasta las 2, me da tiempo a leer un ratito… o dar una cabezada. Hoy no. El Ferrari se ha negado a arrancar; bien, ni eso. Simplemente estaba eléctricamente muerto. Pues a casa en el tren de las 2.
A todo esto, no he hablado de mi enfermedad. No la conozco; la doctora parece que tampoco. Después de siete meses y dieciséis días, mi salud ha seguido una gráfica similar a la de la bolsa: ligero descenso hasta un cierto mínimo, subidón repentino, bajadas a trompicones motivadas por los inversores que quieren ganancias rápidas y, finalmente, caída en picado a niveles similares a los mínimos históricos. O sea, estoy donde empecé y vuelvo porque Salva necesita vacaciones. La doctora me indicó que lo que fuese que tengo me produce abulia. Eso me ha levantado el ánimo. Abulia es enfermedad regia; es la enfermedad que aquejó a la mitad de los Austrias españoles, siempre que contemos a Felipe el Guapo. Si no lo contamos, la enfermedad afectó a todos los monarcas menos a los dos primeros (depende). Es verdad que yo no he contado con validos como el Duque de Lerma o el Conde-Duque de Olivares, pero he contado con colaboradores válidos como Salva, Quiosquera y Dalr que han mantenido en alza el pabellón y me lo han puesto muy difícil para mantener su línea económico-social.
Estamos de nuevo en la brecha
Lo cierto es que arranqué con buen pie. Ayer, a última hora, la impresora dijo basta y se declaró en huelga de cartuchos caídos. Dalr volvió a la prehistoria e hizo a mano la nota de devolución. Mi primera misión, por tanto, ha sido llevar herramienta tan necesaria al médico. No contaba con las colas de espera de la Seguridad Social.
- Por lo menos tardaremos una semana en mirarla.
Y eso me lo dice Víctor, cuyo hermano fue durante 18 años mi jefe y amigo.
- ¡Joder, tío! Sin impresora me dejas vendido.
- Tengo una Brother MFC-290C que imprime, escanea, fotocopia y manda faxes, que, por ser tú, te la puedes llevar por 75 euros.
He mandado a Salva por ella, la hemos desembalado (siguiendo las instrucciones) y la he enchufado a ojo. Al tercer intento se ha dado cuenta de que le habíamos puesto los cartuchos de inyección y nos ha deleitado con una demostración de lo que es capaz de hacer. El mes que viene, si vamos holgados de tiempo, aprenderé a trabajar con el resto de funciones; o quizás espere a que tenga la necesidad de utilizarlas.
Para ser mi primer día de trabajo he considerado que me convenía descansar un rato y he ido a tomar café. Superwaiter discutía con Himmler.
- ¡La culpa de la derrota de España la tuvo el negro!
- ¿Obama? –pregunto inocentemente-.
- ¡No, coño! ¡El negro que nos metió el primer gol!
Al menos compruebo que los ánimos continúan como siempre. Pero no me da tiempo a acabar el café. Salva asoma la cabeza con expresión de angustia.
- Jefe, el ordenador se paró.
- ¡Y parió la abuela!
Me trago lo que queda de café y me introduzco en el quiosco. No tengo ni puñetera idea de por qué puede dejar de funcionar un ordenador, pero como tengo un destornillador a mano, lo abro (el ordenador). Hay cables y pelusa; sobre todo, pelusa. Me paso por un comercio cercano y compro un bote de aire comprimido. La polvareda es de aúpa pero, cuando conecto el ordenador, uno de los ventiladores apenas gira. Paso media hora sacando pelusa apelotonada en las rendijas del difusor; nuevo golpe de aire comprimido y el ventilador arranca con más fuerza que las aspas de un molino. Parece que, de momento, hemos salvado la rebelión de la tecnología.
Parece…
Las 12,15 es mi hora. Es la hora en que dejo el quiosco y me acerco a casa a comer algo. Como no tengo que volver hasta las 2, me da tiempo a leer un ratito… o dar una cabezada. Hoy no. El Ferrari se ha negado a arrancar; bien, ni eso. Simplemente estaba eléctricamente muerto. Pues a casa en el tren de las 2.
A todo esto, no he hablado de mi enfermedad. No la conozco; la doctora parece que tampoco. Después de siete meses y dieciséis días, mi salud ha seguido una gráfica similar a la de la bolsa: ligero descenso hasta un cierto mínimo, subidón repentino, bajadas a trompicones motivadas por los inversores que quieren ganancias rápidas y, finalmente, caída en picado a niveles similares a los mínimos históricos. O sea, estoy donde empecé y vuelvo porque Salva necesita vacaciones. La doctora me indicó que lo que fuese que tengo me produce abulia. Eso me ha levantado el ánimo. Abulia es enfermedad regia; es la enfermedad que aquejó a la mitad de los Austrias españoles, siempre que contemos a Felipe el Guapo. Si no lo contamos, la enfermedad afectó a todos los monarcas menos a los dos primeros (depende). Es verdad que yo no he contado con validos como el Duque de Lerma o el Conde-Duque de Olivares, pero he contado con colaboradores válidos como Salva, Quiosquera y Dalr que han mantenido en alza el pabellón y me lo han puesto muy difícil para mantener su línea económico-social.
Estamos de nuevo en la brecha
2 Comments:
hola es la primera vez que leo tus historias cotidianas y le verdad me rio mucho espero que sigas deleitandonos mucho tiempo un cordial
saludo
Rafa.-
Actualmente, ICEMAN, los quiosqueros tenemos la vida lo suficientemente jodida para preocuparnos sólo de nuestro obligo y, aunque a menudo nos lo miremos, intentamos reirnos con lo demás. Gracias por tu comentario. Yo también espero seguir ASÍ (no aquí) mucho tiempo.
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