Hay que ser desgraciao...
Cuando el Diablo se aburre, con el rabo mata moscas.
Eso debió pensar D. Antonio Rico cuando se compró el bolígrafo que incorporaba una diminuta linternilla para alumbrar la zona del papel donde se escribía. D. Antonio era farmacéutico pero las cosas de la botica no le molaban; por eso colocó a su mujer al frente de la misma y él se dedicó a lo que le gustaba: dar clases de física, química y matemáticas. Regentar una farmacia tiene sus quebraderos de cabeza; la esposa debió de ponerle deberes conyugales y D. Antonio cumplía, es decir, cada sábado, domingo y fiesta de guardar, el que fue mi profesor de matemáticas de quinto curso de bachiller aparcaba lo más próximo posible al cine elegido por la manceba (acepción 3 del diccionario digital de la RAE), sacaba sus entradas y tomaba asiento en el patio de butacas. Tal y como él lo explicaba todo iba como la seda.
- Permanezco 10 minutos atento a la pantalla. Que la película me gusta, la veo. Que la película no me gusta, saco una libretilla y mi bolígrafo con linterna incorporada y me pongo a resolver problemas.
Y es que cada cual matamos el rato (los españoles matamos cualquier cosa que no sangre) como nos parece. El diablo mata moscas, D. Antonio Rico resuelve (resolvía) problemas; y yo… yo me dedico a averiguar cómo demonios se las montan las distribuidoras para que una factura, una vez cuadrada, todavía presente unos céntimos de diferencia.
Sé que abuso haciendo referencia a menudo a las cosas de mi niñez pero, a determinadas edades, uno tiene una cierta querencia a las formas y costumbres que ya quedan lejos y recurre a ellas, supongo que por nostalgia de tiempos y habilidades que no volverán. Así pues, rebusco en mi memoria y recuerdo que el mayor insulto que se le podía decir a una persona era ¡desgraciao! Y una de los mayores defectos que se le podía achacar era ¡miserable! (de miseria, tacañería). Removiendo el diccionario resulta que ambos términos tienen acepciones que los pueden hacer incluso sinónimos pero, para nosotros, la cosa era clara. Un desgraciao era una persona perversa y un miserable era mezquino.
Pues por ahí van los tiros.
Cierta distribuidora castiga a los vendedores cargando un periódico de lunes y un periódico de domingo por cada cartilla no entregada de una promoción concreta. Cuando uno se fija en la línea de factura correspondiente al periódico de domingo, se encuentra con que el descuento aplicado a esa venta es del 20% en vez del 25 que correspondería por encarte del magazine semanal; se plantean dos alternativas:
1ª.- O el quiosquero vendió el periódico, en cuyo caso encartó el magazine por lo que le corresponde un descuento de 25% y la distribuidora le chulea 5 cts.
2ª.- O el quiosquero no vendió el periódico, en cuyo caso la línea de facturación es un robo a pluma armada.
Por muy mal pensado que uno sea, debe suponer que la distribuidora únicamente trata de penalizar al quiosquero transgresor y no se ha parado a pensar en la malicia de la acción. Porque si no fuera así, habíamos de determinar que son unos miserables desgraciaos.
Ahora ya lo saben.
2 Comments:
Querido (estimado, se sobreentiende) Quiosquero:
He de hacerte una observación, y es la siguiente: no te chulean 5 céntimos, realmente es el importe total del periódico lo que te chulean.
La Miserable te cobra algo que no te sirve; te factura un producto que no te entrega, creo que ésto debe de tener una definición, analógica o binaria no lo sé, en el DRAE. Quizá: ¿fraude?, ¿estafa?, ¿hurto?, ¿sodomía no consentida?.
Sinvergüenzas, es lo que son algunas.
Colorines:
La palabra que define el cobro de 2 diarios imaginarios, no me atrevo a escribirla. Sólo trataba de poner de relieve la mezquindad de los 5 cts.
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