357, rue del Despisté
No hay día en que alguien no me pregunte por el 357, rue del Palurdo, pero acabaría haciéndome pesado en exceso si cada vez escribiese sobre el tema. Hoy me ha pillado lanzado. Ayer me fui calentando y poniendo de mala leche a medida que escribía el post que, por si fuera poco, se alargó demasiado y tuve que concluir el día abreviando el remate de las devoluciones de Marina Press, Logística de Medios y SADE. Como consecuencia, esta noche me las he visto y deseado para contener los pinchazos del lumbago y mantener la cabeza en posición de firmes porque, si la giraba a la derecha para mirar a la Ministra de Defensa de la República Independiente de mi Casa, las cervicales crujían como una ametralladora.
He llegado falto de sueño, dolorido y con ganas de guerra. No ha hecho falta esperar mucho. Empezaban a entrarme en calor las coyunturas cuando se me ha acercado un pavo de no más de treinta años pidiendo una ayuda.
- ¿Me podría dar un par de euros para un bocadillo?
- Lo siento, no puedo.
- Aunque sean veinte céntimos.
- No.
- Permita Dios que te veas en las mismas circunstancias que yo.
Se ha girado. Yo también. Me he plantado en el escaloncillo y le he silbado con todas mis fuerzas; a estilo pastor.
- ¡Ven p’acá!
Ha venido. No se si sorprendido por el imprevisto o preparado para hacerme la cara nueva. Cuando ha llegado a mi altura, me he remangado el pantalón y le he puesto la pata fólica entre las manos.
- ¡Ves, tío! ¡Pues 14 horas cada día aquí de pie! ¡Así que si tienes hambre levanta la tapa de la alcantarilla y come mierda!
Ha ido soltando mi pierna con cuidado hasta depositarla en el suelo.
- Usté perdone, compadre; no lo sabía.
- La próxima vez, antes de echar la maldición, asegúrate.
Ha tomado calle abajo, pero una señora, que llevaba rato “probándose” las chanclas de Telva y que ya parecía haberse decidido, ha cambiado de opinión y ha salido escopeteada en dirección contraria.
Estas cosas me dejan mal cuerpo; por una parte no me gusta ser impulsivo, descontrolado en ocasiones, y por otra, me queda un cierto regomeyo porque, quizás, los dos euros que me pedía habrían sacado de un apuro al muchacho y a mí tampoco me hubieran hundido el “negocio”. Dándole vueltas al tema, no he reparado en la señora que se acercaba, hasta que he oído su voz.
- Perdone, ¿sabe dónde queda el 357 de Consejo de Ciento?
- Tres calles más atrás –he contestado con cierta brusquedad-.
- ¿Quiere decir?
- Sí, señora.
- Es que en la otra esquina está el 356 y en ésta el 358.
- ¿De dónde es usted?
- Catalana de tota la vida –ha respondido mosqueada-.
Transcribo literalmente la conversación. La calle y número de la señora son ficticios.
- No, que on viu!
- A Barsalona.
- En quin númeru?
- En el nuranta vuit del carré Nàpols.
- Quin númeru té al custat?
- El sen…
- I el nuranta nou?
- A laltra vu… Ah, es clá! Té rau! El tres sens cincuanta set es a laltra vurera…
- Y tres calles más patrás...
He llegado falto de sueño, dolorido y con ganas de guerra. No ha hecho falta esperar mucho. Empezaban a entrarme en calor las coyunturas cuando se me ha acercado un pavo de no más de treinta años pidiendo una ayuda.
- ¿Me podría dar un par de euros para un bocadillo?
- Lo siento, no puedo.
- Aunque sean veinte céntimos.
- No.
- Permita Dios que te veas en las mismas circunstancias que yo.
Se ha girado. Yo también. Me he plantado en el escaloncillo y le he silbado con todas mis fuerzas; a estilo pastor.
- ¡Ven p’acá!
Ha venido. No se si sorprendido por el imprevisto o preparado para hacerme la cara nueva. Cuando ha llegado a mi altura, me he remangado el pantalón y le he puesto la pata fólica entre las manos.
- ¡Ves, tío! ¡Pues 14 horas cada día aquí de pie! ¡Así que si tienes hambre levanta la tapa de la alcantarilla y come mierda!
Ha ido soltando mi pierna con cuidado hasta depositarla en el suelo.
- Usté perdone, compadre; no lo sabía.
- La próxima vez, antes de echar la maldición, asegúrate.
Ha tomado calle abajo, pero una señora, que llevaba rato “probándose” las chanclas de Telva y que ya parecía haberse decidido, ha cambiado de opinión y ha salido escopeteada en dirección contraria.
Estas cosas me dejan mal cuerpo; por una parte no me gusta ser impulsivo, descontrolado en ocasiones, y por otra, me queda un cierto regomeyo porque, quizás, los dos euros que me pedía habrían sacado de un apuro al muchacho y a mí tampoco me hubieran hundido el “negocio”. Dándole vueltas al tema, no he reparado en la señora que se acercaba, hasta que he oído su voz.
- Perdone, ¿sabe dónde queda el 357 de Consejo de Ciento?
- Tres calles más atrás –he contestado con cierta brusquedad-.
- ¿Quiere decir?
- Sí, señora.
- Es que en la otra esquina está el 356 y en ésta el 358.
- ¿De dónde es usted?
- Catalana de tota la vida –ha respondido mosqueada-.
Transcribo literalmente la conversación. La calle y número de la señora son ficticios.
- No, que on viu!
- A Barsalona.
- En quin númeru?
- En el nuranta vuit del carré Nàpols.
- Quin númeru té al custat?
- El sen…
- I el nuranta nou?
- A laltra vu… Ah, es clá! Té rau! El tres sens cincuanta set es a laltra vurera…
- Y tres calles más patrás...
- Grasias, yova.
Lo de yova me ha llegado al alma.
Lo de yova me ha llegado al alma.
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