¡Sálvese quien pueda!
Allá por los años sesenta, cuando se corrió el rumor de que habían propuesto a Franco para Premio Nóbel de Química por hacer de la peseta una mierda, en una de las chirigotas de los carnavales de Cádiz se cantaba aquello de:
¡Salve, Cesar imperator!
¡Salve, Cesar imperial!
¡Salve…se todo el que pueda
qu’está la peseta
mu devaluá!
¿Y a santo de qué viene esto? A santo de ná. M’ha pedío er cuerpo desilo y lo disho ¿pasa argo, señoríah?
Cachondeos aparte, hay motivos para pensarlo.
A medida que los quiosqueros nos hemos ido enganchando a la banda ancha, hemos sido muchos los que, con blog propio u opinando en blog prestado, hemos querido conseguir la “unidad” del sector como único medio de obtener algún resultado que nos fuese favorable. Se traslucía como objetivo del Quiosco de nuestra vida, Quiosquero a todos o Diário de um quiosque, por poner unos ejemplos; arrimaban el hombro, ofreciéndonos su impagable ayuda con catálogos de Coleccionables y Promociones, webs como Quiosco Durán, Quioscos Locos o la propia página de AVEPRENCO; nos abrían los ojos a los más novatos los acertados comentarios de la Mosca, Xiscofiol, Kioskero, Calma total, O Cura de Fruime, Colorines, Haddock, Justiciero, Tintín, Caballo Rojo o Toro Azul. Plataforma nos alertaba de la competencia desleal que incluían las propias publicaciones en forma de descuentos por suscripción. Yo mismo, quiosquero bisoño tirando a pardillo, quise liderar desde un foro, el vendedor de prensa, un movimiento tendente a recoger las inquietudes de otros quiosqueros y elaborar un informe que, puesto a disposición de nuestras asociaciones, las ayudara a conocer más profundamente las chinas de nuestros zapatos...
Casi todos hemos ido aflojando en nuestro empeño de buscar fórmulas que paliasen la durísima vida de una profesión desprestigiada y en peligro de extinción. Y no hemos aflojado por hartazgo o desidia; hemos aflojado porque la “unidad” perseguida es mucho más que una utopía. La unidad ni es posible ni deseable; cada quiosco es un mundo y lo que es bueno para unos puede ser perjudicial para otros. Me he quejado muchas veces de que al quiosco sólo llegan los productos que nadie quiere vender, aquellos que dejan márgenes ridículos. Algunos colegas trataban de convencerme que vender tarjetas de metro, por ejemplo, pese a su bajísimo rendimiento, era rentable toda vez que atraían al cliente hacia otros productos. En mi quiosco no pasa eso; quienes me compran T10, la pagan y se van. Como mucho, quienes adquieren un periódico o revista, aprovechan para aprovisionarse del bono de transporte. No tengo claro si me es rentable vender Loto Catalunya; tal vez el gasto de luz y el incremento de módulos que ello conlleva se lleven mis famélicos beneficios. Tampoco acabo de ver la rentabilidad de las recargas de móviles cuando yo no tengo el control de las mismas. Pero he hecho números, muchos números, y no puedo prescindir de ninguna de estas fuentes, por antieconómicas que me parezcan; si renuncio a 20 euros de aquí, 15 de allá y 40 de acullá, al final pago las facturas, pago la nómina de Salva, pago los impuestos… y me voy a algún de centro de caridad para que me den un aguachirle y un catre para pasar la noche.
Dispongo de poco tiempo para leer pero le he dedicado unos minutos al extenso comentario de Shelley, de florida prosa como acostumbra, y me ha excitado la neurona. Shelley y yo hemos hecho nuestros cálculos y llegamos a conclusiones parecidas pero que nos llevan a contramedidas opuestas. Mientras él concluye que puede mejorar su calidad de vida (no sus ingresos) vendiendo únicamente revistas, mis números me indican que yo obtendría resultado semejante si limitase mi actividad a la venta de diarios. ¿Quién tiene razón? Creo que los dos. Nuestros puntos de venta están ubicados en entornos diferentes y, por ende, sus variables económicas no tienen por qué coincidir. Si Ortega afirmaba que “Yo soy yo y mi circunstancia”, los números y la realidad me llevan a concluir que “Mi quiosco es lo que deciden algunos de mis proveedores (distribuidoras y asociaciones, principalmente) y es capaz de asumir el entorno en que se ubica”.
Lo que está claro (para mí) es que alguien ha de hacer algo para ponerle fondo a la crisis pero, colectivamente, nadie va a hacer nada; simplemente porque no hay nada que nos vaya bien a todos. Yo he tomado la decisión de hacerme notar y hacer notar lo que no me gusta. Iniciar mi pequeña guerra informando al “enemigo” del porqué de cada una de mis acciones. ¿Quién sabe? Quizá algunas cosas se hagan mal sólo porque nadie ha dicho que están mal.
En las dos últimas semanas he devuelto a saco casi todas las revistas mensuales con bolso incluido porque ocupaban un güevo de espacio y el envoltorio se rompía con facilidad al manipularlas. He mantenido, sin embargo, las revistas que incorporaban chanclas porque venían mejor envueltas y no se rompían. Mención especial para Telva que incorpora un envoltorio fetén. He devuelto los tropecientos cartones de Princesas, palas y pelota adjuntas, porque las pelotas venían cascadas y el peso de las palas rompía el envoltorio. He devuelto revistas como Recetas de oro, Los Sims o Guia d’estiu porque llevaban el código de barras oculto o no lo llevaban; si todo el mundo está empeñado en que los quiosqueros instalemos programas, Quiosquero está empeñado en que las editoras diseñen sus portadas pensando en un punto de venta informatizado.
Y que cada cual haga lo que considere que mejora su vida o no perjudica su negocio.
Son pequeñas gilipolleces, pero Lecturas no ha vuelvo a esconder su código de barras tras las barbas de Arguiñano.
¡Quién sabe!
¡Salve, Cesar imperator!
¡Salve, Cesar imperial!
¡Salve…se todo el que pueda
qu’está la peseta
mu devaluá!
¿Y a santo de qué viene esto? A santo de ná. M’ha pedío er cuerpo desilo y lo disho ¿pasa argo, señoríah?
Cachondeos aparte, hay motivos para pensarlo.
A medida que los quiosqueros nos hemos ido enganchando a la banda ancha, hemos sido muchos los que, con blog propio u opinando en blog prestado, hemos querido conseguir la “unidad” del sector como único medio de obtener algún resultado que nos fuese favorable. Se traslucía como objetivo del Quiosco de nuestra vida, Quiosquero a todos o Diário de um quiosque, por poner unos ejemplos; arrimaban el hombro, ofreciéndonos su impagable ayuda con catálogos de Coleccionables y Promociones, webs como Quiosco Durán, Quioscos Locos o la propia página de AVEPRENCO; nos abrían los ojos a los más novatos los acertados comentarios de la Mosca, Xiscofiol, Kioskero, Calma total, O Cura de Fruime, Colorines, Haddock, Justiciero, Tintín, Caballo Rojo o Toro Azul. Plataforma nos alertaba de la competencia desleal que incluían las propias publicaciones en forma de descuentos por suscripción. Yo mismo, quiosquero bisoño tirando a pardillo, quise liderar desde un foro, el vendedor de prensa, un movimiento tendente a recoger las inquietudes de otros quiosqueros y elaborar un informe que, puesto a disposición de nuestras asociaciones, las ayudara a conocer más profundamente las chinas de nuestros zapatos...
Casi todos hemos ido aflojando en nuestro empeño de buscar fórmulas que paliasen la durísima vida de una profesión desprestigiada y en peligro de extinción. Y no hemos aflojado por hartazgo o desidia; hemos aflojado porque la “unidad” perseguida es mucho más que una utopía. La unidad ni es posible ni deseable; cada quiosco es un mundo y lo que es bueno para unos puede ser perjudicial para otros. Me he quejado muchas veces de que al quiosco sólo llegan los productos que nadie quiere vender, aquellos que dejan márgenes ridículos. Algunos colegas trataban de convencerme que vender tarjetas de metro, por ejemplo, pese a su bajísimo rendimiento, era rentable toda vez que atraían al cliente hacia otros productos. En mi quiosco no pasa eso; quienes me compran T10, la pagan y se van. Como mucho, quienes adquieren un periódico o revista, aprovechan para aprovisionarse del bono de transporte. No tengo claro si me es rentable vender Loto Catalunya; tal vez el gasto de luz y el incremento de módulos que ello conlleva se lleven mis famélicos beneficios. Tampoco acabo de ver la rentabilidad de las recargas de móviles cuando yo no tengo el control de las mismas. Pero he hecho números, muchos números, y no puedo prescindir de ninguna de estas fuentes, por antieconómicas que me parezcan; si renuncio a 20 euros de aquí, 15 de allá y 40 de acullá, al final pago las facturas, pago la nómina de Salva, pago los impuestos… y me voy a algún de centro de caridad para que me den un aguachirle y un catre para pasar la noche.
Dispongo de poco tiempo para leer pero le he dedicado unos minutos al extenso comentario de Shelley, de florida prosa como acostumbra, y me ha excitado la neurona. Shelley y yo hemos hecho nuestros cálculos y llegamos a conclusiones parecidas pero que nos llevan a contramedidas opuestas. Mientras él concluye que puede mejorar su calidad de vida (no sus ingresos) vendiendo únicamente revistas, mis números me indican que yo obtendría resultado semejante si limitase mi actividad a la venta de diarios. ¿Quién tiene razón? Creo que los dos. Nuestros puntos de venta están ubicados en entornos diferentes y, por ende, sus variables económicas no tienen por qué coincidir. Si Ortega afirmaba que “Yo soy yo y mi circunstancia”, los números y la realidad me llevan a concluir que “Mi quiosco es lo que deciden algunos de mis proveedores (distribuidoras y asociaciones, principalmente) y es capaz de asumir el entorno en que se ubica”.
Lo que está claro (para mí) es que alguien ha de hacer algo para ponerle fondo a la crisis pero, colectivamente, nadie va a hacer nada; simplemente porque no hay nada que nos vaya bien a todos. Yo he tomado la decisión de hacerme notar y hacer notar lo que no me gusta. Iniciar mi pequeña guerra informando al “enemigo” del porqué de cada una de mis acciones. ¿Quién sabe? Quizá algunas cosas se hagan mal sólo porque nadie ha dicho que están mal.
En las dos últimas semanas he devuelto a saco casi todas las revistas mensuales con bolso incluido porque ocupaban un güevo de espacio y el envoltorio se rompía con facilidad al manipularlas. He mantenido, sin embargo, las revistas que incorporaban chanclas porque venían mejor envueltas y no se rompían. Mención especial para Telva que incorpora un envoltorio fetén. He devuelto los tropecientos cartones de Princesas, palas y pelota adjuntas, porque las pelotas venían cascadas y el peso de las palas rompía el envoltorio. He devuelto revistas como Recetas de oro, Los Sims o Guia d’estiu porque llevaban el código de barras oculto o no lo llevaban; si todo el mundo está empeñado en que los quiosqueros instalemos programas, Quiosquero está empeñado en que las editoras diseñen sus portadas pensando en un punto de venta informatizado.
Y que cada cual haga lo que considere que mejora su vida o no perjudica su negocio.
Son pequeñas gilipolleces, pero Lecturas no ha vuelvo a esconder su código de barras tras las barbas de Arguiñano.
¡Quién sabe!
10 Comments:
Bueno, quizás debería matizar el cambio que yo mismo me he propuesto. Ya indiqué en aquel comentario que las diferencias no obedecen únicamente al entorno, sino a la actividad concreta del negocio: mientras un quiosco tiene unas dimensiones más bien exiguas, mi papelería tiene más de noventa metros cuadrados. Mientras un quiosco puede vacilar entre suprimir lo que yo llamo "accesorios de mecanismo autónomo" (id est, recargas telefónicas, bonolotos, línea de productos dulces, tarjetas de transporte, etc.) yo puedo ir más allá y eliminar lo que ya dije... e incluso las revistas. Llevo más de cinco años con esta peculiar simbiosis de quiosco versus papelería y jamás (repito: jamás) he visto mezclarse un cliente cuya demanda sea una estilográfica, o tal composición de reprografía, o un envío de fax, o taladros Petrus, o calibrados de la casa Rotring, o archivadores Esselte con otros que pidan un Sport o el Lecturas. Se da la convivencia de dos mundos antagónicos: en uno yo trabajo al 200, 300 o 400% de beneficio y constituye el verdadero motor de mi establecimiento y en otro al 20% bruto, que son las distribuidoras de prensa y de revistas. Basta un pequeño ejemplo: un día cualquiera puedo vender una calculadora científica, un paquete de resmillería de Canon y dos o tres libretas Oxford y ya he igualado o superado lo que me dejaría la venta de prensa y revistas en una semana.
¿Por qué la prensa? Primero por su retroceso cada vez más acusado, segundo porque ni siquiera tiene efecto de llamada en el resto de líneas de negocio, y tercero porque consume un tiempo y unos recursos que no se compadecen con su rentabilidad. ¿Por qué sí las revistas? Primero porque abarcan un abanico de clientes mucho más amplio (de sexo y edades: la prensa sólo atrae a varones de cuarenta y tantos hacia arriba) segundo porque aunque no tienen una periodicidad diaria demuestran una salida mucho más fluida y a un precio superior, y tercero porque su consumo no se circunscribe únicamente a una franja horaria, como ocurre con la prensa -Ésta tiene su máxima eficiencia en las primeras horas de la mañana, las revistas en cualquier momento.
Para mí ha sido una estrategia casi natural y casi refrendada por los vaivenes del mercado, pero con una salvedad: mi tienda no es lo que deciden un proveedor, un distribuidor o una asociación y que además se adapta al paisaje al cual pertenece. Mi tienda es lo que decido yo, previa consulta y negociación con tal o cual mayorista y que da respuesta a una necesidad o a un apetito de consumo que ya existía. Pongo otro ejemplo: ahora, con la ausencia de colegios por vacaciones o el aburrimiento por exceso de ocio, un menor puede elegir entre comprar la "High School" o la "Dibus" o mejor decidir los padres que precisan de un libro de repaso de Nadal, Santillana o Barcanova. Las primeras dejan un 20% bruto, ya lo sabemos. Los últimos lo que yo considero razonable -Y, en ocasiones, lo que quiero.
.../...
Las diferencias son tan sustanciales y la depresión de los productos editoriales de las distribuidoras tan evidente que poca duda he tenido que resolver. Incluso cuando recibo algún cuento que SGEL da últimamente en enviar (de Susaeta, pongamos por caso) medio me sonrío: marca un PVP de 8,95€ y deja lo que ya conocemos; yo los compro a la mitad de ese importe y rinden a euros, no a céntimos de euro.
Y hasta ahí el panorama, señor. A mí nunca me ha importado levantarme a las cinco y pico de la madrugada (qué le voy a contar, ya) si el rendimiento hubiera sido aceptable. Pero en este último año el hecho de mirar mi reloj de Audrey Hepburn a eso de las once y observar la góndola de la prensa me ponía enfermo, porque más que góndola se asemejaba a un esqueleto de galeón hundido. Hay una cosa que odio más que perder dinero, porque al fin y al cabo se trata de un azar que nos priva o depara una ruleta tremendamente impredecible: lo que más detesto es perder el tiempo. Mi tiempo ya no es siervo del 20% de un euro, ni de esa locura agónica de las promociones ni de esa gilipollez de cupones o de cartillas y que me han confirmado que más de la mitad de esos clientes son auténticos deficientes mentales. Todavía hay imbéciles que me preguntan si abro en domingo, todavía existen anormales que se plantan delante de una cabecera y preguntan "¿Este periódico es de hoy?". En ocasiones el cliente tiene lo que merece, y esa fracción de clientes no merecen nada. Insisto: menos, mi tiempo.
Yo lo entiendo como un cambio de ritmo: donde antes reposaban periódicos ahora se elevarán libros, películas, cuentos o videojuegos -Naturalmente nunca servidos por nuestras amigas distribuidoras. Donde antes sólo había baldosas ahora figurará desde el móvil de Hello Kitty hasta la coffee maker de Minnie. No busco la simple eliminación de la prensa, sino una sustitución mucho más amplia y lo suficientemente atractiva. El cliente de prensa tiene una fecha de caducidad, porque las generaciones más jóvenes (y ya pueden soltar las tonterías que les apetezca la AEDE, o los estudios Nielsen, o la WAM) desprecian la prensa. No se va a producir ningún reemplazo, no asistiremos a ninguna mejoría, no puede haber futuro para quien no ha trabajado por el futuro, porque para eso se precisa una voluntad inequívoca de cambio y valor. Cinco años han sido suficientes para comprobar la alucinante cobardía de los editores y ese afán casi enfermizo por convencer de sus bondades a cambio de negar (y de negarse) la realidad. Allá ellos con su mundo de noticias calcadas o maquilladas de agencia, allá ellos con su universo de películas a un euro, anillos, bañadores, aparatos móviles o baterías de cocina, allá ellos con su cansino mercadear y con sus limosnas de subvenciones... Allá ellos con toda su mierda, porque serán enterrados en ella.
Un saludo, Señor.
Señor Shelley, la diferencia es clara: usted es un comerciante mientras que yo soy un quiosquero.
No lo tengo tan claro, señor: durante estos cinco años he realizado exactamente el mismo trabajo que cualquier otro quiosquero, con las mismas penurias y las mismas preocupaciones. La salvedad está en que yo he decidido bajar el telón de esa pieza que no me ha satisfecho (de hecho, muchas papelerías o librerías que se dicen como tales lo hacen o lo han venido haciendo) y buscar otra salida, soñar que puedo cambiar algunas cosas y ejecutar ese sueño... Tengo 35 años y ni siquiera tiempo para buscarme una novia, lo siento pero son razones de fuerza mayor XDDDDD
¡Byez!
Me descubro ante vosotros.
Ya lo decia sun tzu hace 25 siglos "las batallas se ganan antes de empezarlas" y vosotros ya cococeis el resultado de esta contienda.
Aún con todo, yo confio en la teoria del aleteo de la mariposa.
Un saludo.
Al referirme a usted como comerciante sólo quería resaltar que, como tal, usted puede negociar con sus proveedores mientras que como quiosquero eso es imposible.
Saludos.
Que Confucio insufle su aliento a las mariposas, kioskero; vamos a necesitar su brisa.
Querido Quiosquero:
Es para mí una orgullosa satisfacción verme citado en tu blog. Muchas gracias.
Tu hiperactividad escritora de esta semana me tiene extenuado pues hacia días que no visitaba tu blog. Unos "problemillas" de portes con las distribuidoras me tienen muy atareado.
Llegas a la conclusión de que la unidad no es posible ni deseable porque lo que es bueno para unos puede no serlo para otros. Cierto esto último que dices, pero de ello, no se puede deducir que la unidad no sea posible. Piensa que hay cosas que son malas para todos. Que perjudican a todo el colectivo. Pienso que ahí es donde debemos busacr con más fuerza la unión.
Escribo esto pensando en los "problemillas" que estamos padeciendo desde hace una semana.
Una de las dos distribuidoras que nos subyugan, aprovechando un cambio de fondos, ha incrementado los portes un 105 %, sí sí, tal y como lo oyes, perdón, lo lees. Y, si nos portamos bien y nos dejamos sodomizar sin oponer mucha resistencia, próximamente con el cambio de otro fondo (Interviú, Tiempo, etc) nos obsequiarán con un bonito 38% adicional de subida.
A ustedes: ¿les obsequian en la misma proporción?
He puesto esto que nos sucede, por aquí, como ejemplo de algo que es malo para todos y en donde sí puede haber unión, pues es perjudicial para todos.
Ánimo Quiosquero.
Un saludo para todos de otro bisoño.
.
Es cierto, Colorines, que hay chinas que molestan en cualquier zapato pero somos un colectivo tan especial que, por lo menos en Barcelona, con tal de se fastidie el vecino no me importa que me sodomicen a mí. Por eso es imposible la unidad. Y no es deseable porque eso significaría que todos los que se mueven en los "centros de poder" han encontrado un medio común de jodernos a todos.
No sé si me explico.
Saludos.
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