Viernes, 10
Anoche me acosté algo tarde intentando que el post de hoy se publicase en verso, como es preceptivo desde 2007, y a una hora tempranera. Veo que he vuelto a pillar en bragas a Don Juan Manuel y a Kutuklú de Quevedo y Villegas, en pijama a Quiosquera de Castro y al mismísimo Dalr de Cervantes Saavedra, y se ha incorporado de lleno Norma María Matute. Otro año será.
No tiene esto nada que ver con que estuviese bastante dormido al llegar al quiosco. Superwaiter y yo discrepamos profundamente respecto a la siesta; él, más demócrata, opina que debería ser un derecho recogido en nuestra Constitución; yo, de mayor tendencia facistoide, opino que debería ser constitucionalmente obligatoria. En todo caso, por derecho u obligación, este quiosquero sólo se puede permitir tal práctica los sábados y domingos y, aun así, a la hora del té. El lunes alzamos la persiana con el cuerpo descansado y, a medida que van pasando los días, nos cuesta levantarnos un poquito más, al tiempo que notamos cómo se espesan las ideas y se agarrotan los músculos. Es, por tanto, el viernes cuando el despertador debe ser más insistente si quiere lograr el objetivo para el que se concibió.
Hoy, ayer para el lector, nos hemos dormido. Cuando he conseguido enfocar la vista, las manecillas del reloj señalaban las seis menos cuarto. En otro tiempo y circunstancias hubiera llegado al quiosco a las seis y diez, pero ahora necesito de Quiosquera y Quiosquera se reinicia cada mañana con un programa de bucle fijo sin bifurcaciones condicionales. Aparcaba a la vera del quiosco a las siete menos diez. Al iniciar la maniobra de aterrizaje, hemos observado la pista libre de obstáculos: no había diarios en los hangares. Pero sí había una señora esperando.
-¿Abren ya? –nos ha soltado a modo de saludo-.
- Sí, pero no han llegado los periódicos –le contesta Quiosquera-.
He sostenido muchas veces que Dios cometió errores en la creación o que las especies darwinianas evolucionaron equivocadamente, dando, por poner un ejemplo, inteligencia en exceso a las mujeres y mala leche agriada a los quiosqueros. Mientras yo abría la puerta y la señora que esperaba La Vanguardia emprendía la retirada, empecé a interpretar que juraba en arameo.
- ¿Qué mascullas? –me interpeló Quiosquera-.
- Acabas de ser testigo de un ejemplo de la vida indigna que vivimos los quiosqueros. Cualquier comerciante llega a su local y nadie le pregunta si va a abrir o no porque tiene un horario previamente establecido; el comerciante ordena su local y, cuando cada cosa está en su sitio y cada sitio tiene sus cosas, abre. ¿Te imaginas a Don Vito llegando con un maletín de joyas y alguien le pida un anillo en plena calle? ¿O que su distribuidor le deje el pedido en el tranco de la puerta?
- ¡Hombre, Don Vito vende oro!
- Cuando estuvimos en Amsterdam te compré unos diamantitos que dispusieron en forma de anillo y pendientes, engarzados en un oro que, según el dependiente, nos regalaron, y nos salió más barato que el conjunto de diarios que Marina Press nos deja en la calle cualquier domingo. La única diferencia es que, para el resto de los mortales, Don Vito es un señor y Quiosquero un desgraciado.
No sé si la he convencido o no porque no hemos tenido tiempo de hablar más. Apenas he levantado la persiana ha aparecido SGEL, a la que no hemos hecho puñetero caso, y, a continuación, Logística y Marina Press. En el intervalo (10 minutos como mucho), una misma persona ha venido tres veces, tres, a recoger su Mundo Deportivo. Y mientras los periódicos estaban amontonados en la acera, los clientes de las siete, ávidos de noticias, no nos han dejado ni comprobar si las publicaciones recibidas coincidían con los albaranes. Cuando Quiosquera se ha ido, habíamos conseguido poner los diarios en su sitio pero me faltaba entrar los albaranes en el ordenador.
Hoy, Jaume ha pasado a las diez y media, lo que me ha permitido una meada extra. Al entrar en Superwaiter he visto una señora tomando un cortado y un chino, que dice que no es chino, jugando a la tragaperras. Mientras cruzaba, el Súper me ha hecho el gesto de llevar una mañana a dos velas. Cuando alguien es indeciso, se suele decir de él que “cada vez que mea, piensa”. Pues yo aprovecho mis visitas al retrete para pensar y casi nunca en nada bueno. Por eso, al salir, he puesto la mejor de mis sonrisas para decir en voz alta:
-Súper, cuando esto se despeje un poco, haz el favor de llevarme un café con leche al quiosco que yo también tengo cola y no me puedo entretener.
Me ha mirado como si le hubiese pedido café con hielo.
- ¡La madre que te parió!
- No, no. A mi madre no hace falta que la traigas pero si te hace ilusión la puedes recoger en el centro de ancianos a las seis de la tarde.
Llevo tiempo excitado. Cualquier ruido me sobresalta y no me queda más remedio que tomarme un “Tranquilium” de vez en cuando. Aun así, me saca de mis casillas que me llamen a casa o al quiosco para ofrecerme servicios fantásticos con los que me ahorraría una pasta al contratarlos; me molesta que me llamen al quiosco porque estoy trabajando y a casa porque estoy durmiendo. Y como estoy de mala leche empiezo a volverme bastante hijoputa. Estaba intentando “ingresar” los albaranes de las promociones de Marina Press; venían bien empaquetas en una caja de cartón pero sin orden; así que tenía tres albaranes abiertos asignando cada publicación a su correspondiente albarán. Ha sonado el teléfono, he pegado un respingo y me he llevado el aparato al oído.
- ¡Diga! –en plan rugido-.
Nadie ha dicho nada y el teléfono seguía sonando. Había pegado a mi oreja el mando a distancia de un equipo de música que me regaló Marina Press y que Salva usa para localizar emisoras de su país.
A la segunda he acertado.
- Buenos días, Don Quiosquero. Mi nombre es Carla y llamo de INVESGAS. ¿Podría prestarme unos minutos de atención?
- ¡Faltaría más, señorita! –en situaciones similares mando a mi interlocutor o interlocutora a que se vaya donde pican las gallinas-.
- Verá usted Don Quiosquero. INVESGAS está haciendo una campaña para instalar calefacción en su zona, ¿estaría usted interesado en que lo visitara un inspector y le hiciera un presupuesto.
- Claro que sí.
- Muy amable. ¿Me permite confirmar sus datos?
-…
- Usted está ubicado en la calle Bruc, ¿no es cierto?
- Correcto, sí.
- En el número ochenta y dos.
- Sí, sí.
- Me faltaría que me dijese en qué piso.
- Planta baja.
- ¡Ah, en la planta baja! ¿Le parece bien que el inspector pase el lunes?
- Sí, claro.
- ¿Y qué hora preferiría?
- Estoy disponible desde las seis de la mañana.
- Pero usted preferirá una hora menos intespectiva, ¿no es cierto?
- Bueno, a las diez me iría bien.
- Perfecto, Don Quiosquero, quedamos así. Le pasarán a visitar el lunes a las diez para tomar los datos del presupuesto. Le repito que mi nombre es Carla y puede llamarme al 902153839 si surge cualquier imprevisto.
Quedan invitados, amigos lectores, al show que ofreceremos el próximo lunes a las diez de la mañana.
No tiene esto nada que ver con que estuviese bastante dormido al llegar al quiosco. Superwaiter y yo discrepamos profundamente respecto a la siesta; él, más demócrata, opina que debería ser un derecho recogido en nuestra Constitución; yo, de mayor tendencia facistoide, opino que debería ser constitucionalmente obligatoria. En todo caso, por derecho u obligación, este quiosquero sólo se puede permitir tal práctica los sábados y domingos y, aun así, a la hora del té. El lunes alzamos la persiana con el cuerpo descansado y, a medida que van pasando los días, nos cuesta levantarnos un poquito más, al tiempo que notamos cómo se espesan las ideas y se agarrotan los músculos. Es, por tanto, el viernes cuando el despertador debe ser más insistente si quiere lograr el objetivo para el que se concibió.
Hoy, ayer para el lector, nos hemos dormido. Cuando he conseguido enfocar la vista, las manecillas del reloj señalaban las seis menos cuarto. En otro tiempo y circunstancias hubiera llegado al quiosco a las seis y diez, pero ahora necesito de Quiosquera y Quiosquera se reinicia cada mañana con un programa de bucle fijo sin bifurcaciones condicionales. Aparcaba a la vera del quiosco a las siete menos diez. Al iniciar la maniobra de aterrizaje, hemos observado la pista libre de obstáculos: no había diarios en los hangares. Pero sí había una señora esperando.
-¿Abren ya? –nos ha soltado a modo de saludo-.
- Sí, pero no han llegado los periódicos –le contesta Quiosquera-.
He sostenido muchas veces que Dios cometió errores en la creación o que las especies darwinianas evolucionaron equivocadamente, dando, por poner un ejemplo, inteligencia en exceso a las mujeres y mala leche agriada a los quiosqueros. Mientras yo abría la puerta y la señora que esperaba La Vanguardia emprendía la retirada, empecé a interpretar que juraba en arameo.
- ¿Qué mascullas? –me interpeló Quiosquera-.
- Acabas de ser testigo de un ejemplo de la vida indigna que vivimos los quiosqueros. Cualquier comerciante llega a su local y nadie le pregunta si va a abrir o no porque tiene un horario previamente establecido; el comerciante ordena su local y, cuando cada cosa está en su sitio y cada sitio tiene sus cosas, abre. ¿Te imaginas a Don Vito llegando con un maletín de joyas y alguien le pida un anillo en plena calle? ¿O que su distribuidor le deje el pedido en el tranco de la puerta?
- ¡Hombre, Don Vito vende oro!
- Cuando estuvimos en Amsterdam te compré unos diamantitos que dispusieron en forma de anillo y pendientes, engarzados en un oro que, según el dependiente, nos regalaron, y nos salió más barato que el conjunto de diarios que Marina Press nos deja en la calle cualquier domingo. La única diferencia es que, para el resto de los mortales, Don Vito es un señor y Quiosquero un desgraciado.
No sé si la he convencido o no porque no hemos tenido tiempo de hablar más. Apenas he levantado la persiana ha aparecido SGEL, a la que no hemos hecho puñetero caso, y, a continuación, Logística y Marina Press. En el intervalo (10 minutos como mucho), una misma persona ha venido tres veces, tres, a recoger su Mundo Deportivo. Y mientras los periódicos estaban amontonados en la acera, los clientes de las siete, ávidos de noticias, no nos han dejado ni comprobar si las publicaciones recibidas coincidían con los albaranes. Cuando Quiosquera se ha ido, habíamos conseguido poner los diarios en su sitio pero me faltaba entrar los albaranes en el ordenador.
Hoy, Jaume ha pasado a las diez y media, lo que me ha permitido una meada extra. Al entrar en Superwaiter he visto una señora tomando un cortado y un chino, que dice que no es chino, jugando a la tragaperras. Mientras cruzaba, el Súper me ha hecho el gesto de llevar una mañana a dos velas. Cuando alguien es indeciso, se suele decir de él que “cada vez que mea, piensa”. Pues yo aprovecho mis visitas al retrete para pensar y casi nunca en nada bueno. Por eso, al salir, he puesto la mejor de mis sonrisas para decir en voz alta:
-Súper, cuando esto se despeje un poco, haz el favor de llevarme un café con leche al quiosco que yo también tengo cola y no me puedo entretener.
Me ha mirado como si le hubiese pedido café con hielo.
- ¡La madre que te parió!
- No, no. A mi madre no hace falta que la traigas pero si te hace ilusión la puedes recoger en el centro de ancianos a las seis de la tarde.
Llevo tiempo excitado. Cualquier ruido me sobresalta y no me queda más remedio que tomarme un “Tranquilium” de vez en cuando. Aun así, me saca de mis casillas que me llamen a casa o al quiosco para ofrecerme servicios fantásticos con los que me ahorraría una pasta al contratarlos; me molesta que me llamen al quiosco porque estoy trabajando y a casa porque estoy durmiendo. Y como estoy de mala leche empiezo a volverme bastante hijoputa. Estaba intentando “ingresar” los albaranes de las promociones de Marina Press; venían bien empaquetas en una caja de cartón pero sin orden; así que tenía tres albaranes abiertos asignando cada publicación a su correspondiente albarán. Ha sonado el teléfono, he pegado un respingo y me he llevado el aparato al oído.
- ¡Diga! –en plan rugido-.
Nadie ha dicho nada y el teléfono seguía sonando. Había pegado a mi oreja el mando a distancia de un equipo de música que me regaló Marina Press y que Salva usa para localizar emisoras de su país.
A la segunda he acertado.
- Buenos días, Don Quiosquero. Mi nombre es Carla y llamo de INVESGAS. ¿Podría prestarme unos minutos de atención?
- ¡Faltaría más, señorita! –en situaciones similares mando a mi interlocutor o interlocutora a que se vaya donde pican las gallinas-.
- Verá usted Don Quiosquero. INVESGAS está haciendo una campaña para instalar calefacción en su zona, ¿estaría usted interesado en que lo visitara un inspector y le hiciera un presupuesto.
- Claro que sí.
- Muy amable. ¿Me permite confirmar sus datos?
-…
- Usted está ubicado en la calle Bruc, ¿no es cierto?
- Correcto, sí.
- En el número ochenta y dos.
- Sí, sí.
- Me faltaría que me dijese en qué piso.
- Planta baja.
- ¡Ah, en la planta baja! ¿Le parece bien que el inspector pase el lunes?
- Sí, claro.
- ¿Y qué hora preferiría?
- Estoy disponible desde las seis de la mañana.
- Pero usted preferirá una hora menos intespectiva, ¿no es cierto?
- Bueno, a las diez me iría bien.
- Perfecto, Don Quiosquero, quedamos así. Le pasarán a visitar el lunes a las diez para tomar los datos del presupuesto. Le repito que mi nombre es Carla y puede llamarme al 902153839 si surge cualquier imprevisto.
Quedan invitados, amigos lectores, al show que ofreceremos el próximo lunes a las diez de la mañana.
2 Comments:
Jejeje, ya espero la crónica. Un video de la cara del hombre no estaría mal XDDDD
Y gracias por el nombre artístico, pero tendría que tomar muchos lagavulins y knokandos para llegarle a la original a la suela del zapato, :P
Leche! A esas horas estoy en Tarragona. Si no, me apuntaba a la fiesta. De todos modos, según sea el vendedor, como te descuides tienes que retirar los chicles para poner un par de radiadores y la caldera...
Norma. Según pude informarme en la televisión cultural, es más de Cardhu. Pero veo que, en lo que a bebercio se refiere al menos, tienes un excelente gusto :P
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