Domingueros hijoputas
Llegamos al quiosco un par de minutos después de las siete. Chispea. Hoy vengo de acompañante. Mi frágil salud de hierro (Shelley dixit) me ha tenido ocupado estos últimos días. Después de seis semanas de masajes, corrientes, tracciones y otras torturas menores, las vértebras C2, C3, C4, C5 y C6 continúan doloridas y, aunque han aumentado ligeramente su grado de rotación, se empeñan en llamar la atención cada vez que Quiosquero levanta un paquete de Vanguardias, se mete tras el mostrador para sacar los paquetes de la devolución de SGEL o se estira para coger el último ejemplar de WOMAN, agenda incluida, que reposa en el estante superior, casi tocando al techo del quiosco. El traumatólogo ha sido escueto y traumático.
- Si te digo que no levantes pesos ni alces los brazos por encima de la cabeza ¿me harás caso?
- Yo sí; mis clientes no. Se empeñarán en comprar aquello que más me obligue a estirarme.
- Entonces vamos aplicar tratamiento de choque. Si no funciona, ya sabes: método María Antonieta.
- ¿Que es…?
- Guillotina.
Me explica que no hay documentación sobre los efectos de la guillotina en las cervicales pero que la observación lleva a los expertos a colegir que, al aplicar el método, hay una intensa y momentánea subida del dolor y desaparece al cabo de unos segundos. Ningún paciente se ha quejado de secuelas posteriores.
Mientras tanto, el método de choque consiste en mantener reposo absoluto y, a base de inyecciones, intentar trasladar el dolor desde el pescuezo hasta el culo. Parece que va funcionando.
El miércoles ya había iniciado el tratamiento y acompañé a Quiosquera a su médico. A la salida me tiré el detalle de llevarla al trabajo. No llegamos. A medio camino noté el mordisco de la angina y cambié de destino sobre la marcha. Acabamos pasando siete horas en urgencias del Centro Vascular Sant Jordi. No había motivo de alarma; la angina podría ser consecuencia de un exceso de nervios o, simplemente, por el aire frío que me daba sobre el pecho mientras conducía el descapotable. Aun así, salí con una nueva pastilla para añadir a la colección. Quiosquera está empeñada en que desayune leche con cereales; desayuno leche con pastillas: los cereales no caben en la taza.
Vuelvo al presente. Son las siete y dos minutos y chispea. Mientras cierro las puertas del coche, Quiosquera se adelanta para hacer la inspección visual. La oigo hablar con alguien. Asomo la cabeza por la esquina y observo que ya han pasado los hijoputas de las siete menos cuarto: los diarios de Logística aparecen desperdigados sobre la acera. El agua de lluvia apenas llega al suelo pero ha conseguido formar un minúsculo charco. Ya no hay charco; está cubierto de periódicos. Quiosquera habla con el repartidor de Marina BCN; no los escucho. Intento rescatar los ejemplares que aún no se han ahogado. Tengo que desistir porque vuelvo a notar el mordisco de la angina sobre el esternón. Esta vez no es producto del frío ni de los nervios; sólo es un ataque de mala leche. Entre ahogados y desaparecidos, me faltan 4 Periódicos en catalán y 4 Sport; total, 9,80€ que me ha destrozado un hijoputa que se divierte mientras su santa madre duerme plácidamente, seguramente soñando con las excelencias del hijo que Dios le ha dado. Probablemente, Logística me pagará esos 8 diarios y sólo habré perdido el beneficio de la venta (no venta) porque El Periódico en catalán se ha agotado. Pero no es ese el caso.
Supongamos que llego al quiosco 15 minutos antes; supongamos que el hijoputa anda removiendo diarios; supongamos que consigo acercarme a él lo suficiente para tenerlo a tiro; supongamos que llevo una estaca; supongamos que le abro la cabeza… ¿quién es el hijoputa? La ley señala que, en ese caso, el hijoputa soy yo porque el daño que le infrinjo es superior al valor de lo que me está destrozando.
Volvamos la historia por perifrástica. Supongamos que el miércoles la angina de pecho es un infarto en toda regla; supongamos que no llevo 9€ en el bolsillo porque me los han mangado en periódicos y no puedo tomar un taxi; supongamos que la ambulancia tarda; supongamos que la palmo… Los 9,80€ que me ha destrozado el hijoputa tienen tanto valor como mi vida y bastante más valor que la suya.
Los domingos seguiré llegando un poco después de las siete. Para no tentar al diablo.
Quizás estas escaramuzas acaben cuando los quioscos incorporen el buzón previsto; me temo que no. En vista del desaguisado, el repartidor de Marina BCN había apilado su carga en un solo montón. Bien, bien, 1,80 m de altura; más los 70 cm de Logística, 2 metros y medio de diarios. ¿Qué tamaño ha de tener el buzón de un quiosco para contener las publicaciones de un fin de semana?
- Si te digo que no levantes pesos ni alces los brazos por encima de la cabeza ¿me harás caso?
- Yo sí; mis clientes no. Se empeñarán en comprar aquello que más me obligue a estirarme.
- Entonces vamos aplicar tratamiento de choque. Si no funciona, ya sabes: método María Antonieta.
- ¿Que es…?
- Guillotina.
Me explica que no hay documentación sobre los efectos de la guillotina en las cervicales pero que la observación lleva a los expertos a colegir que, al aplicar el método, hay una intensa y momentánea subida del dolor y desaparece al cabo de unos segundos. Ningún paciente se ha quejado de secuelas posteriores.
Mientras tanto, el método de choque consiste en mantener reposo absoluto y, a base de inyecciones, intentar trasladar el dolor desde el pescuezo hasta el culo. Parece que va funcionando.
El miércoles ya había iniciado el tratamiento y acompañé a Quiosquera a su médico. A la salida me tiré el detalle de llevarla al trabajo. No llegamos. A medio camino noté el mordisco de la angina y cambié de destino sobre la marcha. Acabamos pasando siete horas en urgencias del Centro Vascular Sant Jordi. No había motivo de alarma; la angina podría ser consecuencia de un exceso de nervios o, simplemente, por el aire frío que me daba sobre el pecho mientras conducía el descapotable. Aun así, salí con una nueva pastilla para añadir a la colección. Quiosquera está empeñada en que desayune leche con cereales; desayuno leche con pastillas: los cereales no caben en la taza.
Vuelvo al presente. Son las siete y dos minutos y chispea. Mientras cierro las puertas del coche, Quiosquera se adelanta para hacer la inspección visual. La oigo hablar con alguien. Asomo la cabeza por la esquina y observo que ya han pasado los hijoputas de las siete menos cuarto: los diarios de Logística aparecen desperdigados sobre la acera. El agua de lluvia apenas llega al suelo pero ha conseguido formar un minúsculo charco. Ya no hay charco; está cubierto de periódicos. Quiosquera habla con el repartidor de Marina BCN; no los escucho. Intento rescatar los ejemplares que aún no se han ahogado. Tengo que desistir porque vuelvo a notar el mordisco de la angina sobre el esternón. Esta vez no es producto del frío ni de los nervios; sólo es un ataque de mala leche. Entre ahogados y desaparecidos, me faltan 4 Periódicos en catalán y 4 Sport; total, 9,80€ que me ha destrozado un hijoputa que se divierte mientras su santa madre duerme plácidamente, seguramente soñando con las excelencias del hijo que Dios le ha dado. Probablemente, Logística me pagará esos 8 diarios y sólo habré perdido el beneficio de la venta (no venta) porque El Periódico en catalán se ha agotado. Pero no es ese el caso.
Supongamos que llego al quiosco 15 minutos antes; supongamos que el hijoputa anda removiendo diarios; supongamos que consigo acercarme a él lo suficiente para tenerlo a tiro; supongamos que llevo una estaca; supongamos que le abro la cabeza… ¿quién es el hijoputa? La ley señala que, en ese caso, el hijoputa soy yo porque el daño que le infrinjo es superior al valor de lo que me está destrozando.
Volvamos la historia por perifrástica. Supongamos que el miércoles la angina de pecho es un infarto en toda regla; supongamos que no llevo 9€ en el bolsillo porque me los han mangado en periódicos y no puedo tomar un taxi; supongamos que la ambulancia tarda; supongamos que la palmo… Los 9,80€ que me ha destrozado el hijoputa tienen tanto valor como mi vida y bastante más valor que la suya.
Los domingos seguiré llegando un poco después de las siete. Para no tentar al diablo.
Quizás estas escaramuzas acaben cuando los quioscos incorporen el buzón previsto; me temo que no. En vista del desaguisado, el repartidor de Marina BCN había apilado su carga en un solo montón. Bien, bien, 1,80 m de altura; más los 70 cm de Logística, 2 metros y medio de diarios. ¿Qué tamaño ha de tener el buzón de un quiosco para contener las publicaciones de un fin de semana?
4 Comments:
Quiosquero, por favor, siga llegando a las 7,15.... Lo digo porque hasta a mí me han entrado ganas de pillar la estaca de marras, así que no le cuento. Otro por favor más importante: Cuídese Ud. mucho. Un virtual abrazo.
Quiosquero si es menester, llegue a las 7:30, su salud se lo agradecerá. Y por lo del cajón, yo dispongo de el desde hace mas de 10 años, de 2 m de altura 0,60 de ancho y lo mismo de largo, y de igual manera que los suyos, por aquí tambien existe esa misma especie, la de "HIJOS DE LA GRANDISIMA PUTA y MAL NACIDOS" que no resspetan lo ajeno, a mí me han llegado a apalancar la puerta del cajón en dos ocasiones y a desttrozar el cristal a martillazos en otra. Se lo cuento por si le vale de consuelo.
Un saludo.
Tranquilos, amigos. Ya sabéis lo de perro ladrador... Todo queda en ligeros arranques de mala leche.
Respecto a mi salud, la frase de Shelley fue magistral: "frágil salud de hierro".
Por ahí van los tiros.
Te lo dije una vez antes de que te pasara el desaguisado del corazon y aprovecho para repetirtelo ahora, desde la experiencia que me da esos dolores de pecho y aprovechando que te gusta hacer numeros, valora, piensa y replanteate cerrar los domingos darte un respiro, salir con la familia aunque solo sea a dar un paseo y recuerda la vida son cuatro dias y algunos ya hemos gastado dos o incluso tres.
Salut Iron Man, cuidate.
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