Marina y la madre que la parió
Ayer anunciábamos que nos íbamos de maniobras para preparar el Capítulo I de una serie reivindicativa. Donde dije digo, digo Diego. Empezamos por el Capítulo... (¡coño, no sé cómo se escribe cero en romano!).
Mis padres me educaron como buenamente pudieron y, en la distancia, creo que acertaron en la mayoría de sus enseñanzas, siempre teniendo en cuenta la época y el lugar. Pero mi padre me engañó cuando me decía que “el único lujo que se podían permitir los pobres (léase pobre como el que ha de ganarse la manduca con el sudor de su frente) era el orgullo”. Mi padre confundía orgullo con dignidad. Las distribuidoras confunden, tanto el orgullo como la dignidad, con chulería.
En “Un hurra por los programadores de distribución” relataba el desmadre que se suele montar después de vacaciones y cómo, en un arranque de ¿dignidad?, llamaba INÚTILES a los programadores de una determinada distribuidora. Hubo reacción casi inmediata y ajustaron bastante bien los niveles de distribución con los de venta. Duró poco. Un par de semanas después volvieron a las andadas. Esta distribuidora solía servir los viernes las promociones de fin de semana y lunes. Con la excusa de no sé que huelga, estas promociones las empezaron a entregar los jueves. Le tomaron el gusto. Ahora los jueves entregan todo lo que acompaña a los periódicos del fin de semana, lunes, martes y miércoles. En uno de los albaranes les adjunté una notita: ¡GILIPOLLAS, UN QUIOSCO NO ES UN ALMACÉN! Esta vez di en el clavo; desde entonces me envían un 50% más de género. Por chulo.
Hoy han batido todos los registros. Por la mañana recibí una notita informándome de que, como mañana es fiesta y pasado se publican los resultados electorales de Cataluña, no recogerán devoluciones hasta el viernes. A mediodía me han traído las promociones de toda la semana, las que “tocaban” el jueves. Me pregunto si a este paso no llegará el día en que los lunes me traigan los diarios de lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo.
Dado que los quioscos no dan para más, a mitad de año me compré un almacén móvil por el módico precio de 22.500 €. Es un todo camino monoplaza. Podría haber optado por una Cangú pero necesito que el vehículo sea automático y, como eso es un lujo, los automáticos salen con todas las chorradas posibles con el subsiguiente aumento de precio: asientos de cuero acostables, techo solar practicable, cambio automático y secuencial… y leche mosca. Al final, todo queda en una furgonetilla llena hasta los topes, incluido el asiento del copiloto. Si en alguna ocasión se cruzan con una Santa Fe y, a través del parabrisas, sólo vislumbran un bigote por encima del volante y paquetes, paquetes, paquetes, sepan que se cruzaron con Quiosquero.
Estoy pensando en comprar también un remolque.
Resumiendo:
• Las distribuidoras cobran portes (Servicios de reparto y embalaje). Si facturan 7 por semana ¿por qué no entregan y recogen cada día?• En caso de que algunos días no recojan ¿por qué no facturan medios portes?
• Si las distribuidoras nos usan como almacén externo ¿por qué no se les cobra alquiler?
Las respuesta es clara: ¡Quiosqueros, maricones!
Y, a todo esto, ¿qué coño hacen las asociaciones? ¿Por y para qué las mantenemos?
Volveremos con el tema.
6 Comments:
Creo que los romanos no tenían letra para el 0 porque desconocían su utilidad numérica. Si no lo tengo mal entendido, que podría ser, hay indicios de que en la época romana pudiera usarse ya el cero en algunas zonas de la India (concretamente en Gwalior, población que me consta conoce el quiosquero, se ha encontrado el cero más antiguo, pese a que los turistas sólo les enseñan los relieves "porno"). Pero en cualquier caso el cero no llega a europa hasta que lo traen los árabes en la edad media. Así que no hay letrita para el cero. Está claro que si en la antigua Roma hubiera habido quioscos se habrían inventado una letra para los beneficios de tan curiosa actividad económica. Cero, y de ahí para abajo.
Volviendo al tema del post, los de Marina no son imbéciles sino muy listos. Y desgraciadamente sus prácticas, aunque no con tanta saña, no les son exclusivas. Son una constante en el trato que todas las distribuidoras ofrecen a sus queridos quiosqueros, punto final de su cadena de valor y principal enlace que tienen las editoras con los clientes. No estaría de más que alguna de estas empresas se mirase las publicaciones que nos mandan. La última, master en marketing de Ediciones Deusto (400 páginas) al módico precio de un euro. La mitad no la entiendo, la otra, por lo que se ve, es mentira o no la entienden tampoco las distribuidoras, editoriales y, como dice el título del post, la madre que los parió.
Disculpen la verborrea (eso que sale en el pelo y que no es la caspa, creo).
Oiga, a ver si como buen quiosquero me regala el número de noviembre de la revista Runners :-)
Interesante blog.
Saludos.
Como buen quiosquero te lo dejo mirar, ojear, hojear, acariciar, besar (sin lengua que estropea el papel) e incluso leer. Pero un buen quiosquero no regala género, o nos echan del gremio.
Pero bueno. Si vienes corriendo desde Jaen a vernos, estás invitado a un caña en Villabragas, fijo.
Complicado tema el del cliente lector-ojeador de revistas. Hace unas semanas perdí uno que a cuenta de un periódico que pagaba se echaba media hora en el quiosco y se leía el resto de la prensa. Y además me la comentaba, que era lo peor.
Así que un día le dije -eso sí, muy educadamente-, que una cosa es ojear los periódicos y otra leérselos enteros. Y se fue a otro quiosco, donde tampoco se los dejan leer, pero le da igual porque lo hace por joderme.
Nosotros, por el momento, los dejamos leer. Lo de comentar la jugada ya nos lo estamos pensando. Ayer estuve apuntito de mandar a la mierda al Encarregat (algún día hablaremos de él) por darme palique en un momento de máximo agobio. Un segundo antes había retenido mis tentaciones de dejar caer un paquete de vanguardias sobre un perrillo que con poco más de un palmo de largo lanzaba unos ladridos más agudos que el tono mosquito. Se escapó porque la dueña se acababa de gastar 22 euros en una peli, que si no...
Bueno, dalr, la "voz" del perrito era insoportable, pero el bichito en sí, era una monería: blanco, peludo y cariñoso en exceso. Tuve que lavarme bien las manos porque, en un instante, me las lamió a lo largo y ancho. En fin, una gozada de perrito si hubiera resultado "mudo".
De todas formas, no te quejes, sábados peores ha habido.
Publicar un comentario
<< Home