El repartidor de cruasanes
Me había olvidado de él y eso es imperdonable porque era uno de los personajes más carismáticos de mi quiosco. Lo heredé junto al chiringuito. Cada mañana traía una caja de cruasanes para un bar cercano que abría un poco más tarde. La mayoría de las veces pasaba antes de que yo hubiese llegado y dejaba la caja en el escalón de un portal cercano, hasta que una rica la recogía aeso de las 7,30. Alguna vez se los llevaba mojados porque a los perros madrugadores les encantaba levantar la pata justo sobre la caja. Lamento no haber llegado a probar un cruasán “espolvoreado con orines de perro”.
Por entonces yo llegaba a las 6,25 dado que la apertura oficial era a las 6, pero los clientes afluían antes de que hubiese colocado el material y eso me hacía ir de culo toda la mañana (Murphy), Sacrifiqué media horita de sueño y empecé a llegar a las 6. Entonces lo conocí. Era un tipo chaparrete, un poco rechoncho, gafas de culo de vaso y voz aguardentosa. ¡Ojo! Voz aguardentosa; asunto de cuerdas vocales porque jamás me dio la sensación ni el olor de que el buen hombre hubiese empinado el codo. Cuando coincidíamos hablábamos un par de minutos porque siempre iba con el cohete en el culo. Y el tema favorito de nuestra conversación era la putada que es trabajar y, más, a una hora en que lo normal sería estar calentito en la cama.
- Somos un par de vagos –me decía-. Y hay capullos que dicen que el trabajo dignifica.
- Yo sólo me he encontrado un tío más vago que yo y era mi padre. Yo le comentaba que jamás había tenido ganas de trabajar y él me decía: “Yo sí. Pero me las he aguantado”.
- Tu padre no era vago, hombre, era inteligente.
Y así nos íbamos animando mientras yo bajaba el toldo y él colocaba la caja de cruasanes en el escalón.
Un día me levanté inspirado.
Cuando el repartidor apareció inicié la conversación.
- ¡Mírame! ¿No me encuentras nada raro? –se paso un minuto de observación-.
- Pues la verdad es que no. Te veo como siempre.
- Pues estoy pensando en cerrar e irme al médico.
- ¿Y qué te pasa?
- Verás, es que esta mañana, durante un momento, sólo un momento, me ha parecido que tenía ganas de trabajar.
Echó a correr camino de la furgoneta.
- ¿A dónde vas?.
- ¡Coooño, que eso se pega!
No lo he vuelto a ver.
12 Comments:
Cuando era joven trabajé un par de años en un almacén de ropa. Entraba a las siete y desayunaba en el bar que había justo enfrente. Me tomaba un café con leche y un par de porras, porras que le traian de una churrería cercana. Hasta que un día que me fuí de juerga toda la noche y se me hicieron las seis de la mañana, así que aparqué el coche frente al trabajo y esperé a que abrieran el bar, cuando vi llegar al de la churrería y lo vi dejar la rueda de porras dentro del contenedor de basura que el dueño del bar sacaba todas las noches a la puerta del establecimiento. Desde aquel día me pasé a las tostadas con aceite.
Es que no es nada bueno saber cómo fabrican lo que nos llevamos luego a la boca. Tenía una amiga que trabajaba en el VIPs y me explicó cosas aterradoras de los brownies. Como ella ya no está allí los sigo pidiendo, pese a saber que su ausencia sólo es una excusa porque lo hacían todos sus compañeros, antes y después de que ella pasara por allí.
En el quiosco el único producto alimenticio son las chuches y debo confesar que las tratamos con bastante cariño (hasta usamos pinzas) pero algún día te contaré cómo se hacen los periódicos y se te pasarán las ganas de leerlos ;-)
Cada vez que os leo me doy cuenta de que, a pesar de la distancia, tenemos demasiadas cosas en común.
En mi quiosco dejan cruasanes y churros para tres o cuatro bares cercanos, y hasta el pan para uno de ellos. Como abro a las seis y media me los dejan aquí; luego vienen a recoger los churros y de paso ya se llevan la prensa. Ahora se los recojo a otro bar más, que no me compra nada pero ya comprará, que estas cosas hay que hacerlas con vistas al futuro. Además, aunque no compre, ver las piernas de la mujer que viene a por los churros ya vale la pena.
Al final, los quiosqueros nos convertimos en una especie de centro social del barrio. Entre churros, señoras que dejan la compra mientras van a buscar al niño al colegio, el repartidor de patatas congeladas que se las deja a la tienda de pollos, el del piso de arriba que le deja las llaves a la que viene a limpiar... Incluso tengo algún niño que espera aquí a su madre porque el bus del cole le deja a la puerta del quiosco.
Hace un mes coloqué a la entrada un tablero de corcho para poner en él las novedades, colecciones, etc., pero ya lo tengo lleno de anuncios vendiendo perros y coches, buscando trabajo u ofreciéndose para dar masajes a domicilio.
Los cruasanes, que es de lo que hablábamos, quedan así a salvo de micciones caninas, pero todos los días me apetece comérmelos antes de que llegue el del bar. Eso sí, yo prefiero no saber cómo los hacen. Ojos que no ven...
AJ Garrido
Q. Durán
Jé! Sí es cierto que la gente deja cosas muy extrañas en el quiosco. Lo de la compra es un clásico. También dejar correo y paquetes para las oficinas de la zona. Incluso hay quien nos deja las llaves de la empresa porque se fía más de nosotros que de sus empleados (tela). Aunque lo más bestia que nos han dejado fueron dos bombonas de butano (fue un momento muy Fesser). Y niños aún no nos dejan pero en una ocasión una señora nos describió al marido para que lo retuviéramos mientras hacía unos recados.
Totalmente de acuerdo en que todos estos favores se llevan mejor cuando a) te compran habitualmente o b) hay buenas piernas por medio. Por los 20 céntimos que deja un periódico.., me quedo con las piernas.
Dalr, te voy a contar la historia de mi pasión por los quioscos. Corría el año 67, yo estudiaba segundo de primaria y para ir al colegio cogía todos los días el tranvía en la plaza de España cercana a mi casa(imáginate, un niño de siete años yendo solo al colegio. Realmente eran otros tiempos). Mi madre me daba siete pesetas para los gastos. Una cincuenta para el billete de ida, cuatro pesetas para el bocadillo de atún del almuerzo y otras una cincuenta para la vuelta. Pues bien, en la plaza estaba el quiosco de la señora Carmen, repleto de publicaciones infantiles con miles de colores llamando mi atención. Solución, una barrita de pan bombón y un chocolatín, dos pesetas. Un tebeo, dos pesetas. De ese modo, durante el curso lectivo, cinco días a la semana, servidor llegaba al cole con un ejenplar fresco de chistes e historietas. TBO, Tiovivo, Pulgarcito, DDT y Dindan, que se iban acumulando en el cajón del pupitre( un pupitre de aquellos enormes, antiguos, con hueco para el tintero) durante todo el curso. Aquel año, para la señora Carmen, fuí el hijo que nunca tuvo y para mí como una segunda madre. Jamas tuve tantos tebeos y esos, temiendo que mi padre no creyera que me los habían regalado de los regalé yo a un compañero. Desde entonce tuve una relación especial con la señora Carmen hasta que se jubiló cuando yo ya le compraba el Pais y el Cambio 16. Aún la recuerdo como una parte esencial de mi vida.
Saludos.
alvarhillo, gracias por recordarnos por qué hacemos lo que hacemos. De hecho, hay dos cosas que me llamaron poderosamente la atención cuando empecé en el quiosco y que han sido la clave para aguantar con buen humor. La primera fue muy prosaica y ocurrió a los diez minutos de abrir el primer día. Un señor llegó, pidió un periódico, se lo di y depositó un euro en mi mano. Parecerá una estupiedez pero para alguien que sin ser vendedor se ha visto obligado a hacer tareas comerciales, en las que dedicas semanas a preparar una gestión, planificas, preparas argumentos, documentación.., y finalmente ves que pasan incluso meses y los tratos no acaban de cerrarse... El hecho de algo tan simple como que te pidan algo, lo entregues y te paguen en dos segundos fue muy chocante para mi.
El segundo aspecto tardé algo más en percibirlo. Y lo vi un día en el bar de Superwaiter. Allí estaban las fuerzas vivas del barrio y junto a ellos el quiosquero y yo. Tomábamos cerveza y charlábamos sobre mil tonterías. Política, religión, música, la gente del barrio... Me di cuenta de que formábamos parte del lugar de un modo que no siento aún en la zona donde vivo. El quiosquero forma parte activa del barrio. Es apreciado y respetado porque está siempre ahí, escucha cuando debe escuchar y calla cuando considera que debe hacerlo. Todo el mundo lo conoce y conoce a casi todo el mundo. Y eso se debe a que estamos en contacto con la gente. Y unas veces no nos apetece que nos cuenten batallitas, o nos molestan los ladridos de un chucho o nos rebienta que un crío se pase dos horas para elegir qué chicle de 5 céntimos se queda. Pero seguimos ahí y disfrutamos de la maravilla de estar al lado de la que ya es nuestra gente. He trabajado demasiado a través de un teléfono y una pantalla de ordenador. Necesitaba trabajar con gente. Y cuando lo haces con una sonrisa en los labios la gente responde. Por eso hace un tiempo que me siento más quiosquero que cualquier otra de las muchas cosas que hago. Pese a dedicarle más tiempo a lo que me da de comer.
En fin. Que gracias de nuevo por tu testimonio, y prepárate que en cuantito te lea el quiosquero te contará lo que hacía para comprarse los tebeos del Capitán Trueno.
Bien, ahora me toca a mí.
Estoy totalmeente de acuerdo con lo que dalr comenta a alvarillo. Mal que me pese confesarlo (la gente me gusta poco aunque quiosquero dice que me enrollo de maravillas con cualquiera) el rato que paso los sábados en el quiosco me resulta gratificante: es una experiencia que hay que vivirla. Si alguien me lo hubiera dicho, seguro, seguro, que no me lo habría creído.
Tengo pendiente leer muchos artículos de este blog, pero el otro día leí los últimos y me empezó a correr por el cuerpo un estress. Dicen que el domingo es para descansar, pero si en vuestro calendario no marcan en rojo dicho día, ¿cuando teneis un día libre?
Eurofer
Anonymous:
Ja, ja, ja (permites que me ría ¿verdad?)
Yo soy la "quiosquera consorte" y ya no recuerdo cuándo tuvimos un fin de semana como mandan los cánones. Hace año y medio que se nos borraron los días rojos del calendario pero... ¡como nos toque "El Gordo de Navidad", no nos veis más el pelo!
Un saludo ;-D
Alvarhillo, no me queda más remedio que responder al reto de Dalr. En fecha cercana, en Decúbito supino contaré cómo me las ingeniaba para comprar Capitán Trueno y Apache.
Eurofer, aquí trabajamos más que Dios que se permitió el lujo de descansar al séptimo día.
A veces hacemos un alto en el camino para ir a Girona de visita, mesa, mantel y puro.
Un abrazo.
Genial. Felicitaciones por el blog. Tener sentido del humor es muy difícil... Refleja una cualidad espiritual imprescindible para soportar el mundo.
Me ha gustado conoceros...
dejo un saludo!
Musa Rella
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