domingo, enero 08, 2023

Los animales del bienestar

Familia de agricultores, en casa siempre hubo animales irracionales: un burro, un par de cerdos de matanza, una marrana de cría, una docena de conejos y 20 gallinas más o menos (con gallo violador incluido). Dado que había almacenes, había ratones y, por descontado, un minino encargado del control de natalidad de los mismos. Mi gato siempre estuvo suficientemente alimentado, tanto que, cuando cazaba un ratón (y eso era a menudo), se pasaba el rato jugando con él al gato y al ratón. Hasta que el roedor fenecía, fuera de cansancio, miedo o víctima de un zarpazo. Por lo general, mi gato no comía ratones; se limitaba a mantener la población en límites asumibles.
Mi gato era libre: salía y entraba cuando quería, si bien se separaba poco de “su” casa, conocedor de que allí tenía que hacer poco esfuerzo para ganarse el condumio. Sólo desaparecía en la época de celo, para volver flaco y despeluchado y con cien mil cicatrices en la piel, resultado de sus duelos a uña y colmillo con otros tenorios como él.
Nunca tuvimos perro.
Mis contactos con la raza canina no han sido muy afortunados. Relato un par.

30 de mayo de 1960. Es el día mi examen de ingreso en el Instituto Nacional de Enseñanza Media de Almería. El taxi que nos lleva a la capital nos deja en la Plaza de San Pedro, y nuestro maestro, don Francisco Palomino, nos manda a la iglesia del mismo nombre a pedir al santo que nos eche una mano y corrija el desconocimiento propio de quienes no se han esforzado demasiado durante el curso. Me quedo ligeramente rezagado y de entre una fila de coches aparcados, surge un perrazo que me ladra y me muerde el pantalón. Antoñico que aterriza en el suelo. Un señor que anda por allí, posiblemente su dueño, llama al perro y se lo lleva. Todavía acongojado, rezo un padrenuestro, tres avemarías y un gloria. Resultado positivo: apruebo el examen.
En 1960 es obligatorio (creo) que los perros vayan con correa y bozal por la calle.

Enero de 1990. Estoy haciendo un traspaso de programas y datos en una empresa textil que cambia de ordenador.  El aparato antiguo es de los que desprenden mucho calor y se bloquean cuando sube la temperatura; tengo el aire acondicionado a tope pegándome en mitad de la espalda. Quiosquera teme que pille una pulmonía y, para evitarlo, me compra una chaqueta de cuero como la de los aviadores americanos. Una de aquellas mañanas, tomo café frente al estadio de Sarriá y me encamino a la oficina. Entrando en Carabela Pinta, una chica pasea un perro de la envergadura de un caballo. La correa que lleva sujeta a la mano no impide que el animal se me abalance y me muerda el brazo; me salva el cuero de la chaqueta. Hasta pasadas unas horas no me doy cuenta de que llevo dos agujeros en la manga.
El perro va atado. No sé si en 1990 era obligatorio el uso de bozal.

31 de diciembre de 2022. Dalr me avisa que lleva a los niños a jugar al Parque de la Pirámide. Cuando puedo, cojo la escúter y me voy a ver a los niños. Al doblar la Estación del Norte, Marco me ve y echa a correr hacia mí. A la izquierda hay un perrucho suelto que, cuando ve a Marco correr, se arranca a perseguirlo. La cara del niño es de puro terror mientras grita y cambia de rumbo intentando regatear al perro. No lo consigue: el chucho salta y le muerde en la cadera. Cuando conseguimos calmarlo, le levantamos la camisa y sólo le vemos la marca de los dientes del perro; no hay herida.
El perro va sin bozal ni correa. Al parecer, el bozal sólo es obligatorio para perros potencialmente peligrosos.

Los parques donde juegan los niños es sitio frecuentado por paseadores de perros, perros que se revuelcan, se cagan y se mean en el espacio que debería estar reservado a los pequeños. Algunos dueños recogen las cacas, incluso unos pocos echan un chorrito de agua sobre el pipí canino, pero nadie impide que quede suciedad y parásitos en el suelo. Los niños juegan con la tierra y luego se chupan las manos. Y si un perro, jugando o a mala leche, ataca a un crío, no da tiempo a evitarlo. Si el niño hubiese mordido al perro o le hubiese tirado una piedra, ¿habrían aceptado los dueños mis disculpas?

Leo que en Barcelona hay o va a haber 219 espacios destinados al bienestar del perro. Creo que no sería ilógico pedir a las ministras de Igualdad y Bienestar animal que convenzan a la alcaldesa Colau para que habilite otros tantos espacios libres de perros y otros agentes animados o inanimados donde los niños jueguen sin temor a ser mordidos, asustados o infectados.
Es gracia que esperan merecer.