lunes, abril 24, 2006

Diada de Sant Jordi

Desde que nos hicimos cargo del quiosco teníamos el proyecto de vender libros. Situados en una zona acomodada pensamos que la gente estaría más interesada en la lectura de un buen libro que en las revistas de cotilleo. Por eso, una vez que adquirimos un cierto dominio de la venta de diarios y revistas, pusimos un expositor de libros de bolsillo. Lleno de libros, claro. En seis meses no hemos vendido más de 20. El libro se ha convertido en “una espinita que llevo clavada en el corazón”.
A tres meses vista del día de Sant Jordi ya teníamos encargados los libros que queríamos vender. Dalr, que es más optimista que yo, hubiera traído la Biblia en pastas. Como soy prudente (acongojado) sólo pedimos 4 packs y algunos libros sueltos.
El lunes 17 habilitamos uno de los mostradores y expusimos nuestros libros. Al verlos pensé que Dalr tenía razón y que había tirado corto. Más aún cuando a las primeras de cambio agotamos un par ejemplares. A lo largo de la semana el goteo fue lento pero constante y, al fin, llegó el gran día. Montamos una parada anexa al quiosco y Darl hizo acopio de toda su sabiduría para aconsejar a los posibles clientes. A las 12 no habíamos vendido una escoba. A las 15 las ventas se habían reducido a 6 ó 7 ejemplares. Fracaso total.
Y aquí se acaba la historia.

Como me da un poco de vergüenza colgar un artículo tan brillante, hablaré de los tres elementos que confluyen el 23 de abril: Sant Jordi, la rosa y el libro.

Sant Jordi es el patrón de un cuarto de los países europeos, cada uno de los cuales ha fabricado su propia leyenda respecto al caballero medieval. Vayamos a la nuestra. A finales del siglo XI apareció en las inmediaciones de Montblanc un dragón que exigía a sus habitantes que le diesen cada día dos ovejas para su manutención a cambio de permitirles seguir viviendo. Cuando las ovejas se hubieron acabado, el dragón exigió que le alimentasen con carne humana. El rey reunió a sus vasallos y decidió que cada día elegirían por sorteo al individuo que entregarían al dragón y, magnánimo, quiso que los componentes de su familia también entrasen en el sorteo. Tuvo mala suerte el mandamás y la bono loto le tocó a una de sus hijas, por supuesto, bella como una flor. Algo así como Blancanieves pero en moreno. Cuando se presentó la lagartija y se llevó a la princesa, rey y pueblo quedaron compungidos. De pronto, a lomos de un brioso corcel, apareció un caballero que, saliendo por la Puerta de Sant Jordi (entonces se llama puerta, sin más), partió en pos del dragón al que encontró antes de que se hubiera merendado a la princesa. Con el cinturón del vestido de la joven ató a la bestia y la paseó por el pueblo manso como un corderito. Finalmente, a las puertas de la ciudad, la atravesó con su lanza y en el lugar en donde se derramó la sangre del bicho brotó un hermoso rosal del que el caballero arrancó la rosa más hermosa y la ofreció a la princesa. De ambos nunca más se supo hasta que en el siglo XV el caballero fue nominado como patrón de Catalunya..

Durante la Renaixença, época romántica y de fuerte tendencia nacionalista, se reivindicó la figura de Sant Jordi y se unió a una antigua tradicción según la cual, durante una misa solemne que se celebraba ese día, los enamorados regalaban una rosa a su moza.

Lo del libro es harina de otro costal. Por coincidencias de la vida, el día 23 de abril de 1616 mueren tres escritores célebres: William Shakespere, Miguel de Cervantes y el Inca Gracilazo. En 1926 se declara este día como Día del Libro. Para los países de habla hispana, conmemorando la muerte de Cervantes. Para los países de habla inglesa, conmemorando la de Shakespeare. Para los demás países, no tengo idea. Lo curioso del caso es que Cervantes y Shakespeare no murieron el 23 de abril por casualidad histórica sino por puro churro histórico-religioso. Me explico.
En Roma un año constaba de 365 días, hasta que los científicos de Julio César determinaron que un año solar eran exactamente 365 días y 6 horas, motivo por el que las estaciones se iban desplazando en el calendario. César instituyó el año bisiesto de 366 días de modo que, a partir del año 47 a.d.c., todos los años tendrían 365 días salvo los múltiplos de 4 que tendrían 366. Muchos años más tarde, los científicos del Papa Gregorio XIII recalcularon el año solar estableciéndolo en 365 días, 5 horas y 48 minutos, lo que significaba que cada 400 años se hubiesen contado 3 años bisiestos de más. Se estableció el calendario gregoriano en el que serían bisiestos todos los múltiplos de 4 salvo los años que acabados en 00 no fuesen múltiplos de 400. Así 2000 fue bisiesto pero no lo será 2100. Como desde la implantación del calendario juliano había habido 10 años bisiestos que no deberían serlo, se pasó del jueves 4 de octubre de 1582 al viernes 15 de octubre de 1582. El calendario fue acogido de inicio por Italia (Estados Pontificios), España y Portugal y poco a poco por el resto de países. Inglaterra, protestante, no se acogió al calendario gregoriano hasta septiembre de 1752 y, aunque según el calendario imperante en las islas, Shakespeare muriera el 23 de abril, por el calendario gregoriano lo hizo el 3 de mayo de 1616. Es decir, Cervantes y Shakespeare murieron en la misma fecha pero no el mismo día.

lunes, abril 17, 2006

Marina

Marina Press es la empresa que distribuye la mayoría de los diarios -Vanguardia, País, Mundo de Catalunya, Avui, Mundo Deportivo, As, Marca, Expansión…-, la que semanalmente nos remite una factura cercana a los 2000 € de importe y de 15 a 20 hojas de extensión. Vamos, que cada vez que ves la facturita, normalmente el lunes, se te ponen los pelos de punta. Intentando cuadrar tamaño tocho me he sorprendido muchas veces tarareando aquella canción que hizo furor a final de los cincuenta y que decía “Marina, Marina, Marina, contigo me quiero casar” (líbreme Dios).

Fue en la boda de mi prima la primera vez que oí la canción. Fue también la primera vez que vi un conjunto musical. Lo formaban cuatro chicos todos vestidos igual: Chaqueta roja, pantalón negro, camisa blanca y una corbata chillona similar a la utilizada años después por cierto presentador de telediarios. Tocaban detrás de una especie de biombo que les servía de atril. Yo entonces sabía que la música se tocaba pero no tenía ni idea de que se escribiese y, además, con garabatos. Lo cierto es que daba gusto ver a los chavales. El de la batería era un virguero; iniciaba un redoble, lanzaba los palillos al aire dando vueltas y cuando caían los cazaba al vuelo y continuaba el redoble. El conjunto lo completaban un saxofón, un clarinete y una trompeta. Y a los lados del “escenario” había dos mamotretos negros que los más espabilados me dijeron que eran altavoces. Tocaban y se movían al unísono siguiendo el ritmo de la música: un pasito para atrás, un pasito para adelante, giro del tronco a la izquierda, giro del tronco a la derecha y remataban doblando el torso hacia atrás con los pitos apuntando al techo. Menos el del saxofón que como tenía el pito torcido no se sabía bien hacia donde apuntaba. Fue un espectáculo que me causó impresión.

Hasta entonces, en mi pueblo siempre había habido baile los domingos y fiestas de guardar. Lo organizaban los hijos del Benerito: el Paye, el Piché y el Juncia. Al principio la orquesta se reducía a un acordeón que tocaba, cómo no, el Niño del Acordeón. Recuerdo que le faltaba el dedo corazón de una de las manos, que de tener la mano completa hubiera sido mejor que Chopán. Luego lo sustituyó Valeriano. Valeriano tenía dos cosas dignas de mención. Una era que, después de soplarse diez copas de coñac, continuara sacando música de su acordeón. La otra es que, cuando ya estaba tajado, ponía los labios de tal manera que parecía el pato de Mari Carmen diciendo “Anda yaaa”. Con el paso del tiempo a la orquesta se le añadió un tambor que manejaba el Parralero. Aquello no era un tambor, era la banda entera. Con el pie izquierdo controlaba los platillos, con el derecho hacía sonar el bombo y, para completar, quedaba un platillo flotante y una especie de taco de madera que sonaba como los cascos de los caballos.
A mí me gustaba ponerme al lado de la orquesta y oía las conversaciones entre Valeriano y el Parralero.
- Ahora vamos a tocar…. –decía Valeriano.
- ¿Y esa cuál es?
- Sí, hombre. La que yo toco: Lalán, lan, la, lalán, lan, la, lalán lanlala, lalalán, lanlá.
- ¿Y yo qué hago?
- ¿Tú? Tata, pon, tata, pon.
Y se arrancaban.
Por último la orquesta quedó completada con un clarinete que tocaba Juanico el del Pito.

Pero lo mejor de aquellos bailes era el ambigú.
Las fiestas se celebraban en el Puesto de Rosendo. El Puesto de Rosendo era un salón de tres naves. Las naves laterales servían de pistas de baile. Las parejas no bailaban en un ladrillo sino que daban vueltas a la pista en sentido contrario a las agujas de un reloj mientras las mamás y abuelas permanecían sentadas discutiendo en voz baja si tal o cual mozo le convenía a la niña. Al fondo de la nave central se montaba un entarimado donde se colocaba la orquesta y, delante de la orquesta, el ambigú.
El ambigú era una mesilla de 90x70. En la parte de atrás había roscos de anís y vino, bizcochos, soplillos y yemas; por si había que invitar a alguna moza. En la parte de delante, desde el punto de vista del cliente, a la derecha, una botella de coñac y a la izquierda, una de anís el mono. Y dos copas: una para el anís y otra para el coñac. En los descansos, los mozos se alineaban en dos filas: la del anís y la del coñac. Cuando el mozo alcanzaba su objetivo, le llenaban la copa y se la bebía de un trago, que el mozo siguiente estaba seco.
- ¿Todos en la misma copa?
- No, todos no. Los del anís en una y los del coñac en otra.
- ¿Por lo menos habría un cubo de agua para enjuagarlas?
¡Hay que joderse! ¿Acaso no es el alcohol el mejor desinfectante?

Marina y Marina. Dos palabras iguales que provocan sentimientos tan diferentes. Cuando oyes una te dan ganas de llorar. Cuando oyes la otra te ríes. Y dicen que reír es bueno porque se liberan endorfinas. En mis tiempos de estudiante muchos de mis compañeros tomaban centramina para aprovechar mejor el esfuerzo. Yo siempre estudié a pelo. Nunca he esnifado coca, ni siquiera me he fumado un porro y ya soy mayor para empezar. Pero mientras pueda me seguiré drogando con endorfinas.

miércoles, abril 12, 2006

El quiosco de la esquina

En mi quiosco la venta de periódicos es bastante regular. Dejando a un lado sábados y domingos, que son días atípicos, la diferencia de periódicos vendidos entre el día que más se vende y el que menos, no llega a un 4%. No obstante, cada diario en particular puede sufrir cambios espectaculares de un día para otro. La Vanguardia, por ejemplo, puede pasar de una venta de 120 ejemplares a sólo 80, El Mundo Deportivo de 14 a 29, Avui de 11 a 23 y El Periódico de 38 a 51. Al final de la jornada la venta se compensa.
Hay dos diarios, sin embargo, que muestran una uniformidad casi insultante. Se trata de la Gaceta de los Negocios y de Cinco Días. Cada noche, al hacer el recuento, la misma canción. Gaceta de los Negocios: recibidos dos, devueltos dos. Cinco Días: recibidos uno, devueltos uno.

De vez en cuando estos periódicos lanzan alguna promoción y entonces las cosas cambian. La Gaceta de los Negocios: recibidos cuatro, devueltos cuatro. Cinco Días: recibidos tres, devueltos tres. Vamos, que las pocas veces que ha sonado la flauta y hemos vendido uno, Darl y yo nos hemos marcado un zapateado en el tablao del quiosco y lo hemos celebrado en Can Superwaiter tomándonos una cerveza.

Pero mire usted por donde, Cinco Días lanza a la calle La Gran Enciclopedia de Economía compuesta de XI volúmenes de 11,95 euros de precio y ¾ de kilo de peso cada uno. Al primer tomo, el baratito, se engancha uno de mis clientes habituales que, entusiasmado con la obra, nos pide que se la reservemos cada semana. ¡Voto a Brios, once semanas seguidas vendiendo un Cinco Días y, además, con estrambote! Pero no se habían acabado las alegrías. Tres semanas más tarde, a la altura del volumen IV, otro parroquiano, menos habitual, nos encarga otro ejemplar que pasará a recoger los lunes. En once semanas vamos a sacarle más rendimiento a la economía que en todo un año de los normales.

Y empieza el mosqueo. El primer lunes el parroquiano no se presenta. El segundo lunes, tampoco. ¿Devuelvo la reserva o espero?. El martes siguiente al tercer lunes el parroquiano aparece y se lleva La Vanguardia.
- Le tengo reservado tres volúmenes de La Gran Enciclopedia de Economía.
- No, se los lleva mi hijo cada sábado.
El sábado es un día relajado y Darl y yo nos vamos turnando: uno vende y el otro descansa en Can Superwaiter.
- Claro, se los daría Darl.
- No, no. Mi hijo me dice que se los dio usted.
¡Mierda! Ya me ha atacado el alemán. Sé que Alzheimer avanza deprisa pero no creí que yo fuese tan vulnerable como Polonia. Debe ser que desde el 39 hasta ahora la artillería ha progresado y los síndromes se disparan con ametralladora.

Cuando mi parroquiano se va, preocupado, hago recuento. Enciclopedia de economía volumen V: recibidos dos, vendidos uno. Volumen VI: recibidos cuatro, vendidos uno. Volumen VII: recibidos cuatro, vendidos uno. Respiro aliviado, aún no me han invadido los germanos. El alzhémico es el cliente. ¡Pobre hombre!

Al siguiente lunes las cosas se complican. El pobre hombre se presenta en el quiosco y me da 20 euros para que cobre el volumen VIII que su hijo se había llevado el sábado. Por suerte Darl todavía no se había ido y lo interrogo con la mirada. “Yo no he sido” leo en su expresión. Recuento. Volumen VII: recibidos cuatro, vendidos uno, existencias tres. Y allí estaban los tres volúmenes previstos.
- Creo que tenemos un problema.
- ¿Le debo alguno más?
- No. Es que creo que su hijo compra la enciclopedia en otro quiosco.
- ¡Hombre. no!. (Sarcástico) Mi hijo compra en el quiosco de la esquina.
- (Lacónico) Casi todos los quioscos están en la esquina.
- Vaya, no lo creo. Es que mi hijo está ahora en Alemania pero ya le preguntaré cuando vuelva.
- Sí, sí, pregúntele no vaya a ser que esté comprando en un quiosco y pagando en otro.
- Usted cobre y cuando venga mi hijo lo arreglamos.
¿Arreglamos la cuenta o arreglamos al mozo? –esto no lo dije pero lo pensé.

En efecto, a la semana siguiente se presentó el enciclopédico y era tal como yo había sospechado. Papá hablaba de un quiosco y el nene de otro
Al menos pude venderle los volúmenes restantes.

lunes, abril 10, 2006

Carta abierta a Murphy

Querido Edward:

Soy una persona que se disculpa muy pocas veces. Cuando le hago la puñeta a alguien o ha sido sin querer o ha sido queriendo. Si fue sin querer, no hay culpa y la disculpa sería inútil. Si fue queriendo, la disculpa sería hipócrita.
Haciendo una excepción. A ti si te pido disculpas. El otro día te puse a parir haciéndote responsable de todos mis males y he comprobado que no tenías la culpa. Tú te limitaste a enunciar unos corolarios que dedujiste a golpe de observación. Pero te quedaste corto y además te equivocaste de medio a medio. Debe ser por lo del 10: 10 corolarios de Murphy, 10 Mandamientos, 10 propuestas para la permanencia en la OTAN, sacar un 10 en Matemáticas… Porque tus 10 corolarios se encierran en 2: Los elementos actuarán en tu contra y siempre habrá un hijoputa que te dará por saco cuando menos te lo esperes (este fue tu error, lo fías todo a las circunstancias).

Con los elementos no me meto. Si el vuelo de una mariposa en China puede desencadenar un huracán en el Caribe y, a lo largo del año, sólo se producen diez o doce dignos de consideración, es que los elementos se compensan. De vez en cuando deciden putear un poco y se alían con la mariposa. Pero eso es pecata minuta.

Pero con los hijoputas…

Desde donde estés observa.
- Si en un aparcamiento callejero hay dos huecos juntos, el primero que aparque lo hará en medio y joderá al pobre desgraciado que llegue más tarde y que el hueco desperdiciado le hubiera ido como dedo en culo.
- En la cola del pescado, por ejemplo, alguien muy apurado pedirá que lo dejen pasar. Tiene mucha prisa y únicamente va a comprar una cosa. Una vez con el turno, comprará media libra de sardinas y “bueno, ya que estoy aquí póngame aquel rape”. Justo el último que quedaba y al que ya le había echado el ojo el siguiente de la fila.
- La gente no se limita a cruzar la calle cuando tiene el semáforo en rojo sino que lo hará a mitad de manzana y en diagonal.
- Si alguno tropieza en una de las mantas que extienden los del Corte Zulú para vender sus baratijas, se cagará en la madre que parió “a estos negros de mierda” pero tres días después lo podrás ver en la manifestación a favor del 0,7 del presupuesto para ayuda a los subsaharianos. Siempre me he preguntado qué pasaría si en la declaración de renta hubiera una casilla para pagar un 0,7 adicional de la base imponible.
- …..

Mi mujer me dice que no lo hacen por mala leche sino porque no piensan. Los progres afirman que esto es por culpa de la sociedad. Fíjate en el gesto de esos “locos bajitos” cuando le pegan con saña un puñetazo en la espalda a su hermano más pequeño. ¿La sociedad nos hace así o somos nosotros quienes hacemos así a la sociedad? Sé que se me tildará poco menos que de fascista, pero seamos sinceros: la democracia es antinatural. ¿Alguien ha visto a una manada de elefantes parlamentar para decidir el camino a seguir o, más bien, todos siguen al jefe de la manada?. ¡Coño, si hasta en la berrea, donde hay tantos machos como hembras y podrían repartirse, el único que tiene derecho a un quiqui es el que manda y los demás han de esperar a que se agote…! Pero los humanos piensan… ¡Anda la hostia! Yo no tengo puñetera idea ni de economía ni de enseñanza ni de orden público ni de defensa ni de ná de ná (bueno, de esto sé un poco), ¿cómo va a valer mi voto igual que el voto de una persona preparada? En Marbella la gente votó en igualdad… Así les ha ido.
Me estoy desviando y encima me está dando vergüenza por escribir tanta sandez junta.

Quería ponerte una secuencia de ejemplos. Como ya sabes, en este quiosco las tardes suelen ser tranquilas y es cuando aprovecho para cuadrar facturas (vano intento), ver como van las cuentas (de puta pena) o escribir en el blog. El pasado miércoles las cosas sucedieron más o menos tal que así.

Eran las 19,20 y no pasaba ni un alma, ni un alma que se parase ante el quiosco porque lo que es el chorro de gente no paraba. Había sido un día durillo, como casi todos, y decidí que me iba a casa. Liturgia del día: meter los expositores, quitar de la pared de enfrente los cartones de colecciones y revistas con regalos, recoger… Los expositores que tengo miden 1,80 de alto por 0,64 de ancho y se pueden colocar hasta 6 filas de revistas. Cuando están al completo pesan un huevo. Trinco el primero, miro a derecha e izquierda para comprobar que al dar la vuelta no le doy un expositorazo a nadie, y arranco. Cuando estoy a medio entrarlo, se me engancha con un saliente de la puertecilla y allí me quedo medio espatarrao.
- ¿Me atiende, por favor?
- Momento que acabe de meter este chisme.
- ¡Uy! Es que llevo prisa.
Sujeto el chisme como puedo y queda en equilibrio indiferente, es decir, que lo mismo se cae que no se cae.
- Dígame.
- Un chicle de fresa de 5 céntimos.
- Ya empieza Murphy ´-pienso.
Le doy el chicle y, ¡cómo no!, me larga 5 euros para que le cobre. Expositor adentro.
- Esta mañana he visto que tenía un ejemplar de Misterios y Enigmas.
- Sí, Qunram.
- ¿Me lo podría enseñar?
Debe estar en el altillo que es donde pongo los cartones cuando recojo. Escalerilla al canto y a trepar hasta el ático. A simple vista no lo percibo y empiezo a mover cartones. Lo normal. Por el otro lado se escurre King Kong. Kinkonazo al lector de códigos de barras y se va a parar encima del paquete de Holas. ¡Murphy, tu puñetero padre!
-´¿Tiene la colección de dog?
- Un momento, señora. Estoy atendiendo a esta señorita.
- No, si sólo quería saber si tiene dog.
- A este quiosco no han traído perros.
- Vamos niña. Y –con retintín- muchas gracias por su amabilidad.
- Le dejo el euro del diario.
- Dos euros de máquina para esta noche.
- Cóbreme Lecturas.
- Es igual –dice la chica de los enigmas-. He visto este libro y me parece que me lo quedo.
El Último Catón. Por lo menos hay una que ayuda.

Cuando consigo cerrar el chiringuito, me siento en el taburete y me fumo un purillo (esto no lo comentes porque si mi mujer se entera se va a cabrear). Repaso los 10 corolarios y es imposible que cada día se den las mismas circunstancias. Tú dices lo que va a pasar pero no te atreves a decir por qué. Estoy seguro que siempre hay 8 o 10 personas agazapadas en la esquina hasta que me ven apurado y entonces atacan al unísono para rematarme. Pero de circunstancias, nada. Y espérate que no he acabado.
Por motivos que no vienen al caso, soy poseedor de una tarjeta de permisividad de aparcamiento que me permite estacionar por tiempo ilimitado en las áreas azul y verde y en zonas de carga y descarga. Al principio venía al quiosco en motocicleta. Para no estorbar. Después, por motivos de almacenaje, empecé a traer el coche y cada día me acordaba de ti “Verás como Murphy tiene razón y la primera vez que olvide la tarjeta me cae una multa”. El miércoles por la noche me habían dejado la felicitación sujeta con el limpia. La casualidad. ¡Y una mierda! Hay un par de urbanos que cada día me repasan el coche para comprobar si he puesto la tarjeta. Debe ser que no he intentado sobornarlos para que lagan la vista gorda.

Lo que te digo, Eduardo, hay mucho hijoputa suelto.

Un abrazo.

miércoles, abril 05, 2006

¿Manías?

A un MEME me ha invitado Holaiquetal
Y en mi vida me viese en tal apuro
Que este coco que Dios me dio tan duro
No acierta a saber como empezar.
…Etcétera.

Holaiquetal me ha invitado a seguir un MEME y memepuesto nervioso porque uno, lo que se dice tener manías, las tiene en cantidad pero cuando trata de elegir sólo 5 resulta que no se acuerda de ninguna. Improvisemos.

MANÍA número1: Desde los 18 años que, por una apuesta, me dejé crecer el bigote, me lo he afeitado en cuatro o cinco ocasiones para, a las primeras de cambio, volver a dejarlo crecer. Si lo llevo cortito, nada, pero apenas crece lo suficiente cada vez que me concentro acostumbro a darme tironcitos de los pelillos que sobresalen.

MANÍA número 2: Como he contado en alguna ocasión, por las mañanas suelo escuchar la radio saltando de emisora en emisora. Mi deporte favorito es discutir con los presentadores (ahora directores de programa), llegando incluso al insulto personal.

MANÍA número 3: Cuando veo una palabra escrita me ejercito intentando formar palabras que contengan todas sus letras.

MANÍA número 4: El día que toca ensalada para la cena disfruto pinchando en el plato de mi cónyuge. Sé que le jode pero es que su ensalada está más buena… o me lo parece

MANÍA número 5: Acostumbro a leer la composición de las conservas con el único fin de decir “imbéciles” cuando leo “aceite vegetal”. ¡Como si el aceite de oliva se sacara de las piedras!

Misión cumplida. Cuando sea más experto y conozca bloggerautas lo enviaré a 25. Mientras tanto, se poda esta rama.

lunes, abril 03, 2006

Feina ben feta

Nací cansado, soy vago por naturaleza, no tengo el título de vagancia porque había que hacer un TRABAJO de fin de carrera, me realizo tumbado panza arriba en el sofá de mi casa, considero que el trabajo es nocivo para la salud del trabajador y la de los que están a su alrededor, la siesta debería ser constitucionalmente obligatoria y me cago en los muertos de Adán y Eva que con la coña de la manzanita hicieron que Dios pronunciara la frase más nefasta que han conocido los siglos: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Y, aún así, hay algo que me molesta mucho más que el trabajo: trabajar mal. Entre hacer las cosas bien o hacer una chapuza la diferencia de esfuerzo es mínima, con la ventaja que, cuando se hacen bien, el resultado es duradero.

Castilla generó la figura del pícaro, personaje desagradable pero simpático, sobre todo si lo interpreta Fernán-Gómez. España, prolongación de Castilla, mantuvo el pícaro quitándole la simpatía y creó al chapucero. Cataluña le añadió las pilas, lo puso a trabajar y lo hizo rentable pero no mejoró la chapuza. Eran los años del proteccionismo económico. Ahora hay que competir y así nos va.

Nos centramos en el quiosco. Hay términos a los que no acabo de acostumbrarme y me suenan casi a chino palabras como güifi, blutuz, yipiés y otras pero fui un adelantado en mis tiempos. Quiero decir que yo empecé trabajando como informático. No puedo considerarme pionero porque la conquista del bit la habían iniciado otros pero sí fui de los que formaron parte de la primera oleada de técnicos que utilizábamos como soporte base la ficha perforada, medíamos la capacidad de un ordenador en Kbytes, la de los programas en bytes y no teníamos ni idea de lo que significaría mega, giga o tera. A golpe de calabonazos aprendí que toda chapuza a la larga se vuelve contra ti y que el tiempo que se gana haciéndola se pierde con muchas creces chapuceando la chapuza para que al final quede una mierda pinchá en un palo. A lo que iba. Con mis antecedentes, al hacerme cargo del quiosco confié en la informática y puse un ordenador, lector de códigos de barras incluido. Diez minutos. Pip. Uno ochenta. Interviú. Pip. Dos cincuenta… Y se puede consultar el stock, la fecha de caducidad, cuando se recibió, el precio, el margen de beneficio… ¡Perfecto! Hasta que llega una señora, coge una revista de labores y la entrega al quiosquero para que “la pase por la máquina”. Pip… y aparece una pantallita tal que así:


Hasta 26 productos con el mismo código de barras y diferentes ISBN y, encima, CREACIONES ARTIME LAGARTERA, un suponer, no aparece en la lista. Hay que mirar precio, ver si hay existencias, comprobar nombres similares (culebrera, lagartijera…) y al final jugársela con la esperanza de acertar.
Llega TIRO LIRO, revista infantil en catalán. Pip. Código de barras, 8480002198493, número, 129. ¡Coño! La anterior creo que era la número 137. Verificación. Número de revista 138. Pip, 129, pip, 129. Revista expuesta número 137. Pip, 129, pip, 129. Mostrar llegada de revistas: desde el número 131 todos los códigos registrados son el 129. Albaranes: Tiroliro 129, 130, 131, 132… Facturas: bien. Devoluciones: de la revista número 136 ha devuelto más cantidad de la que recibió. ¡Ole!.
NUEVO VALE. Ni Pip ni pap. Código ilegible. GUIA DEL OCIO. Pip. Número de ejemplares 25. Total ejemplares recibidos del número 1478, 32 ¿mande?. Comprobar revista: número 1478. Comprobar revista anterior: número 1478. Comprobar albarán: número 1479.
Nuevo paquetito. DESCUBRIR EL ARTE. Pip, pa dentro. AVENTURA DE LA HISTORIA. Pip… DESCUBRIR EL ARTE. AVENTURA DE LA HISTORIA. Pip… DESCUBRIR EL ARTE. Comprobación visual de códigos: idénticos. ¡Chapuceros!

No es necesario seguir. Se trata de producir mucho y deprisa pero a pesar del empeño del Molt Honorable Pujol, la feina ben feta no ha calado. Luego nos quejamos de que no podemos competir con los chinos porque allí la mano de obra es barata, ni con los alemanes porque no los podemos igualar en calidad. Decía Ladislao Kubala, siendo seleccionador de fútbol, que para ganar un mundial hacía falta querer, saber y poder. La selección española quería, la selección española sabía. Para ser campeón sólo hacía falta que la selección española pudiera. Y no pudo.
Por ranking, España puede, España sabe (y si no, que estudie y aprenda). Pero ¿España quiere? Por lo pronto, nuestros empresarios y políticos optan por competir con China rebajando sueldos.

¡Chapuceros!