jueves, febrero 19, 2015

Recortes presupuestarios

Los entendidos en macroeconomía tienen distintas recetas con que atacar y atajar tiempos de crisis, y que, como los Diez Mandamientos, se reducen a dos, aunque sólo una de ellas sea válida por resultar ambas incompatibles: la primera consiste en aumentar el gasto público para paliar el descenso de la oferta de empleo y la segunda aconseja un recorte de los gastos para evitar una deuda excesiva.
Si intentamos aplicar el sistema macroeconómico al quiosco podemos colegir que no funciona ninguna de las dos soluciones: si se aumenta el gasto, la hostia es inminente dado que las ventas no dependen del quiosquero. Vamos, que no depende del quiosquero ni la venta ni el margen de venta ni siquiera el producto que se vende; es un tema éste que podría dar argumento suficiente para escribir un tratado. Si no funciona la primera receta, habría que probar con la segunda: recorte de gastos. Los gastos de un quiosco pueden ser tantos como se quieran, pero, de la misma manera que no existe un techo, sí existe un suelo suficientemente alzado para impedir el acceso a los quioscos que no tienen una situación idónea, y lo suficientemente rocoso para que los instrumentos de los que dispone el quiosquero reboten y se mellen contra la dureza del mosaico.
Quiero decir que el vendedor tampoco tiene control sobre la mayoría de sus gastos y que éstos, los más gordos, le vienen dados por la administración o por sus propios proveedores. Los gastos fijos del quiosco nos los impone el Ayuntamiento, la Seguridad Social, Hacienda y los proveedores de electricidad, teléfono y equipo informático. Y, por supuesto, las Distribuidoras mediante sus módicos precios por “servicios auxiliares”.
El Ayuntamiento (de Barcelona) se ha tirado todo un detalle y nos ha dejado la cuota en casi la mitad; ya es de agradecer. Los autónomos siguen influyendo notablemente en los costes de explotación; es cierto que el vendedor puede elegir la cuota pero, cuanto menos pague, menores serán las prestaciones que reciba a la larga; de todos modos hemos considerado la cuota mínima como base de nuestros cálculos. Respecto a Hacienda, sólo tenemos en cuenta lo que se retiene por ser autónomo, es decir, el recargo de equivalencia; a esto habrá que sumarle el IVA de las facturas que se emitan (T-10, Loto, publicidad…) y lo que corresponda por IRPF, lo cual será tanto más favorable en cuanto mayor sea su cuantía. Los gastos de electricidad y teléfono es difícil recortarlos, salvo que usemos velas para alumbrarnos y continuemos contando con un ábaco; igual que los gastos de material, que reducimos a cartuchos de tinta y papel para la impresora. Luego, hay un pequeño coste por "residuos tóxicos” y pertenencia a la Asociación de Vendedores (no obligatoria pero, quizás, necesaria). Por último, reseñar que el coste derivado de los portes que cargan nuestros más importantes proveedores representan, cómo no, el mayor porcentaje sobre los gastos fijos.

Más o menos, ésta sería la distribución de los gastos fijos de un quiosco.
Sólo falta comentar que estos pequeños gastos implican que sea necesario vender unos 52.500€ para cubrirlos, es decir, que en un quiosco los primeros 9 millones de pesetas vendidos no generan ni un puñetero duro para el quiosquero.

jueves, febrero 12, 2015

Material promocional

Hace ya unos años escribí en este blog una frase que me ha reportado más de una crítica (y algún que otro golpecito en la espalda, de esos que van acompañados de un "cómo eres, dalr"). Decía entonces que los quiosqueros erámos mamporreros de las editoriales en referencia a las hojas de suscripción que traían los coleccionables. Según el diccionario de la RAE, un mamporrero es alguien que "dirige el miembro del caballo en el acto de la generación". Es decir: un profesional que se gana la vida agarrándole el cipote a un semental para ayudarle a introducirlo adecuadamente en una yegua que no está muy por la labor. La analogía con los quiosqueros venía al caso habida cuenta que nos llenaban el garito con cientos de cartones enormes a precios irrisorios cuya única finalidad no era obtener un beneficio con la venta de dicho producto sino introducir en casa del cliente una hojita adjunta en la que se le informaba de las numerosas ventajas que le reportaría suscribirse a dicha colección saltándose al pesado e ineficaz del quiosquero. Intorucir este caballo de Troya (hoy va de analogías equinas, qué le vamos a hacer) era la auténtica finalidad de la promoción, y los quiosqueros nos deslomábamos acarreando cartones para que al final el editor pudiera contactar directamente con el cliente y eliminar al molesto intermediario: nosotros.

Yo tengo una mentalidad un tanto particular en lo que a gestión de negocios se refiere. No soy nada romántico con las cosas de dinero y tiendo a separar lo que debería ser de lo que me gustaría que fuera. Ejemplo: a mi me gustaría que en mi barrio siguiera habiendo una mercería, un colmado y un zapatero remendón, pero eso no significa que lo considere algo necesario, hasta el punto de pagar por ello. Con esta misma mentalidad, me pregunté si éramos necesarios los quiosqueros. Los editores producen sus revistas y colecciones y tienen recursos para vender directamente al cliente y hacérselo llegar a casa (en realidad, a su oficina de correos más cercana, pero eso es otra historia). Así pues, ¿somos necesarios? (Y digo necesarios, no imprescindibles que eso ni existe ni es deseable). La respuesta la encontré en la propia política de las editoriales. Somos necesarios, al menos, para dar a conocer el producto. Los editores necesitan que sus nuevas colecciones estén en la calle, a la vista de los potenciales clientes, para que compren ese primer número casi regalado y, una vez en la tranquilidad de su hogar, se dejen seducir por todos esos folletos que acompañan al fascículo inicial en el que se describen las bondades de la colección y se detallan los impresionantes regalos que recibirán si se suscriben.  El problema es que les hacemos ese trabajo gratis y pretendemos vivir de lo que no le importa a nadie.

Toda esta perorata se resume en el título de este post: los quioscos ofrecemos, básicamente, material promocional. Dos anécdotas de esta semana vienen a reforzar esta idea.

Ayer llegaron las principales revistas del corazón, entre ellas Hola. Para celebrar San Valentín a los editores se les ha ocurrido la genial idea de regalar unas chocolatinas. Hasta aquí todo bien. A mí todo lo que me ayude a vender más me parece una buena idea. No me gusta, sin embargo, que dicha promoción no incluya compensación económica alguna para el quiosquero. En ocasiones hemos tenido promociones de este tipo en la que se nos compensa con unos eurillos por el esfuerzo. En esta ocasión el editor nos dice que nos agradece un esfuerzo que sin duda aumentará nuestras ventas. El problema está en que mis lectores de Hola no parecen muy interesados en el chocolate. Lo cierto es que todos han agradecido el regalo, pero no ha habido nadie que se haya decidido a comprar por este motivo. Ni siquiera que se haya planteado cambiar de revista por el regalo. Está claro que mis lectores de Hola no son público objetivo de las chocolatinas. Esto tiene una parte positiva, que es que apenas me afecta a la venta de chocolatinas, un producto que yo vendo también. Hubiera podido darse el caso de que yo vendiera los mismos Hola que otras semanas pero además perdiera ventas de chocolatinas  (producto que, por cierto, me deja mucho mejor margen que las revistas). En este caso la promoción me hubiera hecho perder dinero. Pero si yo no gano nada con la promoción, a mi cliente tampoco le interesa mucho y además el editor no vende más... ¿quién gana con todo esto? Pues el fabricante de chocolatinas. Alguno de los clientes la probará, o se la regalará a alguien que conocerá el nuevo producto y luego lo comprará (en el súper, por supuesto). En este caso los señores de Hola y los quiosqueros hemos trabajado gratis para Milka (los quiosqueros, seguro, igual los señores de Hola sí han cobrado por esto...).

La segunda anécdota es más sangrante. Últimamente una de las principales fuentes de ingresos de nuestro quiosco son los cromos. Los críos se agolpan ante nuestro mostrador pidiendo su dosis de Adrenalyn, Desafio Champions o cartas de Frozen. De vez en cuando alguno te pide el álbum, pero la mayoría lo tienen ya porque alguien se lo ha regalado en el colegio junto con unos cuantos sobres. De nuevo, las maravillas del material promocional. A mí me viene bien porque me generan clientes. El problema está cuando a principios de semana me llega con el reparto un paquetito con dos álbumes de Star Wars Rebels y un albarán de reposición. Yo no he pedido reposición de este género porque, de hecho, aún tengo un ejemplar que ya no creo que venda. En cualquier caso, cuando me dispongo a introducir el albarán en el ordenador me encuentro con un problema. El álbum en cuestión no tiene código de barras sino una nota impresa en la que se aclara que se trata de un álbum promocional. Cuando miro el albarán detenidamente veo que dicho álbum me lo cobran al mismo precio que el que tenía, este sí, con su código de barras destinado a la venta pública. Resulta que la distribuidora me ha hecho llegar un material promocional para que lo venda, y me lo ha cobrado. Si no me hubiera dado cuento y lo hubiera vendido se me habría caído la cara de vergüenza cuando el cliente me hubiera recriminado, con razón, que le cobraba por algo que debería regalar. Además, me estoy temiendo que cuando lo devuelva me lo retornarán acusándome de intentar colarles como producto algo que estaba destinado a una promoción. Si ocurre, informaré puntualmente. Esta anécdota me recuerda que buena parte de los productos que vendemos en realidad no son tales productos. Su objetivo es generar otra clase de ventas, pero a mi me lo traen y me lo cobran como si yo realmente pudiera ganarme la vida con ello. Pero en realidad a nadie le importa si lo vendo o no. En el mejor de los casos perderé alguno y el editor se anotará una venta inesperada a mi costa. Y en el peor, daremos visibilidad a un producto de forma totalmente gratuita. Porque eso somos los quioscos para la mayoría de los que nos mandan sus productos: un expositor gratuito en mitad de la calle.

Si tenemos en cuenta la mayor importancia que cobra cada día el consumo de medios digitales y el modo en que las crisis económicas afectan al sector editorial, está claro que, al menos a corto plazo, la importancia de los quioscos está más en su capacidad de generar clientes que en su potencia como fuerza de ventas. Tal vez es hora de empezar a plantearnos si debemos seguir regalando este potencial o ha llegado el momento de asumir que somos mamporreros y empezar a cobrar por ello.

miércoles, febrero 11, 2015

¡Leche!

Estamos sufriendo un ataque informático grave y continuado. No se trata de virus ni de piratas; es la vejez. Monitor, impresora y unidad central han llegado al límite de sus fuerzas y han dicho basta. Uno detrás de otro han ido espichando y en pocos días hemos asistido a la triple defunción. No es que me afecte el deceso ya que era una muerte anunciada (sin crónica ni nada). Lo único que me repercute es que ahora me he quedado sin entretenimiento para la tarde-noche: no ordenador, no cuadre de facturas. Me estaba aburriendo. Claro que, cuando quiosquero se aburre, con el rabo mata moscas. Y he matado. No una mosca; he matado un moscardón, uno de aquellos verde-azulados con tonalidades iridiscentes que revoloteaban alrededor de los cagaderos.
Se me ha ocurrido ver cómo y de qué manera repercutían los portes sobre las ganancias (desganancias en este caso) de un quiosco; es evidente que los portes repercutirán en mayor medida cuanto menores sean las ventas de cada quiosco, pero si vale de ejemplo el control de una larga temporada de un quiosco medio de la Derecha del Ensanche barcelonés, he aquí el resultado para cada distribuidora.

Como es probable que haya cometido errores de cálculo e, incluso, de planteamiento, explico la metodología del estudio:
· Importe facturado: suma aritmética de los totales de las facturas del periodo.
· Importe de impuestos: suma aritmética de los recargos de equivalencia de las facturas.
· Importe de los portes: suma aritmética de los portes, incluido el IVA propio (no así el recargo de equivalencia).
· Coste de las publicaciones: total facturado menos los importes de portes e impuestos.
. Valor de la venta: a partir del coste y teniendo en cuenta que el porcentaje de comisión se ha de aplicar sobre el PVP, es decir, Venta = (Coste * 100) / (100 - %comisión)
· Beneficio neto: valor de la venta – importe facturado
· Beneficio bruto: valor de la venta – coste de las publicaciones

SOCIEDAD GENERAL ESPAÑOLA DE LIBRERÍA
SGEL no cobra servicios auxiliares al quiosco investigado y, por tanto, los portes no afectan a su rendimiento.

MARINA BCN
La distribuidora del Sr. Conde cobra 2,70€ por día; más IVA, por supuesto, que durante el periodo investigado era del 21%; esto supone unos 22,87€ por semana.
Sobre una facturación de 43.022€, se han debido obtener unos beneficios aproximados de 8.880€ y se han pagado 379€ de impuestos (recargo de equivalencia) y 1.120€ de servicios auxiliares. Sobre el coste de las publicaciones, el beneficio debería haber sido de 10.339€. El siguiente diagrama muestra cómo se distribuye el beneficio bruto del quiosco:
· El 85,55%, para el quiosquero (beneficio neto antes de impuestos)
· El 3,65%, para Hacienda en concepto de recargo de equivalencia
· El 10,80% para la distribuidora en concepto de servicios auxiliares.


LOGÍSTICA DE MEDIOS
Logística cobra 2,17€ por día, más el 21% de IVA, lo que supone unos 18,39€ por semana.
Sobre una facturación de 11.033€, se deberían obtener unos beneficios aproximados de 1.532€ y se han pagado 98€ de impuestos (recargo de equivalencia) y 882€ de servicios auxiliares. Sobre el coste de las publicaciones, el beneficio debería haber sido de 5.513€. El siguiente diagrama muestra cómo se distribuye el beneficio bruto del quiosco:
· El 60,96%, para el quiosquero (beneficio neto antes de impuestos)
· El 3,92%, para Hacienda en concepto de recargo de equivalencia
· El 35,12% para la distribuidora en concepto de servicios auxiliares.


SOCIEDAD ANÓNIMA DISTRIBUIDORA EDICIONES
SADE cobra 33,50€ por semana, más el 4% de IVA, más el 0,5% de recargo de equivalencia, lo que supone unos 35,01€ semanales.
Sobre una facturación de 10.604€, se deberían obtener unos beneficios aproximados de 1.156€ y se han pagado 173€ de impuestos (recargo de equivalencia) y 1.610€ de servicios auxiliares. Sobre el coste de las publicaciones, el beneficio debería haber sido de 2.940€. El siguiente diagrama muestra cómo se distribuye el beneficio bruto del quiosco:
· El 39.34%, para el quiosquero (beneficio neto antes de impuestos)
· El 5.89%, para Hacienda en concepto de recargo de equivalencia
· El 54,77% para la distribuidora en concepto de servicios auxiliares.



¡Coñó! Digo… ¡leeeche!

Los porcentajes resultantes dependen de las ventas de cada quiosco. Lo que no varía es la cantidad que debemos ingresar en caja para pagar los portes que nos cobran quienes, en teoría, su negocio el porcentaje que las empresas editoras les pagan para distribuir su producto.
Para pagarle los servicios auxiliares a LOGÍSTICA DE MEDIOS un quiosco ha de vender 4.413€; para pagar a MARINA BCN es necesaria una venta de 5.603€; para atender a los portes de SOCIEDAD ANÓNIMA DISTRIBUIDORA EDICIONES es preciso vender 6.441€. Cifras que, cuando se les añade el recargo de equivalencia, se transforman en 4.906, 7.499 y 7.134, respectivamente.

Es decir, que hasta que no hemos vendido la módica cantidad de 19.539€ no empezamos a generar beneficios. Beneficios de los que habrá que descontar el resto de los gastos, incluidos los ejemplare que se pierden por el camino (de ida o de vuelta), los fuera de plazo y los que nos manguen los descuideros.

jueves, febrero 05, 2015

La aritmética, ciencia inexacta

En 1972 decidí tomarme un respiro y no me matriculé en la universidad. Como no quería perder el hábito de estudio me apunté en una academia e inicié un curso nocturno de ingeniería técnica. Recuerdo un día que nos habían puesto como deberes la resolución de un problema trigonométrico; al empezar la clase el profesor agarró la tiza y se dirigió a la pizarra. Nada más iniciar la operación aplicó un cambio que nada tenía que ver con los principios trigonométricos y continuó su exposición sin que nadie de los presentes moviese una sola ceja. Digo mal, todos los presentes menos yo, que algún gesto raro hube de hacer ya que cuando finalizó de escribir en la pizarra se dirigió a mí:
-      -  Usted no está de acuerdo, ¿verdad?
-       - Bueno, no. Lo he resuelto algo diferente, pero ya lo veo claro.
-       - Vamos –me dijo-, salga a la pizarra y veamos su solución.
-      -  No, no. No tiene importancia, ya lo he entendido.
Insistió y no me quedó otro remedio que exponer mi método. Cuando finalicé, sin que me hubiese corregido en ningún momento, se quedó mirando la pizarra y, después de unos momentos, sentenció:
-       - Un ejemplo de cómo usando métodos distintos se puede llegar a resultados diferentes –y se quedó tan pancho-.

Bien, eso es lo que ha hecho Marina BCN con mi segundo intento de demostrar que estaba mal calculado el importe que nos tenía que pagar por un vale de CINCO DIAS-EL PAÍS (Ver La guerra de los cupones: el retornodel Jedi y Pecado de vanidad).
Los escribas del Sr. Conde me envían una hoja de cálculo tal que así:

  
La demostración es fácil
1.- Venta de CINCO DÍAS por separado.
PVP: 1,60€
Comisión: 0,31€
2.- Venta conjunta de CINCO DÍAS y EL PAÍS.
PVP diario: 0,70€
Comisión del diario: 0,13
PVP vale: 0,90€
Comisión del vale: 0,17€
Comisión diario + comisión vale = 0,13 + 0,17 = 0,30
que con el redondeo de decimales queda igual a 0,31€, es decir, el resultado de la comisión al vendedor es la misma.

Lástima que yo no me hubiera dado cuenta de eso.
Me ha recordado a aquel problema de lógica matemática que, más o menos, dice así:
Había tres amigos en un bar tomándose una cerveza; cuando preguntan al camarero qué se le debe, éste contesta que 25 pts. Cada uno de los amigos deposita 10 pts sobre el mostrador y el que lleva la voz cantante le dice al camarero:
Devuélvenos una peseta a cada uno y tú te quedas con las dos que sobran.
Pregunta: Cada cliente ha puesto 10 pts, o sea, 30 en total; a cada cliente se le ha devuelto una peseta, luego cada uno de ellos ha gastado 9 pesetas. 3 x 9 = 27, más 2 que se quedó el camarero son 29, ¿dónde está la peseta que falta?

Si las matemáticas son ciencias exactas, el problema está en la interpretación de los conceptos. Veamos:

  
1.- Venta de CINCO DÍAS por separado.
Dinero en caja: 1,60€
Coste del diario (Marina me cobra): 1,28€
Ganancia: 0,32€


2.- Venta conjunta de CINCO DÍAS y EL PAÍS.
2.a. Venta del diario
Dinero en caja: 0,70€ + 1 recorte de papel
Coste del diario (Marina me cobra): 1,28€ (es lo que dice la factura, al margen de cómo yo haya vendido el periódico)
Ganancia: de momento 0,70 – 1,29 = -0,59
2.b. Cobro del cupón
Sobre 0,90€ Marina calcula la comisión del 20% y la descuenta, luego
Dinero en caja o factura: 0,73
Ganancia de la operación: 0,90 – 0,17 = 0,73
Ganancia total: 0,73 – 0,59 = 0,14 

Diga lo que diga MARINA BCN, por la venta de un diario CINCO DÍAS un quiosquero gana 0,31€, mientras que si lo vende conjuntamente con EL PAÍS sólo ganará 0,14€. ¿Dónde están los 17 cts y pico que faltan? Parece ser que es la propina del camarero.

ANVP me comenta que CINCO DÍAS ya informó que esto iba a ser así, es decir, que la parte del periódico que ellos regalaban no generabas comisión. Es igual: los escribas de MARINA deben pasarse de nuevo por la EGB para aprender a calcular comisiones. No basta con aplicar el porcentaje, hay que saber también a quién se dan los dineros. 

domingo, febrero 01, 2015

SGEL: el caballo del malo

A fuerza de repetirlo quedó como expresión popular: “Eres más lento que el caballo del malo”. Y es que Hollywood, a la hora de repartir los caballos en las películas de vaqueros, de romanos o de las hordas de Gengis Kan, le dio al bellaco de turno (en la última escena) el caballo más esmirriado que se criara en sus cuadras. Por eso, el mocín o muchachillo (así llamado aunque se tratara del mismísimo John Wayne) lo atrapaba siempre en su desesperada huída.

Algo así debe ocurrirles a los repartidores de SGEL. No es que SGEL funcione mal o quiera porculizarnos a los quiosqueros, es que Hollywood le asigna los repartidores con las furgonetas más lentas de la flota. Tan lentas que alguno de los paquetes llega con varios días o semanas de retraso; depende de lo lejos que esté final de mes, fecha en la que, se supone, los transportistas limpian la caja del vehículo para disfrutar de un merecido fin de semana. Entonces encuentran unos cuantos paquetillos arrugados y pasados de fecha y los depositan en destino cuando ya es bastante difícil que puedan tener salida.
Y como en las películas del Oeste, el malo es un buen pistolero y desenfunda rápido; del mismo modo, los administrativos de SGEL facturan el día preciso. No se les vaya a humedecer la pólvora.

Al parecer, yo tampoco me quedo atrás en cuanto a velocidad de disparo y primero tiro y luego pregunto. De los 6 ALBARANES 6 que denunciaba no haber recibido, esta mañana dalr me ha traído 4; precisamente los correspondientes al día 23/01 (santo del día: San Ildefonso), por lo que sólo me ha faltado recibir 2 y por un valor aproximado de 10€. Ahora es cuando el quiosquero compara lo que podría haber sucedido, 108€, con lo que en realidad ha pasado, 10€, y puede exclamar satisfecho:
-       Bueno… esto ya es otra cosa.