Los animales del bienestar
Familia
de agricultores, en casa siempre hubo animales irracionales: un burro, un par
de cerdos de matanza, una marrana de cría, una docena de conejos y 20 gallinas
más o menos (con gallo violador incluido). Dado que había almacenes, había
ratones y, por descontado, un minino encargado del control de natalidad de los
mismos. Mi gato siempre estuvo suficientemente alimentado, tanto que, cuando
cazaba un ratón (y eso era a menudo), se pasaba el rato jugando con él al
gato y al ratón. Hasta que el roedor fenecía, fuera de cansancio, miedo o
víctima de un zarpazo. Por lo general, mi gato no comía ratones; se limitaba a
mantener la población en límites asumibles.
Mi gato era libre: salía y entraba
cuando quería, si bien se separaba poco de “su” casa, conocedor de que allí
tenía que hacer poco esfuerzo para ganarse el condumio. Sólo desaparecía en la
época de celo, para volver flaco y despeluchado y con cien mil cicatrices en la
piel, resultado de sus duelos a uña y colmillo con otros tenorios como él.
Nunca
tuvimos perro.
Mis contactos con la raza canina no han sido muy afortunados.
Relato un par.
30 de mayo de 1960. Es el día mi examen de ingreso en el
Instituto Nacional de Enseñanza Media de Almería. El taxi que nos lleva a la
capital nos deja en la Plaza de San Pedro, y nuestro maestro, don Francisco
Palomino, nos manda a la iglesia del mismo nombre a pedir al santo que nos eche
una mano y corrija el desconocimiento propio de quienes no se han esforzado
demasiado durante el curso. Me quedo ligeramente rezagado y de entre una fila
de coches aparcados, surge un perrazo que me ladra y me muerde el pantalón.
Antoñico que aterriza en el suelo. Un señor que anda por allí, posiblemente su
dueño, llama al perro y se lo lleva. Todavía acongojado, rezo un padrenuestro,
tres avemarías y un gloria. Resultado positivo: apruebo el examen.
En 1960 es
obligatorio (creo) que los perros vayan con correa y bozal por la calle.
Enero
de 1990. Estoy haciendo un traspaso de programas y datos en una empresa textil
que cambia de ordenador. El aparato
antiguo es de los que desprenden mucho calor y se bloquean cuando sube la
temperatura; tengo el aire acondicionado a tope pegándome en mitad de la
espalda. Quiosquera teme que pille una pulmonía y, para evitarlo, me compra una
chaqueta de cuero como la de los aviadores americanos. Una de aquellas mañanas,
tomo café frente al estadio de Sarriá y me encamino a la oficina. Entrando en
Carabela Pinta, una chica pasea un perro de la envergadura de un caballo. La
correa que lleva sujeta a la mano no impide que el animal se me abalance y me
muerda el brazo; me salva el cuero de la chaqueta. Hasta pasadas unas horas no
me doy cuenta de que llevo dos agujeros en la manga.
El perro va atado. No sé
si en 1990 era obligatorio el uso de bozal.
31 de diciembre de 2022. Dalr me
avisa que lleva a los niños a jugar al Parque de la Pirámide. Cuando puedo,
cojo la escúter y me voy a ver a los niños. Al doblar la Estación del Norte, Marco
me ve y echa a correr hacia mí. A la izquierda hay un perrucho suelto que,
cuando ve a Marco correr, se arranca a perseguirlo. La cara del niño es de puro
terror mientras grita y cambia de rumbo intentando regatear al perro. No lo
consigue: el chucho salta y le muerde en la cadera. Cuando conseguimos
calmarlo, le levantamos la camisa y sólo le vemos la marca de los dientes del
perro; no hay herida.
El perro va sin bozal ni correa. Al parecer, el bozal
sólo es obligatorio para perros potencialmente peligrosos.
Los parques donde
juegan los niños es sitio frecuentado por paseadores de perros, perros que se
revuelcan, se cagan y se mean en el espacio que debería estar reservado a los
pequeños. Algunos dueños recogen las cacas, incluso unos pocos echan un
chorrito de agua sobre el pipí canino, pero nadie impide que quede suciedad y parásitos
en el suelo. Los niños juegan con la tierra y luego se chupan las manos. Y si
un perro, jugando o a mala leche, ataca a un crío, no da tiempo a evitarlo. Si el
niño hubiese mordido al perro o le hubiese tirado una piedra, ¿habrían aceptado los dueños mis disculpas?
Leo
que en Barcelona hay o va a haber 219 espacios destinados al bienestar del
perro. Creo que no sería ilógico pedir a las ministras de Igualdad y Bienestar
animal que convenzan a la alcaldesa Colau para que habilite otros tantos
espacios libres de perros y otros agentes animados o inanimados donde
los niños jueguen sin temor a ser mordidos, asustados o infectados.
Es gracia que
esperan merecer.