
¿Está llegando el futuro?
España
limita al
Norte con
el Mar
Cantábrico y
los Montes
Pirineos, que
la separan
de Francia;
el Este,
con el
Mar Mediterráneo;
al Sur,
con este
mismo mar,
el Océano
Atlántico y
el estrecho
de Gibraltar;
y al
Oeste, con
el Océano
Atlántico y
Portugal.
Esto
es lo
que solemos
contestar,
y dicen
las
enciclopedias,
cuando nos
preguntan
por los
límites de
España. No
sé si
por
desconocimiento
o aposta
olvidamos
siempre, u
olvidaron
enseñarnos,
que, al
Sur, junto
al
estrecho,
España
limita
también
con el
Reino Unido
de la
Gran
Bretaña e
Irlanda del
Norte (UK),
país al
que los
españoles
denominamos
machaconamente
Inglaterra.
Mal que
nos pese,
Inglaterra
ha sido,
junto a
Francia,
una de
las
naciones
europeas
que más
ha influido
en las
costumbres
y
desarrollo
de la
España
moderna, y
por eso,
cuando se
viaja por
alguno de
estos
países, lo
hacemos con
los ojos
muy
abiertos
intentando
captar
mejoras que
podamos
aplicar a
nuestra
forma de
vida o
a nuestra
forma de
ganárnosla.
Es por
esto por
lo que
me encanta
tener la
posibilidad
de viajar
al
extranjero
con sólo
cruzar a
pie la
pista de
aterrizaje
que separa
ambos
países (el
nuestro y
el suyo),
y que,
al otro
lado de
la
frontera,
me reciban
diciendo
eso de
“nossotroh
ssemoh
inglesseh”.
Hace
unos meses,
pasé una
semana en
Londres por
culpa de
un “regalo”
que me
hizo Epson
al comprar
una de
las
impresoras
que
fabrica.
Londres es
una ciudad
extraña,
aunque, tal
vez, los
extraños
sean los
ingleses,
que se
empeñan en
ser
distintos
al resto
de
europeos.
Conducen
por la
izquierda,
pesan y
pagan en
libras, no
se aclaran
con el
Sistema
Métrico
Decimal…
Hasta a
su capital,
Londres,
ellos la
llaman
London (o
algo
parecido).
Pero
no me
toca a
mí
criticar a
los
anglosajones.
Lo mío
es observar
a la
gente e
intentar
aprender de
los que
saben más
que yo;
o contar
lo que
he visto
que hacen
los que
van más
adelantados
que
nosotros.
Lo que
he visto
me ha
gustado muy
poco… En
realidad,
no me
ha gustado
nada.
Camino
de Russell
Square
encontré
mi primer
quiosco
londinense.
Me paré
y lo
analicé.
Era
ligeramente
más
pequeño
que los
que
utilizamos
en
Barcelona,
pero de
planta
fija, es
decir, las
paredes no
se
ensanchaban
a base
de puertas
correderas,
y no
tenía
expositores
ni para
diarios ni
para
revistas.
De hecho,
no tenía
ni diarios
ni
revistas:
el quiosco
estaba
repleto de
camisetas,
pines,
suvenires y
otros
colgajos
con
eslóganes
alusivos a
los Juegos
Olímpicos
de este
año. Bien,
en las
camisetas
turísticas
primaba una
estampación
que, más
o menos,
venía a
decir: “The
good
boys
go
to
heaven;
the
bad
boys
go
to
London”,
lo cual
no deja
de ser
una
chulería
del tamaño
de la
que se
tiraron,
años ha,
enviándonos
a un
par de
piratas
para hundir
la
Invencible.
Completaban
los
expositores
del
inmueble
las
postales de
los
monumentos
y lugares
históricos
de la
ciudad,
incluidos
los
retratos de
la Reina
Madre, la
Reina, la
Hija de
la Reina,
el Hijo
de la
Reina, la
Primera
Nuera de
la Reina
y los
Hijos del
Hijo de
la Reina
y la
Primera
Nuera de
la Reina.
Alguna de
las reinas
postaleadas
se hermana
con Doña
Inés de
Castro en
su “Reinar
después
de
morir”.
Otros, en
cambio, no
reinarán
ni vivos
ni muertos.
(Se
me
ocurre
que
lo
mismo
sería
un
buen
negocio
vender
postales
de
Su
Majestad,
el
Rey,
dando
de
comer
a
los
elefantes
del
zoo).
Junto
a Russell
Station
(underground)
había otro
quiosco: en
éste ya
no había
ni
souvenirs;
vendían
bolsos,
bolsas,
maletas y
otros
artículos
de genuino
cuero
petroquímico.
Ambos
quiosqueros
eran
ciudadanos
de la
Commonwealth,
o sea,
paquistaníes.
Ligeramente
mosqueado,
me fui
fijando en
chiringuitos
de venta
por impulso
y otros
locales
comerciales.
Durante una
semana no
he visto
un solo
quiosco (es
mentira;
luego
explicaré
una
excepción)
donde
vendiesen
diarios y
revistas;
ni siquiera
en el
quiosco
próximo al
Parlamento,
justo
detrás del
Big Ben,
ahora Torre
de Isabel
II. Cierto
es que,
en este
último
quiosco, se
“venden”
diarios
gratuitos;
no conseguí
averiguar
si el
quiosquero
se
beneficia
de tal
venta o
si es
un servicio
por amor
a la
difusión
de la
información.
En
Londres,
los diarios
gratuitos
no son
un
planfletillo:
son
periódicos
de verdad,
con la
salvedad
que, de
cada dos
páginas,
una es
de
publicidad.
El “London
Evening
Standard”,
diario
gratuito de
la tarde,
sale a
la calle
con unas
60 páginas,
y “Metro”
ronda las
90. ¡Eso
es
competencia!
Sí
pude
observar
que no
hay un
modelo
único de
quiosco;
cada cual
monta la
caseta en
función
del espacio
que le
conceden,
eso sí,
respetando
el entorno
y la
línea de
la fachada
que lo
soporta.
Para
ejemplo,
véase el
quiosco a
medida que
aprovecha
el
recoveco
de
la
pared
de
un
edificio
situado
en una
de las
calles que
van a
morir a
Picadilly
Circus.
¿Dónde
se venden,
entonces,
los diarios
de pago
en Londres?
¿En las
panaderías?
¿En los
supermercados?
No
exactamente.
Se venden
en todos
sitios,
sobre todo
en tiendas
FOOD &
WINE o
FOOD &
DRINK,
donde, por
cierto, no
vi diarios
gratuitos.
En estos
locales
sucede como
en Berlín:
podemos
encontrar
los diarios
de mayor
tirada,
alguna
revista y
postales.
Resumiendo:
en
Inglaterra,
el vendedor
de prensa
es un
oficio
muerto y
enterrado.
Existen
quiosqueros
que venden
artículos
para guiris
y otras
gilipolleces intrascendentes;
estos
puestos de
trabajo
están
ocupados
mayormente
por
inmigrantes.
La prensa
se vende
a pequeñas
dosis y
en
comercios
no
especializados,
salvo
algunos,
que
disponen de
una oferta
extensa y
variada. En
una semana
sólo vi
un quiosco
tradicional
que vendía
prensa; fue
en Candem.
Si
tenemos en
cuenta que
la Gran
Bretaña es
un país
puntero con
un alto
nivel de
vida y
que los
pobres
acabamos
imitando a
los ricos,
es fácil
deducir
que, en
poco
tiempo, los
quiosqueros
españoles
venderán
artículos
de
recuerdo,
mientras
que otros
comercios
distribuirán
la prensa.
El futuro
se nos
presenta
más negro
que la
Prima de
Riesgo.
PD. El lunes último se me ocurrió pasar por Balerma, un pueblecito marinero de la costa de Almería, recientemente reconvertido en agroturístico. Tiré la casa por la ventana y busqué donde comprar el periódico del día, mayormente para ver si lo periodistas me explicaban cómo había jugado la selección nacional de fútbol. En Balerma la prensa se vende en un TIEN21.
El
futuro está llegando a velocidad de vértigo.