Personajes VI - Superwaiter
Superwaiter es un camarero de esos que no quedan. Tiene un minúsculo bar a dos pasos del quiosco, de esos que vistos desde fuera te echan para atrás, te quitan las ganas de entrar y te preguntas cómo puede sobrevivir un negocio así. Sobrevivir, no sé si sobrevive, pero el bar del Superwaiter está siempre lleno. Allí se juntan sus amiguetes, lo más granado del barrio, para comer a dos carrillos (cierto ex-ministro teledivulgativo asegura que allí se sirven los mejores garbanzos de Barcelona), ponerse a parir los unos a los otros, los otros a los unos y todos al gobierno y quien se ponga por delante, discutir del sexo de los ángeles y sobre todo de los no ángeles y... en fin. Que eso hay que vivirlo. Tanto más, cuando allí se reúne el comité de sabios, con el Catedrático (personaje del que pronto hablaremos en profundidad) a la cabeza. Para acabar de arreglarlo, el Superwaiter nos obsequia cada sábada con el más opíparo de los almuerzos, dos huevos fritos con lacón (o bacón en su defecto) y papas fritas. Y qué papas. Porque debe ser uno de los pocos sitios que quedan donde no entran las patatas congeladas.
El otro día estaba yo disfrutando de tan suculento desayuno cuando entraron dos mochileros despistados. Tras pedir sendos cafés con leche y cruasanes el aroma de mi plato les advirtió de mi presencia. Al instante cambiaron el pedido y acabaron encasquetándose un desayuno como Dios manda y alabando el extraordinario gusto de esas patatas que parecían no haber probado en su vida. "Me las acaban de traer del McDonalds", les dijo Superwaiter muy serio. Y ellos ni se inmutaron porque estaban disfrutando como nunca, olvidando que cinco minutos atrás querían cruasanes y que cinco minutos después se cargarían las mochilas a la espalda para reiniciar su excursión. Qué momento...
Pero lo mejor de Superwaiter, aparte de su adicción a los Halls de Vita-C, es su punto psichokiller. Con su cara de trozo de pan, sus formas amables, su delicada atención al cliente.., en cuanto aparecen en la conversación determinados temas se transforma y empieza a largar con una lengua afilada que no deja títere con cabeza. Si no lo conociera me asustaría. Así que recomiendo a todo el mundo que se pase por su bar y le nombre a determinada consellera a la que aprecia especialmente, o deje caer algún comentario sobre la ley antitabaco (de la que vamos a tener que hablar pronto) o simplemente pida un café con hielo, afrenta que asume como el chef al que le pides ketchup para aderezar el fillet mignon a les finnes herbes... Ya estoy deseando que llegue el sábado para cascarme mi plato de huevos fritos con papas, charlar con él de música de cuando yo no había nacido y practicar el deporte nacional: criticar con saña al gobierno, que para eso están.