jueves, mayo 09, 2019

Ayer y hoy


Nací en un palacete de las afueras de la ciudad, en los últimos años de las cartillas de racionamiento. Mi casa se componía de cocina-comedor, sala de estar, alcoba y despensa o cuarto de las morcillas, que era como la llamábamos nosotros. La sala de estar servía además como despacho de mi padre, cuarto de costura y plancha, y sala de música (teníamos un arradio). En total la casa tendría unos 30 o 35 m2 habitables. Además, había un almacén que a mí me parecía enorme; allí había tenido mi abuelo la tienda y mis padres lo utilizaban como almacén para el guano.
La cocina hacía juego con el resto de la casa: a la izquierda estaban el rincón y la bazareta; a la derecha, las cantareras y, al frente, una puertecita comunicaba con el corral de las gallinas de mi abuela. En medio había una mesita y cuatro sillas, cada una de su padre y de su madre (todavía no acierto a explicarme cómo nos podíamos arreglar para comer allí); cada uno de los miembros de la familia tenía asignada cuchara propia (los tenedores eran de libre uso, toda vez que sólo se utilizaban para comer papas fritas; el pescado y las tajás se cogían con los dedos) y la cubertería se completaba con la faca para cortar el pan. Las migas se comían directamente de la sartén; en mi casa se utilizaban platos individuales para el cocido y los potajes. Para limpiarse las manos se usaba una roílla. Y, cuando había vino, se servía en porrón, al que mi padre esmochaba el pitorro porque el chorro era muy fino y caía poco.
Debía ser una de las pocas veces que no comíamos migas a medio día (estoy seguro de ello, ya que las migas no manchan los morros), cuando mi padre observó que yo tenía los labios manchados.
- Límpiate la boca -me dijo-.
Ni corto ni perezoso, cogí la roílla, abrí la boca y empecé la limpiármela por dentro.
- ¡Así no, hombre! ¡Se limpian los labios por fuera!
No es que yo lo hubiera entendido mal, es que mi padre no hablaba claro. Una cosa muy distinta es que me hubiera dicho:
- ¡Límpiate el hocico! -entonces sí que lo hubiera entendido-.

Estas cosas pasaban porque éramos muy palurdos y a los niños nos costaba aprender vocabulario. Los niños actuales son más espabilados y, parece ser, dominan mejor el lenguaje. Mi nieto pequeño acaba de cumplir 15 meses y ya sabe más de lo que sabía yo cuando le doblaba la edad. Cuando su madre le dice “límpiate la boca”, el mocoso coge la servilleta, la pone frente a su cara y mueve la cabeza de un lado a otro; como si dijera “NO” muchas veces. El tío sabe qué es la boca y para qué se utiliza la servilleta.
Lo que no sabe, y tal vez no sepa nunca, es qué es una roílla.

jueves, mayo 02, 2019

¡Y se armó el 2 de mayo!

dalr

“Hay que pillarle el tranquillo. Como a todo. Supongo que dentro de unos meses leeré esté mensaje y me partiré de risa. Cuando lo haya hecho 100 o 200 veces me parecerá que no había para tanto, pero de momento esto de abrir es bastante más complicado de lo que parecía cuando lo hacían otros.

La idea era sencilla: madrugamos (más de lo habitual, que ya es decir); antes de que lleguen los periódicos nos organizamos bien (las devoluciones en su sitio, el cambio preparado, sello, tijeras, bolígrafo, cutter y demás utensilios a mano...); abrimos y lo dejamos todo listo para que en el mismo momento que lleguen los periódicos podamos colocarlos y... ¡a vender!

Nada más abrir la puerta ¡CROCK! Primer imprevisto en forma de contusión en la espinilla (
Anotación prioritaria en el cuaderno de bitácora: hay que ordenar las cosas). Sorteamos un sinfín de cacharros hasta encontrar acomodo dentro del cubículo. Conectamos la luz y vemos con nuestros propios ojos ese desorden caótico que deberemos, a base de mucho esfuerzo, convertir en caos ordenado. Hacemos un primer análisis de la situación. La máquina de la loto está encendida y habrá que iniciar sesión cuando toda la prensa esté colocada. En aquella esquina es donde irá el tabaco cuando lo saque de los paquetes justo antes de abrir la persiana. En ese hueco debajo del mostrador que ahora está lleno de cajas de cartón es donde habrá que colocar las devoluciones por lo que a lo largo del día habrá que irlo despejando y aaaa.... aaaaaaa... aaaaa... aaa... aaa... aaaaaa...
¡ACHUÁAAAAAAAAAAAAAS!!!!
(Anotación muy prioritaria en el cuaderno de bitácora: hay que limpiar el polvo) Empezamos a preparar el cambio. Cada monedita en su sitio. Los paquetes sobrantes, a mano pero escondidos. Hay que sacar las cajetillas de cigarrillos de los paquetes y colocarlos en... ¿Qué es eso? ¡Mierda! Parece que ya están dejando las primeras entregas de periódicos. ¿Esta hora es ya?¡Y aún no hemos abierto!. No nos pongamos nerviosos. Aún es temprano. Abriremos la persiana para controlar los paquetes, no vaya a ser que vuelen. Quitamos las baldas de seguridad y le damos al botón.
¡¡¡CATACRÁS!!!
(
Anotación extremadamente prioritaria en el cuaderno de bitácora: hay que quitar los candados de la calle antes de darle al botón) Una vez ha empezado a subir la persiana el quiosco está oficialmente abierto. Los periódicos no están colocados (ni siquiera hemos abierto la trampilla donde se colocan) y menos aún las revistas, cartones y extras varios, ni se han abierto los laterales, ni el toldo, ni... pero una vez la persiana va para arriba, cualquiera que pasa se ve capacitado para empezar a pedir cosas. Suerte que es temprano y no habrá nad... (Anotación desesperada en el cuaderno de bitácora: ¿¿¿se puede saber qué hace la gente levantada a estas horas???) Un caballero ha pedido una cajetilla de Marlboro Light que, por supuesto, no he colocado aún en su sitio. Mientras busco la bolsa donde están los paquetes de tabaco, pensando en mi primera venta de nada más y nada menos que 2,90 €, otro señor pregunta por La Vanguardia. Su cara me suena, así que debe ser cliente habitual. Corro hacia los paquetes de periódicos para poder darle el suyo. La montonera de diarios se levanta en dos columnas de más de un metro cada una. Cada una de una distribuidora. ¿Quién leches trae La Vanguardia? Es Marina Press. Debí suponerlo cuando vi que el paquete que tenía más a mano era el de Logística y empecé a revolverlo. El señor del Marlboro sólo deja de mirarme para clavar la vista en su reloj. Intuyo que tiene prisa. Al de La Vanguardia no le gusta nada que esté dando tirones de su periódico para sacarlo del paquete. Además acabo de arrancar media portada. Sería más fácil si cortara los precintos del paquete pero esto ya se ha convertido en un tema de honor. ¡O el periódico o yo! Un último tirón y... ¡RAAAAAAASSSSS! He ganado yo. El periódico ha muerto despedazado (invendible) y yo, vencido, voy en busca de las tijeras. El señor del Marlboro se ha ido (casi 3 € perdidos, maldita sea mi estampa...) Por si fuera poco, alguien ha estado trasteando mis cosas porque las tijeras no están donde debían estar. Busco y busco y mientras busco caigo en que no he llegado a ponerlas en su sitio. Siguen en la bolsa con el resto de cachivaches imprescindibles para el día a día del quiosquero: grapadora, desgrapadora, tippex, cel·lo, post it, pegamento, blue tac, pegatinas de colores, clips, pinzas... El señor de La Vanguardia me mira con mala cara. "Primer día, ¿eh?", pregunta con retintín el muy cabrón. Lo mandaría a hacer compañía al del Marlboro, pero recuerdo a tiempo que una tradición de los comerciantes judíos dice que si el primer cliente en entrar en tu tienda no compra ese día será ruinoso. Aunque no soy judío siempre he sido muy respetuoso con las tradiciones ajenas así que, convenciéndome de que el señor de La Vanguardia había llegado medio segundo antes que el del Marlboro, me dirijo tijeras en mano a descerrajar el paquete y hacer mi primera venta del día. Doblando con parsimonia el dichoso diario (que ya podían hacerlo más pequeñín y manejable, digo yo), armo mi sonrisa más amable, extiendo la mano y digo: un eur.... El señor se larga sin más. ¿Estará intentando robarme en las narices? Va demasiado tranquilo para eso, pero lo que está claro es que no ha pagado. Pienso saltar sobre él y exigir mi euro cuando, a tiempo, recuerdo de qué me sonaba su cara. Es suscriptor. Una extraña sensación recorre mi cuerpo. Acabo de empezar, no he hecho ni una venta y ya estoy hecho pedazos. Tendría que cerrar y volver a intentarlo mañana pero no pienso abandonar tan pronto. Menudo diita me espera....

Así iniciaba dalr su andadura en Pies para quiosquero
quiosquera
Era el 2 de mayo de 2005 y, a las 6 de la mañana, estábamos acojonados; sobre todo yo, que no sabía si físicamente sería capaz de aguantar el esfuerzo que me iba exigir mi nuevo puesto de trabajo. Aguanté… casi 5 años hasta el momento en que la columna vertebral dijo basta y empezó a rebelarse y llamar la atención a base de pinchazos cada vez que me agachaba a coger un periódico.
quiosquero
Lo que no sabíamos aquel día era que Pies para quiosquero nos iba a abrir todo un mundo de experiencias: unas, divertidas; otras, no tanto. De todos modos puedo asegurar que el balance del quinquenio fue positivo en muchos aspectos, sobre todo en lo que se refiere a la marcha del blog. Halaga la vanidad comprobar que alguien te sigue en Río de Janeiro, Buenos Aires o Moscú. Y te quedas de piedra cuando te acercas a un quiosco cercano a la Rua da Prata en Lisboa y después de un rato de conversación te enteras que lee el blog de un quiosquero español y el tío se emociona cuando le dices:
-Yo soy Quiosquero.

Por esto me da pena que el blog esté inactivo desde hace 4 años. Aunque cada día escribo menos (y leo más, voy a intentar publicar de vez en cuando. No tendrá ya nada que ver con el quiosquero profesional, pero sí con el dueño de sus pies.
Nos vemos.