Qué fue de la presentación
Es cierto que he sido un poco presuntuoso (o un mucho) y me permití la desfachatez de invitar a la cúpula directiva de las asociaciones de vendedores de prensa de Barcelona y a unos cuantos políticos del área municipal y autonómica que de alguna manera me habían hecho llegar (directa o indirectamente) su preocupación por el futuro de los quioscos. Obviamente estaba seguro de que la invitación acabaría en el cesto de los papeles. Y así habrá sido, pero en mi despedida estuvieron presentes Luís Sancho y José Antonio Alonso junto a tres quiosqueras que me son tan queridas como Laura, Conchita y Cris. Y, aunque tuvimos que competir con la presentación de la edición catalana del diario Público, excusaron personalmente su asistencia Alberto Fernández Díaz, Cristina Coll i Huix y Sonia Recasens i Alsina. Menos mal que en la familia somos tres y así podremos hacer un reparto equitativo de votos.
El protagonista de la despedida no fue Quiosquero sino Dalr, que hizo una semblanza de lo que ha sido Pies para quiosquero en estos años y lo que será en adelante, a la vez que recordaba las líneas maestras que están llevando a los quioscos a su desaparición y esbozaba alguna de las medidas que están al alcance de nuestra mano para impedirlo o, al menos, frenar el proceso.
Yo me había preparado un discursito de despedida serio pero, viendo el alcance de las palabras de Dalr, quise improvisar para dar un tono festivo al acto. El resultado no es valorable porque ni yo mismo recuerdo lo que dije. Más o menos fue así:
“Cuando el lunes 2 de mayo de 2005 levantamos por primera vez la persiana de estos 8 m/2, a efectos fiscales, que el Ayuntamiento pone a nuestra disposición, sabíamos que iniciábamos una etapa muy difícil, sin tener muy claro si, físicamente, iba a ser capaz de superar. Lo que a ninguno de los tres se nos ocurrió pensar fue que estos cinco años nos proporcionarían muchas satisfacciones y que nos iban a dejar a un paso de alcanzar la gloria, si no en la gloria misma.
Yo venía de pasar 30 años peleándome con los ordenadores. No con estos trastos que ahora vemos en todas las mesas de trabajo e, incluso, en nuestras casas; máquinas que hacen verdaderas virguerías pero que se nos cuelgan siempre, justo en el momento más inoportuno. Aquellos grandes cacharros con los que yo me peleaba no hacían maravillas pero lo que hacían, lo hacían bien. Y estaban dotados de un sistema operativo a prueba de Windows, quiero decir, que si un día quedaban catatónicos, no bastaba con apagar y encender; había que arreglar el programa que provocaba el fallo.
Los informáticos hemos presumido de trabajar en equipo; es mentira. No hay trabajo más individual que el de programar un ordenador. Es el intento de adaptación de la lógica humana, complicada e imperfecta, con la lógica de la máquina, sencilla e infalible; es el intento de superar cada día los límites de nuestra propia incapacidad. Y si a ello le añadimos mi timidez natural y una escasa confianza en las propias posibilidades, no es de extrañar que me invadiera el pánico cada vez que pensaba que, en adelante, tendría que enfrentarme con el público.
Tuve la suerte de caer en un barrio con un nivel cultural más que aceptable, y con unas gentes de educación esmerada y trato exquisito que tuvieron conmigo la paciencia y delicadeza que necesitaba para ir ganando confianza. Volví a creer en el género humano. Digo mal. Sigo pensando que, en manada, el hombre es un ser perverso hasta para consigo mismo pero que, individualmente, hay grandes personas. Muchas y buenas. Y yo aterricé en medio de ellas, de modo que las carencias físicas quedaban compensadas moral y emocionalmente.
Por si fuera poco, Diego abrió un blog para contar las anécdotas del quiosco. Yo no había oído hablar nunca de semejante herramienta pero, cuando lo probé, me pasó lo que a Fernando. Fernando era el único maricón (entonces no conocíamos la palabra gay) a 10 km a la redonda de mi pueblo. En una ocasión coincidimos viajando en un taxi pirata camino de Barcelona y 1000 km dan para mucho. Durante el camino, el conductor preguntó:
- A ver, Fernando, si eres maricón ¿cómo es que estás casado?
- Cosa de mi madre que se empeño en que yo fuera como los demás. Me buscó una novia y me casó.
- Pero si te gustan los tíos, ¿cómo es que tienes cinco hijos?
- Pues ná, Miguel. Probando, probando, le fui tomando el gustillo
Eso me pasó a mí: probando, probando, le tomé el gustillo y me aficioné a escribir un par de veces a la semana. Por ahí fuera se me considera uno de los padres de Pies para quiosquero y no es verdad; soy su hijo, ya que yo me incorporé al blog nueve meses después de su creación. En estos cinco años Pies para quiosquero se ha abierto un hueco no sólo entre los vendedores, sino entre los internautas en general. Pedro Collado, presidente de la Asociación de Vendedores de Prensa de Barcelona, me ha recordado varias veces una frase que escribí en un momento en que el blog estaba en candelero: “Siempre he presumido de ser un hombre de ciencias y al final va a resultar que voy a alcanzar la gloria con las letras”. Así ha sido.
Hemos tenido nuestros 10 renglones de gloria en la prensa escrita, cinco minutos en la radio, quince o veinte minutos en televisión y toda una noche en Móstoles, donde fuimos galardonados por la Asociación de Vendedores de la Comunidad de Madrid con el Premio AVECOMA a la empresa destacada en la ayuda al quiosquero. Creo que no se podía pedir mucho más de nosotros. Y les ruego que perdonen la inmodestia, pero si no lo digo reviento: En adelante este barrio tendrá un quiosquero más alto, más guapo, más simpático, más amable, más culto… hasta puede que más honrado, pero, desengáñense, no volverán a tener otro tan popular y follonero como éste que hoy se va”.
Finalicé leyendo el artículo del 31 de marzo y, es la segunda vez que me pasa (debe ser motivado por la edad), tuve mis 5 segundos de emoción: se me rompió un poco la voz al repetir:
… esta despedida no es un adiós. Es un hasta luego; un hasta siempre.
En el día de hoy dejo de ser quiosquero.
Mañana… Mañana empieza otra historia.