jueves, mayo 28, 2009

El fondo de la crisis

Realmente lo que necesito es irme de tertulia con Superwaiter. Las tertulias en Can Superwaiter son como las de la radio: no valen para nada, son incapaces de arreglar el mundo, pero acabamos con la moral alta porque decimos lo que nos da la gana y nos quedamos a gusto.

Cuando yo residía en el Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago de Granada, dentro de las actividades culturales se programaban una serie de conferencias sobre los temas más diversos (de la cultura) que siempre acababan como el rosario de la aurora, es decir, hablando de política cuando no se podía hablar de política. Asistente asiduo era un catedrático de la Facultad de Medicina, al que sus alumnos llamaban el Viejo, que, una vez el conferenciante abría el turno de preguntas, cogía la palabra y nos daba otra conferencia, por supuesto, de política. Y cuando la cosa se ponía tensa finalizaba con su frase favorita:
- Si por algo me gustaba la República es porque podías llamar a un tío cabrón y no pasaba nada.
Igual que en Superwaiter. No llamamos a nadie cabrón pero decimos lo que nos parece y no pasa nada; la crisis ni se crea ni se destruye, únicamente lo pasamos en grande.

Cuando traspasé la puerta, en el bar sólo había dos personas: Superwaiter y el Niño de Dos Hermanas. Evidentemente nadie tomaba nada. Me senté en una de las mesas atornilladas al suelo (bueno, me senté en el banco corrido junto a las mesas atornilladas al suelo) y pedí un café.
- ¿Qué tal lo llevas compañero? –preguntó el Súper-.
- De salud, jodido; de dinero, flojete; pero de amores… ¡pa qué te voy a contar si sabes cómo las gasto!
- Esto va en serio. Desde la una hasta las cinco, ni un alma. Te estás tomando el primer café que pongo esta tarde.
- Pues ésta era tu hora buena.
- Tú lo has dicho: era.
- Alguien nos está engañando, Súper. A mi me dijeron que lo último que dejaba la gente era el tabaco, el periódico y el café.
- ¡Coño, el café ya ves…! Estará todo el mundo en el quiosco.
- No, si en el quiosco ya hay gente pero se limita a eso: periódico y paquete de tabaco. De lo demás…
- Pueh ha disho el gobierno que la crisih ha tocao fondo –era el Niño de Dos Hermanas-.
- Y seguramente es cierto –dije-. Pero acordaos del Prestige; el gobierno dijo que cuando tocara fondo se congelaba el petróleo y dejaba se salir chapapote. Pero el barco se fue a pique y seguía saliendo un hilillo.
- Mu güena, tío. ¿L’has leío en argún sitio o te l’acabas d’inventah?

jueves, mayo 21, 2009

Aritmética y quioscos


Desde los 10 años, en que aprobé el ingreso en el bachiller, hasta los veintipico, en que accedí al mundo laboral cotizando, dediqué una parte importante de mi vida al estudio de las matemáticas. Antes de los 10 años, en la escuela, estudiábamos aritmética y geometría y era en el bachiller cuando ambas disciplinas quedaban englobadas en una única asignatura. Fueron seis años de Bachiller, uno de Preuniversitario, dos en la Escuela de Ingenieros y cinco en la Universidad, sin contar algún otro que hube de echar por cuestiones agrícolas, es decir, por motivo de melones y calabazas. Afortunadamente, olvidé la mayoría de cosas estudiadas porque en la vida real no me han sido necesarias. Nunca he tenido que resolver integrales, ni ecuaciones diferenciales, ni moverme en espacios de n dimensiones, ni he aplicado la formulas físico-matemáticas de Lagrange, ni siquiera me ha hecho falta abusar de la regla de tres, ya que hoy los resultados estadísticos se dan en ratios y no en porcentaje.

Respecto a matemáticas superiores sólo recuerdo dos casos en que tuve que echar mano a ellas. El primero fue para hacer un programa informático que me había encargado un grupo de arquitectos y que requería desarrollar una matriz cuadrada. El segundo fue un tema de programación lineal que resolví junto a un compañero programador, también licenciado en Exactas, y que trataba de optimizar el corte de una pieza de tela para fabricar el mayor número de bikinis con la mínima pérdida de ropa. Para ser fiel a la verdad tengo que decir que el programa resultante era tan lento que el tío que había hecho esa faena toda su vida, con las piezas del bikini recortadas en cartón hacía el trabajo en mucho menos tiempo que el ordenador y sólo salían dos o tres bikinis menos.
Luego sólo he aplicado la aritmética cada vez que he solicitado un préstamo, simplemente para comprobar que en la amortización resultante el banco no me engañaba. Y un verano que hice una escapada a Lanjarón y me encontré con el Calelillo. Tenía un terrero de forma irregular y necesitaba saber el área conociendo únicamente las dimensiones de los lados. A golpe de los Teoremas de Thales y Pitágoras pudimos obtener un área bastante aproximada.

Si traigo esto a colación no es por presumir de sapiencia matemática. Al contrario; tantos años de estudio deberían haberme dado unos conocimientos más que suficientes para tener claros los números del quiosco y no es así. O yo no estoy aplicando las fórmulas adecuadas o alguien se me chotea. Me explico.

Durante los días que me tomé de descanso en Semana Santa, mientras contemplaba el verdor del “Desierto de Almería”, admiraba la frondosa vegetación de la Alpujarra o veía brotar las aguas del deshielo de Sierra Nevada por las cortadas de Vélez Benaudalla, eché a andar la maquinilla y a hacer cálculos mentales y algo no me cuadraba. Ya había comprobado en varias ocasiones la desproporción que había entre las publicaciones recibidas y las que realmente se venden, pero, aun así, las ganancias reales no estaban en consonancia con las ventas. Hay una serie de productos de los llamados atípicos que siempre he pensado que los tenemos porque somos imbéciles. Me refiero a las tarjetas de autobús, a las recargas telefónicas y a la loto. Incluso, apurando, podríamos incluir el tabaco que, creo, no ha subido para el quiosquero desde la implantación del euro. Pero tal y como está la situación es difícil prescindir de cualquier ingreso por pequeño que este sea. He leído varias veces cómo nuestros lectores diferenciaban entre quiosqueros y vendedores de prensa y he querido averiguar qué somos en realidad.

Estudio el primer trimestre de 2009 a partir de las facturas de los proveedores de diarios y revistas. Y aplico la siguiente fórmula:
VENTA=(COSTE*100)/(100-DTO)
COSTE es el valor de las publicaciones, IVA incluido
DTO es el porcentaje de descuento del proveedor
GANANCIA=VENTA–COSTE–RECARGO EQUIVALENCIA–PORTES-PÉRDIDAS

Primera observación. Durante el trimestre he devuelto el 49,49% de las publicaciones recibidas (hablando siempre en dinero). Dicho de otra manera: la mitad del esfuerzo que Salva y yo hacemos no sirve para una puñetera mierda.
Pero la cosa se agrava al observar que sólo devolvemos el 33-35% de diarios, mientras SADE sufre una devolución del 65 y SGEL bate el record con algo más del 71%. Repito: 71%.

Segunda observación. Vuelvo a utilizar la denominación SADE. Este trimestre ha vuelto a ser la de antes. Ni un solo euro de diferencia entre mis números y sus facturas y las reclamaciones efectuadas se han resuelto con celeridad y a satisfación.

Tercera observación. En total sólo hay 62,49 euros que no puedo justificar y que corresponden a publicaciones que me han robado (el ordenador dice que hay stock y es mentira), no han llegado, han sido devueltas fuera de plazo o no se ha aceptado mi reclamación. Tal como están las cosas, 10.000 pts. es bastante dinero pero, tal como estaban las cosas, es una minucia. Por tanto, en lo que a mí respecta, el funcionamiento de las distribuidoras ha mejorado ostensiblemente; unas veces porque la persona que ha accedido a determinados puestos directivos ha cambiado el rumbo de funcionamiento de la empresa en su conjunto, otras veces porque la persona que me ha tocado en suerte como contacto es profesional y, en consecuencia, trabaja bien y otras, en fin, porque me he bajado un poco los pantalones y actúo ante las distribuidoras con mas humildad. Lo único malo es que llegar a esta situación me ha costado casi cuatro años de cabreos, cuando lo normal es que hubiera sido así desde el principio.

Cuarta observación. Los porcentajes teóricos de descuento que yo tengo con las distribuidoras son del 20 y 25, según se trate de diarios o revistas. Después de quitar recargo de equivalencia, portes y pérdidas, me quedan los siguientes porcentajes reales:
Logística de medios: 13,94 sobre 20 en diarios y 25 en promociones
Marina Press: 17,78 sobre 20 en diarios y 25 en promociones
Sade: 13,19 sobre 25
Sgel: 20,96 sobre 25 (no me cobra portes)

Quinta observación. Repercusión de los portes en el beneficio. Marina Press se lleva el 6,83% del importe de lo que gano vendiendo sus productos. Logística de Medios, más modesta, sólo se lleva el 20,39%. Finalmente, Sade se conforma con rebañarme el 38,82% de los beneficios brutos que me reporta. Dicho en plata: si Marina Press me aplicase el mismo baremo que Logística, sus portes ascenderían a 767,98 al trimestre en lugar de los 232,36 que me ha cobrado. Y si aplicamos el baremo de Sade, Marina habría de cobrarme ¡1495,74€! Es decir, que las cosas todavía podrían ir peor.

Sexta observación. El 75% de las ganancias totales derivadas de la venta de diarios y revistas se destinó a pagar gastos fijos como luz, teléfono, seguridad social, etc.; el 25% restante apenas llega para pagarle el sueldo a Salva. Por tanto, Salva es vendedor de prensa pero yo soy simplemente quiosquero porque vivo de los atípicos que no me suministran las empresas distribuidoras, y de la publicidad.

Séptima observación. Si yo prescindiese de las distribuidoras menos rentables, Sade y Logística, mis ganancias disminuirían en un 22,27% mientras que el ahorro de esfuerzo ascendería al 32,58. Pero si dejase de vender revistas y cartones, un descenso de ingresos del 27,28% quedaría reflejado en un ahorro de esfuerzo del 43,36% en dinero, pero el ahorro es mucho mayor en cuando a esfuerzo físico; y además me podría ahorrar a Salva, con lo que se reducen los gastos de seguridad social, sueldos y módulos, quedando un remanente que me permitiría cobrar un sueldo más alto con casi el mismo esfuerzo físico por mi parte. Es decir, en teoría no dependo de las revistas para subsistir. Incluso podría permitirme el lujo de comprar a mis vecinos unos cuantos ejemplares de las revistas más solicitadas para no perder los clientes que, además del periódico, compran alguna que otra cosa. Y en el espacio sobrante podría ampliar la oferta de atípicos y hasta montar un puticlub.

Octava observación. Marina Press me proporciona el 56,78 de las ganancias derivadas de la venta de periódicos y revistas, todo ello por la módica cantidad de 18,92 € + IVA semanales en concepto de servicios auxiliares.

Por tanto, donde dije digo, digo Diego. Señor Conde de la Marina Press y Grande de España, solicito humildemente su perdón por haberle hecho responsable de mis desdichas. Hay detalles que podríamos mejorar y seguiremos insistiendo en ello pero, mientras tanto, le trasmito mi reconocimiento a la labor positiva que hace su empresa en el sostenimiento de mi quiosco.

viernes, mayo 15, 2009

San Isidro... labrador


Uno de los dichos populares de la zona en que nací es “ser más del campo que San Isidro”. Sin embargo, San Isidro no es conocido por ser el patrón de varios de los pueblos vecinos al mío, sino por ser el patrón de Madrid. Y Madrid y San Isidro suenan mucho a corridas de toros y salidas por la puerta grande.
Por eso, cuando el profesional que cuida mis huesos, mis tendones, mis articulaciones y, en definitiva, mi estructura corporal, me dijo que fijaba la segunda operación de túnel carpiano para el 14 de mayo, me negué.
- ¿Por qué?
- Porque si me opero el 14 no voy a estar en condiciones de torear en San Isidro.
- ¡Ah, que también eres torero!
- No, ¿pero y si me da la vena?
Fue igual. Fijamos la operación para la víspera del patrón.

Quiosquera hace tiempo que insiste en que me saque un quiste que tengo en el sobaco derecho y que, cuando llega el verano, me las hace pasar canutas en la sauna del quiosco; con el sudor y el roce se me escuece y, aunque me aplico Halibut, la pomada no me hace el mismo efecto que si se aplica al culito de un bebé. O sea, que pasé por el dermatólogo que, ya puestos, me dijo que por el mismo precio eliminaría un lunar que tengo en el omóplato derecho y que no le hacía mijita de gracia. Mandaría eliminar, porque me mandó al cirujano plástico. El tal cirujano era un cachondo chino, japonés o filipino, que no acabo de distinguirlos. Amarillo pero de aquí. Le dije que el día 14 pasaba por el quirófano y cuando supo que tomaba Plavix y que suspendía la medicación una semana por cuestiones de hemorragias y tal, decidió intervenirme en la fecha más próxima posible a la operación ya programada.
- ¿Qué tal el mismo 14?
- ¿A qué hora?
- A las 4.
- Va a ser que no. A las 4 me cortan la mano.
- ¡Vaya! Y como también es la derecha, lo tenemos complicado para trabajar los dos cirujanos al mismo tiempo.
Quedamos para el lunes 11 a las 4.

El día de autos observo que tengo dos papeles de ingreso distintos: uno dice de debo estar en la Clínica Platón a las 15 y 30; el otro me cita en la Clínica Mir Mir a la misma hora. Busco en la guía y observo que una está ubicada en la calle Platón, mientras que la otra tiene su domicilio en Descartes. Paralelas. Al salir a la calle chispea ligeramente y me acojo a la Ley de Murphy: vayamos donde vayamos la dirección correcta será la otra; así que pido al taxista que me lleve a la Platón ya que el camino hasta la Mir Mir es de bajada. En efecto, tras bajar en Platón, llegamos a Descartes a las 15 y 35.

A las 16 ya estaba panza arriba en el quirofanillo. El filipino está de buen de humor.
- Llevo las gafas del instituto.
- ¿Qué? –es la ayudante-.
- Que ayer se me rompieron las gafas. Bueno, que las perdí y, mientras las buscaba, me senté en sofá y me las he cargado y como las de repuesto las llevo en el coche, me he venido con las gafas que llevaba al instituto.
- ¿Cómo anda usted de tacto? –pregunto acongojado-.
- ¿Por qué lo dices?
- ¡Hombre, porque el sobaco es mío!
- No hay problema, el pulso lo tengo firme. –Pienso que el tajo será de profesional pero ¡a saber dónde!-. ¿Qué lunar es el que te tengo que quitar?
- El dermatólogo me dijo que el más negro.
- Es que todos son negros. Y si tuvieses cuatro o cinco los quitaba todos, pero en tu espalda hay por lo menos quinientos.
Me lo imaginaba… Con las gafas del instituto es capaz de distinguir los lunares pero no puede precisar la tonalidad.
Me repasó un poco la zona y acabó decantándose por uno. Algún día me enteraré si acertó o no.

El quiste no ocasionó dudas. Del tamaño de un huevo de perdiz, era imposible que pasase desapercibido. Pero antes de rajar me hizo la depilación a navaja.
- Mire por donde esta es la primera vez que me decido a hacerme un tratamiento de belleza y resulta que acabo en cirugía estética.
- Pues no te va a servir de nada porque por lo menos este verano no te puede dar el sol.

Dos días de descanso y volvía a estar en quirófanos. Y, esta vez, de verdad. Lo de ser veterano tiene sus ventajas porque uno no se sorprende de nada, pero le resta emoción a los eventos. Las mismas caras detrás de las mismas máscaras; salvo el ayudante del doctor que, en esta ocasión, era la.
- Tienes que notar que te tocamos pero nada de dolor. Si te duele es que el anestesista no ha hecho bien su trabajo.
Un par de veces noté el filo de la cuchilla trasteándome por la mano pero se podía aguantar.
- Mai havia vist nada igual (bilingüe) –era el doctor Mesa dirigiéndose a su colega-.
- ¿Pero en qué trabaja usted?
- Porta crosses (muletas) –el doctor no me dio tiempo a contestar-. Esto está fatal.
Me acordé del chiste.
- Pues anda que si le llego a enseñar el gordo… -lo pensé pero no lo dije-. Esta era la que molestaba menos.
- Bueno, tenía menos síntomas pero estaba mucho peor. No entiendo cómo has podido aguantar tanto.
- Porque no me dolía y porque nunca había oído hablar del túnel carpiano.
- Pues ya no hay túnel carpiano. Ahora tienes los túneles del Garraf. Y menos mal que no eres un ciempiés porque si no tenía la faena asegurada hasta la jubilación.

Total, que me perdí la feria de Sevilla y ahora me he perdido la de San Isidro. Pero para San Fermín…

¡Que no me pase ná!

viernes, mayo 01, 2009

Concierto en el Palau

A primeros de semana, Quiosquera me hizo una proposición indecente.
- Nos invitan a un concierto en el Palau de la Música Catalana ¿qué te parece?
- ¿Qué tocan?
- Me han dicho que es una directora ucraniana muy buena.
- Me da igual quién, lo que quiero saber es qué.
- Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, el Adagio de Albinoni y el Canon de Pachelbel.
- Vale.

Mi capacidad auditiva no va mucho más allá de percibir sonidos que, dichos sin hacer carreras, me permiten entender lo que otras personas intentan decirme. En cuestiones musicales podría decir que cada vez que canto, llueve, pero ni eso porque el que maneja las compuertas del agua huye si me ve con intención de cantar. De todos modos, musicalmente hablando, soy capaz de notar en el estómago la vibración producida por las notas bajas y, en algún huesecillo del oído medio, el estímulo de los agudos. El resto de notas son ruidos más menos armoniosos que, a veces, consiguen mantener mi atención. Puedo soportar el rock, que suena con fuerza, e, incluso, la tonadilla pero me duermo o aburro con la música melódica. En cuanto a música clásica puedo soportar un buen número de piezas siempre que sean marchosas y me puede dar algo si se trata de una sinfonía o concierto para piano y lo que sea. Hablando en plata, me gustaba la banda municipal de mi pueblo en las fiestas de Santiago y punto.

El Palau de la Música Catalana guarda para mí… recuerdos. Tuve la desgracia de dirigir el proyecto de informatización de la venta de entradas. A mis órdenes trabajaba un experto en AS400 (recién salido al mercado) y un experto en PC; en medio quedaba Nuria, mi enlace. El proyecto quedaba majísimo: un cuadro lleno de bombillitas que se iluminaban en colores distintos según que la localidad estuviese libre, reservada o vendida y en ventanilla unos PC de doble pantalla; una de cara a la taquillera y otra hacia el público. El cuadro de las bombillitas se dibujaba en los PC, que actuaban de terminal inteligente e interpretaban los click del ratón para pasar los datos a un AS400 una vez traducidos. Quizá algún día hable de las peripecias del proyecto; hoy haré un somero apunte.
El proyecto arrancó a finales de septiembre del 88 (o el 89, vaya usted a saber) y, a última hora, el programador hizo unos pequeños cambios en la pantalla. Simplemente la fecha, que aparecía en el ángulo superior derecho (tal y como yo acostumbrada a diseñar), cambió de posición y se centró en la línea superior de la pantalla. Todo iba perfecto pero resultaba imposible seleccionar la zona en que el espectador quería sentarse. Nadie sabía qué pasaba y los programadores se pasaban la pelota el uno al otro sin que yo fuese capaz de concretar el origen del desastre. La solución me la dio una melómana, compañera de trabajo de Quiosquera.
- Dice Rusé que ayer sólo se podían comprar entradas de platea y hoy palcos del primer piso.
¡Tate! El fenómeno del programador de AS400 había situado la fecha sobre el mismo lugar en que el programador de PC escondía la zona seleccionada, con lo cual cada día sólo se podían vender entradas de la zona definida por los dígitos del día de la fecha.

Volvamos por donde íbamos. En el Palau ocupamos un palco ligeramente escorado hacia la derecha del escenario según la visión del espectador. Como ya había estado en otros conciertos sabía que había que aplaudir cuando salieran los músicos y, luego, más fuerte cuando saliese el director, directriz en nuestro caso. Los violines se situaron en la planta baja del escenario a derecha e izquierda de la peana preparada para la directora. Más a la derecha, violas y violonchelos. El escenario estaba montado en forma de escalones; en el primero estaban las flautas y los pitos finos; en el segundo, los clarinetes y otros pitos más gordos que no sé cómo se llaman; en el tercer escalón y al final del segundo estaban los pitos de verdad: trompetas, trombones y el resto de los que hacen ruido de verdad; finalmente, en el gallinero, tres fulanos: uno con los timbales, otro con el bombo y, en el centro, el músico que siempre atrae mi atención, el tío de los platillos. Y, por supuesto, en primera fila del escenario, tapando incluso a la directora, el piano.
Los hombres vestían traje oscuro y pajarita; las mujeres, vestido negro con pedrería. Primer detalle machista: la directora vestía traje de tío y pajarita. Siempre me he preguntado qué pinta el director, directora en nuestro caso, durante el concierto. Entiendo que dirija los ensayos, que busque el ritmo adecuado a su orquesta, incluso que interprete la partitura pero, una vez los músicos se han aprendido la pieza y ponen la chuleta en el atril, ¿qué pinta el que dirige? Es como si Guardiola fuese corriendo junto a Xavi para indicarle el momento en que debe dar el pase o que Pedro Almodóvar apareciese al lado de Penélope Cruz dándole la entrada a su intervención. En fin, ellos sabrán…

El concierto empezó movido. La pieza inicial no era la Primavera que es la que conozco. Por el ritmo podría haber sido Verano pero, de vez en cuando, se lanzaban las trompetas, los platillos y el bombo y sonaba a tormenta. O era una Nube de Verano o, quizá, el inicio del Otoño. En casos como éste, en que no conozco la melodía, me pongo en plan observador y, allí, sólo podía observarse el escenario. Entre los violines predominaban las mujeres. Por cierto, otro detalle que no me gustó: cuando la directora salió a escena sólo saludó a la rubia que quedaba a su izquierda e ignoró a todos los demás.
Fui subiendo los peldaños del escenario. Instrumentos de cuerda había 32: 18 a la izquierda y 14 a la derecha; los pitos no tenían apenas interés; así que me centré en los tres fulanos de arriba. El de los timbales se ganaba el sueldo; pasó casi todo el rato de pie aporreando ahora uno, luego otro. El del bombo ni se veía; tapado por el propio instrumento se hacía notar cada vez que daba un castañazo. Y el tío de los platillos… El tío de los platillos era un fenómeno; había que verlo cómo se levantaba de su asiento, agarraba un platillo con cada mano y los alzaba con una suavidad exquisita para rozar ligerísimamente uno con el otro o dar un sopapo seco al tiempo que el del bombo le atizaba a su instrumento.

Cuando finalizó la pieza, la directora salió. Uno de los músicos de la segunda fila bajó y levantó las tapas de piano. La directora volvió acompañada del pianisto que, de inmediato, le robó el protagonismo. Hasta la tapa alzada del piano tapaba a la señora de la batuta; por lo menos, a los de platea. Ahora todo el mundo estaba pendiente del pianisto que, cuando le vino bien, empezó a acariciar las teclas. Es otra de las cosas que me sorprende en los conciertos; cómo el artista mueve sus extremidades a cámara lenta y, tras pulsar con exquisita suavidad las teclas, alza el brazo dejando la mano pendulota y, luego, en un momento dado, deja caer ambas manos llenas de dedos sobre el teclado a la vez que su cuerpo se estremece; algo así como si acabaran de darle un martillazo en un güevo. De mis tres artistas favoritos, el del bombo ya no salió y el de los platillos se limitó a trastear un par de veces el triangulillo.

Habíamos consumido la mitad del espectáculo y yo seguía sin reconocer ni una sola de las piezas interpretadas. Quiosquera aprovechó el descanso para pasarse por el lavabo y, de paso, trajo el programa de la velada. Las Cuatro Estaciones, el Adagio y el Canon estaban previstos para el domingo 3. El domingo en curso tocaba que tocaran un concierto de Rachmaninov para piano y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak. Durante la segunda parte retiraron el piano del escenario y entraron mucho más en juego las trompetas, trompas y trombones, es decir, los instrumentos que hacen ruido y, por tanto, no tuve necesidad de buscar entretenimientos paralelos.
En resumidas cuentas, una tarde-noche de domingo distinta.