Este fin de semana llovió en Barcelona.
Quiosquera decidió que me quedase repasando facturas, mientras que ella y Dalr se encargaban del quiosco. Una mañana muy productiva: detectados 108,16 € de más entre dos facturas. Mañana productiva, digo, si las pertinentes reclamaciones surten efecto.
Con la mirada fija en la pantalla del portátil y el día que estaba oscuro, acabé por dar un par de cabezadas. Café, Reig Minor (Quiosquera se tomará justa venganza) y un ratito de charla con mi madre. ¡Ni por esas! El sueño me dominaba. Agarré las 4 facturas de enero de una de las distribuidoras, SGEL en este caso, y me puse a hacer combinaciones.
- Ejemplares recibidos: 1704
- Ejemplares devueltos: 878
- Porcentaje de devolución en ejemplares: 51,56%
- Base imponible de ejemplares recibidos: 3953,09€
- Base imponible de ejemplares devueltos: 2081,92€
- Porcentaje de devolución en euros: 52,67%
O séase, devuelvo más de la mitad del género que me traen.
Por la tarde me traje un puñado de revistas, le mangué por un rato la báscula de cocina a Quiosquera, las pesé e hice cálculos.
Peso medio de una revista: 236,80 gr., es decir, 207,91 kg. movidos inútilmente por dos veces. Haciendo proyección, a ojo de buen cubero, al resto de distribuidoras de revistas y periódicos, resulta que, entre Salva y yo desempaquetamos, empaquetamos, trasladamos al almacén ambulante y descargamos del mismo almacén unos 857 kg de papel improductivo que representa un esfuerzo de 3428 kilopondios o, lo que es lo mismo, 33628 newton.
De momento, ya hemos localizado al imbécil: el quiosquero, al que el 50% de su esfuerzo no le reporta ningún beneficio.
Sigamos con el análisis. En repetidas ocasiones, uno, que le gusta poco trabajar y menos para el diablo, ha pedido rebaje de servicio, cosa que, durante unas semanas, funciona. Siempre a costa de un aumento de ejemplares en publicaciones, respecto a las cuales, he permanecido mudo. Da la sensación de que las distribuidoras han de facturar una cantidad por quiosco y la facturan. Además del esfuerzo físico que conlleva recibir un género que no se necesita, tenemos comprobado que “a río revuelto, revista que se pierde” y que cuando, un buen día, aparece ya está fuera de plazo. Al margen de las revistas fuera de plazo y las que algún cliente manga, en el estudio de fin de semana hemos detectado 218,26€, a los que habría que añadir su IVA correspondiente, de reclamaciones rechazadas o no contestadas. Por tanto, concluimos que el quiosquero es también un poco el pagano.
A partir de aquí elucubramos.
Una distribuidora no puede ser tan imbécil para pensar que, mandando el doble de género, ganará más ya que necesitará una plantilla inflada que cobra al final de mes. Deducimos entonces que debe de cobrar por género entregado, se venda o no. ¿Son las empresas editoras el pagano? ¡Anda ya! No quedaría ni una. La pasta en las revistas se saca de la publicidad y ésta se paga según tirada. Luego el verdadero pagano debería ser el cliente que inserta el anuncio. Pero estamos en las mismas: los clientes no se anunciarían si no les fuera rentable. Hemos de concluir entonces que el pagano es el de siempre: el consumidor, que al comprar el perfume, la depiladora o los calzoncillos de esparto, está pagando lo que se lleva a casa, la revista y la publicidad.
Falta por saber quién es el pillo. Quizá nadie, y este desbarajuste sea producto de la economía de mercado. Pero a mí me queda una pregunta en el aire: las revistas que nadie lee ¿influyen publicitariamente en alguien? Huelo a pillo.
Si en cada quiosco se desperdicia casi una tonelada de papel cada mes ¿no dicen nada las autoridades y los ecologistas? Dirán que esto es el chocolate del loro. Pero en cada quiosco hay muchos loros. Además, cuando una familia necesita ahorrar, es complicado hacerlo a costa de la comida, el alquiler o la hipoteca y acaba por suprimir el chocolate del loro: los pequeños gastos.