Ahora me toca a mí...
En los primeros días de febrero de 1937, las tropas del Ejército “Nacional” tomaron Málaga. Por la represión que siguió, por la represión que se esperaba que siguiera o simplemente por miedo, decenas de miles de malagueños emprendieron la huída hacia Almería, ciudad bastante alejada de los límites de influencia fascista. Es lo que, en mi pueblo, se conoce como la Desbandá de Málaga. Según mis familiares, fueron tres días de riada humana a lo largo de la carretera, a los que siguieron otros cuantos en que la gente continuaba pasando pero mucho más espaciada.
Algo no debió de gustarle a mi abuelo cuando, una vez pasada la oleada gorda, hizo recoger los pertrechos necesarios y, apenas despuntaron las primeras luces, dio la orden de marcha hacia los pueblos del interior de la sierra buscando refugio en casa de algún pariente. No habían alcanzado aún el Camino de Juan de Austria (por donde se dice que Jeromín se adentro en La Alpujarra para apaciguar a los moriscos), cuando mi padre, mozalbete de 16 años, miró hacia atrás. Su casa ya estaba ardiendo. Sin pensárselo dos veces deshizo el camino y subió hasta la camarilla; allí, en una caja de madera, guardaba los pocos libros que poseía y rescató todos los que pudo aun cuando alguno de ellos ya había empezado a arder.
Esta breve historia la he escuchado muchas veces en las veladas de invierno a la luz de un candil. Y he tenido en mis manos los libros que se citaban aunque sólo me acuerdo de dos: una Enciclopedia Universal de no más de 500 páginas y un ejemplar del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Andaba yo por los 20 años cuando mi padre llegó a casa con cara de preocupación.
- ¿Cómo se calcula la capacidad de un tonel?
- No tengo ni idea –contesté-.
- Es que he echado una apuesta con el Jabato a que le calculaba lo que cabía en un tonel que acababa de comprar y he perdido. Mira a ver si me encuentras la enciclopedia mía de la escuela.
- ¿La que tenía un canto quemado?
- ¡Esa!
La encontré. No fue difícil; mi padre tenía pocos libros pero siempre a mano. Fue derecho: Capacidad = 0,625 * d3, siendo d la distancia desde el agujero del tonel al punto más alejado del mismo siguiendo la diagonal.
Mi padre había utilizado correctamente la fórmula pero se había equivocado al multiplicar por 0,625.
A lo largo de mi vida he estudiado muchas matemáticas pero ni en la escuela, ni el colegio, ni en el instituto, ni en la universidad me enseñaron nunca cómo se calcula el volumen de un tonel. Claro que aquella enciclopedia era de antes de la guerra y, seguramente, estaba escrita para palurdos que guardaban el mosto en toneles en vez de en botellas de vidrio de 75 cl. etiquetadas.
El otro libro que se escapó de la quema, el Quijote, nunca me ha hecho gracia y eso que mi padre me leía pasajes y me hacía ver los distintos puntos de vista de Don Alonso Quijano y de Sancho Panza. Hay dos tipos que no me hacen mijita gracia. Uno es el chulete al que todo sale bien (Bugs Bunny, por ejemplo) y otro es el pobre desgraciado al que todo le sale mal y encima hace el ridículo (Don Quijote). Pero a pesar de ser más Sancho que Quijote (quisiera, al menos), he terminado muchas veces con los huesos molidos por defender causas indefendibles. Y he comprobado que los molinos no son gigantes. Los molinos son enormes fortalezas donde habitan gigantes, brujas y magos malévolos cuyo fin es el de acojonar al quiosquero andante antes de que pueda exponer reivindicaciones justas, factibles y realistas ante quien quizás pudiera escucharlo y entenderlo. No se me olvida mencionar que entre gigantes, brujas y magos, los dueños del castillo-molino también disponen de su 5ª columna de quiosqueros.
Estoy cansado, no sé si física o psíquicamente, y me tomo un tiempo de reposo. Ahora me toca pensar en mí y en mi entorno pero, aviso, sigo estando. A la vuelva hablaremos de editoriales, distribuidoras, administración, asociaciones y quiosqueros. Mientras tanto dejemos alguna pregunta flotando:
· ¿Por qué cada semana “recaudo” 20 vales de La Vanguardia y en julio, agosto y septiembre paso de los 100? ¿Quién me choriza las 80 suscripciones semanales de mis vecinos o sea 4000 Vanguardias anuales?
· ¿Alguien ha hecho números y calculado la rentabilidad que le dan algunas de las distribuidoras después de deducir los portes y los ejemplares que se pierden en los viajes de ida y vuelta? ¿Qué pasaría si 300 o 400 quiosqueros (a los que la distribuidora no les fuese muy rentable) nos diésemos de baja y reclamásemos los depósitos correspondientes?
· ¿Por qué dos de mis clientes habituales han dejado de comprarme BRUCE SPRINGSTEEN en base de que un amigo se los trae de la otra parte de Barcelona sin necesidad de tener que comprar El Periódico y encima me queda la sensación de que el ladrón soy yo?
· ¿En qué quedó el tema de los portes gratuitos?
· ¿En qué estado se encuentra la Publicidad Dinámica? ¿Está ya preñada o seguimos intentándolo?
· ¿Qué futuro nos espera, señor alcalde?
Volveré.
Algo no debió de gustarle a mi abuelo cuando, una vez pasada la oleada gorda, hizo recoger los pertrechos necesarios y, apenas despuntaron las primeras luces, dio la orden de marcha hacia los pueblos del interior de la sierra buscando refugio en casa de algún pariente. No habían alcanzado aún el Camino de Juan de Austria (por donde se dice que Jeromín se adentro en La Alpujarra para apaciguar a los moriscos), cuando mi padre, mozalbete de 16 años, miró hacia atrás. Su casa ya estaba ardiendo. Sin pensárselo dos veces deshizo el camino y subió hasta la camarilla; allí, en una caja de madera, guardaba los pocos libros que poseía y rescató todos los que pudo aun cuando alguno de ellos ya había empezado a arder.
Esta breve historia la he escuchado muchas veces en las veladas de invierno a la luz de un candil. Y he tenido en mis manos los libros que se citaban aunque sólo me acuerdo de dos: una Enciclopedia Universal de no más de 500 páginas y un ejemplar del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Andaba yo por los 20 años cuando mi padre llegó a casa con cara de preocupación.
- ¿Cómo se calcula la capacidad de un tonel?
- No tengo ni idea –contesté-.
- Es que he echado una apuesta con el Jabato a que le calculaba lo que cabía en un tonel que acababa de comprar y he perdido. Mira a ver si me encuentras la enciclopedia mía de la escuela.
- ¿La que tenía un canto quemado?
- ¡Esa!
La encontré. No fue difícil; mi padre tenía pocos libros pero siempre a mano. Fue derecho: Capacidad = 0,625 * d3, siendo d la distancia desde el agujero del tonel al punto más alejado del mismo siguiendo la diagonal.
Mi padre había utilizado correctamente la fórmula pero se había equivocado al multiplicar por 0,625.
A lo largo de mi vida he estudiado muchas matemáticas pero ni en la escuela, ni el colegio, ni en el instituto, ni en la universidad me enseñaron nunca cómo se calcula el volumen de un tonel. Claro que aquella enciclopedia era de antes de la guerra y, seguramente, estaba escrita para palurdos que guardaban el mosto en toneles en vez de en botellas de vidrio de 75 cl. etiquetadas.
El otro libro que se escapó de la quema, el Quijote, nunca me ha hecho gracia y eso que mi padre me leía pasajes y me hacía ver los distintos puntos de vista de Don Alonso Quijano y de Sancho Panza. Hay dos tipos que no me hacen mijita gracia. Uno es el chulete al que todo sale bien (Bugs Bunny, por ejemplo) y otro es el pobre desgraciado al que todo le sale mal y encima hace el ridículo (Don Quijote). Pero a pesar de ser más Sancho que Quijote (quisiera, al menos), he terminado muchas veces con los huesos molidos por defender causas indefendibles. Y he comprobado que los molinos no son gigantes. Los molinos son enormes fortalezas donde habitan gigantes, brujas y magos malévolos cuyo fin es el de acojonar al quiosquero andante antes de que pueda exponer reivindicaciones justas, factibles y realistas ante quien quizás pudiera escucharlo y entenderlo. No se me olvida mencionar que entre gigantes, brujas y magos, los dueños del castillo-molino también disponen de su 5ª columna de quiosqueros.
Estoy cansado, no sé si física o psíquicamente, y me tomo un tiempo de reposo. Ahora me toca pensar en mí y en mi entorno pero, aviso, sigo estando. A la vuelva hablaremos de editoriales, distribuidoras, administración, asociaciones y quiosqueros. Mientras tanto dejemos alguna pregunta flotando:
· ¿Por qué cada semana “recaudo” 20 vales de La Vanguardia y en julio, agosto y septiembre paso de los 100? ¿Quién me choriza las 80 suscripciones semanales de mis vecinos o sea 4000 Vanguardias anuales?
· ¿Alguien ha hecho números y calculado la rentabilidad que le dan algunas de las distribuidoras después de deducir los portes y los ejemplares que se pierden en los viajes de ida y vuelta? ¿Qué pasaría si 300 o 400 quiosqueros (a los que la distribuidora no les fuese muy rentable) nos diésemos de baja y reclamásemos los depósitos correspondientes?
· ¿Por qué dos de mis clientes habituales han dejado de comprarme BRUCE SPRINGSTEEN en base de que un amigo se los trae de la otra parte de Barcelona sin necesidad de tener que comprar El Periódico y encima me queda la sensación de que el ladrón soy yo?
· ¿En qué quedó el tema de los portes gratuitos?
· ¿En qué estado se encuentra la Publicidad Dinámica? ¿Está ya preñada o seguimos intentándolo?
· ¿Qué futuro nos espera, señor alcalde?
Volveré.