Cuando iba a la escuela de mi pueblo, no nos regíamos por la semana inglesa y el sábado era un día laborable normal y corriente, siendo el jueves el día de media fiesta o de descanso por la tarde. Los sábados tocaba catecismo, sobre todo para los que se preparaban para hacer la Primera Comunión. Recuerdo recitar de memoria, y sin saber qué decía, oraciones y otros dogmas.
- Contra estos siete vicios hay siete virtudes: Contra soberbia, humildad; contra avaricia, largueza; contra envidia, caridad; contra ira, paciencia; contra gula, templanza; contra lujuria, castidad; y contra pereza, diligencia.
Lo cierto es que, pasados aquellos años de fervor religioso, los pecados capitales no me han parecido tan graves. Compadezco al que sufre de avaricia o envidia porque en el pecado lleva la penitencia; comprendo al que se deja vencer por las tentaciones de la gula y la lujuria por razones obvias; perdono los ataques de ira sobre todo cuando se trata de quiosqueros puteados; haciendo un esfuerzo transijo con la pereza siempre que el perezoso no se queje después de su mala suerte; pero en modo alguno admito la soberbia. Probablemente porque voy de humilde por la vida por la exclusiva razón de que apenas llego a 1,70 y no tengo un cuerpo capaz de defender mis accesos de engreimiento y arrogancia. Es probable que, dado el caso, otro gallo cantara. Pero los pecados que menos soportamos en los demás son los pecados propios.
Años ha, quien nacía con un grave defecto físico o lo adquiría por méritos propios o ajenos, no tenía más futuro que sentarse a la puerta de una iglesia y esperar a que alguien comprase el perdón de sus pecados haciendo caridad con el inválido. Pasado medio siglo XX empezó a primar la inteligencia sobre la fuerza y los inútiles dejaron de serlo. Los inútiles inteligentes, claro. Ahora, hasta los inútiles de inteligencia media pueden ganarse las habichuelas y llevar una vida “normal”. Y no sólo eso; la sociedad ha inventado la supresión de barreras arquitectónicas y, mediante trato deferente, está consiguiendo que el minusválido cada día sea menos “minus”, incluso cuando se trata de ocio.
En mi soberbia, durante bastante tiempo, no acepté más ayuda que la que pudieran proporcionarme mis allegados y, aun así, no la pedía. Hasta que me dio por razonar y, dado que la pierna tonta la arrastro yo, decidí aprovechar las ventajas que la sociedad me ofrecía; aquellas, al menos, que merecieran el esfuerzo necesario para vencer mi pereza. En plata: solicité y obtuve la Tarjeta de Permisividad de Aparcamiento, tarjeta que, al principio, no tenía ventajas definidas puesto que se limitaba a permitir aparcar en lugares donde no se estorbase el transito de vehículos o personas y, normalmente, ahí podía aparcar cualquiera. Pero poco a poco se fue llenando de contenido: aparcamiento gratuito en zona azul y sin límite de tiempo, aparcamiento en zona de carga y descarga en idénticas condiciones y, finalmente, aparcamiento en área verde. Y además, en muchos lugares hay zonas de aparcamiento reservadas exclusivamente a minusválidos; tanto en la calle como en grandes superficies comerciales. Otra cosa es que el público las respete o no, pero como es algo que me es dado por gracia y caridad de los demás procuro tomarme a bien el que un válido me guinde una plaza de aparcamiento reservada. Es más, cuando aparco en zona de carga y descarga, lo hago, siempre que puedo, en una esquina que es donde menos estorbo. Al quiosco sólo llevo el coche cuando Salva solicita ampliación de almacén y, llueva o truene, me acerco con la moto que aparco justo al lado del paso de peatones donde es imposible que quepa otro vehículo. Mi Ferrari puede verse aparcado en la esquina de Bruc con Consell de Cent accediendo a Google Maps.
Como en alguna ocasión he contado, hay guardias urbanos que no están de acuerdo con la ley de permisividad. En ocasiones anteriores me he referido a uno que, cada vez que pasa, se asoma al parabrisas para ver si la tarjeta está colocada en su sitio o no. No hace mucho, saliendo de Villabragas, me crucé con una pareja de urbanos que conversaban.
- ¿Siempre aparca aquí? –preguntaba uno-.
- Sí –contesta el otro con un cierto deje de resentimiento-. Hay días en que en esta esquina se juntan hasta dos minusválidos.
Salva observó recientemente cómo otro agente preparaba la receta y rodeaba el Ferrari para apuntar la matrícula, al lado de la cual va colgada una copia plastificada de la tarjeta de permisividad.
- ¡Hostias! –fue su exclamación-.
Y es que a ciertos agentes parece molestarles que los minusválidos hagamos uso de los privilegios que la sociedad nos ha concedido. Privilegios que yo, al menos, no he pedido pero que, como están ahí, uso.
La última tiene forma de nota que otro agente me dejó como advertencia:
Este cARtoN MiNusvaliDos Ya No Vale Ahora saleN coN LA MATRICULA De su coche
ProXIMAvez sera MULTADO
Agradecí mentalmente la deferencia y me pasé por el Ayuntamiento para pedir un impreso de solicitud y enterarme de la documentación que debía aportar.
- ¿Usted ya tiene la tarjeta? –preguntó la funcionaria-.
- Sí.
- Le caduca ahora ¿no?
- No, me caduca en 2011.
- ¿Entonces?
Le conté la historia.
- Ni caso –no me dejó acabar-. Éste no se ha enterado. Hace años en la tarjeta figuraba la matrícula del coche pero ya hace tiempo que cambió. La tarjeta es para la persona, no para el coche. Porque usted podría alquilar un vehículo y también tiene derecho a aparcar con las ventajas que da la tarjeta.
- De todos modos déme el impreso porque la tengo bastante rota y así evito problemas.
Recordé que hay otro privilegio que tenemos los minusválidos: exención del IVTM. Este privilegio lo utilicé en una ocasión pero hay que solicitarlo cada vez que uno cambia de coche y, maldita pereza, por ahorrarme la gestión no lo había vuelto a solicitar. Como ahora estoy obligado a pasar por el Ayuntamiento a presentar los papeles de solicitud de la tarjeta, aprovecharé el viaje y también solicitaré la exención del IVTM. Es decir, que hasta que cambie de coche, servidor no volverá a pagar el citado impuesto. Es algo que he de agradecer al engreimiento de un guardia urbano que ha conseguido excitar mi soberbia y vencer mi natural pereza. Lamento que los barceloneses tengan que ver reducido su presupuesto municipal en unos cientos de euros.