viernes, marzo 27, 2009

Benedicto condón

Esta mañana, después de 9 días, me he pasado a ver a Salva. Cuando Salva me ve le entran todos los males, todas las dudas y todas las necesidades fisiológicas o no. Es normal; el chico lleva cinco meses defendiendo el último bastión del quiosco y, al menos aparentemente, los sitiadores no consiguen ganar terreno. Salva ignora, o hace como que no se entera, que Quiosquero se machaca cada día cuatro horas de ordenador revisando albaranes recibidos, devoluciones hechas o por hacer, facturas y otras nimiedades que suponen destruir arietes y torres de asalto de las tropas enemigas. Por eso respira cuando ve llegar al General y aprovecha para hacerle las tres mil preguntas que le han surgido en su ausencia.

Cuando me acerco al quiosco lo encuentro hablando con la Profesora de Gramática; la misma a quien no gustó Pies para quiosquero, primera temporada, y que, por tanto, no compró la segunda temporada, porque utilizamos un lenguaje vulgar, a veces, incluso, soez. No sé de qué va la conversación pero religión hay por medio ya que la señora afirma que ella es de misa pero que, luego, no se escandaliza de lo que cada cual diga o haga.
Saludo y permanezco como un pasmarote hasta que acaban su conversación y la Profesora de Gramática se va.
- ¿Qué pasaba?
- Naaada, El Jueves que sale con el Papa.
No lo había visto y le echo el ojo a la portada. Papá Benedicto aparece sonriente y observo que ha cambiado la mitra por un preservativo.
- No le ha gustado –afirmo más que pregunto-.
- Nooo. A ella le da igual. Es su amiga, la señora de Diez a Vodafón, que, desde el miércoles, cada vez que pasa por aquí me dice que no lo venda, que es irreverente y que vamos a ir al infierno.
- Bueno. Dile que sólo se lo vendes a lo pecadores impenitentes.
- Claaaro. Pero lo malo es que, mientras me está echando la bronca, pone todos los ejemplares de El Jueves boca abajo.

lunes, marzo 23, 2009

Sídrome del Túnel Carpiano

El electromiograma lo decía muy clarito: STC severo de predominio izquierdo.
- ¿Qué es un STC? –preguntó Quiosquera.
- Siempre Tienes Calambres. Pero para ese viaje no se necesitan alforjas: ya le dije al médico que la mano la tenía siempre dormida.
Pues resulta que no. En realidad, las siglas significan Síndrome del Túnel Carpiano, a pesar de que mis conocimientos de anatomía no daban como para saber que hubiese túneles en plena muñeca. El carpintero de la mutua, es decir, el traumatólogo me transmitió seguridad: era una operación sencilla tendente a soltar el nervio oprimido y santas pascuas.

Llegamos a la clínica a las tres y cuarto. La operación estaba prevista para las cuatro y nos instalamos en el pasillo porque la sala de espera estaba a rebosar. Sin comer desde las 9, las tripas se me removían inquietas. Quiosquera sacó un Quiz Extra que se me había quedado FP y la emprendimos con un crucigrama. A las cuatro menos diez vimos pasar al doctor y a las cuatro o’clock una enfermera asomaba en la puerta de quirófanos.
- ¡Quiosquero!
- Voy p’allá.
Me guió por una serie de pasillos interiores hasta llegar a un cubículo al final de todo.
- Quítese todo menos la braguita y… ¡ay, qué tonta! Perdone pero es que hoy todas las que se han operado eran mujeres. Quítese todo menos los calzoncillos y se pone esta bata, las pantuflas y el gorro; dentro de un minuto vendrá una enfermera a por usted.

Pasó algo más de un minuto hasta que llegó la enfermera; aun así todavía me estaba peleando con las cintas para atarme la bata. El STC me ha hecho perder sensibilidad y no era capaz de hacer la lazada; acabé con un doble nudo. La enfermera hablaba con acento fgansè; me hizo subir a una silla de ruedas y volvimos al circuito de pasillos. Como no era yo quien conducía, me fui fijando en el paisaje. A ambos lados de la autovía había áreas de descanso donde se recuperaban los recién operados, la mayoría de ellos pajizos, no se si por mor de las atrocidades sufridas o para estar a tono con el ambiente.
Llegados al quirófano, me subí a la camilla como pude. El primer fallo lo observé apenas me dejé caer de espaldas: para ahorrar espacio, la camilla era tan estrecha que no me cabía los brazos.
- ¿Otra vez por aquí? –era el doctor.
- Pues ya ves –no sabía qué responder.
- Se ve que tú cada vez que estás aburrido vienes a que te opere.
- Y además me aburro a menudo

Mientras, dos enfermeros le habían puesto alerones a la camilla. Vista desde arriba debía parecer una cruz latina con el brazo derecho más corto; pude así apoyar los brazos pero la postura no me hacía mucha gracia. El anestesista se me presentó y, a modo de tarjeta de visita, me dio sendas puñaladas, una en cada brazo, y me dejó puesta la banderilla.
- La del brazo derecho es por si hay una emergencia.
¡Ánimos que me daba el chaval!
Otro tío vestido de verde me agarró el brazo izquierdo y empezó a liármelo con una goma. A mi derecha, el anestesista radiaba el partido.
- Con la goma elástica vaciamos el brazo de sangre y así evitamos la hemorragia. Ahora le pondrán un torniquete.
Uno que ya es experto en este tipo de intervenciones, sabe que el torniquete, además de servir para cortar las hemorragias, es también un instrumento de tortura porque de torniquete para abajo duermen el brazo pero de torniquete para arriba la sensibilidad se mantiene intacta y en medio… en medio el torniquete se clava con toda la mala leche del mundo.
El anestesista se cambió de lado y me inyectó algo frío que noté cómo se extendía por las venas del brazo. El doctor se instaló en una especie de taburete situado entre el INRI y el madero de la cruz.
- Bueno, este señor ya ha hecho su trabajo y ahora nos toca a nosotros. No te podrás quejar porque si no fuese por la anestesia…
- Si no hubiera anestesia, ¡aquí iba a estar yo..!
- ¿Qué notas?
- Un pinchazo.
- Esperemos un poco más… ¿Ahora qué notas?
- Como si me apoyasen la hoja de un cuchillo.
- Te estaba pellizcando. Empezamos. Debes notar que te tocamos pero si duele es que el anestesista no ha hecho bien su trabajo.

Y empezaron.
- Oye, ¿tú sabes cómo se llamaba la novia de Robin Hodd?- oí que el doctor que me estaba operando preguntaba al otro.
- Y yo qué sé.
- Bisturí. Era Marion, Marion de Long… no se qué. Longville, Baskerville…
- Eso suena a perro –intervine.
- Sí, Sherlock Holmes. Pero era Marion de Long… algo. Lonkley o algo así. Tijeras. ¡Contra! Esto está peor de lo que parecía. Dame las otras tijeras.
Noté un fuerte tirón en el brazo y luego otro; parecía como si alguien tirase de un cabo y se le escapara.
- Ya está. Tanquem.

Y eso fue todo. Cinco minutos y el STC desapareció; mejor dicho, desapareció la S.
- Lo tenías muy mal –me indicó el doctor-, no sé cómo has esperado tanto. En cuanto te recuperes vamos por la otra mano.
Lo cierto es que hace bastantes años que me quejo y siempre me han dicho que eso debería ser cosa de cervicales. La próxima vez que me moleste algo pediré que me hagan un electromiograma.

Cuando estaba abandonado en uno de los pasillos esperando que se me pasasen los efectos de la anestesia y me quitasen de una puñetera vez el torniquete, se me acerco el traumatólogo.
- ¿Qué tal?
- Bien. ¿Has estado alguna vez en una matnza?
- No.
- Es que cuando me toco el brazo me da la sensación de que estoy tocando la corteza de un cerdo recién matado.
- Bien. Un nuevo éxito de la cirugía –me dijo-.
Y se alejó en busca de otro síndrome.

miércoles, marzo 18, 2009

Pantalla táctil

Desayuno con el notición de que los Editores de prensa impulsan la modernización de los quioscos (titular de El Periódico) y me entra la risa floja que se convierte en carcajada cuando llego al párrafo “se calcula que la nueva tecnología podrá incrementar la facturación del conjunto de quioscos seleccionados en torno a 23 millones en el próximo lustro”.
¿Qué facturación, la de los quioscos a sus clientes o la de las distribuidoras a los quioscos? ¿Continuará mi TPV vendiendo mientras yo descanso? Si me pagan una tarjeta de autobús (1,7% de beneficio) con tarjeta de crédito (por lo que el banco cobra un porcentaje) ¿cuánto pierdo en cada venta?

Seamos serios. La informática es una ayuda a la gestión de la empresa pero, en ningún caso, una fuente de ingresos. La primera inversión que hice cuando abrí mi quiosco fue la compra de un portátil. Creé una base de datos en Access y con eso tiré durante tres meses. Después busqué un programa de gestión y tropecé con KIOS 2001 que, salvo alguna dificultad operativa, funcionaba bastante bien. Pocos meses después, acogiéndome a una subvención del 60% en hardware y software, puse el ordenador, impresora de tickets y lector de código de barras, a la vez instalaba, para mi desgracia, el nuevo KIOSNET que me permitía bajarme los albaranes de Distribarna desde Internet.
De eso hace tres años. Lo único que no tengo es pantalla táctil; ni falta que me hace. Es cuestión de imaginarse cómo quedará la pantalla cuando haga una venta después de haberme zampado un bocata de atún. Lo de la pantalla táctil está muy bien para un negocio que funciona con 20 o 25 artículos. En un quiosco manejamos alrededor de 2000 títulos de los que de forma táctil podremos acceder a los 20 o 25 reseñados que serán, seguramente, los más vendidos, es decir, los diarios. En mi base de datos ha existido siempre un artículo llamado Prensa que me ha permitido, con sólo pulsar una tecla, vender cualquier periódico. Ahora tengo dos teclas: Prensa (1,10€) y Prensa deportiva (1€). ¿Para qué quiero entonces una pantalla táctil?

Hace dos años estuve en Madrid en la presentación del programa TITAN, desarrollado por Credimática para Covepres. Hace siete meses hice un test del programa y no iba ni a empujones. Me pasaron otra versión (con el nombre de SIRIUS) que parecía funcionar bastante mejor y, de pronto, resulta que Covepres ya no patrocina ni TITAN ni SIRIUS sino que se decanta por la solución que presenta AEDE… pero tampoco.
Limitándome a Barcelona, los quiosqueros tenemos múltiples opciones:
· Instalación de KIOS u otro similar y funcionar como lo estoy haciendo yo (se paga mantenimiento mensual).
· Instalar la solución AEDE y pagar un mantenimiento. A cambio parece que habrá que dar información sobre ventas realizadas.
· Instalar el hardware con las subvenciones establecidas y poner el programa que nos dé la gana.

Y aquí también hay competencia.

ADI tiene su propio software y parece estar dispuesta a mejorarlo y cederlo gratis a los quiosqueros cobrando una cuota según los servicios adicionales contratados.
La Asociación Profesional de Vendedores de Prensa informó en la última asamblea que en breve tendría desarrollado un programa que sería gratis para el quiosco.
ACAD anuncia que en abril también tendrá una aplicación propia.

¿Qué hay detrás de todo esto? El artículo de El Periódico despeja dudas: 15 millones de euros en subvenciones del Ministerio de Industria. Si quitamos a las asociaciones que, por ser sociedades sin ánimo de lucro, no pueden obtener beneficios, y a los quiosqueros que pagarán poco por unos aparatos que no necesitan, es decir, que tendrían suficiente con aparatos mucho menos sofisticados y, por tanto, más baratos, está claro que quienes se van a beneficiar son las empresas constructoras de software e instaladoras de máquinas, que algún reparto habrán de hacer para que todos estemos interesados en el tema.

La AEDE tiene claros sus intereses: dueños de la plataforma y su respectivo servidor, la disposición de datos on line le permitirá “mejorar y modernizar la distribución de prensa”. ¡Y una mierda pinchá en un palo! Las distribuidoras de prensa tienen los datos de venta de diarios con 24 horas de retraso, datos que en absoluto tienen en cuenta a la hora de planificar las tiradas ni a la hora de distribuir, porque, qué casualidad, de la promoción X que no vendo ni una, me traen 8, y de la promoción Y que vendo 9, me traen 5. Y las distribuidoras de revistas tienen los datos semanal o mensualmente y ya vemos lo que pasa: devoluciones de entre un 60 y un 80% del género recibido. Luego lo único que buscan es obtener los datos de los clientes para sus campañas de suscripción o vaya usted a saber para qué fines.

Me descojono con la incorporación de tiendas virtuales y trámite de reservas para los clientes. ¿Se imagina alguien a la tía María o al tío José accediendo a la tienda virtual del quiosco para reservar el AVUI del domingo? ¿O quizá un pedido registrado directamente en el servidor de la AEDE tendrá preferencia sobre otro tramitado por fax?

Hay, sin embargo, cosas muy positivas en el proyecto. A saber.
· Los editores ponen sus títulos a disposición de quien quiera consultarlos.
· Los distribuidores están dispuestos a facilitar el trabajo propio y el de los quiosqueros mediante transferencias telemáticas de datos.
· El Ministerio de Industria (¿por qué el Ministerio de Industria?) subvenciona la informatización de los quioscos.
· Con buena fe y buena voluntad, un solo aparato será suficiente para gestionar un quiosco y, tal vez, consigamos aclararnos con los cables, los terminales y sus respectivas fuentes de alimentación.
· Y punto.

O los productos alternativos que se ofrecen (venta de entradas, toma de anuncios, bonos de transporte, etc.) proporcionan un margen atractivo o, modernizados o no, la mayoría de quioscos habrá desaparecido en ese lustro que el artículo de El Periódico marca como plazo para la instalación de los 4000 terminales salvadores.

lunes, marzo 16, 2009

Vagos y Maleantes

En la postguerra los caminos de España estaban infestados de pedigüeños; muchos de ellos mutilados durante la contienda que enfrentó a los españoles, bastantes otros mutilados de su trabajo y una pequeña parte que hizo causa común e intentó vivir sin darle un palo al agua. Y de pronto, desaparecieron todos. Nunca supe si a los mutilados le crecieron nuevas extremidades, si los otros encontraron trabajo y si los últimos comprendieron que había que arrimar el hombro para sacar al país adelante. Las malas lenguas dijeron que los pobres habían desaparecido en virtud de la aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes. No sé el motivo real pero hasta la Transición no se veía un alma pidiendo por la calle.

En los últimos años nos está pasado como a Manolo Summers que empezó con To er mundo é güeno, continuó con To er mundo é mejó y finalizó con To er mundo é demasiao. Los gobiernos empezaron con España va bien, continuaron con España va mejor y acabaremos todos dando con la cabeza en el pesebre.

Harto de ver como las cáncanas tejían sus telarañas entre las hojas de la libreta de ahorros y pensando que el jueves ingreso en la clínica porque tengo que cortar jamón, me fui a ver a Superwaiter. Por ver si me subía la moral, más que nada.
- ¿Cómo va?
- Más de culo que San Patrás.
- Vaya hombre. Y yo que creía que todo el mundo estaría en el quiosco… porque lo que es aquí…
- Por el quiosco pasan de largo. Como mucho preguntan a qué dirección de Internet se tienen que conectar para leer La Vanguardia.
- Compañero –acabó diciendo-, esto no lo arregla ni Franco.
- Hombre…
- A lo mejor si vuelve con 30 años.
- No, no hace falta tanto. Ahora te pegas una paliza de trabajar y a la noche no te llega para la cena. Con Franco y la pinta que tú y yo tenemos, nos aplican la Ley de Vagos y Maleantes, los civiles nos pegan una paliza y, antes de encerrarnos en la perrera, nos dan un bocadillo. Paliza por paliza, con Franco dormiríamos cenados.
- ¡Ves, hombre…! Todavía hay esperanza...

martes, marzo 10, 2009

Pecados capitales

Cuando iba a la escuela de mi pueblo, no nos regíamos por la semana inglesa y el sábado era un día laborable normal y corriente, siendo el jueves el día de media fiesta o de descanso por la tarde. Los sábados tocaba catecismo, sobre todo para los que se preparaban para hacer la Primera Comunión. Recuerdo recitar de memoria, y sin saber qué decía, oraciones y otros dogmas.
- Contra estos siete vicios hay siete virtudes: Contra soberbia, humildad; contra avaricia, largueza; contra envidia, caridad; contra ira, paciencia; contra gula, templanza; contra lujuria, castidad; y contra pereza, diligencia.

Lo cierto es que, pasados aquellos años de fervor religioso, los pecados capitales no me han parecido tan graves. Compadezco al que sufre de avaricia o envidia porque en el pecado lleva la penitencia; comprendo al que se deja vencer por las tentaciones de la gula y la lujuria por razones obvias; perdono los ataques de ira sobre todo cuando se trata de quiosqueros puteados; haciendo un esfuerzo transijo con la pereza siempre que el perezoso no se queje después de su mala suerte; pero en modo alguno admito la soberbia. Probablemente porque voy de humilde por la vida por la exclusiva razón de que apenas llego a 1,70 y no tengo un cuerpo capaz de defender mis accesos de engreimiento y arrogancia. Es probable que, dado el caso, otro gallo cantara. Pero los pecados que menos soportamos en los demás son los pecados propios.

Años ha, quien nacía con un grave defecto físico o lo adquiría por méritos propios o ajenos, no tenía más futuro que sentarse a la puerta de una iglesia y esperar a que alguien comprase el perdón de sus pecados haciendo caridad con el inválido. Pasado medio siglo XX empezó a primar la inteligencia sobre la fuerza y los inútiles dejaron de serlo. Los inútiles inteligentes, claro. Ahora, hasta los inútiles de inteligencia media pueden ganarse las habichuelas y llevar una vida “normal”. Y no sólo eso; la sociedad ha inventado la supresión de barreras arquitectónicas y, mediante trato deferente, está consiguiendo que el minusválido cada día sea menos “minus”, incluso cuando se trata de ocio.

En mi soberbia, durante bastante tiempo, no acepté más ayuda que la que pudieran proporcionarme mis allegados y, aun así, no la pedía. Hasta que me dio por razonar y, dado que la pierna tonta la arrastro yo, decidí aprovechar las ventajas que la sociedad me ofrecía; aquellas, al menos, que merecieran el esfuerzo necesario para vencer mi pereza. En plata: solicité y obtuve la Tarjeta de Permisividad de Aparcamiento, tarjeta que, al principio, no tenía ventajas definidas puesto que se limitaba a permitir aparcar en lugares donde no se estorbase el transito de vehículos o personas y, normalmente, ahí podía aparcar cualquiera. Pero poco a poco se fue llenando de contenido: aparcamiento gratuito en zona azul y sin límite de tiempo, aparcamiento en zona de carga y descarga en idénticas condiciones y, finalmente, aparcamiento en área verde. Y además, en muchos lugares hay zonas de aparcamiento reservadas exclusivamente a minusválidos; tanto en la calle como en grandes superficies comerciales. Otra cosa es que el público las respete o no, pero como es algo que me es dado por gracia y caridad de los demás procuro tomarme a bien el que un válido me guinde una plaza de aparcamiento reservada. Es más, cuando aparco en zona de carga y descarga, lo hago, siempre que puedo, en una esquina que es donde menos estorbo. Al quiosco sólo llevo el coche cuando Salva solicita ampliación de almacén y, llueva o truene, me acerco con la moto que aparco justo al lado del paso de peatones donde es imposible que quepa otro vehículo. Mi Ferrari puede verse aparcado en la esquina de Bruc con Consell de Cent accediendo a Google Maps.

Como en alguna ocasión he contado, hay guardias urbanos que no están de acuerdo con la ley de permisividad. En ocasiones anteriores me he referido a uno que, cada vez que pasa, se asoma al parabrisas para ver si la tarjeta está colocada en su sitio o no. No hace mucho, saliendo de Villabragas, me crucé con una pareja de urbanos que conversaban.
- ¿Siempre aparca aquí? –preguntaba uno-.
- Sí –contesta el otro con un cierto deje de resentimiento-. Hay días en que en esta esquina se juntan hasta dos minusválidos.
Salva observó recientemente cómo otro agente preparaba la receta y rodeaba el Ferrari para apuntar la matrícula, al lado de la cual va colgada una copia plastificada de la tarjeta de permisividad.
- ¡Hostias! –fue su exclamación-.

Y es que a ciertos agentes parece molestarles que los minusválidos hagamos uso de los privilegios que la sociedad nos ha concedido. Privilegios que yo, al menos, no he pedido pero que, como están ahí, uso.
La última tiene forma de nota que otro agente me dejó como advertencia:


Este cARtoN MiNusvaliDos Ya No Vale Ahora saleN coN LA MATRICULA De su coche
ProXIMAvez sera MULTADO

Agradecí mentalmente la deferencia y me pasé por el Ayuntamiento para pedir un impreso de solicitud y enterarme de la documentación que debía aportar.
- ¿Usted ya tiene la tarjeta? –preguntó la funcionaria-.
- Sí.
- Le caduca ahora ¿no?
- No, me caduca en 2011.
- ¿Entonces?
Le conté la historia.
- Ni caso –no me dejó acabar-. Éste no se ha enterado. Hace años en la tarjeta figuraba la matrícula del coche pero ya hace tiempo que cambió. La tarjeta es para la persona, no para el coche. Porque usted podría alquilar un vehículo y también tiene derecho a aparcar con las ventajas que da la tarjeta.
- De todos modos déme el impreso porque la tengo bastante rota y así evito problemas.

Recordé que hay otro privilegio que tenemos los minusválidos: exención del IVTM. Este privilegio lo utilicé en una ocasión pero hay que solicitarlo cada vez que uno cambia de coche y, maldita pereza, por ahorrarme la gestión no lo había vuelto a solicitar. Como ahora estoy obligado a pasar por el Ayuntamiento a presentar los papeles de solicitud de la tarjeta, aprovecharé el viaje y también solicitaré la exención del IVTM. Es decir, que hasta que cambie de coche, servidor no volverá a pagar el citado impuesto. Es algo que he de agradecer al engreimiento de un guardia urbano que ha conseguido excitar mi soberbia y vencer mi natural pereza. Lamento que los barceloneses tengan que ver reducido su presupuesto municipal en unos cientos de euros.

domingo, marzo 08, 2009

Carta abierta a los meones

Definición de “meón”, según el diccionario: Adj. Que mea mucho o frecuentemente

Tal y como dice la cabecera, esta carta va dirigida a aquellos meones que cada fin de semana, después de una larga noche de juerga y alcohol, relajan su vejiga en las puertas de los quioscos.

La Dreta de l’Eixample, barrio en el que estamos enclavados, es una afortunada zona en donde se erigen muchos edificios modernistas dignos de elogio. Pues bien, este barrio, cada fin de semana, se ve inundado por largas meadas que empiezan cual torrentes en las paredes de los quioscos y esquinas siguiendo calle abajo, serpenteando por las aceras sin compasión. A los autores nos les preocupa mancillar esas calles que no se merecen tal castigo. Tampoco nosotros, los quiosqueros, creo que lo merezcamos. Los quiosqueros somos ese raro especimen que se ve obligado a levantarse los domingos a la hora en que esos desalmados se recogen. Somos gentes de bien, gente que barremos nuestro trocito de acera en beneficio nuestro y de los clientes o transeúntes; gente que procuramos molestar lo mínimo y a quienes nos gusta tratar con educación y respeto a todo aquél que se acerque a nuestro quiosco. No nos gusta oler sus orines, no nos gusta tener que caminar hasta una fuente para llenar cubos de agua que mitiguen en lo posible sus olores y estamos hartos de aguantar las vomitonas de su mala bebida.

Queremos haceros saber que somos personas y que, como tal, queremos ser tratados. Os recordamos que estamos en el siglo XXI y que las calles son para transitar, por lo tanto ¿por qué no meáis en vuestra casa o en el bar en donde habéis consumido el alcohol? Si los quioscos o los árboles que hay en las aceras pudieran hablar, me encantaría oir qué os dirían. Seguro que menos guapos, cualquier cosa.