Si los anuncios de compresas y de detergente son lo más bajo en el mundo de la publicidad, he descubierto quién ocupa el escalafón más bajo en la escala de los vendedores. No se trata del vendedor de seguros de defunción ni el de enciclopedias, como creía hasta ahora. El vendedor más cutre del mundo es el vendedor de mecheros.
Sí, sí. Existe un grupo de personas que se ganan la vida llevando mecheros a los quioscos para intentar colocar unas cajillas. Todos los trabajos son dignos cuando se ejercen con dignidad. El problema es que los vendedores de mecheros que se acercan al quiosco son la culminación del cutrerío de la venta.
Y no es que no hagan falta mecheros en los quioscos. Es un producto que se vende y deja bastante margen. El asunto está ahí. En el margen. ¿Cómo pueden mejorar el margen cuando los estancos nos regalan los mecheros en agradecimiento a la cantidad de tabaco que compramos? Por ley estamos obligados a vender los productos 15 céntimos más caros que en el estanco, por lo que por cada mechero que allí venden a 60 céntimos, yo gano 75. Cuando viene el primer vendedor de mecheros y me dice que tiene un mechero estupendo que puedo vender a 75 céntimos y ganarme 25... me tengo que partir de risa. Entonces me dice que le suba el precio si quiero ganar más. Claro. El cliente que me pide el tabaco más barato posible, que compra el 9 para ahorrarse 30 céntimos con respecto al Sport o que hojea las revistas como el que no quiere la cosa a ver si se puede ahorrar comprarla, se va a gastar luego dos euros en un mechero que no vale ni 10 céntimos. Así que el hombre empieza a bajar precios.
- Si me compras dos cajas te lo dejo a 35.
- Que te digo que tengo un montón de mecheros. Que se venden muy pocos y que por lo menos me quedan para dos meses
- Pues cómprame 3 cajas y te lo dejo a 25
- Sí hombre, y almaceno mecheros hasta 2010. ¿No ves que no tengo sitio y te digo que me sobran mecheros?
- A 15. Cómprame tres cajas y te los dejo a 15... por favor...
Aquí se le llenan los ojos de lágrimas y nos asegura que no puede más, que lleva todo el día dando vueltas y que no ha vendido ni una caja, que es su primer día y tiene que vender algo...
Total, que acabamos comprándole una caja a 15 céntimos la unidad, demostrando que si el pobre hombre era malo vendiendo, nosotros somos peores intentando no comprar.
En cualquier caso, no podíamos imaginar que había un peor. Dos días después se presenta otro vendedor de mecheros. Este bastante más mayor y, como pudimos ver enseguida, más experto.
- Te traigo unos mecheros fabulosos que te van a quitar de las manos. Como me vas a comprar tres cajas te los dejo a 50 céntimos la unidad. ¿De qué modelo los prefieres?
Yo es que nunca he soportado que me chuleen así que desde ese instante supe que el colega ya podía llorar lo que quisiera que no le pensábamos comprar nada.
Cuando le dijimos que estábamos servidos, el tío se pone farruco y, muy ofendido, nos dice que no vamos a comprar. Que los mecheros que tenemos (los que compramos a su colega) son una porquería y que los nuestros se van a vender mucho mejor. Me salió el lado profe e intenté explicarle que el comprador de mecheros quiosqueril es un comprador de emergencia. Se ha quedado sin gasolina o ha perdido el BIC y necesita una solución urgente. Sabe perfectamente que el mechero en el quioso es abusivamente caro para lo que vale, pero lo necesita y como no quiere pedir fuego veinte veces a lo largo del día está dispuesto a gastarse la calderilla en algo que perderá en un par de días. Pero el veterano vendedor de mecheros no agredeció mi magistral clase de marketing mecheril e insistió en que sus mecheros eran más bonitos, que eran recargables y preguntó algo sobre si la gente prefería un ferrari o un seiscientos. Le espeté que el que tiene un ferrari recibe la prensa en casa y lo eché lo más amablemente posible. Pero no acabó ahí la historia. El tío volvió dos semanas después. Con una nueva maravilla de la ciencia: el mechero con linterna. Ahí ya no pude más y le recordé que si hay algo en el quiosco que da luz es precisamente un mechero, y le pedí que se largara porque tenía cola para pagar el periódico y hacer lotos. Cuando el tío me apuntó con la linternita para demostrar lo maravilloso del invento no pude más y lo mandé a freir espárragos. Cuando vuelva con un mechero con alas se los encasqueto por donde amargan los pepinos.
Todo este rollo lo cuento hoy porque esta mañana me ha llegado una chica diciendo que vendía encendedores. Cuando, con voz cansina le he dicho que ya teníamos un montón, la tía me dice que los encendedores que trae son de cocina. La he mirado a los ojos con una mezcla de incredulidad y perplejidad. Ha pillado la indirecta y se ha ido para no volver. Lo dicho. Qué dura la vida del vendedor de mecheros.