Hoy debería estar cabreado, muy cabreado. Sin embargo me encuentro la mar de bien y hasta contento. El fin de semana largo (en Barcelona el lunes fue fiesta) se presentaba con buenas perspectivas: Salva abriría el sábado, Dalr lo haría el domingo y Quiosquera y yo nos iríamos de campo y playa hasta el lunes.
A principios de semana, Loto Catalunya nos invitaba a un concierto en el Palau de la Música: domingo, 16,30 (una siestecilla a freír espárragos). Entre jueves y viernes Marina nos enchufa tropecientos CD del último concierto de Lluis Llach, taitantas Tazas de Forges, no sé cuántos DVD de ópera, y tijeras... (como siempre me faltan 14 para atender las reservas previas).
El viernes por la tarde contemplo el panorama del quiosco. Con lo que ya hay dentro, más lo que van a traer el fin de semana, Salva no podrá entrar. Pues que se fastidie que yo me voy de pendoneo. Al final no soy capaz de gastarle la putada al chico y paso por el quiosco. Cargo en el almacén todo lo que no va a necesitar el sábado, lo que significa que el domingo tengo que venir a abrir para que Dalr disponga de algo para vender. El fin de semana largo se acaba de convertir en un fin de semana normal.
El sábado me levanto casi a medio día, 8,30. Ligero desayuno y me asomo a la terraza. El césped parece “campos de Castilla” después de la siega. E
stá amarillo. Toca revisar los aspersores. No hay ni uno que esté en condiciones y me paso el día de arreglos. Entre aspersor y aspersor me llama Salva:
- Señor Quiosquero, ¿cuándo se venden los DVD de Lluis Llach?
- Mañana –le digo.
- Es que me están diciendo que se empieza hoy y dura hasta el día 10.
- Pues véndelos.
- No hay.
- ¡Joder, 71!
- Pues no hay.
¡Claro, los llevo en el coche!
El domingo Quiosquera se encuentra mal. Llamo a Dalr para que se venga conmigo.
- ¿Hola?
- ¿Qué, vamos para el quiosco?
- Pues si hay que ir, se va –lo noto como muy despejado.
- ¿Te acostaste anoche muy tarde?
- Hace un cuarto de hora que me he metido en la cama.
Marina ha vuelto a equivocarse. Me trae un 50% más de diarios sin pensar que hoy todo el mundo está en la playa. Por supuesto sobran periódicos para regalar. Y encima he de cerrar zumbando porque si llego tarde al concierto no me dejan entrar.
Durante hora y cuarto nos hacen la panorámica del Palau y a las 17,50 ya estamos ocupando nuestras butacas. A las 18 o’clock salen los músicos. Veintitantos violines, tres o cuatro violonchelos y un par de ¿violones?. Ligeros aplausos. A continuación, los coros: los varones por una puerta y las mujeres por la otra. El público empieza a aplaudir pero o se cansa pronto o es que el coro es muy numeroso porque para los últimos que salen ya no hay aplausos. Tontean un poco en el escenario: Quiosquera dice que están afinando los instrumentos. Se hace el silencio y, por un lateral, aparece otro tío. La gente aplaude con fuerza; debe ser el solista. Pues no. Es un maleducado que primero saluda a un violinista, ignorando a los otros, y después da la espalda al público. Coge una varita como la Harry Potter y empieza a moverla siguiendo el ritmo de la música. Con la otra mano señala ora a unos ora a otros, como para enseñar al público qué instrumentos acaban de entrar. Con el cuerpo va haciendo mojigangas siguiendo el ritmo de la pieza.
- ¿Qué pinta el pavo ese?
- Es el director –quiosquera parece que entiende.
- Ya, pero ¿qué hace?
- Marca el compás, indica a los músicos cuando deben entrar...
- ¡Anda ya! Si los músicos no lo ven... están mirando el papel que tienen delante.
- Para eso están los ensayos.
Al final del grupo hay tres payos sentados, más tiesos que un palo y que no hacen nada. En un momento dado, uno se levanta y agarra los platillos, el otro coge un triángulo de metal como los que salen en las películas del oeste y que usan para llamar a los vaqueros, y el último empuña los palillos del tambor. Cuando la música llega a un punto álgido, el uno choca un par de veces los platillos, el otro repiquetea en el triángulo y, por fin, el del tambor pega un golpe seco que coincide con el final de la pieza.
- Estos pobres pringados deben de aburrirse de lo lindo.
- ¿Pringados? También tienen la carrera de música.
- ¡No jodas! ¿Un montón de años estudiando para chocar dos latas? Es cachondeo ¿no?
Pues no, no es cachondeo. Ya me había fijado que los tres tíos leían atentamente la partitura antes de entrar en acción.¡Qué complicado es esto de la cultura! Y todavía me faltaba por ver que, en la segunda parte, los tres acompañaban los coros haciendo palmas a la vez que leían las notas. Lola Flores lo hacía a pelo y creo que sin necesidad de hacer la carrera.
El lunes fue una catástrofe económica. Cuatro periódicos vendidos y alguna que otra cosilla. Para acabar de arreglarlo, un cliente enganchó un premio en la Súper 10 y me dejó el cajón pelado.
Al cerrar el quiosco estaba a tope de paquetes por devolver y eso teniendo en cuenta que el almacén móvil andaba hasta los topes. Por la tarde cogí la báscula del cuarto de baño, me fui al garaje y pesé tres paquetes al azar: 42 kilos y 200 gramos. Extrapolando el resultado a los 15 paquetes de la devolución de Marina, esta mañana el repartidor se ha llevado 213 kilos de papel.
¿Y dónde está la gracia? Pues en que yo estoy deslomado moviendo paquetes absurdamente pero en compensación
- El repartidor me ha mirado mal cuando ha visto el montón
- Marina se tendrá que gastar una pasta en mover todo ese papel
- Los anunciantes pagarán otra pasta para compensar la pasta de Marina
- Los que se fueron a la playa no han encontrado periódicos porque yo los tenía todos
- Y ¡que se joda el capitán que no como rancho!