Estamos de vuelta y hemos llegados enteritos (salvo por aquel trozo de piel que dejé pegado en una esquina de La Coruña). Vemos que la climatología local sigue igual: borrasca por el norte (CEMUSA), borrasca por el oeste (FERCACOMPEN), borrasca por el este (AJUNTAMENT) y claros por el sur donde, salvo a los bancos, no debemos nada a nadie, aunque en cualquier momento las “altas presiones” puedan desencadenar la traca final y acabemos dando con la cabeza en el pesebre.
Puesto que nuestro viaje nada tuvo que ver con la profesión, comentaremos en Decúbito Supino algunas de las incidencias e ideas peregrinas que nos surgieron durante el recorrido y aquí continuaremos hablando de lo que sucede en nuestro quiosco. Sólo vamos a referirnos a alguna cuestión no relacionada directamente con diarios y revistas pero que algo tiene que ver con Pies para quiosquero.
Es la primera vez que emprendo un viaje sin tener las ideas claras sobre el recorrido, si bien, dado lo extenso del programa y los días disponibles, sabía que iba a ir corto de tiempo. Llevaba clara una cosa: pasase lo que pasase tenía que dedicar un par de horas a Palencia. Y eso por tres razones. La primera, porque es (era) la única provincia de Castilla-León que no había visitado nunca; la segunda, porque, con motivo de una visita a la catedral de Burgos, había entendido que la de Palencia poseía las mejores vidrieras que puedan contemplarse en nuestro país; y la tercera, porque es la tierra de Juan Manuel y Conxi y necesitaba obtener conocimientos básicos para situarme cuando hablan de su ciudad. Por cierto, Juan Manuel escribe una columna en el Diario de Palencia y hace unos meses
dedicó su espacio a hablar de Pies para quiosquero, la cual cosa aún no le habíamos agradecido.
Desde que, hace tres años, Orbit me regaló un GPS por “exponer” sus chicles, siempre viajo con el cacharrito en funcionamiento. Se llama Mari Pili y solemos mantener agrias conversaciones durante el trayecto.
- Abandone la rotonda y salga de frente; tercera salida.
- No me da la gana. Voy a salir por la primera que me lleva por la nacional y no pago peaje.
- Lo que no sé es por qué la pones si luego no le haces caso –es Quiosquera-.
- ¡Para que aprenda! –le respondo-.
La verdad es que olvidé registrarme y voy con los mapas desfasados. A esto hay que añadirle que, por parte de la cornisa cantábrica y por toda Galicia, Mari Pili llevaba un desfase de 150 metros, que en carretera no es nada pero que en ciudad vuelve loco al más pintado. No sé si el satélite gallego no marcaba bien nuestra situación o si la onda posicional sufría una ligera refracción al atravesar las nubes (de las que hemos disfrutado desde que entramos por Ribadeo hasta que dejamos atrás León); la cuestión es que las órdenes nos han estado llegando 150 metros tarde, lo que nos ha ocasionado algún problema.
La previsión era visitar Palencia sobre la marcha y hacer noche en Burgos o algo más acá. La realidad fue que no hice caso al GPS y me empeñé en llegar a Lugo por la Nacional 547, desoyendo los consejos de Mari Pili que me indicaba machaconamente que tomase la AP-9. Llegamos a un pacto intermedio (producto de la desviación del azimut del satélite) y acabamos circulando por la N-634 y un trozo de la A-6. Reconozco humildemente que Mari Pili llevaba razón y, de haberle hecho caso, hubiese ganado una hora de camino. Total que, después de la panorámica de Lugo, hicimos nuestra última comida en tierras gallegas y enfilamos, esta vez sí, la A-6 que recomendaba el GPS. Los cálculos indicaban la llegada a Palencia para las 7 o 7:30 de la tarde; mala hora para la visita turística. Eché números y decidí que era mejor dormir en la ciudad, visitarla por la mañana y emprender vía directa a Barcelona. Quiosquera, encargada de la intendencia y otras muchas cosas, echó mano a su guía y empezó a cantarme hoteles. Hago un inciso para decir que ella determina dónde hemos de alojarnos pero requiere mi conformidad en caso de que el hotel seleccionado se salga de presupuesto. No me avergüenza reconocer que, si alguna vez no doy mi aprobación a la posada seleccionada, Quiosquera tiene argumentos para convencerme.
- Aquí hay uno más sencillito pero está en Venta de Baños.
¡Venta de Baños! Me vino a la memoria el mapa político de España de mi Enciclopedia Álvarez, primer grado, donde Venta de Baños era el único pueblo o ciudad cuyo nombre ocupaba dos renglones.
- Venta de Baños –respondí-. Yo quiero dormir en Venta de Baños.
Mari Pili circulaba alegremente por la A-231 cuando la obligué a tomar la salida 85. Había visto que llevaba a Carrión de los Condes (no confundir con los Condes de Carrión, que calentaron a las hijas del Cid en el Robledal de Corpes) y, como además de Venta de Baños, era el único pueblo de Palencia que me sonaba, decidí sobre la marcha tomarme un cortado en el susodicho pueblo. No le sentó bien a Mari Pili y me castigó. Habíamos aparcado en una plazoleta mientras echábamos un vistazo a las calles del centro. Al salir, empezó el choteo.
- Gire a la izquierda… A cien metros, gire a la izquierda… En la rotonda, salga de frente; tercera salida… Gire a la izquierda…
Y quedé justo en el lugar en que había estado aparcado.
- Gire a la izquierda…
- ¡No me da la gana!
Y giré a la derecha. A partir de ahí, Mari Pili enmudeció y me dejó solo ante el peligro. Tras varias revueltas vimos por fin un cartelito que indicaba Palencia. No era la carretera que yo habría deseado pero nos llevó a la ciudad. A Mari Pili se le pasó el enfado e inició la conversación.
- A 100 metros gire a la izquierda… Gire a la izquierda
- ¡Idiota! ¿No ves que está prohibido?
- Gire a la derecha.
- Prohibido, Mari Pili. Prohibido, con hache intercalada.
La culpa ahora no era de Mari Pili sino del experto en tráfico del ayuntamiento que, en fecha reciente, decidió cambiar el sentido de circulación de algunas calles.
- Mira –dijo Quiosquera-, estamos en la Huerta del Cura.
- ¡Pobre hombre! Seguro que su GPS también iba mal y todavía está dando
güertas por aquí.
Venta de Baños no se veía por ningún lado.
- Nos olvidamos de Mari Pili, buscamos una salida hacia Madrid y allí seguro que encontramos el desvío para Venta de Baños.
- ¿Y si no lo encontramos?
- Tranquila, de Madrid a Venta de Baños sé ir.
Clarísimo. Un poco después del primer cartel que anunciaba Madrid llegamos a una rotonda, una de cuyas salidas nos llevaba a Venta de Baños. Mari Pili se dio cuenta de que podía quedarse en el paro y afinó sus instrucciones. Entramos en el pueblo girando ligeramente a la derecha. En medio de la curva había como un paso subterráneo que separaba los carriles de los dos sentidos de tráfico. Mari Pili me indicó que hiciera un cambio de sentido, nos hizo pasar por el túnel y dimos de lleno con el aparcamiento del Supermercado Día.
- ¡Vaya –exclamó Quiosquera-, encima tenemos el tanatorio al lado!
- Ahí está la Basílica.
- ¿Del tanatorio?
- No, la del hostal. La del Hostal la Basílica.
Mientras nos tramitaban el ingreso me fijé en un cartelito pegado en la pared:
Esta noche a las 3 deben retrasar una hora los relojes y ponerlos a las 2.- ¡Joder! ¿Tan difícil es hacer el cambio a una hora menos intempestiva? Me molesta poner el despertador a las 3 de la mañana para cambiar la hora y seguir durmiendo.
- ¡Payaso!
Los fines de semana la Basílica no tiene servicio de comedor ni cafetería pero la chica de recepción se ofreció a prepararnos el desayuno.
- Como esta noche tenemos una hora más para dormir, nos levantamos a las siete y a las ocho podemos estar desayunando.
Ya en la habitación, me dediqué a retrasar todos los relojes (incluido el del móvil) y poner el despertador a la hora prevista. En una de las opciones del teléfono leí:
Horario de verano. Lo seleccioné. Había dos alternativas:
Activar horario de verano,
desactivar horario de verano.
- Mejor lo desactivo fuéramos a que lo haga de modo automático y a las 3 de la mañana vuelva a hacer el cambio de hora –pensé-.
Leí un rato, apagué la luz y me puse a dormir.