
Se acabó lo que se daba
Se acaba agosto y todo vuelve a la normalidad. La gente regresa de la playa y se pasa por el quiosco para adquirir su dosis dominical de información, los diarios aparecen cebados de noticias y a mí me cuesta espabilarme. Antes, cuando me equivocaba, solía decir: “Vaya, hombre, parece que hoy estoy atontado”. Ahora que lo del atontamiento es norma, lo que digo es: “Vaya, hombre, parece que hoy estoy más atontado que de costumbre”. Y la gente, anta tanta humildad, se torna conmiserativa.
Quiosquera está haciendo turno doble: llega conmigo de madrugada, montamos el quiosco y se va a trabajar. Antes, me paso por Superwaiter a tomarme un desgraciao y echar una meadita.
- Bueno, Súper, voy a echar a mi mujer y mandarla a trabajar.
- ¿No prefieres que esté aquí contigo?
- Hombre, claro, pero ¿entonces de qué comemos?
Y los sábados y domingos hace jornada completa.
Es raro. En mi puñetera vida me había levantado a mear de noche y llevo una temporada que me despierto media hora antes de que suene el despertador con la vejiga a punto de explotar (o explosionar, qué sé yo). Y antes de las siete y media tengo que visitar nuevamente la mezquita de Benameá si no quiero recurrir a los dodotis... ¡Y se acabó! No meo más hasta las tres menos cuarto cuando llego a casa. Pero esas dos primeras meadas son irrenunciables.
Esta mañana, a eso de las 8 y cuarto, al volver de realizar el segundo acto (no es que tarde tres cuartos de hora, es que, como apenas hay gente, me enrollo con el camarero y le doy un poco de coba al café) encuentro a Quiosquera como enfurruñada.
- ¿Qué le haces tú a esa señora?
- ¿Qué señora?
- La del parkinson.
La del parkinson es una señora mayor a la que le tiembla un poco la mano pero que ni tiene parkinson ni nada.
- ¿Qué coño le voy a hacer?
- Hombre, llega, coge dos periódicos y me dice: “Hágame lo que me hace su marido cada mañana”. Y le digo: “¿Qué le hace mi marido?”. “Eso que me hace con la máquina”. Me lo expliques.
- ¡Mierda! Dos euros a la 6/49.
- Te creo porque ya no estás para milagros porque si no ¡ya me dirás!
Y es que las clientas se van de la lengua con una facilidad...
No me había repuesto del susto cuando llegó un vejete rebotado de otro quiosco. Quiero decir que no es cliente habitual y habrá venido porque su quiosquero esté de vacaciones. El vejete no parece relacionarse con el sueco (Parkinson) pero debe conocer al alemán (Alzheimer).
- La Vanguardia y eso que trae.
Acabamos de empezar y las promociones atacan de nuevo. Para mi gusto deberían haberse esperado una semana hasta que los veraneantes hubieran vuelto, pero el mundo del quiosco es así. Tendremos problemas para encontrar la primera entrega a los rezagados. Hoy empezaban los “recipientes de cocina” con El Periódico y los “cuchillos del Barça” con Mundo Deportivo. La Vanguardia anuncia la cartilla para conseguir los “recipientes de vidrio Villeroy”.
Quiosquera se adelanta.
- El que trae los recipientes es El Periódico.
- No, no. La Vanguardia... –el tío sabe lo que quiere-.
- La Vanguardia los trae a partir de la semana que viene.
- No, no. Los trae cada domingo. Es eso... vamos...
Estira el dedo índice de la mano derecha y lo hace girar alrededor de la muñeca izquierda. Yo, que en esto de las señas soy bastante vivo, lo veo claro.
- ¿Un reloj? Que yo sepa La Vanguardia no regala relojes.
- No, no es un reloj. Es eso... –y sigue dando vueltas a la muñeca.
- ¡Las pulseras del mundo! –a la vez que habla, Quiosquera me mira como si fuese tonto-.
El cliente y yo sonreímos aliviados.
Para acabar de descolocarme, otra clienta (habitual, esta sí), mientras le cobro Mundo Deportivo, repasa la exposición.
- ¡Hombre, ayer no me diste la Agenda del Barça!
- No sabía que la querías.
- ¡Ah, pues me la llevo hoy!
Coge una y se da media vuelta.
- Son 12 euros.
- ¿No va de regalo con Mundo Deportivo?
- Mundo Deportivo regala cromos pero la Agenda son 12 euros.
- Pues va a ser que no.
Deja la agenda sobre el mostrador, sonríe y se va. No me ha quedado claro si realmente pensaba que era gratis o si me estaba tomando el pelo.
Eso sí. Hoy nadie ha intentado comprarme el pisapapeles de Trident con forma de chicle gigante.
Quiosquera está haciendo turno doble: llega conmigo de madrugada, montamos el quiosco y se va a trabajar. Antes, me paso por Superwaiter a tomarme un desgraciao y echar una meadita.
- Bueno, Súper, voy a echar a mi mujer y mandarla a trabajar.
- ¿No prefieres que esté aquí contigo?
- Hombre, claro, pero ¿entonces de qué comemos?
Y los sábados y domingos hace jornada completa.
Es raro. En mi puñetera vida me había levantado a mear de noche y llevo una temporada que me despierto media hora antes de que suene el despertador con la vejiga a punto de explotar (o explosionar, qué sé yo). Y antes de las siete y media tengo que visitar nuevamente la mezquita de Benameá si no quiero recurrir a los dodotis... ¡Y se acabó! No meo más hasta las tres menos cuarto cuando llego a casa. Pero esas dos primeras meadas son irrenunciables.
Esta mañana, a eso de las 8 y cuarto, al volver de realizar el segundo acto (no es que tarde tres cuartos de hora, es que, como apenas hay gente, me enrollo con el camarero y le doy un poco de coba al café) encuentro a Quiosquera como enfurruñada.
- ¿Qué le haces tú a esa señora?
- ¿Qué señora?
- La del parkinson.
La del parkinson es una señora mayor a la que le tiembla un poco la mano pero que ni tiene parkinson ni nada.
- ¿Qué coño le voy a hacer?
- Hombre, llega, coge dos periódicos y me dice: “Hágame lo que me hace su marido cada mañana”. Y le digo: “¿Qué le hace mi marido?”. “Eso que me hace con la máquina”. Me lo expliques.
- ¡Mierda! Dos euros a la 6/49.
- Te creo porque ya no estás para milagros porque si no ¡ya me dirás!
Y es que las clientas se van de la lengua con una facilidad...
No me había repuesto del susto cuando llegó un vejete rebotado de otro quiosco. Quiero decir que no es cliente habitual y habrá venido porque su quiosquero esté de vacaciones. El vejete no parece relacionarse con el sueco (Parkinson) pero debe conocer al alemán (Alzheimer).
- La Vanguardia y eso que trae.
Acabamos de empezar y las promociones atacan de nuevo. Para mi gusto deberían haberse esperado una semana hasta que los veraneantes hubieran vuelto, pero el mundo del quiosco es así. Tendremos problemas para encontrar la primera entrega a los rezagados. Hoy empezaban los “recipientes de cocina” con El Periódico y los “cuchillos del Barça” con Mundo Deportivo. La Vanguardia anuncia la cartilla para conseguir los “recipientes de vidrio Villeroy”.
Quiosquera se adelanta.
- El que trae los recipientes es El Periódico.
- No, no. La Vanguardia... –el tío sabe lo que quiere-.
- La Vanguardia los trae a partir de la semana que viene.
- No, no. Los trae cada domingo. Es eso... vamos...
Estira el dedo índice de la mano derecha y lo hace girar alrededor de la muñeca izquierda. Yo, que en esto de las señas soy bastante vivo, lo veo claro.
- ¿Un reloj? Que yo sepa La Vanguardia no regala relojes.
- No, no es un reloj. Es eso... –y sigue dando vueltas a la muñeca.
- ¡Las pulseras del mundo! –a la vez que habla, Quiosquera me mira como si fuese tonto-.
El cliente y yo sonreímos aliviados.
Para acabar de descolocarme, otra clienta (habitual, esta sí), mientras le cobro Mundo Deportivo, repasa la exposición.
- ¡Hombre, ayer no me diste la Agenda del Barça!
- No sabía que la querías.
- ¡Ah, pues me la llevo hoy!
Coge una y se da media vuelta.
- Son 12 euros.
- ¿No va de regalo con Mundo Deportivo?
- Mundo Deportivo regala cromos pero la Agenda son 12 euros.
- Pues va a ser que no.
Deja la agenda sobre el mostrador, sonríe y se va. No me ha quedado claro si realmente pensaba que era gratis o si me estaba tomando el pelo.
Eso sí. Hoy nadie ha intentado comprarme el pisapapeles de Trident con forma de chicle gigante.