miércoles, octubre 29, 2008

Si lo sé, no me levanto

En realidad fue ayer cuando no debí levantarme. Llovía y, con las manos ocupadas con las garrotillas, llegué mojado al garaje. En el quiosco me esperaban sorpresas; El Periódico regala un mamotreto de celebración de su trigésimo aniversario y Salva me hace partícipe de que hoy, miércoles, debe pasar la ITV de alguno de sus varios males. Yo también tengo cita con mi médico y, por supuesto, coincide con el horario de una de las pruebas de Salva. Pero, ya se sabe, donde manda patrón… A las 10 de la noche me conectaba a www.gencat.cat y anulaba la visita; al fin y al cabo mis males pueden esperar.

Me levanto con un ligero cabreo pero con los nervios atemperados y la mente despejada. No me doy cuenta de que echo la ropa interior en el cubo de la basura pero detecto de inmediato que estoy intentando calentar el zumo de naranja, lo que me hace rebobinar y subsanar a tiempo el incidente de la ropa sucia.
Llego al quiosco en medio de un aguacero apañadete. Salva se me ha adelantado y está montando el chiringuito. Observo cambios: los diarios de menor tirada no ocupan su lugar habitual (hablaremos de ello) y Logística no ha retirado el sobrante de su tocho “30 anys”.
- ¿Qué hace esto aquí? –pregunto mientras señalo el montón de libracos-.
- El chaval ha dicho que no hace falta devolverlos.
- A nosotros no nos pagan por tirarlos, así que a la noche planto el paquete en mitad de la calle y veremos qué pasa.
Si de aquí a la noche se me ha pasado el mal humor, tiraré los libros al reciclaje pero si me dura la mala leche… si me dura. Me han dicho que el librote está bien pero yo no soy el Conseller de Ecología ni el repartidor de Logística. Soy el quiosquero y lo que me toca hacer es el paquete de devolución y ponerlo junto al quiosco para que la distribuidora se lo lleve. A partir de ahí no debería ser mi problema.

Mientras, estoy de pie en la entrada del quiosco. Es, justamente, el lugar donde se para todo el mundo y, quizá por el peso, está un poco hundido. Si añadimos que llueve… ¡charco! Pues ahí estaba yo. Calzo bota de suela basta y cuero grueso pero lo mismo da: tenía los calcetines chorreando. Al darme cuenta, noto frío y me largo a que el Super me inyecte un café calentito. Discute con un taxista y otro parroquiano madrugador.
- Ahora os lo explicará éste –dice al verme entrar- que tiene un lenguaje más académico.
- ¿Qué pasa? –pregunto.
- Que hace seis meses estos se reían cuando yo hablaba de crisis y ahora están acojonados. ¿Cuándo te enteraste tú?
- Cuando todo el mundo. Bueno, todo el mundo menos Zapatero y Solbes.
- ¡Veis, veis!
- De todos modos, con la lluvia los taxistas estaréis contentos.
- ¡Qué va! Cuando llueve es peor.
- ¿Y por qué cuando llueve yo no encuentro un taxi así me maten?
- Porque no salen. Con lluvia es muy fácil darse un trastazo y luego te tienes que pasar días sin trabajar.
- ¡Caño, cloro! -¡Mierda! Además de estar helado se me traba la lengua.

Vuelvo al quiosco y despacho a Salva mientras ataco los albaranes de SGEL que hoy vienen con un buen surtido de revistas del corazón. Últimamente Lecturas viene en dos versiones: la clásica y Lecturas + CSI (5ª temporada). Ésta última se presentaba con su correspondiente cartón y, por tanto, recibía el castigo de desaparecer de la vista. Me pongo contento cuando la veo bien empaquetada ocupando exactamente el espacio de una revista, pero… Lecturas incorpora unas recetas de Karlos Arguiñano (o me sobra la K o me sobra la Ñ; las dos juntas… como que no) grapadas en la revista a modo de solapilla. Y bajo la solapa, el código de barras para que no se enfríe. La versión Lecturas + CSI viene retractilada; más que nada para que el DVD no se caiga. El retráctil no se debe romper y, por ende, impide que la solapa se levante. No sé si los señores editores querrían decirme cómo puedo leer entonces el código de barras.
Según el albarán, recibo las publicaciones ULTIMATE HEROES y FANTASTIC FOUR. Yo, sin embargo, tengo en mis manos CAPTAIN BRITAIN y THE AGE OF THE SENTRY. En letras de dos dedos de altura. Tras darle varias vueltas, junto al código de barras y en tamaño de no más de 4 milímetros, encuentro el nombre original. ¡Cómo echo de menos EL JABATO, EL CAPITAN TRUENO o PANTERA NEGRA, cuyas cabeceras ocupaban medio tebeo!

Sigo teniendo frío y me apetece un café y un cigarrillo. Echo un euro al cajón, me como un Kinder Bueno y huelo el paquete de Reig 15. Mientras mastico observo la disposición de los periódicos, que se mantienen secos. Reflexiono. Mi quiosco es del modelo de mostrador fijo (en Barcelona hay otro modelo en que, para cerrar, el mostrador se empuja hacia dentro). Bajando el frontal queda una plataforma que es donde yo pongo los diarios. Le he añadido una banqueta (sin salir de los límites del espacio establecido por el ayuntamiento) que me permite poner los periódicos en dos filas. Ayer llovía. La primera fila de periódicos, la más cercana a la calle, estaba chorreando. La segunda fila estaba húmeda. La primera fila de revistas, un espacio más atrás y 50 cm. más arriba, también estaba mojada. Hoy, Salva, no ha desplegado las revistas de arriba ni ha puesto periódicos en la banqueta. Los que correspondían a ésta están en el lugar de las revistas. Voy repasando el panorama. Los periódicos que están en el lugar que ocupaban las revistas mojadas, aparecen impecables. Los periódicos que ayer estaban húmedos, aparecen impecables. La banqueta, que ayer contenía los periódicos chorreando, aparece con gotas de agua dispersas. Hoy llueve más que ayer… ¿Dónde está el milagro? He hecho un máster en una mañana para llegar a la conclusión que ya sabía: los quioscos de Barcelona están fabricados a prueba de agua pero no de clientes. Los periódicos se mojan utilizando solamente el agua que chorrea de los paraguas.

El descubrimiento no hace que se me pase el frío pero da tiempo a que llegue Sadibarna. Mandan un albarán de rectificación con un escueto “POR ERROR EN EL CALCULO DEL DESCUENTO, ESTE ALBARAN ANULA AL ANTERIOR”. ¡Venga, quiosqueros, busquen las 7 diferencias! Es cuestión de ABANICARTE. Dos meses, dos, han tardado en arreglar un disparate (es casi imposible que sea error). Y para que les agradezcamos el detalle, a mí me ha llegado el paquete de O.K. perfectamente barajado: una parriba y otra pabajo de modo que cuando se venda la que está de cara se quede a la vista el culo de la otra.

- ¿Oiga, el metro de Girona?
- Primera a la derecha, siguiente esquina.
- ¿Seguro?
- No.
- ¿Entonces?
- Usted haga lo que quiera pero si quiere coger el metro: primera a la derecha, siguiente esquina.

Tengo frío.

viernes, octubre 24, 2008

Murphy de vacaciones

Decía hace ya casi dos años que de Murphy me hacían gracia los postulados de Pudder:
· Todo lo que empieza bien, acaba mal
· Todo lo que empieza mal, acaba de puta pena

Pues bien, o Murphy se ha tomado unas vacaciones o hemos de añadir un tercer postulado:
· Alguna de las cosas que empiezan de puta pena, pueden acabar regular.

Acabamos de cumplir un año desde que se inició la puta pena en este quiosco y todavía no ha acabado. Me rompí una rodilla, a Dalr se le quemó el coche, Salva volvió de las Américas pensando que tenía el dengue, al ordenador le reventó la placa base de un atracón de mantecaos… Breve paréntesis de tregua trampa que aprovechó Salva para parir y en junio volvimos a las andadas. Infección vírica de cualquier aparato con capacidad de pensar (Salva y yo somos inmunes), nuevos problemas con la aplicación informática donde dejan de funcionar procesos que iban bien, telele cardíaco, la cartoná, según frase del médico “no me adapto a ser un enfermo coronario”, a Salva le duele un güevo…
Con tales perspectivas, lo normal hubiera sido que un día se nos olvidara apagar el ordenador y se produjera una explosión de gas.

No ha sido así. Llevamos unos cuantos días que, si quitamos que llueve, que como hay crisis algunos han suprimido el periódico, que al acabarse la cartoná productos que normalmente van sin cartón ahora lo llevan, que… todo lo demás va de puta madre.

Llevo tiempo preguntándome por qué las promociones baratas se “distribuyen” en el quiosco mientras que las caras las “vende” el Caguefug. La Razón, ese periódico de derechas que lee la gente de centro, rompe la norma y anuncia el lanzamiento de un “revolucionario ASPIRADOR con tecnología doble ciclón (sic)”. El lector debe rellenar una cartilla con 20 cupones y pagar 99€ por el aparato: total, 119€. El quiosquero entrega el cacharro y gana casi 25€ de golpe. Que el trasto es mucho trasto para un quiosco. Lo sé. Pero tuve unos cuantos juegos de consomé a 5€ la tirada y un montón de edredones de cama de matrimonio a 5,99 y me los tragué. ¡Cómo voy a hacerle ascos a una venta de 99€!
Es más, desde esta mañana La Razón ocupa un lugar preferente en la exposición. Sin grandes cambios: entre los diarios de poca tirada lo he puesto el último y, por tanto, es el que más y mejor se ve. Seguramente no voy a vender un puñetero aspirador pero hay que premiar la intención.

Hay revistas que uno ha visto pasar por el quiosco mes tras mes sin que jamás haya vendido una. Y lo peor es que, de vez en cuando, una se perdía en el viaje de ida, en el de vuelta o durante la estancia. Una de esas revistas es Letras Libres. Ha ocupado todas las posiciones de este quiosco y no nos hemos estrenado. Ni siquiera recuerdo a nadie ojeándola. Al final decidimos mandarla directamente a la caja de devolución (la decisión lógica hubiera sido decir al proveedor que no la mande pero esto es un quiosco). Este mes, cuando llegó la revista y por equivocación creo, la pusimos en la zona cultural. Hoy me la ha comprado una clienta habitual y lectora empedernida que me ha pedido que cada mes le avise cuando llega por si le interesa.

Y no hay dos sin tres. Me han concedido el Premio Martín Cendoya de las Letras. Un cliente casi reciente (quiero decir que nos enrollamos sólo desde recientemente) me compró no hace mucho Pies para quiosquero y le ha gustado. No por su calidad literaria (eso no me lo ha dicho) sino por lo mucho que ha aprendido de todo lo que hay detrás de la cara sonriente o de malafollá del quiosquero. El premio consiste en varias copas (me parece que una botella) de Reserva 2003 del citado Martín Cendoya, reserva que, de paso, es una de las medicinas que me recetó la cardióloga que me puso el muellecito y que prometo beberme a su salud (la del dador del premio) y a la mía.

Me temo que tanta coincidencia no pueda ser sana y Murphy me esté preparando un sorpresón gordo. El de Navidad, por ejemplo.

martes, octubre 21, 2008

El hábito sí hace al monje

No era mi padre muy propicio a protocolos ni a distinciones que pusieran a un hombre por delante de otro por el simple hecho de pertenecer a una familia u ostentar un determinado cargo, aun cuando tuviese muy claro el lugar que a cada uno le correspondía en función de méritos demostrados.

Recuerdo una ocasión en que hizo un viaje a la capital de la provincia acompañando al alcalde del pueblo y al cura de un pueblo vecino. El alcalde y el cura debían resolver una misión importante en el obispado; mi padre era el idiota que ponía el coche, la gasolina y, si hacía falta, pagaba la comida. Salieron desde mi pueblo (lógico) y el alcalde ocupaba el asiento del pasajero. Llegados al pueblo vecino, el cura, 120 kg. en canal, hizo ademán de echar al alcalde de su sitio para ocupar el lugar de privilegio. Mi padre le espetó:
- Este palurdo es un hombre como los demás y ya va bien donde está. Así que usted se coloca en el asiento de atrás y bien centrado que la carretera tiene curvas.

Sin embargo, cuando después del Concilio Vaticano II los curas empezaron a vestir de hombre, no le gustó el invento a mi padre, que se quejaba de no poder distinguir a los hombres santos de los pecadores. Y es que, se quiera o no, la mayoría de personas primero nos fijamos en el hábito y más tarde, si cabe, en el monje.

Nuestro oficio, por ejemplo. El quiosquero es, como la antigua castañera, un faro de humanidad en medio del bullicio ciudadano. Pero la idea que se tiene tanto del quiosquero como de la castañera (ésta prácticamente extinguida) es la de personas con oficios marginales. Vamos, que están ahí porque no son capaces de estar en otro sitio. Y este hábito nos va a costar mucho sacárnoslo de encima.

Hace tiempo que Pies para quiosquero, segunda temporada, no se pasea por los expositores del quiosco pero los domingos Quiosquera pone a la vista un par de ejemplares. Por si acaso.
Los domingos suelen ser matemáticos: prácticamente nada hasta las 10, avalancha de clientes hasta las 10,30, calma hasta las 12, asedio hasta las 12,30, movimiento hasta las 13,45 y, en el mismo momento en que empezamos a recoger, inundación. Estamos programados y procuramos tomarnos el cafetito de modo que las 10 nos pille meados. Cualquier otra urgencia hay que resolverla entre 10,30 y 12.

El día de autos Quiosquera se había saltado el turno de “antes de las 10” y se vio obligada a abandonarme a las 11 y media. El ambiente estaba tranquilo: una Vanguardia por aquí, un Periódico por allá, un Gormitti por acullá… Se acercó uno de mis clientes. Habitual pero no de los que se enrollan. Compró La Vanguardia, tomó un ejemplar de Pies para quiosquero y se puso a hojearlo leyendo algún que otro parrafillo.
- Ta be sho.
Yo no tenía nada que hacer y lo observaba.
- ¡Coi, mol be!
Miró y remiró la portada buscando, supongo, el autor.
- En realidad, ¿esto qué es? –acabó preguntando-.
- Una recopilación de anécdotas ocurridas en este quiosco.
- A ver si lo entiendo. Los quiosqueros habéis ido apuntando cosas que os han pasado y han escrito un libro.
- No. Estos quiosqueros hemos recogido historietas que han ocurrido aquí y hemos escrito un libro.
- ¡Quién ha escrito el libro! –exigió más que preguntó-.
- Yo –abrevié-.
- ¡Ah!

Con suavidad, diría que hasta con delicadeza, depositó el libro en su sitio. Puede que esté equivocado pero me dio la impresión de que temía contaminarse (literariamente, se entiende).

miércoles, octubre 15, 2008

Catachín

Siempre creí que las prisas iban en función de la trascendencia del asunto que nos llevábamos entre manos, que las más elementales normas de convivencia nos hacían guardar un orden cuando varios individuos deseábamos la misma cosa y que cuando se solicita un favor… eso, se solicita.
El mundo no es así. La trascendencia de las cosas no depende del objeto sino del sujeto; lo que a mí me pase es trascendente; lo que pasa a los demás puede esperar. Si varios sujetos necesitamos la misma cosa, lo mejor es lo de “maricón el último” y dar las tarascadas necesarias para llegar al primero de la fila y entonces exigir orden. Y cuando uno necesita un favor lo mejor es exigirlo, fuéramos a leches.

Y este mundo solidario se observa de maravilla desde un quiosco. Quiosco donde todo lo que vendemos es prescindible. Uno podría entender que alguien tratase de colarse en urgencias de un hospital (cuestión de salud física) o en el Nou Camp (cuestión de salud mental) pero para comprar un periódico… Hombre, 200 metros más abajo hay otro quiosco o una boca de metro donde los dan gratis.

La reacción de los afectados suele ir en función del tamaño propio pero, sobre todo, en función del tamaño del trasgresor. Cuanto más grande es el bicho, más educaditos somos los demás. Salvo cuando el que se cuela sólo pregunta, en cuyo caso la mayoría nos ofrecemos a echarle una mano (lo normal es que el pobre pregunte por la Sagrada Familia y lo acabemos mandando a Nazaret pero la intención es buena).

- Caretasió.
Son dos chinetes (Beijing) que se han acercado mientras valido 7 papeletas 7 de Loto 6/49. Encima hace como 6 meses que no he limpiado el lector y tengo que pasar cada boleto dos o tres veces. Se me ha hecho una cola kilométrica y no hago puñetero caso a los chinos, que insisten.
- Caretasió.
Al segundo de la fila, que lleva 5 minutos con la mano tiesa y el euro entre los dedos, se le pasan las prisas.
- ¿Buscas la estasió del metro?
- No metrro. Caretasió.
- Será la Estación del Norte. ¿Autobús?
- No, no. Caretasió.
Las pesquisas se generalizaron pero al chino no lo sacaban de su frase. Cuando un chino no tiene ni puta idea de lo que se le está diciendo, hace una ligera reverencia y ríe. Éste tenía una mala leche dibujada en el rostro que daba miedo verlo. Emprendió la retirada.
- ¡Eh, Fumanchú! ¿Qué buscas? Dímelo des-pa-ci-to.
- Caré Tasió.
- ¿Carré Diputasió?
La raja de los ojos le dio la vuelta y las comisuras de los labios le sobrepasaron las orejas.
- La primera pabajo –le dije al tiempo que hacía la señal de tiempo en baloncesto-.
- Sie, sie –me dijo mientras me obsequiaba con unas cuantas reverencias y emprendía el camino.
- Anda que si no es porque yo sé chino hubiera encontrado éste la calle...
- No hablaba chino –me dice el del euro en la mano-, lo estaba diciendo en catalán.
- Pues usted que sabe catalán no se había enterado y yo, que sólo chapurreo chino, lo he entendido a la primera.

jueves, octubre 09, 2008

Economía y tricornios

Oigo a unas empresarias españolas quejándose. Desde hace mucho tiempo fabricaban los tricornios para la Guardia Civil y ahora el gobierno ha decidido comprarlos en China. Plan de ahorro. Se quejan de la calidad del producto, no porque los chinos no sepan hacer tricornios sino porque el español medio tiene un tipo de cabeza diferente al asiático. “Y todo eso, concluyen, por ahorrarse unos cientos de euros”. O unos cientos de miles. Igual da.

El asunto de las cabezas es asumible. Si no se puede ajustar el tricornio a la cabeza, ajustemos la cabeza al tricornio. ¿Alguien duda de que en unos cuantos años acaso no serán chinos la mayoría de guardias civiles? No es problema de tricornios; es problema de economía.
Nos dicen los economistas que, en época de crisis, hay que ahorrar y eso es lo que hace el gobierno (principio económico). Todo euro que pasa de un español a otro ni se crea ni se destruye, únicamente cambia de bolsillo. A todo euro que pasa los Pirineos no se le ve más el pelo (principio físico-matemático).

Sigo sin tener ni idea de política económica, sé algo de física y un poquito más de matemáticas y el ahorro de los tricornios me recuerda al de Quiosquera comprando pilas.
- Coño, Quiosquera, ¿por qué compras las pilas en el Día?
- Porque me salen más baratas que comprándolas en el quiosco.
- ¿Has echado cuentas?
- Y tanto. Tú las vendes a 5 y en el Día las compro a 4 (por ejemplo). Me ahorro un euro.
- A ver. En este momento yo soy la cajera del Día. Cómprame unas pilas.
Hace el paripé y me las compra.
- Son cuatro euros, señora. –Me paga-. ¿Cuál es tu saldo actual?
- Cuatro euros menos.
- Vale. Ahora estás en el quiosco y yo soy el proveedor de pilas. ¿Cuántas pilas necesita?
- Hoy me vas a dejar unas solamente.
- Son 3 euros.
Quiosquera me paga los 3 euros.
- Ahora compra unas pilas y te cambias los 5 euros de bolsillo. ¿Cuál es tu saldo?
- Tres euros menos.
- ¿Dónde te salen más caras las pilas?
- En el Día.

Rubalcaba y Solbes no se han enterado.

martes, octubre 07, 2008

Ser puta y poner la cama

Dicen que es el oficio más antiguo del mundo; el de puta, se entiende. Aunque no me acabo de imaginar a mamá Eva intentando llevarse al huerto a un orangután con la cara de Clarc Gueibol. Lo de la cama debió llegar después porque en el Paraíso el césped era gratis. Pero debe ser triste que no puedas cargar en la factura el desgaste de material.

De putas y camas los quiosqueros sabemos; nos ha tocado pagarla muchas veces. A mí por lo menos. Aunque hay camas que se atragantan y no me refiero (por esta vez) a las que regala La Razón en sus promociones.
Me explico.

La gente miserable es miserable por naturaleza y no se para en barras. Tengo unos cuantos clientes que hacen todas o casi todas las promociones y, si es posible, por duplicado. Y, tanto si es posible como si no, sin gastarse un euro. ¿Cómo? Arrasando con los cupones de los diarios de todos los bares de alrededor. Hay veces que vas a tomarte un café y te encuentras La Vanguardia que parece que la ha mordido un cocodrilo. Y hasta se puede entender: antes de que el señor conde obtenga un beneficio, que no lo obtenga nadie (este es un pensamiento demasiado profundo para un miserable y, por tanto, fuera de contexto).
Lo de la cama y la puta entra cuando el quiosquero interviene. Un ejemplo.

Superwaiter compra cada día Mundo Deportivo. Es un diario que odia pero es el que gustan leer los imbéciles de sus clientes. Y, entre ellos, hay más de un raterillo de cupones. El más espibalado de adelantó a los demás y nos pidió a Salva y a mí que le recortásemos el cupón del diario de Superwaiter. Con el permiso del Super, durante una semana hemos estado recortando y pegando el cuponcito; todo sea por el euro y medio de un Cuchillo del Barça (ser puta). Llegado el viernes y cuando la cartilla estaba completa, el parroquiano de Superwatiter se pasó por el quiosco y nos la pidió. “Es que el cuchillo ya me lo guarda el quiosquero de mi barrio” (poner la cama).

Cuando el viernes siguiente vino a recoger la cartilla y le dijimos que “se nos había olvidado”, nos monto un pollo del carajo. Parecía como cabreado.

viernes, octubre 03, 2008

Frases célebres

A lo largo de los siglos, los humanos hemos pronunciado un número muy elevado de palabras; tantas que, probablemente, no haya ordenador con capacidad suficiente para almacenarlas. Hasta nosotros, sin embargo, han llegado muy pocas. Y es que es muy complicado pronunciar una frase lo suficientemente inteligente o lo suficientemente absurda para que pase a la posteridad.
(Bien, la segunda parte de la disyuntiva no es verdad. Es cuestión de escuchar a menudo a Dª Magdalena Álvarez, por ejemplo).

Desde “Mi reino por un caballo” hasta “París bien vale una misa”, muchas de las frases que nos legaron nuestros ancestros se pronunciaron en momentos que supusieron grandes cambios históricos, siendo el autor de la frase el mismo individuo que propició el dicho cambio.
Es por esto por lo que, a la hora de elegir frases célebres, me decanto por las que no tuvieron resultados positivos. Como por ejemplo: “Más vale honra sin barcos que barcos sin honra”. Al final, para Méndez Núñez, ni barcos ni honra.
A mi entender, la mejor frase del siglo XX la pronunció Carlos Sainz cuando, con el campeonato del mundo al alcance de su mano, se fue a la cuneta: “La cagamos, Luis”, dijo a su copiloto.

Pero por encima de todas, la frase en la que más veces he pensado la pronunció un personaje de ficción: “Sed buenos” (E.T.). Me hubiera gustado ser bueno aun a sabiendas de que para un ser humano es algo inaccesible. De hecho, aseguro que hace años lo intenté; pero desde que estoy tras (o ante) el mostrador de un quiosco he renunciado. No hay que ser bueno, hay que ser un santo para no sospechar siquiera que nuestros proveedores nos roban. ¿Cómo puede explicarse el proceder de Sadibarna para no dudar de su bondad?

El jueves, 25 de septiembre, en Sadibarna y Antoñico López relatábamos las peripecias de la distribuidora con los coleccionables ABANICARTE y RELOJES HISTÓRICOS. En la factura de esta semana aparecía un albarán de rectificación; a ambos productos se les aplicaba el 4% de recargo de equivalencia y, aun así, el importe era negativo: se había rectificado de paso el precio de coste de ABANICARTE pasando de 4,80 a 4,14. Hasta ahí todo correcto; pero en la misma factura aparece el siguiente número de ABANICARTE. En esta ocasión el recargo de equivalencia está correctamente aplicado pero el precio de coste vuelve a ser de 4,80€. ¿Error informático?
A pesar del nombre que queramos darle, cerebro electrónico, inteligencia artificial o lo que nos dé la gana, un ordenador es un aparato completamente idiota que jamás tomará decisiones por su cuenta ni ejecutará acción alguna que no se le haya ordenado. Eso sí, tiene una memoria prodigiosa y en iguales circunstancias reaccionará siempre de igual forma. Es decir, si en el albarán 357 un programa determinó que el precio de coste de un abanico es de 4,14€, es imposible que en el albarán 481 el mismo programa determine un precio de 4,80. Y esto es así porque las únicas variables que entran en el cálculo son el precio de venta, el IVA y el descuento y estas variables son idénticas en ambos albaranes. Por tanto, no se trata de un error informático; en todo caso es un error del informático, al que le ha quedado abierta una vía donde el precio de coste se calcula aplicando el descuento al precio de venta sin tener en cuenta que hay un IVA de por medio ¿es así, colega?

Con esto, los que tenemos un descuento del 25% vemos reducida nuestra ganancia a la mitad; los que su descuento sea del 20% no ganan prácticamente nada.

¿Puede hablarse de robo? No lo sé. Pero por lo menos es pecado ya que, se dice, también se peca por omisión y hay que omitir mucho para, una vez detectado que un artículo ha operado mal, no comprobar si el número siguiente adolece del mismo defecto. Señor Lara, con estos anzuelos nunca pescará con caña.

Lo que es doloroso es que ni un solo quiosquero haya levantado la voz de alarma. ¿Repasamos facturas? ¿Cómo las repasamos? ¿O acaso con la publicad que cobramos podemos permitirnos el lujo de repartir colecciones gratis?

jueves, octubre 02, 2008

Si no sabes inglés, no viajes

Cada época ha tenido su idioma de moda, idioma que, por raro que parezca, suele coincidir con el que se habla en el país más odiado de cada momento. En mis años, dado que las relaciones internaciones de España eran escasas, estudiábamos francés. Por razones de buena vecindad. Aunque los más adelantados empezaban a apuntarse al inglés.

Cuando llegué a la universidad, una de las asignaturas de segundo curso era la lengua de las islas; asignatura oficial, además. El profesor era el Güili, coñazo donde los haya, por lo que sólo iban a clase cuatro o cinco despistados. Los demás pasábamos la hora en los billares de enfrente, jugando al ping pong o al futbolín. Llegó mayo y no había aprendido nada. Los estudiantes de años anteriores me echaron una mano: el examen consiste en deletrear una serie de números, demostrar que se sabe decir 3 por 4 o 6 elevado al cuadrado y traducir unas cuantas frases, diccionario en mano.
Me empollé los sistemas de enumeración anglosajones y me fui al examen. Cinco preguntas de números y cinco frases cortas para traducir. Sin problema con los números. Las frases las resolví buscando en el diccionario todas y cada una de las palabras y empalmándolas con un poco de sentido. Alguna dificultad con los verbos pero superable. Total, sobresaliente.
Más tarde perfeccioné mis conocimientos leyendo manuales de informática y, aunque nunca pude entenderme con un británico, esa sapiencia me hizo viajar con la confianza del que domina varios idiomas.

Quiosquera, al contrario, hizo varios cursos de inglés en el Instituto Británico y es capaz de hacerse entender, incluso de percatarse de lo que tratan de decirle. Pero, al final, no me queda más remedio que intervenir para fijar la conversación. Es normal, puesto que ella aprendió en un instituto mientras que mis estudios son universitarios.

No ha mucho, navegábamos por el Adriático en un antiguo barco pirata e hicimos escala en un boceto de península para recoger una brigada del imserso germánico. Hasta entonces los viajeros se reducían a estos quiosqueros y dos chiquitas británicas que ocupaban los bancos a la derecha de la proa. Quiosquera se enrolló con ellas. Por practicar el inglés. Casi llegando a la península citada empezó a levantarse un temporal, cuyas olas, de 50 cm por lo menos, hacían cabecear el barco. Las inglesitas aprovecharon la parada para cambiarse de sitio.
- ¡Sidaun! –gritó el capitán pirata al tiempo que señalaba las olas-.
- Mira tú por donde –me dijo quiosquera- hemos aprendido cómo se dice “cuidado” en croata.
- “¡Sit daun, coño!”. Ha dicho lo mismo que el capitán Muñecas, el comandante Pardo o el teniente coronel Tejero (nunca sé cuál) en el Congreso.
Y Quiosquera, que no es celosa de mi sapiencia, se lo toma a cachondeo.

Y es que el conocimiento de idiomas, sobre todo del inglés, da la soltura necesaria, no sólo para entenderse con los extranjeros, sino para viajar con tranquilidad. Por eso no entiendo a los guiris británicos que llegan a España con un conocimiento muy justo del idioma.
Andaba yo a pie de quiosco, seguramente preocupado por la caída de la bolsa, cuando de me acercó una pareja de guiris.
- Call Llirona –me dijo el varón con el mapa en la mano-.
- Güí estamos jiar. Llirona queda la primera tu rait –y le señalé la calle Girona aunque el tío puso una cara muy rara-.
- Call… call Llirona…
- ¡A ver, tío! ¿Tú quieres ir a Llirona estrit o a Llirona City?
- Call… call…
- Judíos… palestinian… Israel…
- ¡Yeees!
- Lo tienes mal. El Call (barrio judío) de Llirona está en Llirona, o sea, en odar city…
- ¿Andergraun?
- No andergraun. Otogut –lo había dicho en francés pero, para lo que el guiri entendía, igual daba-. Está more retirado: jandred kilómetres.
- ¿Jandred?
- Hombre, naintinain para ser exactos.

El fulano parecía no percatarse y eso que le estaba hablando clarito. En éstas apareció Xavi de Barbón, que entró de lleno en la tertulia. Xavi, que parecía conocer el idioma, se hizo cargo de la situación al instante e intentó explicarle dónde debía tomar el tren camino de Gerona. El guiri siguió sin enterarse y es que estos británicos se echan a conocer mundo sin dominar bien el inglés.