martes, enero 26, 2010

¡Plátano, Baloo!

La semana ha sido larga. Entre médicos y distribuidoras se han repartido mi tiempo y he de reconocer que no he salido bien parado.
Si tenemos en cuenta el Antiguo Testamento, tal como hacen los ingleses, el primer día es el domingo. Visto así, la semana empezó estupendamente: una horita de charla con Bandolera, tomando café en un local de Littel Champlítaly, resultó agradable y enriquecedor. A partir de ahí, los elementos se desataron contra mí y no he dado una a derechas.

Sólo me voy a referir al enorme patinazo sufrido ante SGEL porque, si la semana anterior no los dejaba en muy buen lugar en mis comentarios, es de justicia que me autoflagele cuando soy yo, o mi quiosco, quien no se entera de lo que lee. O cuando simplemente no lee.

El lunes, en Villabragas, tuve una entrevista con mi inspector de zona. Hicimos un repaso a todos los temas pendientes (reclamaciones ignoradas o rechazadas) y le ponía un par de ejemplos para demostrarle el poco interés profesional de los empleados de la distribuidora.
- Mira, aquí indico que se me han abonado 2 ejemplares del número 155 de FRANQUICIAS HOY cuando yo he enviado 1 ejemplar de cada uno de los números 154 y 155; la “reclamación” viene rechazada en base a que, al comprobar mi devolución, el albarán indica que lo que yo devolví fueron los números 153 y 154, que es cierto, pero en la factura de 3 semanas atrás. En este fax vuelvo a explicar el orden de los acontecimientos y, de momento, hay silencio administrativo.
- ¿Puedo quedarme la copia?
- Claro. Y este… Es la segunda o tercera vez que pido servicio de MACWORLD porque tengo un cliente interesado (Yavés) y no me hacen puñetero caso.
El inspector echa mano a su móvil y marca.
- … me dice el cliente que la ha pedido un par de veces y no se la hemos mandado… Es igual, mándasela.
Entre el silencio intermedio y el tono empleado, me pareció que algo raro había.
- Mañana recibirás el número de diciembre y estás en lista para que te envíen los que vayan saliendo.

El martes pasé por el quiosco a recoger los albaranes y facturas que habían llegado. Tuve que dejarme algún albarán que Salva aún no había procesado. Junto a la factura de SGEL había uno de esos documentos que utilizan para informar al cliente de la sentencia fallada sobre sus reclamaciones.
FRANQUICIAS HOY. Justo la que el día anterior denunciaba como ignorada. La sentencia era clara:

SGEL abona 2 ejemplares del número 155.
Quiosquero dice que envió 1 ejemplar del número 154 y otro del 155.
SGEL realiza el cargo por el ejemplar abonado de más (155).
SGEL rechaza la reclamación del número 154 porque ya ha abonado los 2 ejemplares que envió.

Busco las facturas y mis albaranes de devolución correspondientes y, a la vez que los compruebo, voy redactando el pliego de descargo.

Según SGEL.
Número 154
Albarán de entrega 11/10/09: 2 ejemplares
Devolución 18/10/09: 1 ejemplar
Devolución 20/12/09: 1 ejemplar
Total: 2 ejemplares recibidos, 2 ejemplares devueltos
Número 155
Albarán de entrega 01/11/09: 2 ejemplares
Devolución 08/11/09: 2 ejemplares
Total: 2 ejemplares recibidos, 2 ejemplares devueltos

Según mis datos.
Número 154
Albarán de entrega 11/10/09: 2 ejemplares
Devolución 18/10/09: 1 ejemplar
Devolución 08/11/09: 1 ejemplar
Total: 2 ejemplares recibidos, 2 ejemplares devueltos
Número 155
Albarán de entrega 01/11/09: 2 ejemplares
Devolución 08/11/09: 1 ejemplar
Devolución 20/12/09: 1 ejemplar
Total: 2 ejemplares recibidos, 2 ejemplares devueltos
Las gallinas que entran por las que salen.

Mi “reclamación” decía que en el albarán del 08/11 no había 2 ejemplares del número 155 sino 1 ejemplar del 154 y otro del 155. Al aceptarla a medias, me efectúan el cargo adicional de 1 ejemplar del número 155 y queda igual el 154.
Número 154:
Entran dos ejemplares y salen 2 ejemplares.
Número 155:Entran 2 ejemplares, salen 2 ejemplares y vuelve a entrar 1 ejemplar.
Salen más gallinas que entran (en metálico).

Quiosquera me había entrado por la retaguardia e iba leyendo a la vez que yo escribía.
- Te pasas un poco ¿no?
- ¿En qué?
- En la forma. ¿Qué tienen que ver las gallinas con las revistas?
- Es que es la frase de moda.

Por lo general necesito 2 o 3 intentos para enviar un fax a SGEL. Éste pasó a la primera. Apenas acabada la operación recibí la llamada de Salva.
- Jefe, ha llegado la revista de Yavés.
- ¿Macworld?
- Sí, pero no lo entiendo. ¿La ha dado usted de alta desde casa?
- No.
- Pues la revista es el número 197 y ya existe en el ordenador.
- No puede ser –me acordé de la pausa en la conversación telefónica del inspector y su frase: Es igual, mándasela-. Mira el historial de la revista.
- Aquí dice que el número 197 llegó el 28/12 y lo devolvimos el 03/01. Señor Quiosquero, creo que la cagué.
Por aquellos días, Salva andaba quejándose de dolor en una rodilla. La pudo cagar él o la pudimos cagar cualquiera de nosotros, pero me sentó como un tiro. Cualquiera puede resbalar al pisar una piel de plátano, pero no concibo un resbalón pisando el racimo entero. Y en mi quiosco pasaba lo mismo que yo le achacaba a SGEL: había desidia. Por supuesto que lo primero que hice al día siguiente fue llamar al inspector y pedirle disculpas. Pero como la acusación había sido pública, pública ha de ser la penitencia: señoras y señores de SGEL, les pido perdón humildemente; yo también adolezco del problema de desidia.

Por la noche, intenté desentenderme del cabreo que llevaba y me puse a leer mientras Quiosquera veía el inicio de la película. De pronto, empezó a reír.
- ¿A ti qué te pasa ahora?-solté en plan desabrido-.
- Con que las gallinas que entran por las que salen… Algún día te harán una cara nueva.
- Todo puede ser.
- Y lo que nos hemos reído ¿qué?
- Eso, que nos quiten lo bailao.

Y nos fuimos a la cama a dormir la película.

viernes, enero 22, 2010

Tecnología punta

Los sistemas de venta evolucionan con el tiempo. Hace años, cuando sonaba el timbre de la puerta de casa, uno no sabía si al abrir se encontraría con los testigos de Jehová o con un vendedor de enciclopedias. Luego vino el buzoneo; raro era el día en que uno no encontraba el buzón lleno a rebosar de propaganda y otros papeles inservibles; las enciclopedias se vendían en una reunión en el Hotel La Sola Cama donde, sólo por asistir, uno se llevaba un regalo y, si compraba la enciclopedia, podía aparecer en casa con una vajilla Chorchil o una cubertería de 1500 piezas que jamás utilizaría.
Hoy se vende por teléfono. Es más elegante y admite las técnicas más dispares, empezando por la vendedora que recita las excelencias del producto igualico que una azafata de Iberia explica a los viajeros cómo ha de hinchar el salvavidas en caso de accidente (nadie me ha explicado todavía cómo saben las azafatas que el avión caerá en el mar), y finalizando por la voz metálica del ordenador que está al otro lado del aparato. En medio, un amplio espacio que ocupan las vendedoras sudamericanas, preferentemente argentinas.

Casi cada tarde, allá sobre las siete y media, me paso por el quiosco por si hay algún problema y para que Salva vea que, aunque no estoy, sí estoy. Luego me tomo un café en Superwaiter, que sigue diciendo que esto es la ruina pero que a esas horas he de entrar de lado porque de frente no quepo. Ayer me tocó al lado de la barra un colega en asuntos informáticos y estuvimos recordando viejas anécdotas. Además me doró la píldora diciéndome que tiene al quiosquero de su barrio muerto de envidia porque le dice que conoce personalmente y habla a menudo con el autor de Pies para quiosquero. Era lógico, pues, que se me fuese el santo al cielo y llegase a casa pasadas las nueve y media.
Quiosquera estaba mosqueada. Llevaba rato recibiendo llamadas y cuando cogía el teléfono oía un par de pitidos y se cortaba la comunicación.

Después de cenar sonó el aparato.
- ¡Diga! –en mi casa el teléfono siempre lo descuelga ella.
Y no dijo. Estuvieron llamando a intervalos de 5 minutos hasta las 11 y media. Quiosquera estaba preocupada.
- Olvídate. Si fuese un amigo o alguien de la familia nos llamaría al móvil.
Ni caso. Agarró el teléfono y fue llamando a todos los conocidos y familiares, Dalr incluido.
- Tranquila, mamá. Si fuese un amigo o alguien de la familia nos llamaría al móvil.
A Dalr sí le hizo caso y nos fuimos a dormir.

Esta mañana no he podido conectarme a Internet. Servidor de Microsoft Windows Explorer no disponible, me decía. He pensado que algo fallaba en nuestras relaciones con Telefónica. Sin embargo Salva me ha llamado y hemos hablado sin problemas. A mediodía, después de comer, me he sentado un rato a leer. A las dos sonaba el teléfono:
- ¿Diga?
- Piii… piii… piii
He colgado.
Hasta cinco llamadas seguidas en pocos minutos. Cuando uno no tiene puñetera idea de por qué no funciona algo, se le ocurren miles de gilipolleces.
- Si he hablado con Salva mientras el ordenador estaba conectado, a lo mejor es que la impresora, fax, escáner, etc. tiene algo que ver…
Me he levantado y he conectado el ordenador.
Al primer timbrazo, descuelgo el teléfono y me lo pongo al oído.
- Piii… piii… piii… piii… piii… chaff… prriiiipiiipriiii
¡El tío imbécil me estaba mandando un fax!
He permanecido con el aparato cercano a la oreja hasta que han finalizado los pitidos.
Ya no ha habido más llamadas.

No ha acabado ahí la historia. Cuando Quiosquera ha llegado, yo estaba descabezando un sueñecito en mi sillón preferido: uno que me recoge bien el pescuezo y le va divino a mis cervicales. Al despertar le he contado la aventura del teléfono.
- ¿Y has recibido el fax?
- ¿Cómo coño lo voy a recibir? A no ser que, como tenía el teléfono tal que así, haya ido a estrellarse contra pared.
Con las cosas en su sitio me he zampado un yogur para despejarme y me he acercado al ordenador con la intención de comprobar que Internet ya estaba a mi alcance. ¡Oh, sorpresa! En la imprtesora había dos papeles:

Atc. Sr. De Jimmy Guitart.
Sr., Santi Pages.
PRESSUPOST
Colocacio i suministre de finestra balconera de 2 fulles corredera...
Colocacio i suministre de finestra de 1 fulla oscilovatent...
....
FALTA AFEGIR L'IVA
Miquel Duran

Falta afegir l'IVA y que el señor Jimmy o el señor Santi reciban el fax. Yo, por ahora, no tengo pensado cambiar las finestras.

sábado, enero 16, 2010

Viernes 15

Ayer fue un día especial, nada del otro viernes desde luego, pero me hizo recordar vivencias ya perdidas en el tiempo. Es probable que visto aquí, sobre el papel (o la pantalla), sea un día más, sin embargo, para alguien que pasa muchas horas de su vida buscando 15 cts en un albarán o en una factura, para mí, fue una fiesta por todo lo alto.

La mañana fue normal sólo que con resultados. Tenía pendientes un montón de gestiones y a las ocho y media ya estaba delante del ordenador redactando las necesarias cartas de reclamación de varias facturas atrasadas, renovando la licencia del anti-virus que expira dentro de 4 días, y reservando hora para que reparen el cigüeñal (no sé que demonios será eso) del almamóvil que hace varios meses me viene avisando. Hasta pude averiguar por qué todavía, y después de entregar varios partes de baja, la mutua no me ha pagado un solo euro. La jornada fue productiva aunque me quedó pendiente una gestión. Quería plastificar la tarjeta, que ya no es tarjeta sino folio, de permisividad de aparcamiento. Recordaba una copistería muy cercana a la oficina INEM donde hace años había tramitado el carnet de paro y me he encontrado el nido sin pájaros. Sigue habiendo una copistería pero ya no plastifican; ahora sirven copas.

A mediodía, Quiosquera me ha invitado a comer. Algo sencillito, un menú cerca de su lugar de trabajo que me ha sabido a Gloria dado que hacía tiempo que no practicábamos tan saludable deporte. Hasta hemos tenido tema de conversación sin apenas recurrir a los manidos asuntos de trabajo. Y después nos hemos ido al cine. Hacía... ¡pfffuuu! Ni me acuerdo. Me ha sorprendido cómo han cambiado las cosas.
La primera sorpresa ha sido al entrar. Como las salas son ahora pequeñas, huelen a quiosco; bueno, igual, igual, no. El olor a meados a las siete de la mañana es saludable si se compara con el pestucio del patio de butacas de un cinecillo. Se ve que dejan entrar a los espectadores sin mostrar al acomodador el cuello de la camisa ni levantar los alerones; y, cuando la gente se va, tampoco echan desodorante. Por lo de la capa de ozono será.
La segunda sorpresa, la pantalla. Ahora es como una televisión de treinta y tantas pulgadas emitiendo en cinemascope, es decir, con una tira negra arriba y otra abajo. Claro es que estábamos en familia; sólo faltaba la mesa camilla y el brasero.
Y la película, en versión original subtitulada: hemos visto Ágora en inglés. Y no lo digo en cachondeo. En los labios de los actores se leía zenquiu cuando decían zenquiu. A mí que no me gusta el cine español por su dicción (soy de la opinión de que las películas rodadas en español deberían ser dobladas por los mismos profesionales que doblan las películas en extranjero), he disfrutado la historia, la interpretación y la declamación.

Pero no ha sido un buen día por el hecho de hacer algo diferente; ha sido un buen día por hacer algo que Quiosquera y yo hacíamos con asiduidad. Ya avanzada la película, me he dado cuenta que ambos estábamos muy pendientes de lo que sucedía en la pantalla y apenas de la persona que teníamos al lado; hace años hubiéramos estado cogidos de la mano. La verdad es que me ha costado, como si me diera vergüenza, como si fuera de las primeras veces que salíamos juntos. Al final me he decidido, he pasado mis dedos entre los suyos y hemos visto el resto de la película agarrados. Como antes. Como siempre.

Anoche me acosté contento.

martes, enero 12, 2010

Eau de cologne

Fue Dalr el primero que me habló de la venta por impulso. Cuando acabó su perorata, entendí que ya sabía yo de qué iba aunque ignorase su denominación técnica. El mensaje era claro: si veo, compro.
Por eso mi primera decisión al adquirir un quiosco fue ampliar la superficie de exposición. En la Asociación me dieron el nombre de la empresa que se dedicaba a construir quioscos y accesorios: EPIMA, sita en la calle Almirante Oquendo de San Adrián del Besós. Quedé un poco perplejo porque, justo enfrente, había pasado gran parte de mi horario de trabajo entre 1988 y 1996 y no me había dado cuenta que existiese por allí una empresa constructora de quioscos.
Una tarde cogí a Quiosquera y me fui a pasear. Acabamos en Almirante Oquendo, frente a una persiana metálica que cerraba el acceso a un vetusto almacén. No recuerdo si pulsé el timbre o golpeé la persiana; en todo caso con la seguridad de que allí no había nadie. Me equivoqué. A los pocos segundos nos abrían la puerta y nos invitaban a pasar a una pequeña oficina donde se amontonaban los papeles. Sobre un folleto elegí las mejoras, se me pusieron los pelos de punta cuando oí el precio y desestimé lo prescindible y aquello que, quizá, yo mismo me lo podría fabricar (acabó siendo Gepetto quien hizo los arreglos pertinentes y a un precio más razonable).

Además de la persona que nos atendió, había otro señor en la oficina que no intervino hasta que ya había finalizado la operación.
- Es hora que nos presentemos. Yo soy Epi –dijo ofreciéndome su mano derecha-.
- Y yo Blas –contesté sin pensar-.
- No, no. Soy Epi de verdad. Me llamo Epifanio Martínez.
Estaba claro: EPI de Epifanio y MA de Martínez. Me llevó al interior de la nave; en medio del almacén había una carcasa de quiosco, modelo Condal, vacío por dentro.
- Cuando ganes mucho dinero lo que tienes que hacer es cambiar el quiosco y poner este nuevo modelo. Pasa, pasa, que te lo enseño.
El suelo del armazón estaba pintado con tiza, indicando la nueva distribución. Epi me fue explicando dónde iba cada cosa.
- … aquí irá la nevera y esto es el meadero.
- No irás a decirme que este modelo lleva retrete…
- No, hombre, no. El meadero es la esquina posterior donde se mean los borrachos nocturnos. Y para el quiosquero puede ser una salvación. Entre la esquina y los coches aparcados queda bastante discreto.

EPIMA hizo en su día un loable esfuerzo para que los trasnochadores tuviesen un lugar adecuado para mear pero con mi quiosco pinchó en hueso. Los borrachos que se mean en las proximidades de mi quiosco no utilizan el meadero de Epi; mis borrachos se mean en la puerta y apuntan para ver si consiguen llegar al interior a través de las rendijas. Y a fe que aciertan. Debe ser que, con la borrachera, les tiembla la mano y apuntan para todos sitios a la vez; y uno de esos sitios es la rendija que da a la sala de estar. El estropicio de la calle tiene fácil solución: un par de cubos de agua de una fuente cercana (menos mal) y medio paquete de serrín. El charquito del interior tiene más mala leche; vamos, concentrado de orines que te abofetean al abrir la puerta y, aunque se friegue el suelo, mantiene sus efluvios hasta media mañana. Aun así, el domingo que encontramos el quiosco libre de meadas es como si fuera menos festivo.

Quiosquera se queja de que sólo la saco de casa para trabajar en su día de descanso; es verdad. Por eso el día 4, cuando me acerqué a la Asociación para llevar las papeletas sobrantes de la Lotería del Niño, la invité a que me acompañara. A la Asociación voy siempre con el Ferrari, entro por la Calle San Pablo, esquina Liceo y aparco en un callejoncillo cerca de la sede. Cuando bajé y me quité el casco, note el tufillo.
- Huele a quiosco.
- ¡Lo que huele es a letrina! –contestó quiosquera-.
- ¿Y a qué huele nuestro quiosco los domingos por la mañana?
- A meados.
- Equilicual. Fíjate si estamos compenetrados con la Asociación que hasta utilizamos la misma colonia: Eau d’été.

martes, enero 05, 2010

La cubeta de los "herrores"

Habíamos finalizado el año camino de Marina BCN a bordo de 9 submarinos amarillos, Beatles incluidos. Nunca se me ha dado bien ir en plan guerrero: primero, porque cuando ladro no muerdo, y segundo, porque cuando ladro acabo con el bozal puesto. Pero iba embalado.
Dejé el coche en una de las plazas destinadas a “visitas” y enfilé el ascensor con mis 9 submarinos en una caja de folios. La primera persona que encontré fue la señora de la limpieza que, al verme con las manos tan ocupadas, llamó el ascensor y sostuvo la puerta, es decir, metió la mano para interrumpir el paso de los fotones, mientras me obsequiaba con una luminosa sonrisa. Nos deseamos un próspero año nuevo.
En la planta 0 (cero) es donde debía iniciar la batalla. Recepcionista jovial, sonriente y amable. Escuchó mi rollo, hizo las averiguaciones oportunas y me envió a la planta 1. Como dos gotas de agua: en la planta 1 recepcionista jovial, sonriente y amable; escuchó mi rollo, hizo las averiguaciones oportunas y me mandó al primer cubículo del pasillo mientras avisaba a la persona que me había de atender. Como tres gotas de agua: administrativa jovial, sonriente y amable. Escuchó mi rollo, tomó nota y me aseguró que recibiría el abono oportuno. Cuando devolviese los sobrantes, ya fuesen submarinos o la taza blanca que los sustituyó, debía enviarlos en paquete aparte e indicar al repartidor que la devolución correspondía a un pedido mal entregado. Por si acaso, no estaría de más indicar en el albarán el nombre de la señorita que me había atendido; ella estaría al caso.
Y eso fue todo.

Me dio por filosofar. Durante bastante tiempo fui un defensor de la bondad humana; había malos, claro, pero eran los menos aunque hiciesen mucho ruido. Incluso rechacé a Hobbes y su célebre frase Homo homini lupus. Frase que, al leer “La traición de Roma” de Santiago Posteguillo, he descubierto (aprendido) que ya la había escrito Plauto unos cuantos años antes).
En una segunda fase, pasé al bando contrario. El término lupus se quedaba corto al definir la maldad del hombre: El lobo mata para comer, el hombre para hacer daño. Y las cuatro o cinco buenas personas que había por ahí eran errores de la naturaleza.
Hoy estoy en una fase contraria a la primera y a la segunda acepción, o sea, ando por el limbo, justo ahora que el Papa ha dicho que no existe. Los hombres no son ni buenos ni malos. Simplemente son. Y actúan en función de circunstancias y estados de ánimo, modulados por los vicios y virtudes que la genética y la educación hayan despertado en cada individuo. Uno de los vicios que, por parte de las distribuidoras, sufrimos los quiosqueros es la desidia. Dicho en plata, “paso de”, “me resbala”, “me la suda” o “me la trae floja”.

En mi relación con las distribuidoras intento localizar un nombre al que poder dirigirme. Lo de “muy señor mío”, “distinguido señor” o “apreciada señora” me resulta impersonal en exceso. A lo mejor decir “Hola, Juan” o “Ana María” a secas sea poco comercial, pero me expreso mejor imaginando una cara concreta al otro lado del teléfono o leyendo el fax que he enviado. En SGEL suelo dirigirme a dos personas, mujeres ambas, según se trate de albaranes de envío o devolución. Una tiene nombre de serie televisiva taurina y la otra es homónima de la concubina de un célebre doctor ruso.
En “Conjunción copulativa” contábamos cómo habíamos pedido dos números de la colección BICHOS y habíamos recibido 33. Una ligera confusión entre Y y HASTA. Desidia.
Como es normal entregamos al cliente los dos bichos que nos había pedido y empaquetamos los 31 restantes para enviarlos como devolución. La cronología de hechos es la siguiente:
1.- Fax a SGEL solicitando BICHOS, números 64 y 96.
2.- Recepción de la confirmación de pedido, enviado por personaje 1, que relaciona bicho a bicho los que vamos a recibir: DESDE el número 64 HASTA el número 96. Desidia.
3.- Fax dirigido a personaje 1 aclarando el primer fax. Desglosamos el pedido completo que consta de 2 BICHOS (número 64 y número 96) y C. DIBUJO Y PINTURA NUEVO (números 20, 32, 33 y 45). Es en este fax donde cometí el error gramatical de tomar el término Y como preposición. De C. DIBUJO Y PINTURA NUEVO todavía estoy esperando contestación. Desidia.
4.- Recepción de los 33 BICHOS (desde el número 64 hasta el número 96). Desidia.
5.- Devolución de los 31 bichos sobrantes.
6.- En la factura de la semana no se abona el importe de los bichos devueltos.
7.- Fax al personaje número 2 en el que explicamos las peripecias por donde han pasado los bichos y reclamamos su pago.

El 30 de diciembre, Salva amanece con la rodilla como un tambor y el médico le manda reposo. Aprovechamos que Quiosquera tiene unos días de vacaciones por disfrutar y se los gasta en el quiosco a la espera de que sean suficientes para que Salva se recupere. El día 31 llevo a Quiosquera al trabajo (a MI trabajo, no al suyo) y me encuentro los alrededores del quiosco llenos de bichos. He recibido el rehúse de los 31 bichos enviados, en base a que su devolución se produce fuera de plazo. Desidia.
Ayer, 4 de enero, Salva se incorporó al trabajo. El descanso no le ha servido de nada y sigue quejándose de la rodilla pero va a intentar aguantar hasta que el médico diagnostique después de ver las radiografías que le han hecho. Quiosquera y yo cogemos el paquete de bichos y nos vamos a SGEL. Llevo toda la documentación que el caso ha generado. En la primera planta hay dos señoritas hablando y una de ellas nos atiende.
- Queríamos ver a “personaje 1” o “personaje 2” porque hay un problema con una devolución.
- ¡Ah, los bichos! –y entra en las oficinas-.
Quiosquera y yo nos miramos.
- Esta sabe lo de los bichos –me dice-.
- Eso parece.
La misma chica sale y nos dice que nos atenderán enseguida y que, si hace falta, nos pasarán con la jefa (personaje 2).
No hace falta. La señorita que nos atiende nos da la clave.
- Tienen que enviar el paquete aparte de la devolución normal. Le dicen al chófer que la ponga en la cubeta de errores en pedidos.
¡Coño, hay que ser idiota! ¡Mira que no darme cuenta que los bichos eran un error y que tenían que ir a la otra cubeta!
- Y añada usted la explicación de todo lo que ha pasado para que no le vuelvan a rehusar la devolución.
Evidente. Pero la explicación de lo que ha pasado la llevo encima. ¿No podría dejarlo todo ya que estoy allí?
No. Los paquetes van al almacén y aquello son oficinas.
Así es que tengo el quiosco lleno de bichos. Sólo faltaría que Salva les eche un chiflotazo de Raid y los deje bien muertos.

La historia tiene su gracia. Pero si la unimos a que mis devoluciones para llegar a feliz término dependen de la desidia o interés de la persona que me las repasa, entonces la comedia se transforma en drama. Resulta que mi supervivencia depende de la profesionalidad de tres o cuatro personas. Y, visto lo visto, son muy poco profesionales.

¡Que sean muy felices en 2010 y posteriores! (Ustedes que me leen, claro)