martes, junio 30, 2009

Salud y trabajo

No sé quién fue el gilipollas que dijo que el trabajo es salud pero a buen seguro que se quedó descansado; podría ser que el saludable fuese apto para el trabajo, podría ser que quien no trabaje vaya perdiendo la salud por inanición, podría ser, incluso, que el trabajo sea como el tabaco y mate poco a poco, pero de ahí a que el trabajo sea fuente de salud…

Salva empezó su primera quincena de vacaciones y he pasado de convaleciente (casi desde la UCI) a jornada intensiva (de seis a seis) sin calentamiento previo. Las consecuencias eran previsibles:
a. Salva no se ha movido de España pero su inactividad se ha hecho notar en Centroamérica: golpe de estado en Honduras con el presidente Zelaya en manos de los militares golpistas.
b. Mis musculitos, que llevaban bastante tiempo de relax, han entrado en rebelión dando un golpe de bago a los huesos. El presidente Lum fue atacado por los rebeldes aunque opuso seria resistencia. Fruto de la misma es que los músculos más jetas se quejan de ataques agu.

Minucias aparte, he encontrado el quiosco medio vacío, y digo bien, medio vacío. A mí me gusta tenerlo medio lleno. Eso explica que durante este tiempo de crisis se haya ido manteniendo la gráfica económica dentro de límites aceptables. No hace mucho hacía referencia a San Fermín. Insisto. Este año correré los encierros dentro del quiosco y lejos de Estafeta; no tengo claro dónde será la corrida.
Otro cambio que observo es que el quiosco se ha estrechado. Aprovechando mi ausencia, los agentes vendedores de chicle, maní y caramelos han colgado más expositores. Ayer pasé media jornada recogiendo Trident Senses en la acera; y bolsitas de Haribo. Quiosquera no se explica tamaña torpeza por mi parte y he tenido que recordarle que, gracias a mi chulería innata, balanceo ostensiblemente el cuerpo al andar y arrollo con ambos hombros.

El resultado es que ayer, cuando salí del quiosco a las seis, entré en Superwaiter de estampida por razones obvias: no había meado desde las 10 de la mañana. La puerta del retrete es corredera (chiven… que diría un alemán). La abrí en el mismo momento en que pisaba una colilla y perdí la tracción de la pierna izquierda: topetazo contra la pared de enfrente. Me di justo a la altura del cuerno izquierdo y me acordé del día de San Juan cuando entré en la cocina a preparar el desayuno a mi madre; abrí la puerta del armario altero, saqué el bote de Nescafé y cerré la puerta: se me olvidó apartar la cabeza y me hice un pequeño agujero en la base del cuerno. En el retrete de Superwaiter tuve más suerte: sólo me hice daño y no me rompí nada. Salí con la misma fuerza que había entrado y estuve por pedir un café con hielo pero vi que el Súper no andaba de buen humor y me abstuve. Me conformé con una caña que me tragué al tirón.
- Se te ha derramado en el Lacoste –a fin de cuentas estaba menos cabreado de lo que parecía-.
- No, Súper; lo del Lacoste es sudor.
- Joder, yo creía que se te habían hecho agujeros en el pecho.
- Es lo único que me falta porque estoy hecho polvo.
- No lo parece. La gente aquí dice que te ve muy bien y bastante animado.
- Es teatro; se me da bien.
- Pues la gente se lo cree. Ya ves, yo no puedo. A mí me gusta quejarme.
- Hombre, yo también me quejo. Me quejo delante de la familia, me quejo delante de los amigos, me quejo en el blog… Pero cuando estoy en el escenario todo me va bien; física, moral y económicamente la vida me sonríe.
- ¿Cómo puedes?
- Es fácil. Cuando te quejas, los miserables se alegran. “Será desgraciao el tío, piensan, ¡cuántos quisieran llorar con sus ojos!” Pero si presumes que todo te va bien, es distinto lo que dicen: “¡Hijoputa, está como un roble y encima gana dinero!”.
- Dices lo mismo que mi mujer. Ella cree que a la gente le jode que a los demás les vaya bien.
- Estas casado con una persona inteligente.

He pasado la noche regular. Lo difícil ha sido ponerme de pie; tanto, que la cabeza ha llegado al lavabo 10 minutos antes que el resto del cuerpo. Poco a poco se han engrasado las bielas y he podido abrir el quiosco sin mayores problemas. Con la ayuda de Quiosquera, claro, que me ha mandado a recuperación antes de incorporarse al trabajo por el que cobra.
Meada de rigor, un par de garfás de agua a la cara, y café. Al Súper le ha extrañado verme llegar con bastones, de los que prescindo en distancias cortas.
- ¿Qué pasa?
- Que estoy hecho fango.
- ¿Se puede arreglar con 3 en 1?
- No, necesito engrase, lavado y cambio completo de aceite.

Como decía, me encuentro de puta madre.

viernes, junio 26, 2009

Hay que engañar al estado…


Por su tema, debería escribir este comentario en Decúbito Supino dado que nada tiene que ver con el quiosco, pero enlaza perfectamente con la racha que inicié ayer y no he podido resistir la tentación de incluirlo en Pies.

Creo que era en la película “La gran evasión” donde el comandante alemán del campo de prisioneros indicaba a su colega británico que, si no intentaban fugas, la vida allí podía serles placentera.
- La obligación de todo prisionero es intentar la huída para tener entretenidos a sus guardianes –fue, más o menos, la respuesta del inglés-.

Y eso es lo que debemos hacer los ciudadanos de bien: intentar engañar al estado todo lo que podamos porque, en el momento en que ellos anden relajados, se las inventan para chorizarte los euros por los cuatro costados. Legalmente, claro.
Cuando uno contrata un inmigrante por una pequeña temporada, lo que debe hacer es no darlo de alta en ningún lado, tratarlo a puntapiés y pagarle lo justito para que no se muera hasta que acabe su faena. Eso es lo que yo debí hacer el año pasado al emplear a una boliviana para que cuidase de mi madre durante tres meses; pero quise ir de legalista y le hice un contrato a la vez que la daba de alta en la Seguridad Social. Hubo un problema: no la podía dar de alta porque ella se estaba pagando los autónomos. Fue fácil resolver la cuestión; ella me enseñó su recibo y yo le incrementaba cada mes sus estipendios en la cantidad que ella empleaba en derechos sociales. Y así durante tres meses hasta finalizar el contrato.
Al cabo de unas semanas, la boliviana nos llamó; estaba sin trabajo y no le iba bien pagar la Seguridad Social pero, cuando fue a darse de baja, no pudo hacerlo ya que constaba que era yo quien la había dado de alta. Hice la gestión oportuna y me olvidé del tema aunque el funcionario de turno no fue capaz de aclararme en base a qué documento aquella inmigrante fue dada de alta como mi empleada.
Justo un año después he recibido un DOCUMENTO DE PAGO DE PROVIDENCIA DE APREMIO por la cantidad de 185,62€ en concepto de cuotas no pagadas por empleada de hogar en régimen de contrato fijo. Eso en un mes en que la empleada de hogar ya no estaba empleada. No acaba aquí la cosa: el mes que viene recibiré otro documento de similares características.
O sea, que cada vez que hicimos una gestión en el Ministerio y nos dijeron que no podía ser, fue. Y como no debería haber sido, nadie hizo la corrección oportuna y ahora me toca pagar 185,62X2 euros. Y agradecido, porque si algún funcionario no hubiese puesto límite de tiempo…

La cuestión es que, aclarado el asunto con el estado, esta mañana he ido al Banco de Santander a pagar la cuota distraída. El banco no lo he elegido yo, sino el ministerio. La sucursal que hay cerca de mi quiosco es a prueba de ladrones; hay una puerta grandota que da a un recibidor mediano, separado de las oficinas por una doble puerta: para que la primera se abra, la segunda debe estar cerrada y para poder abrir la segunda, se ha de esperar a que la primera se bloquee. En medio queda un espacio que, por mi capacidad torácica y anchura de hombros, es similar al de un ataúd puesto de pie. La primera puerta la he pasado sin ningún problema; la segunda se abrió suavemente respondiendo a la tracción de mi mano izquierda. He esperado a que la puerta se cerrara y, entonces, he empujado el último obstáculo que me separaba del mostrador. Creo que digo mal porque el empujón ha quedado en el intento y la puerta ha permanecido impávida. Una voz me hablaba desde arriba y no era Dios.
- Lleva demasiado material metálico. Salga al vestíbulo, deje el material sobrante y vuelva a entrar.
Repaso mentalmente los objetos metálicos de los que puedo prescindir.
· Gafas: No pude ser; si me las quito no veo tres en un burro.
· Una cadena con una cruz, regalo de mi madre: Madre no hay más que una y la sucursal da a la calle; tampoco.
· Las llaves de casa y las del Ferrari: Puedo prescindir de ellas pero hacen poco bulto.
· El aparato ortopédico: Lo llaman bitutor. El bi debe ser porque lleva dos barras metálicas más o menos rectas, unidas entre sí por otras barras metálicas más o menos curvas. Lo de tutor no sé de dónde viene. Imprescindible.
· Dos bastones metálicos con empuñadura de plástico por aquello de que por tres puntos sólo pasa un plano y, por tanto, contribuyen a la estabilidad del tutor.

Total que he golpeado con uno de los bastones sobre el vidrio de la puerta hasta que la chica del mostrador ha mirado; ha sido una mirada intensa. La misma que cuando uno lleva prisa y quiere pedir un café en el bar de la esquina: el camarero mira pero no ve. O si se quiere pagar un periódico con el precio justo y el quiosquero parece afectado de cataratas. Al final he levantado un bastón lo más alto que podía mientras golpeaba con el otro. Gracias a Dios que la puerta admitía la opción manual y he podido pasar.

Cuando he terminado la operación (ajustar cuentas CON el estado) y tomado el camino de salida, iba nervioso. ¿Y si la puerta no se abre y me quedo como José Luís López Vázquez en la cabina? No ha habido problema. Lo jodido para un ladrón es entrar en el banco. Al salir no le controlan la calderilla.

jueves, junio 25, 2009

Como decíamos ayer...

Tal vez debería empezar mi comentario con la archisabida frase de “como decíamos ayer…”, pero ni soy Fray Luís de León ni he estado callado durante este tiempo. De todos modos han sido siete meses y dieciséis días alejado de los centros de toma de decisiones del quiosco y, ahora que Salva acaba de dejarme sólo, me encuentro como gallo en corral ajeno.

Lo cierto es que arranqué con buen pie. Ayer, a última hora, la impresora dijo basta y se declaró en huelga de cartuchos caídos. Dalr volvió a la prehistoria e hizo a mano la nota de devolución. Mi primera misión, por tanto, ha sido llevar herramienta tan necesaria al médico. No contaba con las colas de espera de la Seguridad Social.
- Por lo menos tardaremos una semana en mirarla.
Y eso me lo dice Víctor, cuyo hermano fue durante 18 años mi jefe y amigo.
- ¡Joder, tío! Sin impresora me dejas vendido.
- Tengo una Brother MFC-290C que imprime, escanea, fotocopia y manda faxes, que, por ser tú, te la puedes llevar por 75 euros.

He mandado a Salva por ella, la hemos desembalado (siguiendo las instrucciones) y la he enchufado a ojo. Al tercer intento se ha dado cuenta de que le habíamos puesto los cartuchos de inyección y nos ha deleitado con una demostración de lo que es capaz de hacer. El mes que viene, si vamos holgados de tiempo, aprenderé a trabajar con el resto de funciones; o quizás espere a que tenga la necesidad de utilizarlas.

Para ser mi primer día de trabajo he considerado que me convenía descansar un rato y he ido a tomar café. Superwaiter discutía con Himmler.
- ¡La culpa de la derrota de España la tuvo el negro!
- ¿Obama? –pregunto inocentemente-.
- ¡No, coño! ¡El negro que nos metió el primer gol!
Al menos compruebo que los ánimos continúan como siempre. Pero no me da tiempo a acabar el café. Salva asoma la cabeza con expresión de angustia.
- Jefe, el ordenador se paró.
- ¡Y parió la abuela!
Me trago lo que queda de café y me introduzco en el quiosco. No tengo ni puñetera idea de por qué puede dejar de funcionar un ordenador, pero como tengo un destornillador a mano, lo abro (el ordenador). Hay cables y pelusa; sobre todo, pelusa. Me paso por un comercio cercano y compro un bote de aire comprimido. La polvareda es de aúpa pero, cuando conecto el ordenador, uno de los ventiladores apenas gira. Paso media hora sacando pelusa apelotonada en las rendijas del difusor; nuevo golpe de aire comprimido y el ventilador arranca con más fuerza que las aspas de un molino. Parece que, de momento, hemos salvado la rebelión de la tecnología.
Parece…

Las 12,15 es mi hora. Es la hora en que dejo el quiosco y me acerco a casa a comer algo. Como no tengo que volver hasta las 2, me da tiempo a leer un ratito… o dar una cabezada. Hoy no. El Ferrari se ha negado a arrancar; bien, ni eso. Simplemente estaba eléctricamente muerto. Pues a casa en el tren de las 2.

A todo esto, no he hablado de mi enfermedad. No la conozco; la doctora parece que tampoco. Después de siete meses y dieciséis días, mi salud ha seguido una gráfica similar a la de la bolsa: ligero descenso hasta un cierto mínimo, subidón repentino, bajadas a trompicones motivadas por los inversores que quieren ganancias rápidas y, finalmente, caída en picado a niveles similares a los mínimos históricos. O sea, estoy donde empecé y vuelvo porque Salva necesita vacaciones. La doctora me indicó que lo que fuese que tengo me produce abulia. Eso me ha levantado el ánimo. Abulia es enfermedad regia; es la enfermedad que aquejó a la mitad de los Austrias españoles, siempre que contemos a Felipe el Guapo. Si no lo contamos, la enfermedad afectó a todos los monarcas menos a los dos primeros (depende). Es verdad que yo no he contado con validos como el Duque de Lerma o el Conde-Duque de Olivares, pero he contado con colaboradores válidos como Salva, Quiosquera y Dalr que han mantenido en alza el pabellón y me lo han puesto muy difícil para mantener su línea económico-social.

Estamos de nuevo en la brecha

domingo, junio 21, 2009

EL CACHITO

Contando con el precio de cualquier periódico de un domingo, y teniendo en cuenta que no escatiman en papel, a veces hay quien no quiere renunciar a su “cachito”, ni siquiera por hacer un favor.
Verán, acabábamos de abrir dalr y yo el quiosco hace ya unos cuantos domingos, cuando el primer cliente me pide la película de La Vanguardia: la miré y pensé ¡vaya, por fin sacan una que no he visto! Hoy me la quedaré. Al próximo cliente que no se la quiera llevar le pediré el cuponcito. Dicho y hecho. Llega el cliente, le pido el cuponcito, me dice que sí con la boquita muy cerrada (por lo que entiendo que no me lo da con mucho entusiasmo) y ya, cuando le he mutilado el periódico con un corte perfectamente recto y llevándome a penas un milímetro alrededor del dichoso cupón, por aquello de molestar lo mínimo, el cliente me dice: ¿podría Vd. pegarme un cachito? Es que este pequeño orificio me va a impedir pasar sin dificultad las páginas. Con la amabilidad que me caracteriza, aunque no sin sorpresa, recorté un trocito de un papel de las mismas dimensiones que el que la había quitado. Lo hice a imagen y semejanza del que había recortado, lo juro. Lo encajé casi perfecto y se lo pegué pulcramente con cinta autoadhesiva transparente. El cliente me dio las gracias, pagó y se llevó su original ejemplar de la Vanguardia.
Bien, hasta aquí todo siguió como siempre y, por lo tanto, me olvidé del tema del cachito hasta la semana pasada en que, una amable viejecita, clienta de las que jamás se había hecho notar, nos dice “Oiga, ayer, el chico que tienen Vds. aquí durante la semana, me vendió un periódico recortado” y siguió: es que, mi marido cuando lo vio, me preguntó si yo hacía alguna cosa y le contesté que yo me pensaba que era él quien la hacía (no me atreví a preguntarle de “qué cosa” me estaba hablando, pero no me quedó demasiado claro. Supongo que de colecciones ¿?). Total, que los señores estaban molestos y querían que le llamásemos la atención a Salva por semejante acto vandálico. Dalr y yo le dijimos que lo haríamos sin tardanza y, cuando se fue, no pudimos por menos que echarnos a reir; sobre todo, pensando en la gran “pérdida”. Los dos coincidimos en que Salva no suele hacer este tipo de cosas sin consentimiento del cliente, por lo que ni le dijimos nada, ni le dimos mayor importancia al comentario de la señora.
Y ahora viene lo mejor. Esta mañana, se acerca como de costumbre la señora con su perrito y nos dice: Ah, creo que ya sé lo que pasó con el periódico del otro día porque, ayer, cuando vine a comprar como de costumbre, le pedí el DVD infantil que salía, para llevárselo a mis nietos, y me fijé que, el muchacho, me recortó un trozo del periódico. Le pregunté por qué lo hacía y me dijo que era un cupón que tenía que recortar para poder vendérmelo. Supongo que por eso me lo dio así la pasada semana.

sábado, junio 20, 2009

El número de puk

No me llevo bien con el teléfono. A mí me gusta hablar con la gente viéndole la cara y gesticular mientras parloteo porque también el español lo hablo por señas. Sin embargo, siempre llevo el móvil en el bolsillo, sobre todo, desde que una vez quedé tirado en la carretera y gracias a que llevaba el aparatejo el asunto fue leve. Hasta procuro llevarlo cargado y todo. Pero si no reconozco el origen de la llamada entrante lo más probable es que la ignore.

Mi móvil es tecnología punta. Cuando fui a comprarlo empezaron a sacar modelos y mostrarme las maravillas que hacían.
- No, no, algo sencillito. No necesito que haga fotos.
- ¡Uy! Ahora todos hacen fotos.
- Bueno, pues que haga fotos, pera ya está.
- Tengo uno que con los puntos que usted tiene acumulados le saldría gratis pero es demasiado simple.
- ¿Vale para llamar por teléfono?
- Sí, claro.
- ¿Y puede recibir llamadas?
- También.
- Pues desenvuélvalo que me lo llevo puesto.

Y ese es el móvil que tengo. Con lo que yo no contaba es que, al cabo de poco tiempo, empezó a darme problemas. Me lo echaba en el bolsillo y, cuando al cabo de un rato iba a utilizarlo, se había desconectado. Ya me sabía la secuencia.
- Introducir pin.
- O.K.
- ¿Cómo estás?
- O.K.
Y ya está.
Hasta un día.
Después de introducir el pin y pulsar O.K. cambió la pregunta.
- Introduzca puk.
¡Me pilló!
He tenido varios modelos de receptor pero he mantenido la tarjeta original; la caja donde venía, no. Por tanto me fue imposible encontrar el puk. Me dirigí a la tienda Movisphone más cercana y les conté el problema.
- Llame a este número y allí le darán el puk.
Llamé desde casa con el fijo.
- ¡Tuuuu, tuuuu, tuuuu! Creeec. Pulse 1 –me lo invento- si llama desde un teléfono fijo; pulse 2 si llama desde un teléfono móvil; pulse 3 si ha olvidado el pin…; pulse almohadilla si necesita más opciones.
- #
- Pulse 1 si quiere cambiar el modelo de contrato; pulse 2 si es autónomo; pulse el 3 si necesita pin/puk…
- 3
- Teclee el número de su móvil…
- 630 *** ***
- Teclee su D.N.I.
- ********
- Su número de D.N.I. es incorrecto. Vuelva a intentarlo.
- ********
- Su número de D.N.I. es incorrecto. Espere mientras marcamos la extensión del operador… Tuuuu, tuuuu, tuuuu… Todas nuestras líneas están ocupadas; manténgase a la espera. ¡Bum, bum, bum, lirolirolí, tom, tom, tom! Todas nuestras líneas están ocupadas; manténgase a la espera. ¡Bum, bum, bum, lirolirolí, tom, tom, tom! Todas nuestras líneas están ocupadas; vuelva a llamar pasados unos minutos.

Según la pantalla digital del aparato, la llamada se efectuó en 4 minutos y 18 segundos. Esperé un ratito y volví a marcar el número que me había dado el dependiente de Movisphone.
- ¡Tuuuu, tuuuu, tuuuu! Creeec. Pulse 1 si llama desde un teléfono fijo; pulse 2 si llama desde un teléfono móvil; pulse 3 si ha olvidado el pin…
- ¡Coño, voy a ver si cuela!
- 3
- Teclee el número de su móvil…
- 630 *** ***
- Teclee su D.N.I.
- ********
- Su número de D.N.I. es incorrecto. Vuelva a intentarlo.
- ¡Jóder! –se me escapó-.
- No entendemos su mensaje. Espere mientras marcamos la extensión del operador… Tuuuu, tuuuu, tuuuu… Todas nuestras líneas están ocupadas; manténgase a la espera. ¡Bum, bum, bum, lirolirolí, tom, tom, tom! Todas nuestras líneas están ocupadas; manténgase a la espera. ¡Bum, bum, bum, lirolirolí, tom, tom, tom! Todas nuestras líneas están ocupadas; vuelva a llamar pasados unos minutos.

Esta vez la llamada apenas superó los 3 minutos aunque el resultado fue similar. ¡Pues a la tercera va la vencida!
- ¡Tuuuu, tuuuu, tuuuu! Creeec. Pulse 1 si llama desde un teléfono fijo; pulse 2 si llama desde un teléfono móvil; pulse 3 si ha olvidado el pin…
- ¡Imbécil!
- No entendemos su mensaje. Espere mientras marcamos la extensión del operador… Tuuuu, tuuuu, tuuuu…
- ¡Movisphone, dígame!
- Es que no recuerdo el puk
- Dígame el número de su móvil.
- 630 *** ***
- ¿Y su D.N.I.?
- ********
- Señor Quiosquero, apunte su número de puk.

Y hasta ahora. A veces basta con llamar a las cosas por su nombre.

miércoles, junio 10, 2009

Seis cilindros, 24 válvulas...

Rodeando mi quiosco, prácticamente hay un bar en cada esquina… o dos. A pesar de que tenemos buen rollo y tal, nunca he hablado de Edu; quizás porque con quien más relación tengo es con La Rubia. La Rubia, como su nombre indica, es negra. Si fuese USA sería afroamericana pero como es venezolana, colombiana, dominicana o ¡Dios sabe de dónde!, se conforma con ser latinoamericana que es un escalafón algo inferior al "nigro" de más al norte. Yo le suelo preguntar si vino nadando de las Américas; por el color de su piel… tostadita a golpe de rayos de sol. Ella me contesta con dichos de su tierra:
- En mi país si ven correr a un blanco es que está haciendo futin. Pero si el que corre es un negro seguro que es un ladrón en fuga.

Hasta que el Señor Conde convenció a Edu para que se olvidara de recoger su suscripción a La Vanguardia en el quiosco y cambiara al sistema de recepción en domicilio, cada mañana se acercaba al chiringuito y, de paso que retiraba su diario, me traía un vaso de café con leche que casi siempre tomaba frío por aquello de Murphy y su ley toca-narices. Pero a veces, yo creo que lo hacía a mala leche, me enviaba a La Rubia. A las seis de la mañana, más oscuro que la boca de un lobo, ve uno avanzar dos bolas blancas volando y una caja de dientes un poco más abajo y se le corta la digestión. Y eso que cada vez la advertía.
- Rubia, cuando te toque a ti traerme el café te pones las gafas de sol. Y, por lo que más quieras… ¡no sonrías!

Hace un par de semanas Salva me llamó alarmado.
- Jefe, que me acaba de decir La Rubia que Edu está en la UVI.
- ¿Qué le ha pasado?
- Algo de corazón; está en la UVI.
- Habrá sido un infarto…
- Está en la UVI.
- Ya, pero eso no quiere decir nada. Lo tendrán enchufado a 15 aparatos por si le repite…
- Entonces, ¿aunque esté en la UVI no tiene por qué palmarlas?
- No, hombre, no. Está vigilado por si acaso.

Al domingo siguiente Quiosquera consiguió ampliar la noticia pero tampoco obtuvo datos que aclarasen el diagnóstico.
- Me ha dicho una señora que le tienen que poner cuatro marcapasos.
- O la señora no se ha enterado bien o Edu está muy jodido.

En las cercanías sólo hay dos sitios donde se puede obtener información fidedigna. En uno de ellos de ellos no entro ni atado, así que me fui a ver a Superwaiter.
- ¿Sabes qué le ha pasado a Edu?
- ¿Según qué versión quieres que te informe?
- La buena. La que me permita escribir algo que no sea tétrico.
- Pues ha tenido una angina de pecho y le han de poner cuatro marcapasos y un stick.
- ¿Será un estent?
- Eso le dije a la señora que me informó. Y además le pregunté para qué eran tantos marcapasos si para palmarlas con uno solo tenía bastante. “No son marcapasos -me dijo-; pero es parecido”. “¿No serán baipasos?”. “Eso es; cuatro baipasos y un estín. Se ve que le fallan tres válvulas”. En mis tiempos, en Ciencias Naturales estudiábamos que en el corazón había dos válvulas, pero como la Biología avanza tan rápido… no sé qué pensar.

De momento lo único cierto es que Edu ha sufrido una angina de pecho y se suma a los que tenemos el Corasón partío.

domingo, junio 07, 2009

Hay que ser desgraciao...

Cuando el Diablo se aburre, con el rabo mata moscas.

Eso debió pensar D. Antonio Rico cuando se compró el bolígrafo que incorporaba una diminuta linternilla para alumbrar la zona del papel donde se escribía. D. Antonio era farmacéutico pero las cosas de la botica no le molaban; por eso colocó a su mujer al frente de la misma y él se dedicó a lo que le gustaba: dar clases de física, química y matemáticas. Regentar una farmacia tiene sus quebraderos de cabeza; la esposa debió de ponerle deberes conyugales y D. Antonio cumplía, es decir, cada sábado, domingo y fiesta de guardar, el que fue mi profesor de matemáticas de quinto curso de bachiller aparcaba lo más próximo posible al cine elegido por la manceba (acepción 3 del diccionario digital de la RAE), sacaba sus entradas y tomaba asiento en el patio de butacas. Tal y como él lo explicaba todo iba como la seda.
- Permanezco 10 minutos atento a la pantalla. Que la película me gusta, la veo. Que la película no me gusta, saco una libretilla y mi bolígrafo con linterna incorporada y me pongo a resolver problemas.

Y es que cada cual matamos el rato (los españoles matamos cualquier cosa que no sangre) como nos parece. El diablo mata moscas, D. Antonio Rico resuelve (resolvía) problemas; y yo… yo me dedico a averiguar cómo demonios se las montan las distribuidoras para que una factura, una vez cuadrada, todavía presente unos céntimos de diferencia.

Sé que abuso haciendo referencia a menudo a las cosas de mi niñez pero, a determinadas edades, uno tiene una cierta querencia a las formas y costumbres que ya quedan lejos y recurre a ellas, supongo que por nostalgia de tiempos y habilidades que no volverán. Así pues, rebusco en mi memoria y recuerdo que el mayor insulto que se le podía decir a una persona era ¡desgraciao! Y una de los mayores defectos que se le podía achacar era ¡miserable! (de miseria, tacañería). Removiendo el diccionario resulta que ambos términos tienen acepciones que los pueden hacer incluso sinónimos pero, para nosotros, la cosa era clara. Un desgraciao era una persona perversa y un miserable era mezquino.
Pues por ahí van los tiros.

Cierta distribuidora castiga a los vendedores cargando un periódico de lunes y un periódico de domingo por cada cartilla no entregada de una promoción concreta. Cuando uno se fija en la línea de factura correspondiente al periódico de domingo, se encuentra con que el descuento aplicado a esa venta es del 20% en vez del 25 que correspondería por encarte del magazine semanal; se plantean dos alternativas:
1ª.- O el quiosquero vendió el periódico, en cuyo caso encartó el magazine por lo que le corresponde un descuento de 25% y la distribuidora le chulea 5 cts.
2ª.- O el quiosquero no vendió el periódico, en cuyo caso la línea de facturación es un robo a pluma armada.

Por muy mal pensado que uno sea, debe suponer que la distribuidora únicamente trata de penalizar al quiosquero transgresor y no se ha parado a pensar en la malicia de la acción. Porque si no fuera así, habíamos de determinar que son unos miserables desgraciaos.
Ahora ya lo saben.

miércoles, junio 03, 2009

Palabrario Andaluz


Mi buen amigo y colega Rubén, me recomendó desde Sevilla la lectura de Palabrario Andaluz de David Hidalgo, editado por Almuzara. Dada mi inclinación por las cosas raras del idioma hablado y por mi procedencia de una comarca con un hablar muy característico, sea por la deformación de algunas palabras, sea por la utilización de vocablos en desuso o, en fin, por la invención de palabros nuevos, pedí a la familia que, cuando tuviesen a bien hacerme algún regalo, incluyeran el citado libro.

Llegado el caso, fue Dalr quien se encargó de localizar la publicación y recorrerse de cabo a rabo las librerías más prestigiosas de Barcelona. Aun así, tuvo conversaciones como la que sigue:
- Estoy buscando el libro Palabrario Andaluz.
- ¿El qué?
- Palabrario Andaluz.
- ¿Palabrerío Andaluz?
- No, Palabrario; de palabra.
- A ver… ¡Anda, existe!
- ¿Lo tienen?
- No, pero el libro existe.
- Eso ya lo sabía.
- No lo tenemos pero puede intentarlo en la Librería X.
- Vengo de allí.
- Quizá en la Librería Z.
- P’allá voy.

En la Librería Z, o en la Omega, más de lo mismo.
- ¿Pala… qué?
- Palabrario. Pa-la-bra, erre, i, o.
- ¡Pues está!
- Ya sé que está. Por eso lo estoy buscando.
- Que no, que tenemos un ejemplar.
- ¡Coño!
- Lo que no tengo ni idea es dónde puede estar. Fulanita, ¿te suena a ti en qué zona podría estar Palabrario Andaluz?
- Ni idea. ¿Cómo no lo sepa la señora Menganita? Es aquella señora de allí.
Dalr se fue en busca de la señora con la convicción de que no sacaría agua en claro.
- Diccionario checo-español… Espérese un momento. ¿Usted?
- Palabrario Andaluz.
- Vengan conmigo.
Se dirigieron a la zona de diccionarios y allí entregó el diccionario de checo a la chica que lo solicitaba y Palabrario Andaluz a Dalr.
- ¿De qué va eso? –preguntó la chica del diccionario-.
- No lo sé. Son cosas de mi padre; parece que es una especie de recopilación de palabras raras que sólo se usan en Andalucía.
- ¡Ah, pues me interesa! Yo soy de la Alpujarra… ¿Tienen otro ejemplar?
- No señorita, es el único.
- ¿Pero me lo podrían traer?
- Por supuesto…

Palabrario Andaluz es un tostón. El autor se lo ha currado y, además de explicar el significado de las palabras, se ha inventado unas historietas dónde las usa. Por eso el libro es un tostón, porque uno no se entera de lo que está leyendo. Es cuestión de mirar primero los significados o, simplemente, leer la parte de libro que conforma el diccionario. Hay algunas palabras o expresiones muy traídas por los pelos, pero la mayoría son aleccionadoras. El libro viene acompañado de un CD que es una maravilla: las palabras están comentadas por lugareños que no sólo explican el significado sino que lo hacen utilizando su gracejo andaluz.

De entre las palabras del Palabrario elijo una porque hacía años que no la oía y porque creo que no está bien transcrita: ELLAH. La palabra, que no sólo se utiliza en Adra sino en todo el litoral próximo, indica sorpresa o asombro y puede usarse de dos maneras:
· EHLA (con la h muy aspirada): asombro normal.
· EHLÁH (aguda y con la primera h muy aspirada): asombro supino.