Lateralidad
Mi padre era bastante gráfico a la hora de educar. Íbamos carretera adelante a visitar a mis abuelos, que vivían en el pueblo de al lado, cuando, a la altura de la Barranquera, mi padre se paró.
- A ver. ¿Dónde queda tu derecha?
Me encogí de hombros.
- Allí –dijo señalando la cuneta del otro lado de la carretera-. Date la vuelta. Ahora ¿dónde está tu derecha?
Aquel día mi padre estaba agilipollado. Acababa de decírmelo.
- Ahí –contesté señalando el lugar que él mismo me había indicado-.
- No. Tu derecha queda ahora a este lado –y señaló la cuneta más próxima-.
Además de agilipollado, mi padre había perdido la memoria. Entonces me dio la lección magistral.
- Todo lo que queda al lado de la mano con que coges la cuchara es tu derecha. Lo que está al otro lado es tu izquierda.
Me quedé con la copla.
¿Cómo se lo habría explicado a un zurdo? No tenía sentido. Por ley, éramos todos de derechas y los de izquierdas estaban en la cárcel. Y si alguien se empeñaba en coger la cuchara o el lápiz con la zocata, a base de pescozones se le quitaba la manía.
Con lo de arriba y abajo sucedió otro tanto.
- Cuando vas a la cámara –decía mi padre- a coger un rosco de morcilla, vas arriba y cuando vuelves al patio, vas abajo. La cámara está arriba. El patio, abajo. Lo que está por encima de tu cabeza es arriba. Lo que está por debajo de tus pies es abajo.
También lo entendí. Incluso deduje que si estaba haciendo el pino la cosa iba al revés.
Cuando fui a la escuela no me enseñaron mariconadas de esas. A la escuela se iba a aprender a leer, a escribir y las cuatro reglas que era lo que un hombre necesitaba para abrirse paso en la vida.
A Dalr lo enseñé de forma parecida.
- La derecha es la mano de comer. La izquierda es la mano tonta.
Arriba y abajo no hizo falta, que para eso había suficiente con Barrio Sésamo.
En una de las ocasiones en que visité a su tutora la encontré preocupada.
- Es un niño muy inquieto, apenas pone atención y se pasa el rato chinchando a sus compañeros. Ahora estamos trabajando la lateralidad y se aburre, baja de la silla y se pone a correr alrededor de la mesa.
Lógico. Él iba al cole a aprender, no a que le contaran las chorradas que ya se sabía, aprendidas en casa o viendo la tele.
Y es que los padres actuales delegamos en el gobierno nuestras obligaciones olvidando que “las casas son escuelas”. En educación vial, por poner un ejemplo, a los niños les enseñan que para cruzar la calle hay que esperar a que el semáforo se ponga verde pero los niños cruzan en rojo porque es lo que han visto hacer a papá. En conclusión: la gente de hoy no sabe ni donde tiene su mano derecha.
El martes se acercó al quiosco una señora de 35 ó 40 años.
- ¿La calle Valencia, por favor?
- Dos arriba –dije señalando la dirección adecuada.
- Pero ¿hacia dónde? ¿P’allá, p’allá, p’allá o p’allá? –señaló los cuatro puntos cardinales.
Estaba de buenas así que ni me reí ni me cabreé.
- ¿Me lo repite, señora?
- P’allá (señala hacia Urquinaona), p’allá (Plaza España), p’allá (Tibidabo)…
- ¡Quieta!
Se quedó inmóvil, con la mano estirada y el dedo tieso. Como Colón encima de su peana.
- P’aí.
Aunque parezca inverosímil, tomó la dirección correcta.