En el día de hoy
Han sido 57 años, 8 meses y 20 días de lucha despiadada contra la adversidad, a la que le hemos ido ganando la batalla día a día aunque en cada escaramuza nos dejásemos un poco de nuestras fuerzas y un mucho de nuestros ánimos, de tal modo que, en los últimos tiempos, caminábamos hacia una derrota irremisible. En adelante, y hasta que se presente la batalla final, esa que todos los seres vivos acabamos perdiendo, seguiremos luchando con el ímpetu que nos quede pero, en la mayoría de los casos, con el privilegio de escoger armas y campo de batalla. Procuraremos ponernos el listón a una altura susceptible de superar.
Me he planteado muchas veces este momento y lo he visto como un horizonte despejado donde flotan las ilusiones que están al alcance de nuestra mano y que nunca hemos podido llevar a cabo por falta de tiempo y que ahora, libres de la carga del trabajo diario, podremos disfrutar. Hoy no veo ese horizonte. No concibo que mañana me esté vedado encaramarme a mi quiosco para disfrutar y padecer las anécdotas cotidianas. Tanto es así que nadie, salvo mi familia y Salva (y el Súper), saben que hoy es mi último día. No me gustan las despedidas y no soporto que ninguno de mis personajes habituales me haga emocionar en público. Cuando hayan pasado unos días y empiece a asumir mi nuevo estado, pasaré a saludar después de haberme puesto la coraza de tío duro.
Es posible que estos 5 años hayan sido físicamente los más duros de mi vida pero también los más enriquecedores; los años en los que he aprendido a valorar y querer a la gente, aun a sabiendas que hay mucho bicho suelto y mucha mala leche acumulada. Y los voy a echar en falta; mucho. Me he acostumbrado a las tertulias a vuela periódico, al articulillo dos o tres veces por semana, a los comentarios que loaban o criticaban estos artículos, a las palabras de ánimo de amigos que no conozco en persona y que, quizás, nunca conoceré, al reconocimiento, en fin, a una labor que no sabemos si es o no merecido pero que nos llena de satisfacción y nos ayuda a seguir tirando. Algún día aparecerá por ahí un blog que se titule “Las neuronas de Alzheimer” o “Jóvenes artríticos” y Quiosquero estará detrás intentando revolucionar a los usuarios de los geriátricos porque, como nos suele recordar nuestra amiga Pilar, somos una familia que tenemos la extraña virtud de aglutinar gente.
Nada más. Repito las palabras que dije en Móstoles: gracias a nuestros lectores, que con sus comentarios y palabras de aliento nos han hecho afrontar con alegría unos años complicados, y gracias a nuestros clientes, que con sus divertidas anécdotas han sido, son y serán los verdaderos protagonistas de Pies para quiosquero.
Y, no por repetido menos cierto, esta despedida no es un adiós. Es un hasta luego; un hasta siempre.
En el día de hoy dejo de ser quiosquero.
Mañana…
Mañana empieza otra historia.