Cuando crees haberlo visto ya todo, si la gente se lo propone, te hace cambiar de opinión.
Hace un par de semanas fui testigo de una situación rayando lo indecible. Fue en el mismo escenario en que hoy he vivido otra experiencia inolvidable tras la actuación magistral de una de esas personas con más morro que cara.
Como se me amontona el trabajo (léase anécdotas) empiezo por la de esta mañana. Más adelante os contaré la otra.
A la hora del desayuno (mis 20 minutos de expansión en la mañana) me he acercado al quiosco de la esquina. Lo regentan dos jóvenes -cuñadas entre sí- que son una verdadera delicia. Ellas nos asesoraron antes de adquirir nuestro quiosco y todavía siguen asesorándonos de vez en cuando. Llevan más de 4 años en el negocio y aquello de que la experiencia es un grado, lo han demostrado con creces.
Pues bien, tal como os decía, esta mañana me he acercado un momentito a ese quiosco para hacer un intercambio de cuchillos y cartillas de la promoción de La Vanguardia porque, aunque parezca mentira, a ellas les sirven cuchillos de más, y a nosotros nos traen de menos ¡las distribuidoras son un enigma que jamás entenderé!
Estábamos en ello cuando se ha acercado un fornido joven (alrededor de los 40 años) y le ha pedido un paquete de tabaco. Eva ha accionado la máquina expendedora y acto seguido se lo ha cobrado. El hombre ha sacado allí mismo un cigarrillo y le ha pedido fuego a la quiosquera quien, amablemente, le ha dejado un mechero. Encendido ya el pitillo y sin cortarse un pelo le dice “¿podría dejarme unas tijeritas? es que tengo una uña mal y me voy enganchando con todo” . Tras semejante petición, la chica, perpleja, le ha contestado que más que tijeritas tenía tijeras y le ha alargado unas que no miden menos de los 24 centímetros y que van atadas a una especie de cadena para amarrar los barcos de lo más aparatosa (luego me ha aclarado que las cuelgan porque antes siempre se les perdían). El hombre ha soltado una exclamación un tanto ordinaria pero las ha cogido.
Viendo el morro que le echaba a las cosas he intuido lo que se nos avecinaba mientras pensaba “éste es capaz de hacerse la manicura sobre las revistas y encima, luego, le va a pedir que le eche el envoltorio de la cajetilla a la papelera”. Acto seguido, y mirando siempre en dirección hacia el quiosco, ha cortado un trozo considerable de la uña de un pulgar (negra como el azabache, supuestamente por algún golpe) con tanta fuerza que ha salido disparada directamente hacia las “gradas”. Yo creí que Eva iba a soltar algún improperio pero supongo que la impresión ha sido tal, que se ha quedado sin habla. El susodicho ha seguido “retocando” la uña hasta dejarla en su punto, después de lo cual, ha devuelto las tijeras y le ha pedido que le tirase el envoltorio a la papelera ¿cómo no? A continuación se ha marchado tan campante.
Cuando por fin hemos vuelto a la realidad, han empezado las carcajadas. No podíamos parar. Ella seguía sujetando las tijeras por la cadena y repetía sin cesar ¡pero qué asco, pero qué asco, voy a buscar alcohol!
Visto lo de hoy, no creo que ya me puedan sorprender muchas cosas. Hasta ayer creía que los quioscos dábamos un servicio esmerado y diligente al ciudadano de a pie. A partir de hoy ya no sé qué pensar. Lo que sí creo es que si me llego a encontrar yo en esta situación en mi quiosco, hubiera intentado sacarle los colores al pájaro este.
Lo cierto es que a nosotros, en el quiosco, nos han pasado cosas curiosas pero TODAVÍA no han venido a asearse a nuestra puerta. Voy a contárselo ahora mismo a quiosquero a ver si le pongo los dientes largos. Estoy segura que si le llega a pasar a él, o salimos en los periódicos (página de sucesos), o a estas horas ya habría afilado el lápiz para sacarle jugo al post. Lo dicho, que en todos los quioscos se cuecen habas!