Coincidiendo con la cartoná ya expliqué la política de las editoriales de utilizarnos para conseguir
suscriptores utilizando como argumento nuestra ineficacia para gestionar una colección. Entonces yo reivindicaba las ventajas del quiosco frente a la suscrpción directa. Como podría parecer una opinión interesada hice un pequeño experimento que procedo a comentar.
En septiembre salió una de esas colecciones que tanta rabia me dan. Se trata de colecciones interesantísimas por su contenido pero que, por su formato y precio, sabes que no te van a traer más que problemas. Se trataba de "
Grandes autores de la lengua española", una colección con las obras completas de literatos de la altura de Borges, Unamuno o Cortázar. ¿Por qué dan problemas estas colecciones? Pues para empezar porque el número uno, un tocharro de Pablo Neruda a 2 €, pesa como un muerto, ocupa muchísimo espacio y te lo arrancan de las manos. Nunca hay suficientes. Todo el mundo te los pide y acaban cabreándose porque jamás llegan los ejemplares que necesitas. El número dos viene también a buen precio y se acaba vendiendo, aunque con dificultad porque muchos clientes no están dispuestos a llevarse el número dos sin una garantía de que recibirán el número uno (número que nunca llega porque agotan la edición sin reservar nada para clientes realmente interesados). El número tres ya viene al precio real de 12,95€ y de ése ya no vendes ni uno. ¿Por qué? Primero porque la gente está dispuesta a pagar 21 euros por una película nefasta que en dos meses pondrán por la tele, pero ni de coña paga 13 por las obras completas de un genio de la literatura universal perfectamente encuadernadas. El precio, para un libro, está bien. Pero para un elemento decorativo en la biblioteca es excesivo. Segundo, porque los pocos interesados reciben con los números uno y dos un bombardeo de información sobre las ventajas de la suscripción, que incluyen la advertencia de que en el quiosco no podrán acabar la colección. Efectivamente, a partir del número 5 ya no recibes más libros.
Así que, ni corto ni perezoso, decidí suscribirme a la colección. Los objetivos estaban claros: ver si era cierto que recibir la colección directamente en casa resultaba más barato, cómodo, eficaz y seguro que en el quiosco. Recordemos las ventajas de la suscripción:
- Mejor precio: los dos o tres primeros ejemplares son más baratos y después te ahorras ¡un euro! por cada tomo
- Regularidad: "usted recibirá puntualmente todos los ejemplares de la colección"
- Comodidad: "en su casa"
Pues bien. Para empezar me fui a la web de RBA, abarrotada de anuncios para suscribirme, y seguí los pasos. El sistema se colgó justo en el momento final en el que introducía los datos de mi cuenta bancaria. Ole con el servidor superseguro.
Esperé y ¡tres semanas más tarde! recibí una llamada de una señorita muy preocupada porque tenían todos mis datos menos los de facturación. Se los di por teléfono y me dijo que pronto recibiría el primer envío.
Un mes más tarde recibo, en mi casa, una notificación de que ya ha llegado el primer envío. La notificación la recibo en casa, pero para recoger los libros tengo que ir a una oficina de correos que está unas veinte veces más lejos de casa que el quiosco. Busco el modo de organizarme los horarios para poder llegar y finalmente voy a recoger mis libros. Son cuatro. Cuatro volúmenes de un par de kilos cada uno perfectamente envueltos en un paquetón de 2 por 2 que no cabe en ninguna bolsa que pueda arrastrar hasta casa.
Mientras tanto, la colección ya me lleva una ventaja de dos volúmenes. Precisamente los dos que más me interesan. Y yo ansioso por recibirlos... Los cuatro que me han llegado están bien, pero claro. Hay dos que no me interesan un carajo, pero como son los de la oferta, me los como.
Pasan las semanas. Ya no sé por donde debe ir la colección pero no recibo nada. De repente, una nueva notita. Llego a correos y allí me esperan mis dos volúmenes (pensé que ya serían cuatro...) pero, oh sorpresa, son los números 8 y 9. El 6 y el 7 se los han saltado. Y son los que más me interesan.
Pensando un poquito llego a una maquiavélica conclusión. Los dos ejemplares que no llegan son los más interesantes, y los últimos que tienen un precio especial. Mandando primero los volúmenes caros se aseguran aumentar la facturación de los listillos que sólo quieren comprar los ejemplares en promoción.
Está bien. Lo asumo y sigo esperando. 15 días después llega por fin la notita y voy a correos. ¿Serán los ejemplares que yo esperaba? Pues más o menos. Son las entregas 6 y 7, sí. Pero uno de los títulos lo han cambiado. Me han sustituido uno de mis autores preferidos por otro que no soporto. Cabreado como una mona voy a buscar las facturas para llamarlos y ponerlos a caldo. Encuentro dos cartas de RBA pero no son las facturas. Son dos notificaciones del mismo día en que me vuelven a pedir los datos de mi cuenta corriente.
Con una sonrisa maliciosa me voy al ordenador y me conecto al banco para ver si me han cobrado. Cuál será mi sorpresa cuando vea que, pese a no tener mis datos bancarios, me han cobrado... ¡dos veces!. Yo he recibido sólo un ejemplar de cada, pero las facturas han venido por duplicado. Una a mi nombre y otra a nombre de un tal Rubén Dario, lo que me ha dejado un mal rollo en el cuerpo considerable (¿casualidad, o timo organizado?)
Llamo a atención al cliente y me atienden enseguida. Les explico el caso y reconocen su error: "se conoce que el otro cliente, que por cierto se ha dado ya de baja, tenía unos números de cuenta similares y..." Sí claro. El señor Rubén Darío, que tiene mis mismos gustos literarios, tiene una cuenta en mi misma oficina, con unos números tan parecidos que coincide hasta el dígito de control, y se ha dado de baja de una colección que no le cobran. Estupendo. Me explica que debo ir al banco a pedir que retrocedan esos pagos. Extrañado le pregunto si no son ellos quienes deben hacerlo y me explica una milonga sobre que tardarán dos meses en devolver ese dinero. Sin embargo, me comenta que el siguiente envío me llegará en seguida y que éste, y el anterior, me los cobrarán prestamente.
Yo, que ya no puedo dar crédito a lo que oigo, lo propongo otra cosa. Ellos gestionan la devolución. Si debe tardar dos meses, dos meses. Pero mientras tanto, me dan de baja de la colección y si eso, cuando ya esté todo resuelto, ya me vuelvo a apuntar. El muchacho no me pone pegas, pero me dice que ya no puede echar para atrás el envío que voy a recibir. Cuando le digo que no lo quiero, me dice que cuando lo reciba no vaya a buscarlo y que dé orden al banco de que no paguen la factura cuando llegue. Y que en un par de meses tendré la devolución de mi dinero. Dos meses en los que, estoy convencido, me seguirán mandando libros que mi banco, si no lo evito personalmente, les pagará con solicitud. Pero bueno. Al menos me quedo más tranquilo porque me estoy ahorrando un euro por cada libro que no quiero y no corro el riesgo de que el cabrón del quiosquero me deje sin servicio a media colección. Es preferible que te manden lo que les da la gana y te vayan cobrando dos veces. En fin. Espero que esta historia para no dormir haya arrojado un poco de luz sobre el tema de las suscripciones.
Señores editores. No le den más vueltas y acepten nuestra ayuda. Les irá mejor. Ustedes cobran la suscripción pero el cliente viene a buscarla a nuestro quiosco. Con los mismos márgenes, por supuesto. Ya verán como venderán más y los clientes estarán más contentos. Pregúntenle a La Vanguardia cómo le va esta técnica. Y al menos dejen de injuriarnos en las hojitas de suscripción que nosotros, NOSOTROS, le colocamos a sus clientes.
Epílogo
Al llegar a casa me he encontrado una maravillosa sorpresa. Me esperaba la notificación de correos para ir a recoger una nueva entrega de dos ejemplares. Casi dos meses en blanco, y en quince días tres envíos. Realmente estos señores se dan mucha prisa cuando saben que se acaba la promoción de turno. ¿Significará eso que son conscientes de que la gente está dispuesta a comprar sus libros pero no a esos precios? Misterios de las ciencias económicas... Y yo, obedientemente, haré caso omiso de la notita y avisaré a mi banco de que no acepten más cobros de estos señores. Y probablemente, acabaré en una lista de morosos. Misterios del mercado.